SINOPSIS
Ante la
proximidad de la muerte de una de ellas, tres hermanas se reúnen en la vieja
mansión familiar. Una vez en la casa, comienzan a recordar el pasado, y cuando
la enferma entra en la agonía desvela la parte más oscura y tortuosa de su
vida. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Espero la siesta eterna, mirando la lluvia caer. Recordando cuando chapoteábamos sin importar el tiempo. Cosa siniestra es el tiempo. Por momentos efímero. Y otras veces eterno. Escucho los silencios más sonoros de mis días. Bebo de los secretos mejores guardados mientras suspiro con más calma. Caen los recuerdos unos tras otros. Como hojas de almanaque. A veces se entremezclan con sueños y divago entre diferentes realidades. El olor a tierra mojada me transporta al pasado. Pastos verdes y flores resurgiendo de las cenizas. Vientos cobardes soplando sus tristes melodías. Bicicletas tiradas en el medio de la calle. Esa calle tan nuestra. Ese asfalto que dejó cientos de suelas gastadas.
Esas veredas
cubiertas de otoño en donde caminar sobre las hojas era escuchar la sinfonía
más perfecta. Y las risas de un tiempo sin igual. Reuniones multitudinarias y
siempre algún rostro nuevo. Los años pasando y las casas renovando sus caras. Y
los viejos yéndose. Y los nietos creciendo. Y la calle que ahora solo es de los
autos, que no dejan lugar a sueños. Amores, desamores, garabatos pintados en
paredes sucias que se imaginaban como grafittis eternos. Y la vuelta al
presente. Colores apagados y viejos olores matizan la sala de espera. Y el
tic-tac que resuena más lento y fuerte que nunca. Las agujas empiezan a
marchitarse hasta que caigan por completo mientras se baja el telón entre
gritos y susurros.
Marcelo De
Nicola.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE GRITOS Y SUSURROS
La muerte ahoga la ferocidad de su grito en el leve susurro del segundero del tiempo. Borges decía que la muerte es una vida vivida y que la vida, es una muerte que viene. Lo cierto es que morimos todo el tiempo. Estamos lanzados en este sin sentido, entre el rumor oscuro de dos eternidades bajo la certeza única de morir. Muere el niño y con él gran parte de nuestra capacidad lúdica. Muere el adolescente y aquel deceso se cargará a la inocencia y a la maravillosa capacidad de sorprendernos. Muere el adulto ante la soledad misma del abismo. El mar ronronea su muerte a cada instante y en el olvido mueren las hazañas prometidas. El viento se llevó muchos de tus nombres y en el fondo de ningún vaso encuentro ya tu destino. Aquel beso, aquellos ojos también sé hoy que han muerto. El miedo agudizó nuestros sentidos en la noche de esta selva. La miseria entonces talló nuestro talante. Necesitamos al otro, a ese otro que sabemos nuestro enemigo. Aquel otro hostil que avasallará nuestro deseo y buscará hacerlo suyo. Aquel otro ingobernable, inabarcable, inconcebible que atentará contra nuestros intereses. Nacerá de aquella sociedad nefasta el amor, la fe, la familia. Buscará el miedo detener el tiempo en la falacia misma del recuerdo y surgirá también por miedo aquella otra idea de perpetuación y transcendencia según la cual creeremos infectar de pasado al incierto futuro.
