miércoles, 29 de junio de 2022

NOSFERATU - PHANTOM DER NACHT DE WERNER HERZOG

PROGRAMA 372 (17-06-2022)

 

SINOPSIS

 

Adaptación de la famosa novela de Bram Stoker que toma como punto de referencia la insuperable adaptación de Murnau. Jonathan Harker viaja desde Wismar a Transilvania para visitar el castillo del legendario conde Drácula, a quien pretende venderle una mansión en su ciudad. Atraído por una fotografía de Lucy, la mujer de Harker, Nosferatu parte inmediatamente hacia Wismar, llevando con él la muerte y el horror. (FILMAFFINITY)

 

EDITORIAL

 

Más de una vez hemos citado en este espacio a nuestro gran amigo Miguel de Unamuno, el inmenso filósofo de Salamanca, quien escribiera aquella obra fundamental llamada El sentimiento trágico de la vida. Allí el pensador desarrolla esa idea esencial sobre el trágico sentimiento que deviene de reflexionar y concientizarse respecto de la finitud de la existencia. Ahí, sin lugar a dudas, el fin de cualquier fiesta, allí el desvanecimiento irremediable de toda sonrisa. El sentimiento trágico de la vida es un libro sobre el tiempo y sus angustias. Es un texto sobre la muerte y lo inevitable, sobre lo absoluto. Nacemos con la única certeza de morir, o dicho de otro modo: La condición humana está estructurada en el segmento de la existencia de su ser por dos hechos absolutamente irracionales, azarosos e ilógicos y por eso también trágicos y angustiantes: nacer y morir. Antes y después de aquello la nada, la no expresión, el no verbo, el no ser, la ausencia cabal e inapelable, el abismo mismo. Instantáneamente ante la idea consciente e insoportable de finitud deviene casi por reflejo aquella otra de la eternidad. La eternidad, claro, no es ninguna esperanza, la vida del eterno es casi igual de miserable como la de aquel otro finito. El eterno siempre va a menos, siempre apuesta y arriesga menos. En su condición, basta sentarse a esperar que todo pase. Todas las oportunidades, todas las vidas y todas las aventuras son posibles para aquel que no perece. Pero lo cierto es que hay necesidad de un fin para que todo se estructure. Aunque duela y angustie nuestra historia precisa de un punto final. 



Después de todo es sobre el tiempo donde desarrollamos una identidad, la construimos sobre la centralización narrativa de experiencias pasadas, pero también sobre la narración especulativa de lo que se continuará siendo. Unamuno nuevamente. Pensar al tiempo, darle una entidad de pasado, presente y futuro, darle una lógica, es nada más y nada menos que  volverlo ilógico. Pensar al tiempo es descubrirlo irracional, es comprender que es imposible afirmarnos en un presente, en un ahora. Aquel  ahora, ese ápice vertiginoso como lo nombraba Jorge Luis, nos huye. El pasado no existe, no es, porque ya ha transcurrido, es nada. El futuro tampoco es porque no ha transcurrido, es una proyección propia y personal, una intromisión desesperada del almanaque. El presente, tal como dijimos, se nos escapa, es inhabitable e inaprensible, es el punto de encuentro entre el pasado y el futuro, es el crudo cruce entre dos nadas. Pensar el presente es hacerlo siempre desde el pasado, es una construcción fantasiosa sobre la que nos proyectamos y desde la que construimos existencia y también lenguaje. El presente es nada, no hay ahora. Aun así, el tiempo se sucede por una gracia inexplicable, y esta gracia puede convertirse en una condena. El futuro, asimismo, es una proyección que realizamos desde nuestra propia acumulación de pasado, pero aquella imagen especulativa, construida con lo que nos falta en el presente, tampoco la habitaremos jamás. Esa tal vez sea una buena noticia. El futuro nunca va a encajar con la imagen que diseñemos de él y es en aquella incongruencia cuando deviene la sorpresa. 



Hay algo abierto en el futuro, inaprensible, inapropiable que nos hace seguir siendo libres. Es por eso que las almas cobardes ensayan aquel futuro inventado, ese espacio que es todo posibilidad, a través de la esperanza. Matar la sorpresa es buscar reafirmar un ahora que no existe, es intervenir el futuro por temor al desconcierto  El ser humano como especie no es origen ni final, es tránsito, y eso es un golpe a nuestro narcisismo. Un tránsito entre el animal y la técnica. Nietzsche dice que el futuro está en la niñez, en la recuperación de sus valores, de nuestra relación con la contingencia, que allí es donde hay que ir buscarlo. Decía Federico que: Crecer es recuperar la seriedad con la que jugábamos cuando éramos niños. Este dicho que brilla por su simpatía y sonoridad, que parece engolosinarnos de nostalgia, rompe descaradamente con una forma canónica de ver el tiempo. El futuro no está adelante, es hacia atrás a dónde vamos. Pero no físicamente, claro, sino en la búsqueda urgente de aquella libertad salvaje en donde entendemos que todo puede ser de otra manera. La muerte final de toda categoría. Deconstruir el presente para que el futuro nos sorprenda, no esperarlo jamás con aquel  manual de sensaciones e intenciones. Nada está escrito y nada debe ser de una forma determinada. Nada debe ser. El futuro es nuestro patio de juegos. 

