SINOPSIS
Unos
delincuentes de poca monta deciden atracar la sucursal de un banco de Brooklyn.
Sin embargo, debido a su inexperiencia, el robo, que había sido planeado para
ser ejecutado en apenas diez minutos, se convierte en una trampa para los
atracadores y en un espectáculo para la televisión en directo. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Los gritos lo aturdieron en el instante preciso que desenfundo. Todo fue confuso. En su fantasía las cosas sucedían de otro modo, más ordenadas, más claras. El gritaba pero no se escuchaba, no entendía ni siquiera sus propias palabras. La adrenalina de ese momento no la olvidaría jamás, ni la más potente de las drogas había logrado colocarlo de tal manera, y eso que las había probado todas o por lo menos la mayoría de ellas. Dio un par de órdenes pero la escena seguía enquilombada. La cajera del súper gritaba, una piba joven con unas tetas enormes. ¿Cómo podía pensar en sus tetas, haber reparado en ese dato inútil? ¿Cómo podía desconcentrarse de esa manera con el quilombo que tenía enfrente, con el quilombo que él mismo había generado? El chino, dueño del súper, apareció de la nada. Gritaba algo incomprensible y levantaba las manos. Él lo apunto decidido y le gritó que se arrodillara. El chino le obedeció cuando vio que tenía en sus manos un revolver, pero no paró de gritar hasta que le puso el caño en la frente. Lo apoyo simplemente con decisión, con su mirada perturbada, fría, desconectada. El arma era una porquería antigua y oxidada que le habían conseguido el mismo día. No lo había probado, pero no era necesario.
El fierro
era solo de presencia, nadie había pensado en apretar el gatillo nunca. No
sería necesario. Era entrar manotear la guita y rajar. El chino, cagado en las
patas por el caño que todavía enfriaba su frente, no habló más. Ahora bastaba
vaciar la caja con la plata chica, abrir la otra caja escondida debajo del
mostrador donde estaban los billetes fuertes y salir rajando, guardarse por un
tiempo antes de volver al barrio y listo. La piba de la caja había dejado de
gritar también pero ahora lloraba desconsoladamente. Él intento pedirle que se
calme, pero las palabras aun no salían claras. Tomó aire y le grito al chino
que vacíe toda la plata en la bolsa. El chino obedeció. Él se acercó a la
cajera y logró decirle que todo
terminaría rápido, que él no quería lastimar a nadie, pero ella seguía llorando
desconsolada. Quiso acercar su mano y ella grito. Él se asustó y se apartó con
velocidad. Apretó fuerte el fierro viejo y oxidado y giró nuevamente hacia el
chino. Ahí escucho el estruendo. Fue Solo un instante. Sonó seco, sin tanta
espectacularidad como muestran las películas. Luego las sirenas, el techo con
sus paneles mugrientos y sus luces titilantes. Nadie mira a los techos y lo que
no se mira no se mantiene, no se cuida, siempre se echa a perder. Sangre en el
piso y las tetas de la cajera. Aquellas tetas inolvidables… la muerte es sin
dudas mucho más seductora que algunas vidas.
Lucas Itze.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE TARDE DE PERROS
¡Arriba las manos, esto es un asalto! Pensamos más de una vez en gritar luego de mirar muy por arriba donde estaban las cámaras y el hombre de seguridad, mientras imaginábamos a quien elegíamos para que empiece a poner fajos de billetes en bolsas gigantes. La distracción duró un tiempo, hasta que después de interminables minutos, o quizás horas, alguien anunciaba tu número y por fin ibas a hacer uno de esos trámites detestables pero necesarios. Porque bien sabemos que ir al banco, en ciertos casos, suele ser una tortura. Confieso que alguna vez me ha sacado una sonrisa, cuando un robo a un banco sale bien. No por quienes guardan los ahorros de toda su vida, sino por la institución en sí. Y más en el caso de uno privado... “Robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo...” dijo alguna vez el célebre Bertol Brecht y no hacemos otra cosa que aplaudir sus palabras. Después de situaciones que hemos vivido, como la crisis del 2001 como máximo exponente, muchos empezaron a desconfiar de los bancos, justamente, por no poder sacar su propio dinero. Quizás por esos motivos, Sonny, el ladrón de bancos interpretado por Al Pacino, generaba una empatía diferente. Hablamos del film Tarde de Perros de Sidney Lumet. Brooklyn amanece y el calor aturde. El piano de Elton John se va mezclando con las partituras de una ciudad a punto de estallar.
