SINOPSIS
Brian Fitzgerald "Fitzcarraldo", un
excéntrico y megalómano hombre de negocios obsesionado con la ópera, ha ido
perdiendo su prestigio y su fortuna en absurdas empresas sin futuro. Su último
proyecto consiste en construir un teatro de ópera en un poblado peruano a
orillas del Amazonas; para conseguir el capital necesario para financiar tan
magna empresa se dedica al comercio del caucho. Su extravagante plan exige
sacar del río un gran barco fluvial y transportarlo hasta la cima de un monte.
(FILMAFFINITY)
EDITORIAL
¿Será por nuestros sueños que destruimos todo a cada paso? ¿O por simple ambición? Acechamos al mundo desde nuestra propia creación. Nos transformamos en los habitantes de un planeta que grita sus miedos y sus angustias. Nos creemos los mismos dioses que hemos inventado y más. Y hasta iremos en busca de otro planeta porque este ya lo estamos terminando de aniquilar. Esa locura tan nuestras nos invita a ir por todo. Sabernos finitos nos obliga a que el “como sea” se transforme en religión. Y así, mutilamos civilizaciones de miles de años. Y en nombre de esos dioses creados por nosotros mismos, o mejor dicho, de los dioses que nos convienen. ¿Quién nos juzgará? Será la propia naturaleza enviando sus fuerzas imposibles de detener. Serán el fuego y el agua los aliados para ponernos en penitencia. Y ahí ni el poder ni el dinero podrán cambiar el rumbo.
Para la
naturaleza, el burgués será igual que el nativo y el oro no servirá para nada.
Asistiremos al entierro de nuestra especie más temprano que tarde. Rociaremos
con nafta cada músculo para que se desgarre por dentro. Exhumaremos sus almas
para que se alcen hasta el cielo como símbolo del perdón divino. Un perdón que
esperamos cuando ya lo hemos arruinado todo. Cuando abrazamos esa idea estúpida
de sentirnos impunes. ¿Habrá tiempo para volver a intentarlo? ¿Para pensar que
solo somos simples humanos y cumplir con lo que la naturaleza nos legó? ¿A ser
sólo un cuerpo que habita y un corazón que ama? La batalla está casi perdida y
parece imposible. Quizás ese sea nuestro último logro, la conquista de lo inútil.
Marcelo
De Nicola.-
Canción
post editorial
IMPRESIONES
SOBRE FITZCARRALDO
La palabra, evidentemente, nos excede. Huir de la dictadura que aquel virus impone, bien sabemos, roza lo inocente. Estamos sometidos a ser dentro del texto, dentro de lo dicho, estamos condenados a no ser más que palabras. Nada existe fuera del texto, sostenía Jaques Derrida. Lo innombrable es categóricamente disuelto en su entidad. No hay verdad que no pueda ser enunciada, somos estrictamente hablados por el lenguaje. ¿Pero cuál es esa voz que nombra lo real? Si el lenguaje es un sistema social creado con leyes particulares, ¿cómo es entonces que algo tan preciado como lo real pueda definirse en tal inestable ecosistema? ¿Cómo puede existir una verdad, en un mundo formado de palabras abstractas cuya única relación con aquello que nombra deviene de la arbitrariedad? ¿Quién da valor a aquellas sombras que enuncian? ¿O será que la verdad es simplemente una aproximación alegórica, un simple reflejo de la cosa? Nadie llega a conocer nada, nadie llega verdaderamente a la cosa. Las palabras nos llevan por caminos sin salida que satisfacen nuestra ociosa ansiedad de conocimiento, pero, en definitiva, todo puede ser siempre definido de otro modo. La verdad, es un ejército de metáforas en permanente estado de combate, aseguraba un amigo de este programa, y, como bien sabemos, una batalla por el sentido es siempre una batalla por el poder, es siempre una cuestión política.
