Estados Unidos, década de 1970. Seguimos a Jack
durante un período de 12 años, descubriendo los asesinatos que marcarán su
evolución como asesino en serie. La historia se vive desde el punto de vista de
Jack, quien considera que cada uno de sus asesinatos es una obra de arte en sí
misma. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Varias veces en este mismo espacio hemos hablado sobre aquella idea de nuestro amigo Unamuno, que decía que el sentimiento trágico de la vida reside en entender y ser consciente de que nuestra existencia es finita. Vamos, que un día cualquiera, sin saber dónde, cuándo ni de qué manera, vamos a morirnos. Es en aquella compresión de la finitud de nuestro ser que agoniza, donde nace la angustia más profunda de todas, aquella que se lleva consigo el sentido de toda esta aventura. La angustia de sabernos atravesados por el tiempo y que nuestra función de permanencia este supeditada a aquella macabra variable tan acotada. Pensémoslo de este modo, la condición humana está estructurada en el segmento de la existencia de su ser por dos hechos absolutamente irracionales, azarosos e ilógicos y por eso, claro, también trágicos y angustiantes: nacer y morir. Venimos a este universo huérfanos de toda consulta y moriremos en la absoluta frialdad de la soledad y de lo efímero. Morir es siempre un acto solitario y sorprendente. Es aquella sorpresa de desconocer el trágico dato final la que agrega algo de macabro a toda esta historia. La que desdibuja la sonrisa de mi boca susurrándome al oído que la fiesta va a terminar. Y lo que es peor, claro, la que nos asegura a su vez, que también terminara para todos nuestros seres queridos. Que diferente seria conocer el cuándo o el dónde. Que delicado de su parte sería el tener la posibilidad de prepararse uno para aquella cita, de poder organizar de alguna manera aquellas cosas del vivir para dejarlas atrás de una vez para siempre. Que gesto de buen gusto el poder darnos la posibilidad de ese abrazo final, de decir esa palabra nunca dicha.
¿Pero qué
importancia tiene nuestra vida si después de todo, tal como dice el poeta, la
eternidad solo busca un paso en nosotros? ¿Qué importancia tiene nuestras
lágrimas de finitud, nuestra tristeza intima de saber que nada de lo que somos
o de lo que hemos hecho perdurara en el tiempo? La desazón de comprender que
todo morirá cuando nuestros ojos se cierren definitivamente para siempre. ¿A
quién puede importarle esta tristeza? ¿Por cuánto tiempo puede importarle a ese
puñado de tipos que mentirán un recuerdo, que nos traicionarán definitivamente
con su olvido? Tal vez morir, después de todo, y digo esto con profunda
humildad, sea la única esperanza verdadera. Aquella necesidad de eternidad solo
se saciará en la muerte. Será en la muerte donde siempre seremos, en ningún
otro lugar. En ningún otro estado. Allí estará nuestro único gran consuelo. La
dulce muerte como gran oportunidad para evadirnos finalmente de todas nuestras
absurdas responsabilidades. La bella muerte que purifica y que enloquece y
enferma los cuerpos. ¿Habrá arquitecto para semejante obra o estaremos
arrojados finalmente a la suerte de la locura a la que nosotros mismos hemos
contribuido? ¿Quién será el agente purificador que nos aleje para siempre de
esta pesadilla sin sentido, quién nos rescatará de este infierno de tiempos
diferidos donde la vida nos urge enceguecedora y apurada mientras que la muerte
nos llega tan callando, tan lentamente que es invisible ante la torpeza de
nuestros sentidos? Habrá una única mano destinada a cada uno de nosotros, que
nos quite el último de los suspiros. Su violencia desgarradora firmará para
siempre la fugacidad de nuestro destino y aquel instante divino, aquel ápice
desesperante ya sin tiempo, será el punto final del verso entre los versos que
supimos crear.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE LA CASA DE JACK
