SINOPSIS
El profesor
Borg, un eminente médico, debe ir a la ciudad de Lund para recibir un homenaje
de su universidad. Sobrecogido, tras un sueño en el que contempla su propio
cadáver, decide emprender el viaje en coche con su nuera, que acaba de
abandonar su casa, tras una discusión con su marido, que se niega a tener
hijos. Durante el viaje se detiene en la casa donde pasaba las vacaciones
cuando era niño, un lugar donde crecen las fresas salvajes y donde vivió su
primer amor. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Las paredes se resquebrajan. La pintura empieza a olvidar su color original. Ciertas telarañas se mecen al compás de una breve brisa. Un reloj empieza a anunciar el silencio. Las sirenas suenan con más fuerza. La muerte acecha y el día muere en su inocencia más cruel, más profunda, más insolente. De fondo la tv ataca. Con violencia. Con esa verborragia tan apabullante como mentirosa. Y las horas se hacen eternas. El tiempo empieza a tirar los dados y a esconder las cartas. Ya no tendremos el as bajo la manga. Será todo cuestión de azar o de destino.
La
cabeza mientras tanto sigue trabajando a mil. Los pensamientos se entrecruzan
como los malditos cables de esos auriculares vencidos. La música calma las
fieras y nos saca una sonrisa en medio de tanto caos. La rutina se vuelve
normalidad y los días parecen clonados. Una foto vieja yace en un cajón
olvidado. Recuerdos amarillentos vuelven a formar parte de la memoria. Y la
sonrisa de niño empieza a desaparecer como por arte de magia. Y cae la noche y
también las caretas. El reloj anuncia un nuevo amanecer y nada parece cambiar.
Solo las hojas del almanaque que caen apesadumbradamente. Ya sin ganas, como
ausentes de toda histeria colectiva. Gambeteando el final. Y huyendo del tiempo
que se obsesiona con seguir corriendo...
Marcelo De Nicola.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE CUANDO HUYE EL DÍA
En estos tiempos que nos toca transitar, donde la introspección es un puma escondido en las oscuridades de cualquier rincón, no está mal hablar del tiempo. Por lo general, en la niñez, el tiempo está vinculado a la esperanza. Por aquellas primeras épocas, donde el desengaño es un acorde que aún no nos han enseñado, tiempo y esperanza son la misma cosa. Luego pasaran los años y el presentimiento nos invitará a ir a menos, a apostar poco, a hacer del amor este almanaque obsoleto lleno de pretensiones. Ya no habrá aquella seriedad al jugar y todo estará atado a una regla, a una oscura y temible cadena. Están allí, abrazando nuestras piernas a cada paso, brillando en cada ritual, manteniéndonos fuera de los bares y del peligro. Porque lejos del peligro ya no seremos aquellas bellas panteras de miradas profundas y movimientos elegantes, con un instinto que lejos de detectar una oferta conveniente, nos salve la vida, la nuestra y tal vez, la de nuestra manada. En este sentido, mientras miramos de reojo nuestros propios tobillos, podemos aventurarnos brevemente a reflexionar sobre aquellas cadenas que construyen veredas rectas y generan esquinas arbitras. Uno de los grandes grilletes del hombre, tal vez sea el tiempo. Por más que queramos y lo deseemos con ganas ninguno o ninguna de los que hoy escuchamos o participamos de este programa podrá abrazarse a Eisenstein o gritarle en la cara todo su racismo a ese tipo que filmo películas con el nombre de Griffith. Ninguno o ninguna de los que estamos hoy acá, podrá avisarle a John que no firme ese autógrafo. Otro grillete es el espacio, claramente no podemos estar en dos lugares al mismo tiempo. Por compleja que sea la pirueta cósmica que realice quien les habla, jamás podrá estar diciendo estas zonceras en el estudio mientras lee recostado en su cama aquello escrito por Borges sobre que Chuang Tzu soñó que era una mariposa.
