SINOPSIS
Adaptación de la
famosa novela de Bram Stoker que toma como punto de referencia la insuperable
adaptación de Murnau. Jonathan Harker viaja desde Wismar a Transilvania para
visitar el castillo del legendario conde Drácula, a quien pretende venderle una
mansión en su ciudad. Atraído por una fotografía de Lucy, la mujer de Harker,
Nosferatu parte inmediatamente hacia Wismar, llevando con él la muerte y el
horror. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Más de una vez hemos citado en este espacio a nuestro gran amigo Miguel de Unamuno, el inmenso filósofo de Salamanca, quien escribiera aquella obra fundamental llamada El sentimiento trágico de la vida. Allí el pensador desarrolla esa idea esencial sobre el trágico sentimiento que deviene de reflexionar y concientizarse respecto de la finitud de la existencia. Ahí, sin lugar a dudas, el fin de cualquier fiesta, allí el desvanecimiento irremediable de toda sonrisa. El sentimiento trágico de la vida es un libro sobre el tiempo y sus angustias. Es un texto sobre la muerte y lo inevitable, sobre lo absoluto. Nacemos con la única certeza de morir, o dicho de otro modo: La condición humana está estructurada en el segmento de la existencia de su ser por dos hechos absolutamente irracionales, azarosos e ilógicos y por eso también trágicos y angustiantes: nacer y morir. Antes y después de aquello la nada, la no expresión, el no verbo, el no ser, la ausencia cabal e inapelable, el abismo mismo. Instantáneamente ante la idea consciente e insoportable de finitud deviene casi por reflejo aquella otra de la eternidad. La eternidad, claro, no es ninguna esperanza, la vida del eterno es casi igual de miserable como la de aquel otro finito. El eterno siempre va a menos, siempre apuesta y arriesga menos. En su condición, basta sentarse a esperar que todo pase. Todas las oportunidades, todas las vidas y todas las aventuras son posibles para aquel que no perece. Pero lo cierto es que hay necesidad de un fin para que todo se estructure. Aunque duela y angustie nuestra historia precisa de un punto final.
Después de todo es sobre el tiempo donde desarrollamos una identidad, la construimos sobre la centralización narrativa de experiencias pasadas, pero también sobre la narración especulativa de lo que se continuará siendo. Unamuno nuevamente. Pensar al tiempo, darle una entidad de pasado, presente y futuro, darle una lógica, es nada más y nada menos que volverlo ilógico. Pensar al tiempo es descubrirlo irracional, es comprender que es imposible afirmarnos en un presente, en un ahora. Aquel ahora, ese ápice vertiginoso como lo nombraba Jorge Luis, nos huye. El pasado no existe, no es, porque ya ha transcurrido, es nada. El futuro tampoco es porque no ha transcurrido, es una proyección propia y personal, una intromisión desesperada del almanaque. El presente, tal como dijimos, se nos escapa, es inhabitable e inaprensible, es el punto de encuentro entre el pasado y el futuro, es el crudo cruce entre dos nadas. Pensar el presente es hacerlo siempre desde el pasado, es una construcción fantasiosa sobre la que nos proyectamos y desde la que construimos existencia y también lenguaje. El presente es nada, no hay ahora. Aun así, el tiempo se sucede por una gracia inexplicable, y esta gracia puede convertirse en una condena. El futuro, asimismo, es una proyección que realizamos desde nuestra propia acumulación de pasado, pero aquella imagen especulativa, construida con lo que nos falta en el presente, tampoco la habitaremos jamás. Esa tal vez sea una buena noticia. El futuro nunca va a encajar con la imagen que diseñemos de él y es en aquella incongruencia cuando deviene la sorpresa.
Hay algo abierto en el futuro, inaprensible, inapropiable
que nos hace seguir siendo libres. Es por eso que las almas cobardes ensayan
aquel futuro inventado, ese espacio que es todo posibilidad, a través de la
esperanza. Matar la sorpresa es buscar reafirmar un ahora que no existe, es
intervenir el futuro por temor al desconcierto
El ser humano como especie no es origen ni final, es tránsito, y eso es un golpe a nuestro narcisismo. Un tránsito
entre el animal y la técnica. Nietzsche
dice que el futuro está en la niñez, en la recuperación de sus valores, de
nuestra relación con la contingencia, que allí es donde hay que ir
buscarlo. Decía Federico que: Crecer es recuperar la seriedad con la que
jugábamos cuando éramos niños. Este dicho que brilla por su simpatía y
sonoridad, que parece engolosinarnos de nostalgia, rompe descaradamente con una
forma canónica de ver el tiempo. El futuro no está adelante, es hacia atrás a
dónde vamos. Pero no físicamente, claro, sino en la búsqueda urgente de aquella
libertad salvaje en donde entendemos que todo puede ser de otra manera. La
muerte final de toda categoría. Deconstruir el presente para que el futuro nos
sorprenda, no esperarlo jamás con aquel
manual de sensaciones e intenciones. Nada está escrito y nada debe ser
de una forma determinada. Nada debe ser. El
futuro es nuestro patio de juegos.
Lucas Itze.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE NOSFERATU
“La soledad, el sentirse y el saberse solo,
desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de sí, no es característica
exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su vida, se
sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del
que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La
soledad es el fondo último de la condición humana. El hombre es el único ser
que se siente solo y el único que es búsqueda de otro. Su naturaleza -si se
puede hablar de naturaleza al referirse al hombre, el ser que, precisamente, se
ha inventado a sí mismo al decirle "no" a la naturaleza - consiste en
un aspirar a realizarse en otro. El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión.
Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como
soledad". Así arrancaba el poeta Octavio Paz su apéndice
Desde siempre, la historia de
Drácula fue algo terrorífico. Aunque el libro de Bram Stoker nos enseñe más de amor que muchos poetas. En
La fotografía de Jörg
Schmidt-Reitwein será clave para darle ese cambio tan herzogniano al film.
La niebla constante en la ciudad, el blanco angelical que rodea a Lucy y la
paleta de grises, conjugando todo con las luces y sombras que envuelven cada
aparición del Conde serán de una belleza magistral. Tan magistral como la banda
musical, esas marchas fúnebres que pasan desde el clásico Wagner a la popular banda Popol
Vuh, quienes eran habituales colaboradores de Herzog (Aguirre o Fitzcarraldo,
por ejemplo). Por su parte, el guión irá creciendo de forma dosificada,
generando un aumento de emociones sobre la parte final del film. Los planos
cenitales que muestran la ciudad fantasmagórica se yuxtaponen con tomas
generales, como esa primera aparición del conde entre las sombras, cuando se
abren las puertas de su castillo. Pura magia al servicio del espectador. La cámara
por momentos se alejará y en otros se acercará, creando ese clima
documentalista que tan bien conoce. También utilizará travellings para recorrer
una ciudad afiebrada, moribunda, enferma. “La ausencia del amor, es el peor de
los dolores” reza el Conde. Y contra ese dolor no hay antibiótico que sirva.
Llegarán las ratas invadiéndolo todo, llegará la peste, el tenue sol dictará el
final y llegará la muerte siempre bien predispuesta. Tendremos un choque de
sensaciones: la pulseada del clásico final feliz contra la tristeza
irremediable, una ambigüedad moral. Será ahí que entenderemos que la soledad
también mata más que la mismísima muerte. Habrá un giro final para que Herzog
se salga con la suya. Habrá un film en el que el terror más profundo es la
falta de amor. Y eso, en las noches de soledad, es lo más difícil de digerir.
Marcelo De
Nicola.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO HERZOG
Nació en Munich
el 5 de septiembre de 1942, creció en el seno de una familia muy pobre. Herzog
creció sin radio ni cine, en pleno contacto con la naturaleza, en una granja,
alejado del mundo moderno. Según afirma el propio director, no tuvo
conocimiento de la existencia del cine hasta los once años, la misma fecha en
la que vio por primera vez un coche. A los 17 años hizo su primera llamada
telefónica. A los trece años se trasladó a Múnich para iniciar sus estudios
secundarios. Su familia se alojó provisionalmente en una pensión donde,
casualmente, se alojaba Klaus Kinski, actor que en un futuro sería
clave en su carrera cinematográfica. Durante su adolescencia, pasó por una
etapa de gran fervor religioso, llegando a convertirse al catolicismo, lo que
provocó discusiones con sus familiares, ateos convencidos. Por esta época
empezó a realizar sus primeros largos viajes a pie. Hacia los quince años
atravesó media Europa, desde Múnich hasta Albania. También hizo caminando el
viaje que lo llevó a Grecia. Hacia los 17 años decidió dedicarse al cine. Para
pagarse sus películas, trabajó en diversos oficios, que combinaba con sus estudios
secundarios y más tarde universitarios. Se matriculó en Historia, Literatura y
Teatro en Múnich. Hacia 1960 obtuvo la beca Fulbright para el Seminario de cine
de
El film lo consolidó como uno de los más
importantes directores de Nuevo Cine Alemán, junto a Wim
Wenders, Rainer W. Fassbinder, Volker Schlöndorff y Reinhard Hauff. El
director consolidaría su reputación con el asombroso documental El gran
éxtasis del escultor de madera Steiner (1973-1974). Le siguieron Corazón
de cristal (1976),
Werner Herzog ha dirigido
también montajes teatrales, en especial de óperas: Doctor Fausto (1985), Lohengrin (1987)
y Juana de Arco (1989). En la década de los noventa realizó
documentales para el cine y la televisión: En las puertas del infierno (1992), The
Transformation of the World Into Music (1994), Little Dieter
Needs to Fly (1997) y Mein liebster Feind (1999). Ya
en el siglo XXI llegaron documentales como obras de ficción entre las que
encontramos The White Diamond, La salvaje y azul lejanía, Grizzly Man, Rescate
al amanecer, Hijo mío, hijo mío ¿que has hecho?, la remake de Un
maldito policía, La cueva de los sueños olvidados, Hacia el infierno, Meeting
Gorbachov o Fireball, visitantes de mundos oscuros, su último documental.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Nosferatu: Phantom der Nacht
Año: 1979
Duración: 106 min.
País: Alemania del Oeste (RFA)
Dirección:
Werner Herzog
Guion: Werner
Herzog. Libro: Bram Stoker
Música: Popol Vuh
Fotografía: Jörg Schmidt-Reitwein
Reparto: Klaus
Kinski, Isabelle Adjani, Bruno Ganz, Jacques Dufilho, Roland Topor, Walter
Ladengast, Dan van Husen, Jan Groth, Carsten Bodinus, Martje Grohmann
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