La perversión parece infinita. El mundo gira alrededor de ciertos dioses y diablos que están cortados por la misma tijera. La muerte no es ajena a todo esto. Busca en ellos sus más cercanos compañeros. La soberbia aparece como uno de los pecados capitales. Los dioses de carne y hueso suelen empatizar con ella. Y empatizan porque allí se sienten a gusto. Encontraron la mejor forma de embarrarse de frases cruelmente verdaderas. Escupieron el asado sin importar quién sea el invitado de turno. Se emborracharon de rabias y pasiones vulgares para gritarles a esos acartonados personajes cuál es la verdad. Ellos se sienten mejores que nadie, porque en cierto punto lo son. El egocentrismo los nubla, los provoca y también los irrita. Siempre blanco o negro, nunca gris, dijo alguien nacido en una villa que llegó a la cima del mundo. Ellos aman a su manera y muestran el odio de los jerarcas de turno. Esos jerarcas que no se animan a mirarlos a la cara, que los echan de la fiesta porque están mal vestidos o porque alguna verdad los ofendió súbitamente. ¿Cómo será estar en la cabeza de un egocéntrico con visión de genio? ¿Cómo será soportar el mundo enfrentando amores y odios? Ahí aparece de nuevo la perversidad… pero en modo de espía. Ellos saben que los demonios están en cada camino. Saben qué ante el pequeño paso en falso, los disparos llegarán desde todas las direcciones. Pero ellos, también, saldrán a provocarlos más y mejor que nunca. No se esconderán en su habitación o en su hotel de lujo. Bajarán nuevamente al barro y se enfrentarán cara a cara. Las esquirlas los astillarán de alguna manera, de eso no cabe duda. Pero el provocador, el genio, el egocentrista tiene algo que muchos mortales no tienen, hablamos de la osadía y la valentía. Vamos muchachos, hablamos de tener los huevos (o los ovarios) bien puestos y bancarse la que venga.
Y ahí es cuando nosotros, simples mortales, los aplaudimos de pie. Por jugársela a todo o nada. Por dejar la gloria acumulada en la mesita de luz y tirarse de nuevo a la pileta, sabiendo que igual puede estar vacía. Porque en cierto punto, el narcisismo es un arte. La mezcla de soberbia, egocentrismo, narcisismo y perversión sería una especie de pintura de Pollock, si lo relacionamos con el arte. Y cuando todo está en el mismo envase, todo es más trágico, más delirante, más inhumano. Porque en realidad, ese es el fiel espejo que refleja la sociedad, aunque nos hagan pensar otra cosa. Y en ese combo aparecerán ciertos nombres que harán que el caos reine. Que su virtud, además de esas condiciones innatas, es mostrar esa sociedad tan temida. Es exponer como el ser humano puede ser dios, el diablo y la muerte al mismo tiempo. Es llorar de tristeza en los 107 pasos finales de una penitenciaría o congraciarse con las idioteces de una comunidad. Es sacarle la careta a nuestro otro yo. En definitiva, es descubrir cada vez algo nuevo cuando Lars Von Trier nos muestra su universo. Porque egocéntrico, soberbio, narcisista y también genial es Jack, el asesino en serie del film La casa de Jack. Que no es otra cosa que el espejo del mismo Von Trier. El film comenzará con una charla en off entre dos personajes. Luego el director diseccionará la película, como su personaje a sus víctimas. Contará con 5 episodios y un epílogo. Matt Dillon se pondrá en la piel de un ingeniero que soñaba con ser un arquitecto para diseñar la casa de sus sueños.
Pero fracasó y se convirtió en un asesino que mata en defensa del arte, tanto buscará la perfección que se autodenominará Sr. Sofisticación. Una mujer que lo trata de cobarde será lo primero que veamos en esos raccontos. El segundo será más premeditado, pero mostrará su trastorno obsesivo compulsivo, otra cualidad que posee el bueno de Lars. El tercer incidente será atroz, recordando ciertas escenas del cine de Haneke. Jack dará muerte a su mujer y a sus hijos y a uno de ellos le practicará taxidermia para convertirlo casi en un muñeco de circo. En el cuarto incidente aparecerá ese Lars misógino y sexual que nos tiene acostumbrados. El quinto y último será su obra maestra, matar con una misma bala a varias personas a la vez. Pero al igual que el director, su personaje no es perfecto… y él se ríe de ellos. Siempre decimos que una película del danés no deja indiferente a nadie. Tendrá, como acostumbra, un guión perfecto con unos diálogos brillantes. La cámara se moverá con el mismo nerviosismo del personaje, ya que se acercará y se alejará en el primer plano de manera dinámica. Veremos las marcas de la casa en cada encuadre. Gozará de una fotografía con unos rojos remarcables, pero también con esos azules fríos y ese gris cuando empiece a estallar todo para volver a ese rojo infernal al final. Será arte puro. “Sin amor, no hay arte” dice uno de sus personajes. Y si hay alguien que ama el arte no hay duda que es Lars. Cada fotograma tendrá algo para decir. Evocará a diferentes pintores y los mezclará con la violencia. Habrá tiempo hasta para alguna imagen animada. Y en el medio, la confesión.
