Programa
25 (02-09-2013)
EDITORIAL
Ella
(o el, para el caso es lo mismo) está parada frente a nosotros, nuestro ojos
son devorados por el miedo, las pupilas se ennegrecen cada vez mas y lentamente
hacemos foco en sus manos, que se mueven de acá para allá, como un columpio sin
cesar. El tono de voz fuerte retumba en todo el lugar, cerrado, pero con
grandes ventanales hacia la nada, cubiertos de rejas, de esta cárcel a la que
estamos ingresando. De a poco nos vamos identificando con ciertos objetos que
con el tiempo nos van a ser más familiares, el aula gigante, un pizarrón verde,
tizas de colores, pupitres nuevos…
Y
también con los demás que están en la misma situación que nosotros, de los que
no sabemos sus nombres, pero en un primer momento serán el gordo, el petiso, el
dientudo, la pecosa, entre otros siniestros adjetivos.
Con
el tiempo, algunos de estos personajes seguirán, otros quedarán en el camino, y
serán un simple número en nuestras vidas. El aula, en cambio, será cada vez más
pequeña, a medida que nosotros seamos más grandes.
Los
profesores también cambiarán, ya no serán los que te ponían un castigo si no
hacías las tareas o te portabas mal. Algunos pocos, de hecho, te empezaban a
tratar como un igual, sin distinción de relación profesor - alumno.
De
hecho, de esos tipos son de los que más aprenderemos, quienes te brindarán un
consejo, un apoyo o una simple palmada en la espalda cuando necesites esas palabras
de aliento, pero para la vida en general, que es lo que importa.
Porque
uno puede ser un genio en matemática, tener un doctorado en filosofía o ser un
excelente historiador, pero si en la vida sos un pobre tipo, no sirve de nada.
Se
me viene a la mente una gran profesora, de las mejores que he tenido, y no hace
tanto, sino sólo tres años atrás. Ella no sólo te enseñaba, sino te incitaba a
debatir, pensar, encontrar los por qué en cada tema que veíamos, pero
fundamentalmente, nos trataba de igual a igual, eran sin dudas las horas que
más se disfrutaban, y eso que hablo de la facultad y no de un simple colegio
primario… Lamentablemente, poco tiempo después de egresar, nos enteramos que
una maldita enfermedad se la llevó muy joven, hoy, Carmela, donde quieras que
estés, quiero agradecerte por habernos enseñado tanto de la vida.
Y
así, mientras crecemos, nos vamos a empezar a dar cuenta de lo que queremos
para nosotros. Nuestros padres pensarán mi hijo el doctor, el abogado, el
contador.
Es
lo de menos, lo importante es tratar de pasarla lo mejor posible, buscar la
felicidad en esas pequeñas cosas de la vida, perseguir esos sueños imposibles. Básicamente,
ser uno mismo.
En
esta sociedad en la que vivimos, en la que cada vez hay menos poesía, belleza,
amor, todo se va transformando en algo acartonado, gris, tristemente bizarro.
La vida es demasiado hermosa para no ver todo lo que nos rodea. Salgamos en busca
de eso, de belleza, amor, futuro, en una palabra: VIDA. Y alejémonos de esta
maldita sociedad, LA SOCIEDAD DE
LOS POETAS MUERTOS.
Marcelo
De Nicola
Canción elegida para la editorial
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE LA SOCIEDAD DE
LOS POETAS MUERTOS
"Me
fui a los bosques porque quería vivir sin prisa. Quería vivir intensamente y sacarle
todo su jugo a la
vida. Abandonar todo lo que no era vida, para no descubrir,
en el momento de mi muerte, que no había vivido.” Esto era lo que se juraban
ese puñado de jóvenes antes de comenzar cada una de las reuniones de la
sociedad, esa tradición que ellos mismos decidieron heredar. Por allí pasaría
la música, los sonidos más primitivos, quizás solo golpes inconexos. Alaridos.
Pasarían también miedos, poemas, y quizás, con algo de suerte, alguna chica. En
esa caverna oscura y pequeña, este grupo atesoraba lo único que realmente
poseían. Aquello que esa escuela realmente quería extirpar o por lo menos destruir,
porque los alejaba del camino, de sus objetivos. Porque alborotaba,
descontrolaba. Los convertía en seres impredecibles, impuntuales, inmorales.
