PROGRAMA 278 (10-10-2019)
SINOPSIS
Suecia, mediados
del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates
en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Block y su leal escudero regresan
de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino
se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una
partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las
grandes cuestiones de la vida: la muerte y la existencia de Dios.
(FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Un árbol seco,
sin hojas.
Un glaciar desintegrándose.
Un bosque
prendiéndose fuego ante la desidia del poder.
Un tsunami
arrasando todo a su paso.
El último animal
de su especie cayendo ante una bala disparada por un cazador furtivo.
Una oruga
volviéndose mariposa para volar por única vez.
El aire
contaminándose de todos los tóxicos que generamos.
Una rosa
marchitándose por dentro.
Un rayo que
perforó cientos de sueños.
Un motor que
frenó su marcha.
Los laboratorios
y sus negocios millonarios.
Un cigarrillo que
se apaga para siempre.
Las balas de los
que nos tendrían que defender.
El poder y sus
políticas saqueadoras.
La prensa y sus
mentiras impunes.
La iglesia y sus
ojos que no ven.
Una infancia
perdida.
El hambre y sus
víctimas más débiles.
Las fotos en
blanco y negro de los que ya no están.
La plaza que
sigue escuchando pasos.
Los pañuelos que
siguen llorando tu nombre.
Un grito que
nunca tuvo eco.
Las guerras con
vencedores vencidos.
El Apocalipsis
creado por el hombre.
Un último
suspiro.
La muerte en
todas sus formas.
Y el sonido de su
risa mientras juega al ajedrez con Dios…
Marcelo
De Nicola.-
Canción elegida para la editorial
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE EL SÉPTIMO SELLO
El nihilismo viene a poner sobre la mesa
aquella álgida discusión sobre la nada. Por lo general se relaciona a la nada
con el no ser, con la destrucción, con el vacío, cargando de esta manera su
significación de una connotación éticamente negativa. Pero cabe aquí
preguntarnos: ¿Es la destrucción algo realmente negativo tal como nos sugieren?
¿O aquello tal vez no es más que una visión capitalista de la destrucción?
Hemos compartido más de una vez en este espacio aquella reflexión de nuestro
amigo Vicente Zito Lema sustraída de
las teorías anarquistas, la cual rezaba que: destruir es fácil. Destruir y construir es la gran aventura.
Construir sin destruir, no supera la ilusión. En un mundo que se nos presenta
sólido, en donde el poder se naturaliza sobre aquella solidez, destruir es
revolucionario. Asimismo, entonces, podemos comprender al nihilismo
nietzscheano como deconstructivo ya que mostrará, expondrá, la nada que habita
en aquellos grandes valores que se nos presentan como últimos, definitivos y
naturales. Reducirá a la nada a aquellos conceptos absolutos evidenciando en su
construcción la inminente existencia de un plan de elaboración minuciosa y con
nefastos fines controladores que llegaran hasta la geo politización misma del
cuerpo.
Ahora bien, la libertad es el fundamento del ser, el hombre libre es el
fundamento del ser. Hay ser, porque el hombre es libre, porque, tal como decía Sartre refiriéndose al ser para si en
detrimento del ser en sí, el hombre es una nada en su ahora arrojada hacia sus
proyectos. En la medida que va realizando sus proyectos se va realizando a sí
mismo, se va eligiendo a sí mismo. La nada es previa al ser. Para que algo sea
es necesario que al mismo tiempo no sea, y esta dialéctica, claramente
angustia. Pero por qué entonces la elección de buscar entender el ser y
relacionarlo con lo positivo, con lo que hay, con lo establecido y no así
dedicarse a entender a la nada. Si en definitiva, en aquel devenir, uno es no
siendo. Uno es un recorte de la nada. Aceptar aquella perspectiva del ser es
aceptar una idea absoluta del ser que se nos presenta desde una idolatría que
atenta contra nuestra capacidad de libertad. Dirá Sartre también que un hombre
es lo que hace con lo que hicieron de él, y allí también habrá olor a libertad.
Aquel pensamiento Sartreano nos hará recordar definitivamente a Antonius Block,
el caballero cruzado que protagoniza esa joya cinematográfica que es El Séptimo Sello del infalible Ingmar Bergman.
Su personaje será
disruptivo y planteará una fisura sobre aquella idea del ser. Antonius Block,
planteará desde el no ser. Hablará desde la ausencia. Se animará a cuestionar
luego de haber dedicado largos años de su vida a luchar y matar por su nombre,
la existencia real de dios. “Yo quiero entender, no creer” dirá
en uno de los pasajes que compartirá con su muerte que viene a buscarlo. Y en
aquella frase dicha desde la propia angustia comenzará a desnaturalizar esa
idea fundacional de la fe sobre la creación del Ser y la existencia de una
entidad previa y por eso superior. Entidad que más adelante comparará con la
nada en otro de los pasajes, tal vez el más bello, el más transgresor, en el
cual le pregunta a la muerte sobre qué hay después de la vida, quien nos recibe
cuando todo se acaba. A lo que la muerte responde: quizás no haya nadie. Ya sé,
le dice Antonius, no lo digas. El miedo nos hace crear una imagen salvadora y a
esa imagen la llamamos dios.