Escribió Alejandra: En el eco de mis muertes aún hay miedo. ¿Sabes tú del miedo? Sé del miedo cuando digo mi nombre. Es el miedo, el miedo con sombrero negro escondiendo ratas en mi sangre, o el miedo con labios muertos bebiendo mis deseos. Sí. En el eco de mis muertes aún hay miedo. Gritos y susurros del artista Ingmar Bergman es una película sobre la muerte y el miedo, sobre el tiempo y el deseo. Pero empecemos por el comienzo. Son los primeros planos que abren el film ya una obra maestra en sí mismos. Quiero decir, el film podría terminar a los dos minutos cero tres segundos y la obra ya nos habría conmovido, nos habría ofrecido poesía pura y sincera, nos habría interpelado y comprometido en nuestro pensamiento. En aquella brevedad se eternizará algo de la condición humana. En solo dos minutos cero tres segundos Bergman alcanza quizás lo que muchos no logran en todo un film. La referencia al deseo y a la pasión será tal que la película jamás fundirá a negro, en cambio lo hará siempre al rojo. La secuencia inicial comenzará con placas cuyo fondo será de un rojo intenso para fundir sobre la frialdad azulina de un bosque. Los planos serán fijos, serán perfectos. Habrá una semántica que los unirá como a las oraciones de un texto. La fotografía con el devenir de los planos irá virando a los colores cálidos para adentrarse así en la casa de donde el relato no se irá nunca. La estructura narrativa tendrá el aspecto de la novela literaria, con su división en capítulos y sus respectivos desarrollos dramáticos.
Encontraremos también en
su proceso algunos tintes surrealistas que no harán más que seguir tallando
sobre la perfección obtenida como resultado final de la cinta. Será la muerte
la que oficie de punto de giro del drama y el relato cambiara por completo. Será
tal la modificación del punto de vista narrativo que la propia fotografía optará
por otro modo de describir dejando de lado la herramienta del plano fijo para
incorporar en cambio paneos de cámara y zooms. Empezará allí la narración
propia y sin filtros de los distintos personajes. Se hablará del deseo desde la
verdad pura, ya sin ropajes ni máscaras. Se develará el interior de los
caracteres olvidándonos por un instante del miedo, volviendo aquella catarsis
casi un hecho pornográfico. Se utilizará la herramienta del flash onírico para graficar más
detalladamente aquellas sensaciones intimas, para poner de manifiesto lo no
dicho, lo ausente, lo reprimido. Finamente se planteará la idea de la felicidad
como construcción efímera, como instante fugaz capaz de vencer en un descuido a
la angustia propia concebida por nuestra condición finita. Aquella idea de
felicidad, del que ya se sabe muerto y se carga en su huida un instante eterno
del olvido.
Lucas Itze.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO BERGMAN
Hijo de un pastor luterano y de una dominante madre
de origen valón, Ingmar Bergman nació en el seno de una familia muy estricta,
en la que la buena conducta y la represión de los instintos se consideraban
virtudes. No resulta pues extraño que, tanto él como su hermana Margareta, se
refuguaran en un universo imaginario: juntos compraban trozos de película para
el proyector familiar y construyeron también un teatro de marionetas. Bergman
no contaba aún veinte años cuando dejó a sus padres para instalarse en
Estocolmo. Desde entonces, se dedicó al teatro universitario y fue en esta
época, entre finales de los 30 y comienzos de los 40, cuando entabló amistad
con Erland Josephson y Vilgot Sjöman. En 1942, tras el estreno de una de sus
obras, La muerte de Punch, Bergman fue invitado a formar parte del equipo de
guionistas de
El clamoroso éxito obtenido por el film ofreció la posibilidad de dirigir, uno tras otro, cuatro importantes títulos: el primero fue Cuando huye el día (1956), con el director de cine Victor Sjöstrom como protagonista. Bergman recurriría nuevamente a sus recuerdos de infancia para efectuar un acercamiento lúcido y benévolo a la vejez, con toda su carga de lamentos y recriminaciones. Rodó después En el umbral de la vida (1957), un ejercicio de apariencia más documental que disecciona las reacciones de tres mujeres ante la maternidad. En El rostro (1958), un mago que no es otro que el propio Bergman, se gana la vida fascinando al público y exponiéndose a la vez a sus sarcasmos. Finalmente, El manantial de la doncella (1959) es una cruel historia de violación, asesinato y venganza, basada en una balada medieval. En el transcurso de los años siguientes, el estilo de Bergman experimentaría un cambio sensible. El cineasta aborda una etapa aparentemente austera. Una técnica más depurada y, una temática más profunda se ponían al servicio de un pensamiento inquieto y desgarrado. Tras filmar El ojo del diablo, llega la trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1962) y El Silencio (1963) que le permitió ajustar cuentas definitivamente con su educación religiosa. Dejando a un lado su preocupación por el lugar del hombre en el Universo para considerar el del artista en el seno de la sociedad, Bergman, se convirtió en portavoz intelectual de su tiempo, persuadido de que el ser humano había llegado a una fase crítica de su evolución y de que la apatía del mundo moderno era tan sólo el reflejo de un cierto desencanto. Luego dirige ¡Esas mujeres! parodiando al cine de Fellini. Persona (1966), una obra profundamente marcada por la influencia de Jung y el psicoanálisis, reunió a Bergman, que entonces vivía en la desolada isla de Faro, con la actriz noruega Liv Ullman.
