SINOPSIS
Una pareja sin hijos descubre un misterioso recién
nacido en su granja de Islandia. El potencial de crear una familia les trae
mucha alegría, pero también podría destruirles. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
El mal es un límite. El infierno, por ende, también lo es. ¿Pero cuál es ese límite? ¿Cómo será esa línea que nos separa de lo que somos, ese abismo donde habita la no experiencia? Porque después de todo, cruzar un límite nos arroja de lleno al plano de aquello que jamás hemos experimentado. ¿Cómo se sentirá el peso de ese paso final, de aquel veredicto diabólico? Suponemos que la geografía del infierno es por lo menos pequeña. La vida infernal jamás podría imaginarse o conjeturarse bajo el cobijo de las grandes amplitudes o de las extravagantes puestas. La maldad es más bien corta. Una acción, un objetivo, un pensamiento y al girar la esquina, el aliento fétido de una tristeza inagotable, el helado río de lágrimas sin ningún tipo de consuelo nos recibirá para otorgarnos nuestro juicio final. Un infierno que golpee preciso, que nos enseñe el verdadero rostro del dolor sin prefacios ni preludios inoportunos. Así de drástica y directa debe ser la estepa infernal. Es importante aclarar, que el único infierno posible es el individual; con el tormento de nuestros propios miedos comiéndonos el cuerpo lentamente, como aquel Prometeo quien, tras haber robado el fuego, fuera condenado y encadenado desnudo en las montañas del Cáucaso, donde un buitre le desgarra de día su hígado, que insiste en regenerarse por completo todas las noches. La acción infernal carece bajo estricto mandato e inquebrantables reglas, de tramas complejas, de líneas de transiciones llevaderas, y de recorridos dramáticos pomposos y desarrollados. La acción infernal no requiere narrativa. Es acción pura, es ser siendo.
Es el instante apabullador, ese ápice vertiginoso que no
precisa de sorpresa alguna, porque bien sabemos que el peor de los infiernos es
aquel que ya conocemos. Ese dolor atemorizante que entendemos y desarrollamos
como límite, que nos declara inapelablemente humanos. Los pecados, queridos
compañeros y compañeras, se pagan en vida. El infierno, entonces, nos reafirma
en nuestra condición humana, en nuestra insoslayable naturaleza de límite, de
espectro arrojado al inefable perímetro gris que separa al significante del
significado, que divide de manera inexplicable y arbitraria a la idea de la
cosa, nos asienta, inexorablemente, en la monstruosa condición de entes
arrojados a esta desoladora mixtura indefinible que no es ni infierno ni
paraíso y, por supuesto, mucho menos purgatorio. Es a ese pequeño espacio sin
tiempo que, tal vez, seremos arrojados por mucho que mintamos benevolencias o
por mucho que peinemos buenas intenciones. El sufrimiento siempre es tanto que
nos cabe entonces la duda sobre si ya no habremos sido, en definitiva, librados
a nuestra suerte infernal. Que esta vida absurda que vivimos, que estos amores
para siempre que se terminan todo el tiempo, que estos amaneceres que no temen
con seguir adelante ante la fría ignorancia de nuestras derrotas, no son ya el
diseño mismo del averno para nosotros reservado. La verdad, es que nunca lo
sabremos, porque es en ese mismo paño donde se discute aquel conflicto eterno
entre la razón y la fe, el gran debate humano por la trascendencia. El infierno
o el paraíso nos alcanzaran de cualquier modo. aunque ante su aparición no
sepamos ponerle ningún nombre. Llegado el momento, pagaremos, porque, si de
algo estamos seguros es que lo único que nos queda siempre es pagar. Saldaremos
la cuenta que debamos y nos iremos sin ninguna urgencia, con lo que nos quede
dignidad sobre los hombros, en busca, claro, del próximo bar.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE LAMB