 

Lucas Itze.-

 

Canción elegida para la editorial

 


IMPRESIONES SOBRE NOSFERATU

 


“La soledad, el sentirse y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana. El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro. Su naturaleza -si se puede hablar de naturaleza al referirse al hombre, el ser que, precisamente, se ha inventado a sí mismo al decirle "no" a la naturaleza - consiste en un aspirar a realizarse en otro. El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad". Así arrancaba el poeta Octavio Paz su apéndice La Dialéctica de la Soledad, que podemos encontrar en la obra El laberinto de la soledad. Donde el autor engloba a los mexicanos, desde aquí podríamos unir a cada ser humano en general. La soledad desgasta, aunque a veces la necesitemos. Ya decía otro poeta, el maldito Bukowski “la soledad no es algo que me molesta porque siempre tuve este terrible deseo de estar solo. Siento la soledad cuando estoy en una fiesta, o en un estadio lleno de gente vitoreando algo. Citaré a Ibsen: ‘Los hombres más fuertes son los más solitarios’. Viste cómo piensa la gente común: ‘Guau, es viernes a la noche, ¿qué vamos a hacer? ¿Quedarnos acá sentados?’. Bueno, sí. Porque no hay nada allá afuera. Es estupidez. Gente estúpida mezclándose con gente estúpida. Que se estupidicen entre ellos”. Resumiendo, mejor sólo que mal acompañado. Sin embargo, por las noches cuando la niebla cae y las estrellas desaparecen, los Octavio y los Charles bucearán en ese sentir: que pena estar sólo esta noche... 



Desde siempre, la historia de Drácula fue algo terrorífico. Aunque el libro de Bram Stoker nos enseñe más de amor que muchos poetas. En 1922 F.W. Murnau adaptó sin autorización la novela mencionada. Se transformó en una obra cumbre del expresionismo y una de las mejores películas mudas de la historia. En los ´90, ya con autorización, llegó el turno del Drácula de Francis Ford Coppola, uno de los grandes films de la década, donde hace foco en el amor y en la soledad, en unas actuaciones inolvidables de Gary Oldman y Winona Ryder como su musa. En el medio de ambas, apareció la obra de un tipo tan talentoso como demente: Werner Herzog. El alemán demostró que se pueden hacer remakes sin repetir todo y engrandeciendo la obra. En 1979 estrenó Nosferatu, el vampiro, basada en la novela de Stoker, pero a la vez, emulando la obra de su compatriota Murnau. La genialidad al palo. Y si antes hablamos de Octavio Paz, fue porque desde México eran esas momias reales de Guanajuato que aparecían en el comienzo del film mientras la música anunciaba terror y desazón. Herzog no deja de lado el expresionismo de Murnau pero le agrega su visión para crear pinturas en cada fotograma. La historia será la que conocemos todos. Habrá un conde, maravillosamente interpretado por Klaus Kinski. Este, en una diferencia con la película original, no generará temor, sino más bien se lo ve como alguien cordial y solitario pero a la vez extraño. Sus uñas largas, su calvicie y sus dientes largos como de rata son sus principales características. Bruno Ganz será el agente inmobiliario y la bella Isabelle Adjani su novia. 



La fotografía de Jörg Schmidt-Reitwein será clave para darle ese cambio tan herzogniano al film. La niebla constante en la ciudad, el blanco angelical que rodea a Lucy y la paleta de grises, conjugando todo con las luces y sombras que envuelven cada aparición del Conde serán de una belleza magistral. Tan magistral como la banda musical, esas marchas fúnebres que pasan desde el clásico Wagner a la popular banda Popol Vuh, quienes eran habituales colaboradores de Herzog (Aguirre o Fitzcarraldo, por ejemplo). Por su parte, el guión irá creciendo de forma dosificada, generando un aumento de emociones sobre la parte final del film. Los planos cenitales que muestran la ciudad fantasmagórica se yuxtaponen con tomas generales, como esa primera aparición del conde entre las sombras, cuando se abren las puertas de su castillo. Pura magia al servicio del espectador. La cámara por momentos se alejará y en otros se acercará, creando ese clima documentalista que tan bien conoce. También utilizará travellings para recorrer una ciudad afiebrada, moribunda, enferma. “La ausencia del amor, es el peor de los dolores” reza el Conde. Y contra ese dolor no hay antibiótico que sirva. Llegarán las ratas invadiéndolo todo, llegará la peste, el tenue sol dictará el final y llegará la muerte siempre bien predispuesta. Tendremos un choque de sensaciones: la pulseada del clásico final feliz contra la tristeza irremediable, una ambigüedad moral. Será ahí que entenderemos que la soledad también mata más que la mismísima muerte. Habrá un giro final para que Herzog se salga con la suya. Habrá un film en el que el terror más profundo es la falta de amor. Y eso, en las noches de soledad, es lo más difícil de digerir.

