SINOPSIS
Dos íntimos amigos, uno un porteño práctico (Brandoni)
y el otro un español intelectual (Sacristán), pasan los fines de semana en una
quinta en El Tigre, en el Delta del río Paraná. Un día de tormenta llega Tina (Dopazo),
una joven extraviada, que afectará la relación entre ambos. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Un recuerdo se cuela en un pasillo oscuro, repleto de hojas secas. El viento las fue trayendo y amontonando. Se siente una risa que le da un poco de calor y color a esa imagen. No la encuentro como real, sin embargo, ella trae el aroma de su perfume y la suavidad de su piel. La vida es un poco más digna, podría decirse. Por ese pasillo salió por última vez. Sus rulos perfectos se bamboleaban con violencia. El ruido de los pasos despertaba hasta al pájaro más soñador. Las horas, días, meses y años se esfumaron en un suspiro. No hubo una despedida. Ni siquiera un hasta luego. Solo nos volvimos dos desconocidos que terminaron un pacto tácito. Un contrato sin formalizar. Los platos se habían amontonado y el café destilaba un gusto amargo. La cama quedaba enorme y las sábanas se arremolinaban en un costado. Los colores se volvían apagados, grises, sin alegría. Las paredes se descascaraban. Así que eso era la felicidad y no lo había notado. Al final, bastante imbécil había resultado.
¿Qué era todo esto
entonces? Tristeza, me repetía a mí mismo. Y así buscaba como escapar de ahí.
Pero no, cualquier alegría duraba un tiempo y después volvía a la programación
habitual. Soledad pensé luego. Era lo más lógico. Lo que todos te repetían.
Pero no, siempre fui alguien que se llevó bien con la soledad, por lo tanto, había
que tachar esa idea. Y un día mientras un tango sonaba apareció la nostalgia.
Si, debía ser ella. No tenía dudas. Los recuerdos, las voces, los aromas y
hasta las ausencias eran el combo de momentos que venían bajo ese nombre. Eran
esas mezclas de felicidad y tristeza, de pasión y desencanto, de amores y
odios. Se extrañaba todo a la vez. Y resurgía esa trillada frase que cita que
todo tiempo pasado fue mejor. No sé si en este caso lo era. Seguramente no. Y llega
la noche y vuelve a aparecer con fuerza. Y es en ese pequeño momento que llega
el deseo de que esa nostalgia se transforme en convivencia.
Marcelo De Nicola.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE CONVIVENCIA
Miro por la ventana y llueve. Las gotas golpean el vidrio y el techo de chapa del pequeño galpón del patio que resuena como si fuera a quebrarse. Llueve con fuerza, con violencia. De manera copiosa, densa. El agua cae sin casi dejar lugar entre gota y gota. Chet Baker gira en el toca discos interpretando Lonely Star y tu mano se posa en mi hombro. Me sacas el cigarrillo, lo dejas sobre el cenicero repleto de colillas, me invitas a pararme y apoyas tu cabeza sobre mi pecho. No bailamos, pero nos movemos al ritmo de la música. Te abrazo fuerte, intento retener tu olor, la textura de tu piel, la sensación de ese no baile. Algo cae en la cocina que nos sobresalta. Corro, está oscuro. Piso vidrio. Enciendo la luz, la lluvia de fondo ruge cada vez más fuerte, enfurecida, la chapa golpea ensordecedora. Ya la música no se escucha, estás sentada, una copa de vino destrozada en el suelo es el reflejo fiel de tu ánimo. Intento darte la mano y te levantas espantada, furiosa. Tu mirada se clava en la mía con una frialdad que te desconozco. Gritas, me insultas, exigís. El vino recorre las baldosas como la sangre de un órgano vital herido de muerte, incurable, irreparable. Salís de la cocina empujándome, jurando no volver. En pocas palabras me convertís en una bestia en la que temo reconocerme injustamente. Intento seguirte por las escaleras que llevan a las habitaciones, pero no te alcanzo. Un relámpago ilumina los escalones. Afuera el mundo se desarma en agua y truenos, en viento y sudestada. La furia de la naturaleza golpea sobre los vidrios, las ventanas, el viento cierra las puertas con violencia, como invitándolas a no volver a abrirse jamás. Llego al piso de arriba y escucho el llanto de una nena. Es nuestra hija que llora en su cuarto desconsolada. La pequeña Zoe con sus 8 años, acostada en su cama hecha un bollo, temblando, abrazada a una soledad infinita. Me acuesto a su lado e intento calmarla. Finge hacerlo, lo hace por mí. Es ella quitándome angustia, es la niña curando al padre con sus manos de hada, con su mágica forma de ver las cosas que la hacen vencer el miedo, alejar la pena para ponerme a salvo. Sabe, de alguna manera, que el vulnerable soy yo. Por más que ella sienta el mismo dolor. Por más que ella tenga el mismo vacío en el pecho. Lo lee en mis ojos, en el temblor de mis manos. Con dulzura me acaricia y me abraza, un abrazo eterno, un abrazo que aun siento apretando mi cintura, dándome calor en el pecho.