Y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre”. Finalmente, el otro de los grilletes es la lógica. Por mucho que gritemos en los bares discutiendo con nuestros amigos y amigas, Pi seguirá representando 3,141592 y esto será así por más que el dueño del boliche invite los tragos. Habiendo dicho esto, podemos entender que nuestro gran amigo Ingmar Bergman pensaba en las mismas cadenas cuando realizo este film maravilloso que hoy nos sienta alrededor de esta fogata, llamado “Fresas Salvajes” o como se conoció en Hispanoamérica, ciertamente con mayor gusto, “Cuando huye el día”. Estaremos, una vez más, frente a un film existencialista de aquel mago del guion, la puesta en escena y la fotografía llamado Bergman. El relato se centrara en Isak, un anciano profesor a quien una universidad nombrará como doctor honoris causa. En aquel suceso trascendental de su vida, se generará una introspección profunda que se servirá de herramientas surrealistas y romperá aquellas cadenas antes nombradas para ser narrada. Habrá existencia de bulto y no sombra de existencia según términos de Unamuno. Sera el propio Isak siendo interpelado e interpelando a su vez a su pasado. Todo este juego en aquel ápice vertiginoso del presente. El film poseerá una de las más maravillosas fotografías en blanco y negro que este pobre mortal haya visto nunca. La estructura narrativa falseará una linealidad que se verá rota en si misma cuando descubramos que es el pasado el que se inmiscuirá en el presente. El director nuevamente se servirá de manera exquisita del lenguaje audiovisual, de los tiempos teatrales (en ese tono estará resuelta la dirección de actores), de la profundidad en los diálogos, de la magia del monocromo para construir un relato sólido, profundo y sincero. Por allí andará un personaje que pensará que lo tendrá todo (reconocimiento, dinero, prestigio) y que se dará cuenta con el devenir del film que en realidad nada es lo que tiene. Será atacado en un descuido por los fantasmas del pasado que volverán sin ningún reparo ni escrúpulos a mostrarle de manera metafórica la mayoría de sus errores. Toda la película será un viaje interno de autoreconocimiento, de introspección, tal como lo describíamos en el inicio de este relato.
Si la película ha funcionado, es probable que nos invite de alguna
manera, o por lo menos nos tiente a recorrer el mismo camino que Isak. Quien
les habla los ha traicionado. Desde la miseria más profundo de los
sentimientos, desde la kermés misma del sentir, este aficionado al pensamiento,
a la retórica, ha intentado tal como Isak, volver. Aun habiendo repetido Ad
Nauseam desde este mismo micrófono que nadie vuelve a ningún lado. Que volver
nos está prohibido y que el que retorna nunca es aquel que debería sino siempre
otro. Hace pocos días, un amigo, un hermano me tendió su mano llena de magia y
abrió una puerta. Y allí, lejos de toda ley, de toda lógica, corrí nuevamente
como un nene con los cachetes rojos sobre un balcón frio y alto. Visité a mis
abuelos repletos de discusiones absurdas y reproches. Lloré un amor gélido,
egoísta, aquel triste amor que me encadenó a soñar con amar sin presentir.
Toqué con ternura aquellas puertas del espanto, del desencuentro que también
fueron puertas del deseo y del amor sincero. Aquella puerta de las lágrimas,
pero también de la alegría más profunda. Aquella puerta, aquel descanso que
ayudó a formar al tipo triste y descreído que hoy escribe. El tiempo fue
solidario conmigo, no puedo quejarme. Encontré una gran compañera y construimos
una bella familia. Una que jamás tuvimos las agallas de imaginar. Pero los
fantasmas seguirán estando allí, presos de nostalgia, haciéndose más poderosos
sin ninguna duda, cuando huye el día.
Lucas Itze.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO BERGMAN
Hijo de un pastor luterano y de una dominante madre
de origen valón, Ingmar Bergman nació en el seno de una familia muy estricta,
en la que la buena conducta y la represión de los instintos se consideraban
virtudes. No resulta pues extraño que, tanto él como su hermana Margareta, se refugiaran en un universo imaginario: juntos compraban trozos de película para
el proyector familiar y construyeron también un teatro de marionetas. Bergman
no contaba aún veinte años cuando dejó a sus padres para instalarse en
Estocolmo. Desde entonces, se dedicó al teatro universitario y fue en esta
época, entre finales de los 30 y comienzos de los 40, cuando entabló amistad
con Erland Josephson y Vilgot Sjöman. En 1942, tras el estreno de una de sus
obras, La muerte de Punch, Bergman fue invitado a formar parte del equipo de
guionistas de
Pero la obtención por parte de Sonrisa de una noche de verano del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1955, volvió a situarle en posición privilegiada en Europa y Estados Unidos y le permitió abordar un proyecto que acariciaba desde tiempo atrás: El séptimo sello (1956), alegoría sobre la vida y la muerte donde refleja a la vez su concepción afectiva e intelectual de Dios y su intuición del posible holocausto nuclear. El clamoroso éxito obtenido por el film ofreció la posibilidad de dirigir, uno tras otro, cuatro importantes títulos: el primero fue Fresas salvajes (1956), con el director de cine Victor Sjöstrom como protagonista. Bergman recurriría nuevamente a sus recuerdos de infancia para efectuar un acercamiento lúcido y benévolo a la vejez, con toda su carga de lamentos y recriminaciones. Rodó después En el umbral de la vida (1957), un ejercicio de apariencia más documental que disecciona las reacciones de tres mujeres ante la maternidad. En El rostro (1958), un mago que no es otro que el propio Bergman, se gana la vida fascinando al público y exponiéndose a la vez a sus sarcasmos. Finalmente, El manantial de la doncella (1959) es una cruel historia de violación, asesinato y venganza, basada en una balada medieval.