Aquello que hacía que las normas no se cumplan, que el deseo proyectado de un
padre se desvanezca con la primera luz de la luna. Este grupo de
jóvenes, en una metáfora gigante, resguardaban eso, capaz de poner en jaque a
todo un sistema educativo, en una fría, pequeña y oscura caverna. Para que
nadie lo vea, para que nadie se acerque y lo estropee todo. Aquello que
guardaban y escondían desesperadamente era su niñez. Solo con su niñez intacta,
podía ser capaces de gritar carpe diem con sinceridad, de apasionarse con las
imágenes ocultas en un poema, de despojarse de reglas y mandatos, de jugar con
los ojos llenos de vida e inocencia, como cuando teníamos 5 años y las únicas
leyes que existían eran las inventadas por nosotros mismos, las cuales estaban
diseñadas perfectamente para ser quebradas con las primeras galletitas de la tarde.
Stephen
Nachmanovitch nos dice que las escuelas pueden alimentar la
creatividad de los niños, pero pueden también destruirla, y eso hace demasiado
a menudo. Idealmente, las escuelas existen para preservar y regenerar el aprendizaje
y las artes, y dar a los niños las herramientas para crear el futuro. En su
peor expresión producen adultos uniformes, con mentalidades convencionales,
para alimentar el mercado con operarios, gerentes y consumidores. El mundo real
creado por los adultos viene a pesar sobre los niños en crecimiento, modelándolos
hasta convertirlos en miembros cada vez más predecibles de la sociedad. Pero cuidado,
en el deceso de ese niño está también la muerte de la aventura, esa vieja
compañera que nos ayuda a sobrellevar una realidad cada vez más lejana a
nuestros verdaderos intereses. “La sociedad de los poetas muertos” es un relato
cuyo mensaje supera a la historia que narra. La historia relatada quizás tenga
huecos difíciles de llenar, ciertas actitudes de los personajes que discuten
ferozmente con el verosímil. Esas flaquezas, la alejan de aquel cine de autor
que tanto amamos y le resta matices a la narración, pero eso no importa, o por
lo menos, a mi no me importa.
La obra es mucho más potente y logra conmovernos el alma, y eso es irrefutable. Es destacable el trabajo realizado por Alan Splet, diseñador de sonido de la película, responsable de la narración auditiva del relato. Dentro de cualquier film, existen sonidos que tienen que ver con la diégesis puntualmente de la obra, o sea sonidos que ayudan a construir un verosímil, un mundo de convenciones establecidas, y otros sonidos supeditados a alimentar la fantasía del relato. En la utilización de estos últimos es donde mas se luce el ingenio y el arte del director de sonido. Recuerdo un momento clave en la película, la secuencia del suicidio de Neil. Su padre decide retirarlo del colegio por haber desobedecido su orden de no actuar en la obra que el personaje venia ensayando a escondidas. Es de noche y afuera la nieve cae copiosamente. Ellos ingresan enla casa. Todo esta inmaculadamente ordenado, el frío
de afuera es similar al de adentro. El padre le anuncia que lo anotara en un
colegio militar, alejándolo así definitivamente del profesor Keating, matando
tal vez toda fantasía. El llora, su madre también. Es entonces cuando Neil,
llevado por la angustia, viendo morir despedazado aquel niño que fue, decide
morir él también. Toda la secuencia estará trabajada con un sonido grave de
fondo, muy sutil, totalmente extradiegético, pero completamente necesario para
marcarnos la sensación de ahogo del personaje. El disparo final, no se oirá, no
será necesario. La muerte del niño de aquel adolescente, la sentiremos en el
pecho, bien profundo, sin necesidad de ningún sonido que lo acentúe.