Acaricio su pelo largo, larguísimo. Le prometo que vamos a estar bien sin lograr que ninguno de los dos lo creamos. Nos llena el silencio. Y sus ojos me miran. Se produce quizás la más tierna de las conversaciones jamás tenida entre ambos. Desde el silencio, desde otro plano, sacando la palabra de lugar, poniendo en juego otros sentidos, otros sentires. Ya sin tiempo, sin edades, leo en sus ojos una sabiduría abrumadora, una compasión emotiva. Ese pequeño instante volverá a mí cada vez que lo necesite, será la tabla en la tempestad, será lo que ayude a no ahogarme entre tanta lluvia. Alguien cierra con fuerza la puerta principal de la casa. Suena seco, fuerte, decidido. Suena para siempre. Suena como deteniendo el tiempo, como jurando no volverse a abrir, suena a sentencia, a castigo. Bajo las escaleras corriendo. El pasillo hasta la puerta pareciera alargarse cada vez más. Una melodía entra lenta, algo sucia. Sigo caminando por aquel túnel oscuro que me lleva a la puerta de entrada. La lluvia pega fuerte sobre los vidrios del ventanal del comedor. Reconozco la melodía, Es Chet Baker, es Lonely Star. Alguien fuma sentado solo sobre la ventana, mirando la lluvia. Se la oye golpear sobre el techo de chapa del pequeño galpón del patio como si fuera a partirla. La casa está oscura, sola, fría, inmensa. En cada rincón aguarda como un sicario una historia. La lluvia no cesa y sin saberlo la casa se llena de fantasmas que se protegen de ella a mi lado. La nostalgia puede ser la peor de las celdas cuyos barrotes ilusorios detienen el tiempo para nosotros y nos dejan bailando con nuestros propios espectros hasta caer muertos, viviendo quizás una vida de anécdotas que ya sucedieron, una vida cobarde, que se niega a la aventura del hoy. La gran aventura queridos amigos, no está en juntarnos con la tribu a narrar aquellas historias de cuando soñábamos conquistar el mundo sobre aquel barco de velas rojas. Nosotros, que hoy traicionamos a aquellos niños vistiéndonos de traje, cobrando un sueldo, alejándonos de lo salvaje, prefiriendo lo seguro y olvidando el bosque para siempre. No, la gran aventura está en seguir sumando anécdotas, contar historias de ayer para programar las de mañana. Ese es el juego, eso es ganarle al tiempo y escaparle, de alguna manera a aquel sentimiento trágico de la vida. El film Convivencia de Carlos Galettini, adaptación de la obra teatral del dramaturgo Oscar Viale, viene a reflexionar sobre todo aquello, sobre la nostalgia, sobre el tiempo, sobre la aventura. Será un film alegórico, metafórico, un hermoso juego de luces y sombras donde nada será lo que parece. De este juego nace el cine, y este es el juego que decide jugar Galettini a la hora de adaptar su obra. Del teatro quedaran algunos códigos como la economía de escenarios o la necesidad de una urgencia.