A su alrededor, el cineasta tejió en los años siguientes una serie de dramas que destacan por su crudeza y violencia, como La hora del lobo (1967), La vergüenza (1968) o Pasión (1970), que fue la primera en color. En 1971, Bergman rodó en inglés La carcoma, con Elliot Gould, que supuso un completo fracaso comercial. Por contra Gritos y susurros (1972), alucinante estudio en blanco y negro de los últimos días de vida de una mujer enferma de cáncer y del comportamiento de sus hermanas, es encumbrada como una de sus obras maestras. El director sueco siempre fue consciente del impacto de la televisión, y desde 1969, año en que realizó El rito para la pequeña pantalla, mantuvo una relación fluida con el medio, también destino original de Secretos de un matrimonio (1973) y la adaptación de La flauta mágica (1974). En 1976 dirigió Cara a Cara, y luego un escándalo fiscal llevó a Begman a exiliarse en Munich, donde dirigió para Dino de Laurentiis El huevo de la serpiente (1977), ambiciosa reconstrucción del Berlín inmediato a la posguerra. La película se hizo eco del desasosiego y las preocupaciones del realizador como ocurrió también en De la vida de las marionetas (1980), donde se reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido por la sociedad. En 1978 dirigió Sonata de otoño, con la que tuvo varias nominaciones. En 1982, presentó Fanny y Alexander y anunció que sería su última producción para la pantalla grande.
Fuertes connotaciones autobiográficas aclaran
retrospectivamente los temas de su obra: la fascinación por el mundo de los
actores, el temor a los tabúes religiosos, la complicidad con el universo
femenino, el descubrimiento de la muerte... Todo dentro del marco de una gran
familia de Upsala a principios del siglo XX, visto a través de los ojos de un
niño de doce años que, una vez más, puede considerarse el alter ego de Bergman.
A partir de entonces, trabaja regularmente en el medio televisivo, para el que
dirige títulos como Después del ensayo (1983), Los dos
bienaventurados (1986), En presencia de un payaso (1997),
o Saraband mientras que sus guiones son llevados al cine por
otros cineastas, generalmente cercanos a su entorno, como su hijo Daniel
Bergman, firmante de Niños del domingo (1992), el
danés Bille August, que trasladó a la pantalla Las mejores
intenciones (1992), y su ex-compañera sentimental, la actriz y
directora Liv Ullman, realizadora de Confesiones privadas (1997)
e Infiel (2000). Bergman falleció el 30 de julio del 2007, el
mismo día que se otro grande del cine europeo: Michelangelo Antonioni.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Viskningar och rop (Cries and
Whispers)
Año: 1972
Duración: 91 min.
País: Suecia
Dirección: Ingmar Bergman
Guion: Ingmar Bergman
Música: Johann
Sebastian Bach, Georg Friedrich Händel
Fotografía: Sven
Nykvist
Reparto: Harriet
Andersson, Kari Sylwan, Ingrid Thulin, Liv Ullmann, Anders Ek, Inga Gill, Erland
Josephson, Henning Moritzen, Georg Årlin
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