En este contexto así planteado, con la mano ya servida de esta manera, ¿Cómo entonces podríamos apropiarnos del lenguaje? ¿Cómo podríamos revelarnos ante el poder indiscutible de lo dicho, y peor aún, ante el determinismo absolutista de lo repetido? ¿Cómo llegar al otro, a ese otro que por ser hablado nos huye, ese otro que se nos escapa en la incertidumbre propia de los interminables reflejos de un laberinto de espejos? El otro es entonces, un imposible. ¿Pero no es aquella imposibilidad que el otro representa una invitación al propio abismo? Lo imposible es el límite de la experiencia, todo lo que lo exceda se desarrollará siempre en el plano de lo no experimentado, de la no experiencia. Transitar lo imposible es salir del código. Es un ataque directo a lo establecido, es destrozar por completo el paradigma de lo real, es desafiar directamente a aquello que llamamos poder. Derrida, definía a la filosofía como una experiencia de lo imposible y con ello se apartaba de los lugares hegemónicos que sostenían la utilidad de la filosofía en sus términos tradicionales. Apartarse de aquellos límites instituidos, es entender definitivamente que no hay verdades comprobadas pero sí mentiras evidentes, es entonces, darle lugar a lo imposible. Pero aclaremos algo, lo imposible no implica solamente la ausencia de posibilidad. Lo imposible es el anhelo último de nuestra condición finita que tiene que vérselas toda su existencia con aquella imposibilidad. En ese anhelo, sobre esa condición, se erige Fritzcarraldo. Klaus Kinski, bajo la pluma y dirección de nuestro querido amigo Werner Herzorg, construye un personaje que narrará un relato sobre lo imposible.
En aquella simpleza se esconde la gema preciosa de esta película. Alrededor de aquello tan cotidiano, tan humano, ronda la historia que esta súper producción intenta soslayar interponiendo subtramas tan llamativas como confusas, fotografiando maravillosos colores de manera tal que parecieran jamás visto por el ojo humano, relacionando otredades tan distantes que las creeremos opuestas. El relato expondrá los objetivos del héroe naturalmente dentro del primer acto. Volveremos con seguridad sobre ellos porque creeremos no haberlos entendidos. Allí empezará a jugar con nosotros Herzog. Aquello que creeremos absurdo, será la conquista de lo inútil, será el relato de lo imposible, porque el propio Werner es, claro, el director de lo imposible. Basta revisar su filmografía, tanto de ficción como la de documental, para entender rápidamente la constante de esta temática, la obsesión minuciosa sobre la narración de esta dificultad. Es entonces de esta manera que este valioso director nos demuestra su batalla contra el poder, contra los límites establecidos por las instituciones, contra las bases normalizadoras de la narrativa de toda experiencia. El modo de trabajo de este artista sobre lo real, sobre la verdad representada en pantalla, es una de las particularidades de su estilo. Herzog trabajará en locaciones reales, con actores y actrices autóctonos, evitando en la medida de lo posible, el uso de efectos especiales, dato no menor al hablar justamente de una película que se plantea como eje temático la acción de cruzar un barco de varias toneladas sin ser desarmado por encima de una montaña.
Lo imposible estará presente a
cada instante, en cada escena de Fritzcarraldo.
La fotografía del film será otra de las maravillas que esta obra expone. Habrá
encuadres que serán dignos de ser detenidos para contemplar con detenimiento su
perfecta composición, el equilibrio exacto en la distribución de los objetos
dentro del cuadro, y por supuesto, claro, la iluminación barroca que nos
recordará sin duda a las obras desafiantes del artista Caravaggio. El protagonista será un tipo que a pesar de todas las
dificultades, dejará su vida en la búsqueda de su deseo. En demostrar que otra
realidad, que otra manera de significación, siempre es posible. Eso lo
convertirá en un temerario dentro de un mundo de cobardes que piensan solo
hasta donde otros le permiten. Como bien sabemos, queridos amigas y amigos, el
que arriesga poco, siempre gana poco. ¿Dónde guardaran sus deseos esos tipos
que transitan solo lo posible, que no huyen de sus propias prisiones por temor
al sueño de aquello que les juraron inalcanzable? Recuerdo aquel grito de otro
tipo temerario, ese que nos decía con furia: seamos libres que lo demás no importa nada, cuando el poder había
depositado nuestra libertar en el plano, justamente, de lo imposible. Por esos
tipos, existen estas obras y estos directores. Por aquellos personajes que
siguen adelante cuando aquello que les muestran como realidad no les basta.