La basura en las calles, los obreros trabajando y la gente mayor hablando en las veredas contrastan con yates de lujo, piletas o gente regando su hermoso jardín. Empieza a caer la tarde y la sombra se hace más presente mientras terminan de pasar los créditos. Un auto para frente a un banco. Unos delincuentes entran. Todo lo que puede salir mal, efectivamente sale mal... En minutos cientos de policías y curiosos rodean la cuadra. Y que empiece el show. El film está basado en un golpe real sucedido en 1972. El sólido guión de Frank Pierson está creado a partir de un artículo de la revista Life que luego trasformó en novela Leslie Waller. Son los ´70 y los americanos están a punto de explotar. La guerra de Vietnam había influido en las nuevas generaciones que marchaban por la paz, a los que se sumaban los movimientos sociales y las marchas antirracismo. El reciente caso Watergate terminaba de minar los ánimos de un país en crisis. Nada era confiable, ni siquiera los bancos. Sonny, ex empleado en uno de ellos, lo sabía. Sidney Lumet, también. El guión será lineal y seguirá la trama de forma dosificada. Habrá un enorme contraste entre el interior y el exterior. El banco será el espacio escénico donde transcurrirá la mayor parte del metraje. Hace calor y las imágenes lo hacen saber. El sudor es cada vez más evidente. Adentro no hay aire acondicionado. Afuera el sol quema la piel. El incendio está a punto de propagarse.
La fotografía servirá para hacerlo todo más evidente. La cámara se moverá como una más dentro del lugar, componiéndose de algún pequeño travelling y de algunos paneos por momentos rápidos como si fuera un documental. Esa rapidez se ve también en un excelente montaje. Seremos rehenes y también delincuentes. La película se compondrá de planos generales pero los repetidos primeros planos son los que nos mostrarán la verdadera cara de los protagonistas. Ahí estarán sus miedos, sus dudas y sus sufrimientos. Cada encuadre tendrá su objetivo y la profundidad de campo logrará su cometido, tanto en las expresiones de los personajes como lo que pasa frente al banco, donde está instalada la policía. A medida que pasan las horas empiezan a aparecer nuevos retos. La película empieza a conjugar géneros, el policial del comienzo se transforma en un thriller para luego dar un giro a lo que casi sería un reality show. También habrá algún paso de comedia en medio del infierno. Encontraremos diálogos que serán pura improvisación de parte de un elenco que rodea la perfección. Al Pacino, como Sonny, se moverá como pez en el agua con un histrionismo donde dejó la piel en cada escena. John Cazale, interpretando a Sal, el otro delincuente, será todo lo contrario. Casi no hablará, siempre parecerá a punto de explotar, su objetivo es finalizar la obra. Ambos tendrán su lado moral, cristiano e ingenuo.
Los secundarios también estarán todos a la altura.
Desde los policías que llevan a cabo la negociación hasta los y las rehenes del
banco. El director se parará desde un lado de la línea y desde ahí disparará
sus enfoques. Habrá distensión entre delincuentes y rehenes. El público
presente se pondrá del lado de Sonny y la policía será la principal apuntada.