Uno de los grandes valores del film de nuestro
amigo Bergman, fiel a su estilo, serán los diálogos. Estarán trabajados obsesivamente,
desde la reacción corporal sobre el texto así como también desde la proyección
propia de la palabra. La tonalidad será claramente en clave teatral, no
cinematográfica sin atentar esto último en nada a la dinámica del film. La
fotografía será otra de las gemas que el relato nos dejará. Asistiremos durante
el devenir de la cinta a una clase maestra de iluminación cinematográfica, de
puesta de cámara y de composición de cuadro. Algunos de sus encuadres nos
recordaran a la genialidad de otro exponente del género, el señor Carl Dreyer, más puntualmente a su
trabajo realizado en el film La Pasión
de Juana de Arco. Notaremos una cierta similitud no solo en la fotografía
diseñada para ambos films sino también en el parecido físico de algunos
personajes. La cinta resultara profunda, filosófica, deconstructiva y
revolucionaria para su época pero también para la nuestra. Se cuestionará
directamente la entidad de los grandes pilares sobre los que las sociedades
fueron construidas. Quedará entonces rebotando aquella pregunta perturbadora… ¿por
qué el ser y no la nada?
Lucas Itze.-
Canción post impresiones
Canción post impresiones
UNIVERSO BERGMAN
Hijo de un pastor luterano y de una
dominante madre de origen valón, Ingmar Bergman nació en el seno de una familia
muy estricta, en la que la buena conducta y la represión de los instintos se
consideraban virtudes. No resulta pues extraño que, tanto él como su hermana
Margareta, se refuguaran en un universo imaginario: juntos compraban trozos de
película para el proyector familiar y construyeron también un teatro de
marionetas. Bergman no contaba aún veinte años cuando dejó a sus padres para
instalarse en Estocolmo. Desde entonces, se dedicó al teatro universitario y
fue en esta época, entre finales de los 30 y comienzos de los 40, cuando
entabló amistad con Erland Josephson y Vilgot Sjöman. En 1942, tras el estreno
de una de sus obras, La muerte de Punch, Bergman fue invitado a formar parte
del equipo de guionistas de la Svensk Filmindustri, donde pasó dos años
revisando guiones, mientras seguía escribiendo obras favorablemente acogidas
por la crítica. Ya su primer guión, Tortura, llevado a la pantalla
por el importante cineasta sueco Alf Sjöberg, se basa en un recuerdo personal:
el terror que inspirara a Bergman uno de sus profesores, que le hizo objeto de
todo tipo de vejaciones y engaños en Estocolmo. Al año siguiente, 1945, la
Svensk Filmindustri ofrece a Bergman la oportunidad de dirigir su primera
película, Crisis, adaptación de una obra danesa cuyo protagonista,
como en casi todos sus primeros trabajos, es un alter ego apenas encubierto del
autor, que expresa así sus temores, ansiedades o aversiones o aspiraciones
personales. Ese mismo año también dirigió Llueve sobre nuestro amor.
Si Barco hacia la India (1947) y Puerto (1948)
son perfectamente representativas de este periodo, las dos últimas obras de
esta década, La sed (1949) y Hacia la felicidad (1949),
muestran una nueva preocupación en Bergman, que aborda el tema de la pareja
enredada en una lucha sin cuartel. Prisioneros el uno del otro, los amantes
protagonistas de sus películas se entregan a un combate cuerpo a cuerpo, un
torneo oratorio despiadado con evidentes resonancias de Strindberg. En el medio
aparecen películas como Música en la noche, Los demonios
nos gobiernan o Esto no puede ocurrir aquí. Los años 50
permitieron afianzarse a Bergman. Al principio de la década rodó dos brillantes
historias de amor que exaltaban a la vez el esplendor del verano sueco y los
fuegos efímeros de la pasión: Juegos de verano, también
llamada Juventud, divino tesoro (1950), que fue presentada en
Punta del Este, y esto llevó al éxito del director en lugares tan lejanos a sus
país, como lo son Argentina, Uruguay y Brasil. También dirigió Un
verano con Monika (1952), donde alcanzó su plenitud la sexualidad de
Harriet Andersson. La carrera de Bergman en Suecia estuvo a punto de verse
frenada a causa de la desfavorable recepción crítica de Noche de circo (1953),
un análisis mordaz del deseo, el sentimiento de culpa y la vulnerabilidad
humana. y un año después llega Una Lección de amor.
Pero la obtención por parte de Sonrisa de una noche de verano del Premio
Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1955,
volvió a situarle en posición privilegiada en Europa y Estados Unidos y le
permitió abordar un proyecto que acariciaba desde tiempo atrás: El
séptimo sello (1956), alegoría sobre la vida y la muerte donde refleja
a la vez su concepción afectiva e intelectual de Dios y su intuición del
posible holocausto nuclear.