Lucas Itze.-
Canción post impresiones
UNIVERSO
HERZOG
Nació en Munich el 5 de
septiembre de 1942, creció en el seno de una familia muy pobre. Herzog creció
sin radio ni cine, en pleno contacto con la naturaleza, en una granja, alejado
del mundo moderno. Según afirma el propio director, no tuvo conocimiento de la
existencia del cine hasta los once años, la misma fecha en la que vio por
primera vez un coche. A los 17 años hizo su primera llamada telefónica. A los
trece años se trasladó a Múnich para iniciar sus estudios secundarios. Su
familia se alojó provisionalmente en una pensión donde, casualmente, se
alojaba Klaus Kinski, actor que en un futuro sería clave en su
carrera cinematográfica. Durante su adolescencia, pasó por una etapa de gran
fervor religioso, llegando a convertirse al catolicismo, lo que provocó
discusiones con sus familiares, ateos convencidos. Por esta época empezó a
realizar sus primeros largos viajes a pie. Hacia los quince años atravesó media
Europa, desde Múnich hasta Albania. También hizo caminando el viaje que lo
llevó a Grecia. Hacia los 17 años decidió dedicarse al cine. Para pagarse sus
películas, trabajó en diversos oficios, que combinaba con sus estudios
secundarios y más tarde universitarios. Se matriculó en Historia, Literatura y
Teatro en Múnich. Hacia 1960 obtuvo la beca Fulbright para el Seminario de cine
de la Universidad de Duquesne, en Pittsburgh
(Estados Unidos). Su primer film fue un corto documental titulado Heracles en
1962, donde hacía un paralelismo entre Heracles y los musculosos fanáticos del
gimnasio. Su primer filme de ficción fue Signos de vida (1968).
Las películas posteriores confirmaron su carácter visionario y su atención por
lo irracional y por las realidades marginales, rasgos bien visibles en títulos
como También los enanos comenzaron pequeños (1970),
protagonizada por enanos, o documentales como Fata Morgana y Tierra
de silencio y oscuridad (1972). El éxito internacional le llegó
con Aguirre, la ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), poderoso
film en el que su actor-fetiche Klaus Kinski interpreta al conquistador español
Lope de Aguirre.
El film lo consolidó como uno de los más
importantes directores de Nuevo Cine Alemán, junto a Wim Wenders,
Rainer W. Fassbinder, Volker Schlöndorff y Reinhard Hauff. El director
consolidaría su reputación con el asombroso documental El gran éxtasis
del escultor de madera Steiner (1973-1974). Le siguieron Corazón
de cristal (1976), La Balada de Bruno S. (1997), Nosferatu, vampiro
de la noche (Nosferatu, Phantom der Nacht, 1978), en la que recreó la
clásica versión fílmica de Drácula rodada en 1922 por Friedrich Wilhelm
Murnau, Woyzeck (1979), basada en una pieza teatral inconclusa
de Georg Büchner, y Fitzcarraldo (1982), historia de un
excéntrico empresario del caucho obsesionado en construir una ópera en plena
selva amazónica. De sus últimos títulos cabe destacar Donde sueñan las
hormigas verdes (1984), Cobra verde (1987) y Grito
de piedra (1991). Werner Herzog ha dirigido también montajes
teatrales, en especial de óperas: Doctor Fausto (1985), Lohengrin (1987)
y Juana de Arco (1989). En la década de los noventa realizó
documentales para el cine y la televisión: En las puertas del infierno (1992), The
Transformation of the World Into Music (1994), Little Dieter
Needs to Fly (1997) y Mein liebster Feind (1999). Ya
en el siglo XXI llegaron documentales como obras de ficción entre las que
encontramos The White Diamond, La salvaje y azul lejanía, Grizzly Man, Rescate
al amanecer, Hijo mío, hijo mío ¿que has hecho?, la remake de Un
maldito policía, La cueva de los sueños olvidados, Hacia el infierno, Meeting
Gorbachov o Fireball, visitantes de mundos oscuros, su último documental.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Fitzcarraldo
Año: 1982
Duración: 157 min.
País: Alemania del Oeste
Dirección:
Werner Herzog
Guion: Werner Herzog
Música: Popol Vuh
Fotografía: Thomas Mauch
Reparto:
Klaus Kinski, Claudia Cardinale, Paul Hittscher, Miguel Ángel Fuentes, José
Lewgoy.