Hasta que llegarán ellos... Los medios de comunicación se harán presentes y
marcarán tendencia. Informarán y desinformarán. Venderán sus puntos de rating a
Dios y al Diablo. Algunos querrán ser famosos por un segundo sólo por salir en
TV, el aparato de moda de la época. Nos enteraremos que Sonny quiere el dinero
del robo para el cambio de operación de sexo de su pareja. Y los medios
entonces atacarán de nuevo, en los ´70, no había tanta libertad como se
imaginaba. “¡Sin la televisión… nos matarían a todos!” repite Sonny una y otra
vez. La televisión como manipulador de masas. Porque las caretas de los
negociadores, también caían fuera de las cámaras. El día se hará noche y la
noticia ya está en boca de todo el país. Será el principio del fin. Como en
toda guerra, habrá ganadores y perdedores. Aunque no siempre el lado ganador es
el más fiable. Porque algunos siempre jugarán para su propio beneficio y el
poder de turno, mientras otros no tendrán mucha elección y sufrirán las
consecuencias de una mala noche...
Marcelo De
Nicola.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO
LUMET
Director de cine estadounidense, nacido en
Philadelphia (Pennsylvania) el 25 de junio de 1924 y fallecido en Nueva York el
9 de abril de 2011. Hijo del actor Baruch Lumet y la bailarina Eugenia Wermus,
Lumet fue un niño-actor prodigio sobre los escenarios del Yiddish Art Theater
de Nueva York, del que ya eran veteranos sus padres. Su madre murió cuando él
era aún un niño. Trabajó como intérprete infantil en la radio y, durante la
década de los treinta, Broadway fue testigo de su formación; sin embargo, su
carrera teatral se vio interrumpida por el estallido de
Éste fue el comienzo de una constante en el cine de Lumet, aficionado a los espacios cerrados y las atmósferas claustrofóbicas. En Stage Struck (1958) repitió con Fonda, en una versión de la película de Lovell Sherman Gloria de un día (1953). La primera mitad de la década de los sesenta acogió su más inspirado periodo artístico: desde Larga jornada hacia la noche (1962) –adaptación de la obra de Eugene O’Neill y protagonizada por Katharine Hepburn- hasta El prestamista (1965), la historia de un superviviente del Holocausto que vive en Nueva York, pero que no puede zafarse de su pasado, pasando por uno de sus mejores estudios sobre el ser humano: La colina (1965) –protagonizada por Sean Connery, uno de los actores favoritos y asiduos de Lumet-. Pero en esta época también se enfrentó a algunos fracasos: el primero, al cambiar de registro y optar por una comedia banal en Esa clase de mujer (1960); el segundo, al llevar a la pantalla la obra de Tennessee Williams Piel de serpiente (1962). Fue el estreno de Serpico (1973) el que marcó otro de los periodos más fructíferos del director. Al Pacino ganó el Globo de Oro por su interpretación de un policía de Nueva York en la primera película de Lumet acerca de la corrupción policial en la ciudad de los rascacielos.
El siguiente éxito del director fue una adaptación de la
novela de Agatha Christie, Asesinato en
el Orient Express (1974), que le valió a Ingrid Bergman su tercer Oscar. La
lista de aciertos de Lumet en la década de los setenta se vio completada con Día de perros (1975) y Network, un mundo implacable (1976). El
siguiente periodo también comenzó de forma brillante. Príncipe de la ciudad (1981), según Lumet una película sobre la
amistad, los valores y la adicción a las drogas, hizo que el director fuese
galardonado con el Premio de
FICHA
TÉCNICA
Título original:
Dog Day Afternoon
Año: 1975
Duración: 120 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Sidney Lumet
Guion: Frank Pierson. Artículo: P.F. Kluge, Thomas
Moore. Libro: Leslie Waller
Fotografía: Victor J. Kemper
Reparto: Al
Pacino, John Cazale, Charles Durning, Carol Kane, Chris Sarandon, Sully Boyar,
Penelope Allen, Beulah Garrick, James Broderick, Lance Henriksen, Sandra Kazan,
Marcia Jean Kurtz
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