El clamoroso éxito obtenido por el film
ofreció la posibilidad de dirigir, uno tras otro, cuatro importantes títulos:
el primero fue Fresas salvajes (1956), con el director de
cine Victor Sjöstrom como protagonista. Bergman recurriría
nuevamente a sus recuerdos de infancia para efectuar un acercamiento lúcido y
benévolo a la vejez, con toda su carga de lamentos y recriminaciones. Rodó
después En el umbral de la vida (1957), un ejercicio de
apariencia más documental que disecciona las reacciones de tres mujeres ante la
maternidad. En El rostro (1958), un mago que no es otro que el
propio Bergman, se gana la vida fascinando al público y exponiéndose a la vez a
sus sarcasmos. Finalmente, El manantial de la doncella (1959)
es una cruel historia de violación, asesinato y venganza, basada en una balada
medieval.
En el transcurso de los años siguientes, el estilo de Bergman
experimentaría un cambio sensible. El cineasta aborda una etapa aparentemente
austera. Una técnica más depurada y, una temática más profunda se ponían al
servicio de un pensamiento inquieto y desgarrado. Tras filmar El ojo
del diablo, llega la trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los
comulgantes (1962) y El Silencio (1963) que le permitió ajustar
cuentas definitivamente con su educación religiosa. Dejando a un lado su preocupación por el
lugar del hombre en el Universo para considerar el del artista en el seno de la
sociedad, Bergman, se convirtió en portavoz intelectual de su tiempo,
persuadido de que el ser humano había llegado a una fase crítica de su
evolución y de que la apatía del mundo moderno era tan sólo el reflejo de un
cierto desencanto. Luego dirige ¡Esas mujeres! parodiando al
cine de Fellini. Persona (1966), una obra profundamente marcada
por la influencia de Jung y el psicoanálisis, reunió a Bergman, que entonces
vivía en la desolada isla de Faro, con la actriz noruega Liv Ullman.
A su alrededor, el cineasta tejió en los
años siguientes una serie de dramas que destacan por su crudeza y violencia,
como La hora del lobo (1967), Vergüenza (1968)
o Pasión (1970), que fue la primera en color. En 1971, Bergman
rodó en inglés La carcoma, con Elliot Gould, que supuso un completo
fracaso comercial. Por contra Gritos y susurros (1972),
alucinante estudio en blanco y negro de los últimos días de vida de una mujer
enferma de cáncer y del comportamiento de sus hermanas, es encumbrada como una
de sus obras maestras. El director sueco siempre fue consciente del impacto de
la televisión, y desde 1969, año en que realizó El rito para
la pequeña pantalla, mantuvo una relación fluida con el medio, también destino
original de Secretos de un matrimonio (1973) y la adaptación
de La flauta mágica (1974). En 1976 dirigió Cara a
Cara, y luego un escándalo fiscal llevó a Begman a exiliarse en Munich,
donde dirigió para Dino de Laurentiis El huevo de la serpiente (1977),
ambiciosa reconstrucción del Berlín inmediato a la posguerra. La película se
hizo eco del desasosiego y las preocupaciones del realizador como ocurrió
también en De la vida de las marionetas (1980), donde se
reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido
por la sociedad. En 1978 dirigió Sonata de otoño, con la que tuvo varias
nominaciones. En 1982, presentó Fanny y Alexander y anunció
que sería su última producción para la pantalla grande.
Fuertes connotaciones autobiográficas
aclaran retrospectivamente los temas de su obra: la fascinación por el mundo de
los actores, el temor a los tabúes religiosos, la complicidad con el universo
femenino, el descubrimiento de la muerte... Todo dentro del marco de una gran
familia de Upsala a principios del siglo XX, visto a través de los ojos de un
niño de doce años que, una vez más, puede considerarse el alter ego de Bergman.
A partir de entonces, trabaja regularmente en el medio televisivo, para el que
dirige títulos como Después del ensayo (1983), Los dos
bienaventurados (1986), En presencia de un payaso (1997),
o Saraband mientras que sus guiones son llevados al cine por
otros cineastas, generalmente cercanos a su entorno, como su hijo Daniel
Bergman, firmante de Niños del domingo (1992), el
danés Bille August, que trasladó a la pantalla Las mejores
intenciones (1992), y su ex-compañera sentimental, la actriz y
directora Liv Ullman, realizadora de Confesiones privadas (1997)
e Infiel (2000). Bergman falleció el 30 de julio del 2007, el
mismo día que se otro grande del cine europeo: Michelangelo Antonioni.
FICHA TÉCNICA
Título original: Det
sjunde inseglet (The Seventh Seal)
Año: 1957
Duración: 96 min.
País: Suecia
Dirección: Ingmar
Bergman
Guion: Ingmar
Bergman
Música: Erik
Nordgren
Fotografía: Gunnar
Fischer (B&W)
Reparto: Max von
Sydow, Gunnar Björnstrand, Nils Poppe, Bibi Andersson, Bengt Ekerot, Gunnel
Lindblom, Maud Hansson, Ake Fridell.
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