Llegarán imágenes de Hitler, Stalin, Mao o Mussolini
demostrando la maldad del ser humano, entre guerras y campos de concentración.
Mencionará el árbol de Goethe, donde
el poeta escribió alguna de sus obras, un roble que terminó al lado del campo
de concentración de Buchenwald. E
inmediatamente, como riéndose de que lo acusen de nazi, aparecerán personajes
de sus películas, con todo el sufrimiento a cuestas, desde la Bess
de Breaking The Waves hasta la Grace
de Dogville, pasando también por Nimphomaniac, Medea, Melancolía o Anticristo. Durante el quinto
incidente, Jack cometerá un último error y será entonces el momento en que
conoceremos a Verge, interpretado por Bruno
Ganz, esa voz que venimos escuchando desde el principio. Jack intentará
convencer a Verge que en verdad no es solo un asesino en serie, sino también un
artista, pero éste último sólo estará limitado a ser su Caronte. Así se conectará
La Divina Comedia de Dante como su guía a través del
infierno y el purgatorio en una imagen que rememora la pintura de La barca de Dante de Delacroix. Jack intentará no caer, pero
será en vano. El fuego lo consumirá todo y sólo ciertas almas podrán escapar
del infierno.
Marcelo De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO
VON TRIER
Nació en Copenhague
(Dinamarca) el 30 de abril de 1956. Lars von Trier fue uno de los creadores
de Dogma 95, un movimiento cinematográfico con el cual se llama al
regreso de historias más creíbles en la industria fílmica, al uso mínimo de los
efectos especiales. Empezó a fines de los 70 con pequeñas películas en su país
natal, y fue en el año 1984, cuando recién salido de la escuela de cine, empezó
a ser reconocido por la crítica. Con El Elemento del crimen, dio comienzo a la
trilogía Europa, que siguió con Epidemic en
1987 y que se cerraría con Europa en 1990. En 1996 lanzó otra
trilogía, a la que tituló Corazón Dorado, que arrancó
con Rompiendo las olas, con el que terminó de
afianzarse en todo el mundo. Luego llegó Los Idiotas en 1998,
y Bailarina enla oscuridad en 2000.
Otra trilogía iba a armar a partir del
2003, cuando con Dogville dio origen a la trilogía USA,
donde el director muestra el punto de vista del país americano. En 2005
filmó Manderlay, y se espera Washington, que nunca vio la luz. En
el medio filmó el documental Las
cinco obstrucciones,
junto al antiguo director Jorgen Leth. En 2007 filmó la única película que no
forma parte de una trilogía: El jefe de todo esto. Su nueva
trilogía se dio a llamar Trilogía de la Depresión y
comenzó con Anticristo en 2009, siguió con Melancolía en
2011 y en 2013 salió la polémica Nymphomaniac. En 2018 dirigió hasta ahora su último film,
titulado La casa de Jack, con Matt Dillon y Bruno
Ganz. En los años ´90 creó la miniserie El reino, sobre un
hospital que esconden secretos demasiado terribles que van saliendo a la luz.
El año pasado volvió con la tercera temporada luego de 25 años.
FICHA TÉCNICA
Título
original: The House That Jack Built
Año: 2018
Duración: 150 min.
País: Dinamarca
Dirección: Lars von Trier
Guion: Lars von Trier
Fotografía: Manuel Alberto Claro
Reparto: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Riley
Keough, Siobhan Fallon, Sofie Grabol.
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