La sudestada será la excusa inminente para mantener
a los personajes dentro de la casa. Si nos manejáramos dentro de los códigos
del teatro, bastaría con solo nombrarla para armar en el espectador la idea del
temporal, en cambio, siendo una obra cinematográfica, nobleza obliga, el deber
es mostrar aquel temporal para que el verosímil funcione. La cinta recordará a
otro film ya tratado en esta tertulia llamado The House, película filmada por nuestro gran amigo Sharunas Bartas, en el tipo de
tratamiento que se le dará a la casa donde sucederá toda la acción. El relato comenzará
con una bruma que se disipará de a poco y dejará ver una vieja casona del Tigre
bastante descuidada, la cámara seguirá en travelling e ingresará por
transición. Adentro presentará a los otros personajes Enrique y Adolfo. El
primero más mundano, más visceral, más natural y salvaje, el segundo más
racional, más cultural y medido. La casa funcionará como un personaje más que
los contiene, un personaje donde, tal como decíamos, será habitado por la
nostalgia que los mantendrá atrapados en sus propios recuerdos. No podrán salir
de allí, estarán atrapados como en un loop temporal, narrando las mismas
historias, discutiendo los mismos detalles. Habrá un intento de cambio al
llegar ella, Tina. Una especie de
diosa que intentará curar esa nostalgia. Será lo nuevo, lo joven, lo bello. Hará
funcionar el tiempo dentro de la casa, alejando por unos instantes al recuerdo,
haciendo que los personajes habiten el aquí y el ahora. Pero no lo logrará. Tina se irá sin haber podido cumplir su
misión. Vencerá la casa, la neblina. La muerte, que los estará esperando bajo
la lluvia en forma de sombra. Podremos nosotros, los espectadores, quizás ir un
poco más lejos en la interpretación de las alegorías y preguntarnos qué estamos
viendo realmente. ¿Qué es real y que no dentro del relato? Es llamativo lo
opuesto de los dos personajes protagónicos, la parte racional y la parte
salvaje. Los recuerdos. La nostalgia. La casa. La neblina que lo confunde todo.
Da la sensación, sin forzar demasiado las cosas, que el autor quiere contarnos cómo
funciona la cabeza de una persona melancólica encerrada en sus recuerdos. La
casa, su cabeza, luchando dentro de ella contra las imágenes que se repiten una
y otra vez, deteniéndolo en el tiempo. Como aquellos amigos que cuentan las
mismas anécdotas, se hace un silencio, las risas muren despacio y luego alguien
paga la cuenta y se retiran del bar en silencio. Entiendo Convivencia en este
sentido, veo en ella esa lucha, ese temor de morir sin avanzar, de morir
creyendo estar viviendo una vida de aventuras mientras seguimos las reglas de
otros, mientras vendemos nuestra libertad para que otros decidan sobre nuestra
suerte. El tiempo se acaba, la aventura es ahora, el resto, queridos amigos, es
solo ausencia.
Lucas Itze.-
Canción post impresiones
UNIVERSO
GALETTINI
Nacido en Buenos Aires, fue asistente de dirección en La tregua de Sergio Renan, la primera película argentina nominada al Oscar en el año 1975. En ese mismo año dirigió su primer film: Las sorpresas, una película de tres episodios junto a Luis Puenzo y Alberto Fischerman. El segmento de Galettini se tituló Corazonada. Un año después y en solitario, filma Juan que reía, con un gran elenco como Luis Brandoni, Luisina Brando, Federico Luppi, Enrique Pinti, entre otros. La historia de un vendedor de vinos que quiere ascender, pero que cuando le roban su auto (un Citroen 2cv), que no está asegurado, empieza una curva descendente inevitable. En 1979 dirige Cuatro pícaros bomberos, sobre unos bomberos que se ven involucrados en la estafa a un empresario de la carne. Ese mismo año dirige también La aventuras de los paraguas asesinos, donde los ya clásicos Tiburón, Delfín y Mojarrita, intentan luchar contra unos criminales. Este film, y los dos siguientes (Los superagentes y la gran aventura de oro, y Los superagentes contra todos), han sido calificadas como propaganda ideológica a favor de la Última dictadura.