Aceptar el dolor puede llegar a ser imposible. Convivimos con él, tratamos de ocultarlo y mantenerlo al margen de nuestra vida. “Si nuestra existencia no tiene por fin inmediato el dolor, puede afirmarse que no tiene ninguna razón de ser en el mundo. Porque es absurdo admitir que el dolor sin término que nace de la miseria inherente a la vida y que llena el mundo, no sea más que un puro accidente y no su misma finalidad. Cierto es que cada desdicha particular parece una excepción, pero la desdicha general es la regla”. Así abre su libro Los dolores del mundo el filósofo Arthur Schöpenahuer. Allí, afirma también que las alegrías y los placeres no dejan huella como si lo deja el dolor. Para entenderlo, vayamos a esta parte del texto. “Sentimos el dolor, pero no la ausencia de dolor; sentimos el cuidado, pero no la falta de cuidados; el temor, pero no la seguridad. Sentimos el deseo y el anhelo, como sentimos el hambre y la sed: pero apenas se ven colmados, todo se acabó, como una vez que se traga el bocado cesa de existir para nuestra sensación. Todo el tiempo que poseemos estos tres grandes bienes de la vida, que son salud, juventud y libertad, no tenemos conciencia de ellos. No los apreciamos sino después de haberlos perdido, porque también son bienes negativos. No nos percatamos de los días felices de nuestra vida pasada hasta que los han sustituido días de dolor… A medida que crecen nuestros goces, nos hacemos más insensibles a ellos: el hábito ya no es placer. Por eso mismo crece nuestra facultad de sufrir: todo hábito suprimido causa una sensación penosa. Las horas transcurren tanto más veloces cuanto más agradables son; tanto más lentas cuanto más tristes, porque no es el goce lo positivo, sino el dolor, y por eso se deja sentir la presencia de éste. El aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita. Esto prueba que nuestra existencia es tanto más feliz cuanto menos lo sentimos, de donde se deduce que mejor valdría verse libre de ella”. Un poco pesimista el pensamiento de nuestro amigo alemán, pero no por eso correctamente cierto.
La pérdida, entonces nos hunde en un dolor eterno. La vida se transforma en una rutina gris, una autopista sin sorpresas que se transita de manera automática. Sólo un milagro parecerá confrontar ese dolor y regalar nuevas emociones. En ese mundo de miradas perdidas, días grises y paisajes enormes, habitan María e Ingvar, los protagonistas del film Lamb, del islandés Valdimar Jóhannsson. Ya desde los primeros minutos, tenemos que afinar el oído y la vista y prestar atención a lo que vemos. Y también a lo que no vemos. Si se dejan llevar por el palabrerío pensarán que están ante una película de terror, pero no les hagan caso. Como siempre decimos, abrazamos a esas personas que rompen con los géneros y transitan por diferentes vertientes. Jóhannsson forma parte del estilo de nuevos directores como Ari Aster o Robert Eggers, con quienes los emparenta ese Folk Horror que viene dando que hablar en los últimos años. La película abarcará una comunión entre la historia bíblica, la mitología nórdica y cierto surrealismo en medio de la naturaleza más agreste. El guión estará firmado por el director junto a Sjon, un poeta, artista y escritor islandés, creador de parte de la banda musical de Björk en Bailarina en la oscuridad de Lars Von Trier y guionista del reciente film The Northman (justamente de Eggers). Unos suspiros, unos pasos que acechan, será lo primero que oiremos, mientras la imagen es todo blanco en medio de una tormenta de nieve. Unos caballos corriendo cuando la cámara se acerca aparecerán a continuación. Una oveja, con cuernos de carnero (el Anticristo según la iconografía cristiana), será la próxima imagen. La primera referencia bíblica. Veremos un establo, otros pasos que se escuchan, animales nerviosos y una radio que ora las plegarias porque ya es Navidad… Segunda referencia y así podemos seguir enumerando varias más. El guion será lineal y el film estará contado en capítulos.