En el transcurso de los años siguientes, el estilo
de Bergman experimentaría un cambio sensible. El cineasta aborda una etapa
aparentemente austera. Una técnica más depurada y, una temática más profunda se
ponían al servicio de un pensamiento inquieto y desgarrado. Tras filmar El
ojo del diablo, llega la trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los
comulgantes (1962) y El Silencio (1963) que le permitió ajustar
cuentas definitivamente con su educación religiosa. Dejando a un lado su
preocupación por el lugar del hombre en el Universo para considerar el del
artista en el seno de la sociedad, Bergman, se convirtió en portavoz
intelectual de su tiempo, persuadido de que el ser humano había llegado a una
fase crítica de su evolución y de que la apatía del mundo moderno era tan sólo
el reflejo de un cierto desencanto. Luego dirige ¡Esas mujeres! parodiando
al cine de Fellini. Persona (1966), una obra profundamente marcada
por la influencia de Jung y el psicoanálisis, reunió a Bergman, que entonces
vivía en la desolada isla de Faro, con la actriz noruega Liv Ullman.
A su alrededor, el cineasta tejió en los años siguientes una serie de dramas que destacan por su crudeza y violencia, como La hora del lobo (1967), Vergüenza (1968) o Pasión (1970), que fue la primera en color. En 1971, Bergman rodó en inglés La carcoma, con Elliot Gould, que supuso un completo fracaso comercial. Por contra Gritos y susurros (1972), alucinante estudio en blanco y negro de los últimos días de vida de una mujer enferma de cáncer y del comportamiento de sus hermanas, es encumbrada como una de sus obras maestras. El director sueco siempre fue consciente del impacto de la televisión, y desde 1969, año en que realizó El rito para la pequeña pantalla, mantuvo una relación fluida con el medio, también destino original de Secretos de un matrimonio (1973) y la adaptación de La flauta mágica (1974). En 1976 dirigió Cara a Cara, y luego un escándalo fiscal llevó a Begman a exiliarse en Munich, donde dirigió para Dino de Laurentiis El huevo de la serpiente (1977), ambiciosa reconstrucción del Berlín inmediato a la posguerra. La película se hizo eco del desasosiego y las preocupaciones del realizador como ocurrió también en De la vida de las marionetas (1980), donde se reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido por la sociedad. En 1978 dirigió Sonata de otoño, con la que tuvo varias nominaciones. En 1982, presentó Fanny y Alexander y anunció que sería su última producción para la pantalla grande. Fuertes connotaciones autobiográficas aclaran retrospectivamente los temas de su obra: la fascinación por el mundo de los actores, el temor a los tabúes religiosos, la complicidad con el universo femenino, el descubrimiento de la muerte... Todo dentro del marco de una gran familia de Upsala a principios del siglo XX, visto a través de los ojos de un niño de doce años que, una vez más, puede considerarse el alter ego de Bergman. A partir de entonces, trabaja regularmente en el medio televisivo, para el que dirige títulos como Después del ensayo (1983), Los dos bienaventurados (1986), En presencia de un payaso (1997), o Saraband mientras que sus guiones son llevados al cine por otros cineastas, generalmente cercanos a su entorno, como su hijo Daniel Bergman, firmante de Niños del domingo (1992), el danés Bille August, que trasladó a la pantalla Las mejores intenciones (1992), y su ex-compañera sentimental, la actriz y directora Liv Ullman, realizadora de Confesiones privadas (1997) e Infiel (2000). Bergman falleció el 30 de julio del 2007, el mismo día que se otro grande del cine europeo: Michelangelo Antonioni.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Smultronstället
Año: 1957
Duración: 90 min.
País: Suecia
Dirección: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Música: Erik Nordgren
Fotografía: Gunnar Fischer (B&W)
Reparto: Victor
Sjöström, Bibi Andersson, Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Folke Sundquist,
Björn Bjelvenstam, Naima Wifstrand, Jullan Kindahl, Max von Sydow, Ake Fridell