 

Marcelo De Nicola.-

 

Canción post impresiones

 


UNIVERSO HERZOG

 


Nació en Munich el 5 de septiembre de 1942, creció en el seno de una familia muy pobre. Herzog creció sin radio ni cine, en pleno contacto con la naturaleza, en una granja, alejado del mundo moderno. Según afirma el propio director, no tuvo conocimiento de la existencia del cine hasta los once años, la misma fecha en la que vio por primera vez un coche. A los 17 años hizo su primera llamada telefónica. A los trece años se trasladó a Múnich para iniciar sus estudios secundarios. Su familia se alojó provisionalmente en una pensión donde, casualmente, se alojaba Klaus Kinski, actor que en un futuro sería clave en su carrera cinematográfica. Durante su adolescencia, pasó por una etapa de gran fervor religioso, llegando a convertirse al catolicismo, lo que provocó discusiones con sus familiares, ateos convencidos. Por esta época empezó a realizar sus primeros largos viajes a pie. Hacia los quince años atravesó media Europa, desde Múnich hasta Albania. También hizo caminando el viaje que lo llevó a Grecia. Hacia los 17 años decidió dedicarse al cine. Para pagarse sus películas, trabajó en diversos oficios, que combinaba con sus estudios secundarios y más tarde universitarios. Se matriculó en Historia, Literatura y Teatro en Múnich. Hacia 1960 obtuvo la beca Fulbright para el Seminario de cine de la Universidad de Duquesne, en Pittsburgh (Estados Unidos). Su primer film fue un corto documental titulado Heracles en 1962, donde hacía un paralelismo entre Heracles y los musculosos fanáticos del gimnasio. Su primer filme de ficción fue Signos de vida (1968). Las películas posteriores confirmaron su carácter visionario y su atención por lo irracional y por las realidades marginales, rasgos bien visibles en títulos como También los enanos comenzaron pequeños (1970), protagonizada por enanos, o documentales como Fata Morgana y Tierra de silencio y oscuridad (1972). El éxito internacional le llegó con Aguirre, la ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), poderoso film en el que su actor-fetiche Klaus Kinski interpreta al conquistador español Lope de Aguirre. 



El film lo consolidó como uno de los más importantes directores de Nuevo Cine Alemán, junto a Wim Wenders, Rainer W. Fassbinder, Volker Schlöndorff y Reinhard Hauff. El director consolidaría su reputación con el asombroso documental El gran éxtasis del escultor de madera Steiner (1973-1974). Le siguieron Corazón de cristal (1976), La Balada de Bruno S. (1997), Nosferatuvampiro de la noche (Nosferatu, Phantom der Nacht, 1978), en la que recreó la clásica versión fílmica de Drácula rodada en 1922 por Friedrich Wilhelm Murnau, Woyzeck (1979), basada en una pieza teatral inconclusa de Georg Büchner, y Fitzcarraldo (1982), historia de un excéntrico empresario del caucho obsesionado en construir una ópera en plena selva amazónica. De sus últimos títulos cabe destacar Donde sueñan las hormigas verdes (1984), Cobra verde (1987) y Grito de piedra (1991). 



Werner Herzog ha dirigido también montajes teatrales, en especial de óperas: Doctor Fausto (1985), Lohengrin (1987) y Juana de Arco (1989). En la década de los noventa realizó documentales para el cine y la televisión: En las puertas del infierno (1992), The Transformation of the World Into Music (1994), Little Dieter Needs to Fly (1997) y Mein liebster Feind (1999). Ya en el siglo XXI llegaron documentales como obras de ficción entre las que encontramos The White DiamondLa salvaje y azul lejaníaGrizzly ManRescate al amanecer, Hijo mío, hijo mío ¿que has hecho?, la remake de Un maldito policía, La cueva de los sueños olvidados, Hacia el infierno, Meeting Gorbachov o Fireball, visitantes de mundos oscuros, su último documental.

 

FICHA TÉCNICA

 

Título original: Nosferatu: Phantom der Nacht

Año: 1979

Duración: 106 min.

País: Alemania del Oeste (RFA)

Dirección: Werner Herzog

Guion: Werner Herzog. Libro: Bram Stoker

Música: Popol Vuh

Fotografía: Jörg Schmidt-Reitwein

Reparto: Klaus Kinski, Isabelle Adjani, Bruno Ganz, Jacques Dufilho, Roland Topor, Walter Ladengast, Dan van Husen, Jan Groth, Carsten Bodinus, Martje Grohmann

 

PELÍCULA COMPLETA

 

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