Luego de la aparición del letrero sobre el primero en cuestión, conoceremos a los protagonistas. Una pareja de pastores en medio de la inmensidad rural, entre vegetación y montañas, aislados de todo. Un lugar silencioso salvo por los ruidos de la naturaleza, tanto qué durante los primeros diez minutos, la voz en esa radio será la única que conoceremos. En uno de los primeros diálogos habrá una charla sobre viajes en el tiempo y ahí, en esas miradas, intuiremos que hay algo escondido en su alma. Por momentos la atmósfera se hace irrespirable, pero no sabemos porque… El film trabajará una fotografía sobria, una paleta de colores fríos, donde predominan los verdes y azules opacos y también el uso de grises. Esta ayudará a sentir ese invierno continuo del paisaje. La inmensidad de este se verá a través de planos generales. El director utilizará planos detalle y también planos y contraplanos entre los protagonistas, no solo humanos sino animales (nunca una mirada de una oveja dolió tanto…). La cámara se transformará además en un observador obsesivo. Habrá grandes interpretaciones de Noomi Rapace y Hilmir Snær Guðnason, la pareja protagonista, gracias a sus gestos y sus miradas. La banda sonora, como anunciamos al comienzo, será clave para escuchar pequeños sonidos que nos mantengan alerta todo el tiempo. La música acompañará sutilmente sin estridencias. El nacimiento de un pequeño cordero y la adopción de la familia como propio, serán la clave en la curva dramática de la película.
La aparición de este nuevo
ser, más el regreso de Petur, el hermano de Ingvar,
trastocarán la pacífica vida familiar. Y aquí la frase “Cordero de Dios, que
quita los pecados del mundo” se transforma en lo opuesto. Habrá desde allí una
tensión latente. Mientras pasan los minutos, el director nos irá revelando
ciertos secretos guardados. Entenderemos por que ciertas charlas, ciertas
miradas tristes y, sobre todo, ciertas actitudes. Desde la alegoría bíblica, se
mencionará al diablo como el creador del caos. Desde el punto más terrenal,
será una respuesta de la naturaleza en venganza de los humanos que intentan
apropiarse de lo suyo. Desde la mirada humana, estaremos ante una madre que
busca erradicar su dolor y volver a crear una familia, sea como sea. Se unirán
dos mundos, lo real y lo desconocido, el amor y el miedo, lo maravilloso y lo
temible y porque no, el pasado y el presente. Y ya no importa que de todo lo
que veamos es real. Lo cierto es que el caos empieza a reinar y el infierno se
vuelve más presente que nunca. Quizás, y rememorando a Tarkovski, de quien el film tiene también marcada influencia, se
necesitará un sacrificio para liberarse. Y por fin animarse a sonreírle al cielo,
para escapar de ese infierno.
Marcelo De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO JÓHANNSSON
Valdimar
Jóhannsson nació en el norte de Islandia el 28 de abril de 1978. Ha trabajado
en varios proyectos detrás de cámara, ya sea en iluminación, fotografía o
técnico de efectos visuales. Varios de esos trabajos fueron en Hollywood y en
su país, entre los que se destacan Rogue
One, La vida secreta de Walter Mitty, la serie LazyTown, Amundsen, Juego de
Tronos y Prometheus. En 2003 realizó su primer cortometraje titulado Pjakkur. Presentó su cortometraje Dolor en 2008 en el Festival
Internacional de Cine de Reykjavík. Del 2013 al 2015 participó en el programa
de Doctorado de Béla Tarr llamado Film Factory en Sarajevo. El primer
largometraje de Valdimar fue Lamb
(2021), que dirigió y escribió. Lamb arrasó en los Premios Edda 2022, ganando
12 premios, incluidos Mejor Película y Mejor Guión por Valdimar. Lamb también
ganó el Premio Un Cierta Mirada a la Originalidad en Cannes, el Premio de Cine
del Consejo Nórdico y fue preseleccionado para el Premio de la Academia a la
Mejor Película Internacional.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Lamb
Año: 2021
Duración: 106 min.
País: Islandia
Dirección: Valdimar Jóhannsson
Guion: Sjón Sigurdsson, Valdimar Jóhannsson
Música: Þórarinn Guðnason
Fotografía: Eli Arenson
Reparto:
Noomi Rapace, Hilmir Snær Guðnason, Björn Hlynur Haraldsson
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