La sociedad de los poetas muertos nos deja bien en claro cual debería ser el rol del docente dentro del universo educativo, y creo yo, que el final del film lo grafica magistralmente. Al levantarse ese puñado de alumnos sobre los pupitres y mostrar que otro punto de vista es posible, vemos la tarea del profesor Keating concluida. Hace pocos días, vi un documental sobre Natasha Binder, una pianista prodigio de solo 11 años capaz de interpretar Beethoven o Mozart con la soltura y pasión de alguien experimentado, no solo en el estudio del instrumento, sino también enla vida. Porque no nos
olvidemos que en cualquier interpretación artística se juegan también las
traiciones, desamores o alegrías transitadas en la existencia de cada uno. La
pequeña pianista no solo parecía tener muy en claro las técnicas inherentes al
instrumento, sino también las emociones que con él generaba. El documental la
mostraba segundos antes de salir a escena en el teatro Colón. Ya detrás del telón,
la niña le dice, con cierto nerviosismo, a su tío, también pianista, también virtuoso:
Espero
poder tocar como ayer. A lo que él responde: No, no toques como ayer… tocá como hoy. El dialogo pasó desapercibido, de hecho hasta se escuchó muy
en segundo plano, pero a mi me toco el alma. Ahí encontré una clave que espero
poder seguir trabajando el resto de mi vida. Ojala, esté que escribe, pueda
dejar, definitivamente, de hablar como ayer, para poder gritar como hoy. Ese es
el aprendizaje.
La obra es mucho más potente y logra conmovernos el alma, y eso es irrefutable. Es destacable el trabajo realizado por Alan Splet, diseñador de sonido de la película, responsable de la narración auditiva del relato. Dentro de cualquier film, existen sonidos que tienen que ver con la diégesis puntualmente de la obra, o sea sonidos que ayudan a construir un verosímil, un mundo de convenciones establecidas, y otros sonidos supeditados a alimentar la fantasía del relato. En la utilización de estos últimos es donde mas se luce el ingenio y el arte del director de sonido. Recuerdo un momento clave en la película, la secuencia del suicidio de Neil. Su padre decide retirarlo del colegio por haber desobedecido su orden de no actuar en la obra que el personaje venia ensayando a escondidas. Es de noche y afuera la nieve cae copiosamente. Ellos ingresan en
La sociedad de los poetas muertos nos deja bien en claro cual debería ser el rol del docente dentro del universo educativo, y creo yo, que el final del film lo grafica magistralmente. Al levantarse ese puñado de alumnos sobre los pupitres y mostrar que otro punto de vista es posible, vemos la tarea del profesor Keating concluida. Hace pocos días, vi un documental sobre Natasha Binder, una pianista prodigio de solo 11 años capaz de interpretar Beethoven o Mozart con la soltura y pasión de alguien experimentado, no solo en el estudio del instrumento, sino también en
Lucas
Itze.-
Canción post análisis
Charly también nos decía esto
Y nos fuimos con una que cantamos todos
Canción post análisis
Charly también nos decía esto
Y nos fuimos con una que cantamos todos
FICHA
TÉCNICA
Título
original: Dead Poets Society
Año:
1989
Duración:
124 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Peter Weir
Guión:
Tom Schulman
Música:
Maurice Jarre
Fotografía:
John Seale
Reparto:
Robin Williams, Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Dylan Kussman,
Gale Hansen, James Waterston, Allelon Ruggiero, Norman Lloyd, Kurtwood Smith,
Melora Walters, Welker White, John Cunningham, Debra Mooney, Lara Flynn Boyle
Sinopsis
El señor Keating (Robin Williams) es un profesor de
Literatura, de un colegio privado, estricto y elítico de Nueva Inglaterra, donde
había sido alumno. Desde su primera clase alienta a sus alumnos a partir del
significado de “Carpe Diem” (aprovecha el momento) a luchar por alcanzar sus
sueños. A medida que las clases pasan, los alumnos empezarán a juntarse en un
caverna donde se reunirán como miembro de un grupo llamado La sociedad de los
poetas muertos, donde discutirán sobre poesía, pensar libremente y poder
expresar sus emociones, todo comandado por Neil (Robert Sean Leonard), un
fanático de la actuación, y a quien su padre no lo deja ejercer su pasión.
Tanto Neil, como sus compañeros Todd (Ethan Hawke), Knox (Josh Charles) y
Charlie (Gale Hansen), entre otros, empiezan a ver la vida con otros ojos, y a
animarse a cosas que ellos creían imposibles.
Después del debut de Neil como actor en una obra de
Shakespeare, el padre lo obliga a dejar la actuación. Neil tomará la decisión
más difícil de su vida, y tanto el profesor Keating como sus alumnos quedarán
marcados para siempre…
Trailer
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