En 1983 filma Se acabó el curro, sobre dos típicos chantas que quieren estafar a un turista peruano en medio de la especulación financiera de la época. En 1984 dirige Los tigres de la memoria, la historia de Carlos, quien buscando noticias de sus hijos exguerrilleros, acepta colaborar con su restaurante en una red de traficantes de drogas. En 1986 llega Seré cualquier cosa, pero te quiero, sobre una mujer de 40 años que se enamora de un fontanero. A partir de 1987 empieza con una serie de clásicos que conocemos todos, con cuatro nombres asociados a sus películas: Emilio Disi, Berugo Carámbula, Alberto Fernandez de Rosa Gino Renni, sumados a Paolo el Rockero, empezaban sus aventuras Los matamonstruos en la mansión del terror, que luego prosiguieron en Los bañeros más locos del mundo 1 y 2, y Los pilotos más locos del mundo.
También aparecieron clásicos como Las locuras del extraterrestre, y las 4 partes de Los Exterminaitors con la dupla Disi-Francella. Entre todas esas películas cómicas filmó en 1991: Charly, días de sangre, la historia de un joven con problemas (Fabián Gianola) que es llevado a una quinta donde murió quemado su hermano. La idea es disfrutar de un fin de semana agradable, pero un asesino serial amenaza al elenco y a la hiperinflación por entonces reinante. Vuelve un poco a las fuentes con Convivencia, donde gana el Condor de Plata a Mejor Película en 1993. La historia de dos amigos que viven en el Tigre, uno es porteño (Brandoni), el otro español (Sacristán), pero de repente aparece una chica (Dopazo), que amenaza con romper la amistad. En 1996 llega Policía corrupto, donde Romero es un policía de la división antinarcótico. Es ambicioso y no tiene escrúpulos y se mueve en un oscuro mundo de prostitutas, narcotraficantes y políticos. Todo se pudre cuando Romero se queda con un vuelto importante. El film estuvo teñido de escándalo al recibir un alto subsidio, luego incluso de haber sido declarado como "sin interés". El director renunció en el primer día de montaje (en los créditos figura un seudónimo); y la productora le inició juicio a Gerardo Romano, quien declaró: "esta debe ser la peor película argentina en años". Ese mismo año dirige Besos en la frente, y dos años después le encomiendan dirigir la segunda parte de Dibu, la exitosa serie argentina para chicos.
En 2003 llega Ciudad del sol, la historia de Manuela, una estudiante que empieza a encontrar los porqué del suicidio de su madre, en un pasado celosamente guardado, con un elenco importante como Darío Grandinetti, Jazmín Stuart, Leonor Manso, Luis Luque, Nicolas Cabré, Patricio Contreras, entre otros. Su último film fue La patria equivocada, en 2011, en la que Clarita se enamora de Clorindo y abandona su bien posicionado hogar para dedicar su vida a su marido, desertor del ejército, y a sus ideales. Luego de la muerte de Clorindo, busca otro destino para su hijo. Los descendientes de esta familia, irán recorriendo la historia de la construcción de la Argentina atravesada por el orgullo, la pasión y la venganza. Con Juana Viale como protagonista.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Convivencia
Año: 1993
Duración: 97 min.
País: Argentina
Dirección: Carlos Galettini
Guion: Carlos Galettini, Luisa Irene Ickowicz
Reparto: Luis Brandoni, José Sacristán, Cecilia Dopazo,
Betiana Blum, Víctor Laplace.
Música: Oscar Kreimer
Fotografía: Félix Monti







