SINOPSIS
A finales de la
Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A
pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues,
engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como
esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Aun con los ojos vendados podía verlo. Estaba seguro de sus labios finitos y de su corta visión del ojo derecho. Todos sus golpes caían en diagonal sobre mi costado diestro. Tenía la mano pesada, aun con sus sesenta y pico, y disfrutaba con el dolor que le causaban sus nudillos hinchados. Se los masajeaba después de cada entrevista y sonreía. Sonreía con esos labios finitos y se masajeaba. Podía verlo aun con los ojos vendados. Mis ojos se inflamaban tanto que la venda generaba una presión tan insoportable que terminaba abriendo más mis heridas. Luego vomitaba del dolor y me desmayaba. Cuando se pasaba de rosca, dejaba desinflamar la mano por unos días y mandaba a hacer la entrevista a los milicos más jóvenes. Es evidente cuando uno solo cumple una orden y cuando uno disfruta realmente lo que hace. A los pibes les faltaba sadismo, porque pegar pegaba cualquiera, pero la piña que se goza, que se disfruta de verdad al pegarla, esa es la piña que realmente duele. No es un tema de fuerza sino de modos. Los miliquitos te salseaban, pero tenían la viveza de dejarte con aire, de dejarte despierto hasta el final de la entrevista. El Mudo no, y después de un tiempo en el pozo, entendí el por qué. Más allá del placer que aquel hijo de puta sentía, había algo que lo diferenciaba de los nuevos, de los miliquitos recién llegados. Él ya no esperaba respuestas. Los otros te daban y mientras lo hacían gritaban las preguntas. Te volvían a sentar, volvían a preguntar a los gritos y te volvían a dar. Era cíclico, tenía hasta cierto ritmo. En cambio, al mudo lo descubrías cuando tocaba la puerta. No había gritos, no se daba manija para llegar a la excitación necesaria para atenderte. No, el no hacia eso. El aire lo excitaba. El olor a mierda de la cueva, a sangre seca. Entraba en silencio, despacio y se sentaba a gozar de todo aquello. La humedad y oscuridad le armaban un escenario orgásmico. Se sentaba y se quedaba sin decir nada, sin hacer nada.
Solo estaba ahí y captaba todo el entorno con cada uno de sus sentidos. Le dedicaba ese tiempo. Yo las primeras veces no soportaba el silencio y me meaba encima del miedo. Eso le encantaba, aun con los ojos vendados podía verlo, se levantaba, corría la silla y caminaba hasta donde estaba yo. Se agachaba y con dos dedos tocaba el charco que había generado mi orina y frotándolos contra el pulgar lo olía. Recién ahí el mudo te atendía. Nunca fui creyente, pero no miento si digo que no recuerdo las veces que le pedí a dios morirme. Desmayarme y no despertar más. Terminar yo lo que ellos tarde o temprano terminarían. Pero siempre había otro puto día que le seguía al anterior. Siempre la consciencia volvía, el corazón seguía latiendo obsesivamente y el dolor te comía hasta las ganas de llorar. Después de un tiempo, que pudieron haber sido 4 horas o dos años, no lo sé, la cosa cambio. El mudo dejó de entrevistar y un buen día alguien me pregunto mi nombre para llevarme a una cárcel que quedaba en la provincia de Tucumán. Un tucumano bajito y gordo, vestido de cana, me descubrió después de no sé cuánto tiempo los ojos y su cara fue lo primero que vi. Tenía el pelo negro y no me miraba.
Me empujó dentro de la celda y se fue. La luz me causaba un dolor insoportable
en la vista. Veía borroso y solo de un ojo. El derecho no pude abrirlo más. En
la cárcel ya nadie te entrevistaba y te daban de comer. Un médico de ellos,
cana, se ocupó de devolverme cierta forma humana. Me cosió, me entablilló, me
enyesó la pierna derecha y el tórax, las costillas rotas hacían que casi no
pudiera respirar. Un tal Gellatti se apareció un día y después de todo un
discurso que casi no escuché me prometió que iba a poder irme, y cumplió.
Afuera la soledad era absoluta, la gente era toda desconocida, los amigos
estaban muertos y las direcciones ya no existían. No tenía dinero, tampoco techo
ni comida. Pero era libre… Me tendría que haber muerto. Dios resulto tan
pelotudo como los milicos por no matarme. Hoy camino entre la gente como un
fantasma, sin identidad ni forma. Por las noches, a veces todavía me acurruco
en alguna plaza y bajo la capucha de mi buzo hasta tapar mis ojos. Muchas veces
me parece escuchar al mudo moviendo la silla para sentarse enfrente mío sin
decir una palabra y el cuerpo entero se me caga de miedo. Pero al rato nomás se
me pasa y me duermo, porque yo tengo la certeza que aun con los ojos vendados,
podía verlo.
Lucas Itze.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE SANSHO, EL GOBERNADOR
Desde estas
trincheras siempre nos preguntamos hasta donde es capaz de llegar el ser
humano. El descubrimiento de nuevas tierras fue carne de cañón para que los
poderosos hiciesen y deshiciesen las cosas a su antojo. La llegada a África les
sirvió para lograr encontrar materia prima de primera mano. ¿Caucho, piedras
preciosas, nuevos tipos de maderas? No... lo más importante para los nuevos
reyes del mundo eran los seres de carne y hueso, los nadies que habitaban esas
tierras vírgenes de colonialistas. Así, se expandió el tráfico de esclavos a
distintas partes de Europa y luego, con el descubrimiento de América y la
aniquilación de los nativos, ese tráfico se intensificó mucho más. Aunque
parezca mentira, recién siglos después, en el año 1926, se firma en Ginebra,
Suiza, la convención sobre la esclavitud, un tratado internacional propuesto
por
En ese mundo horrible y opaco, la poesía muere antes de nacer. Pero son pocos quizás los artistas que pueden ver esa poesía aun en la misma muerte. Es por eso que Kenji Mizoguchi encontró en ese cuento escrito por Mori Ōgai, un poco de sol entre tanta oscuridad. Recordando quizás sus propias memorias, alguien que de niño que sufrió al ver que su hermana fuera vendida como geisha y que ya de hombre filmaba sus últimas grandes películas peleando contra una dura enfermedad que le ganaría la batalla. Toda esa lucha está presente en Sansho, el gobernador, filmada sólo dos años antes de su muerte. Si Kurosawa fue la maestría de planos y montaje y Ozu fue el fiel reflejo de la contemplación japonesa, Miyoguchi fue la mezcla exacta de esos dos genios. Cómo hablamos hace un tiempo en los Cuentos de la luna pálida, el director utilizará una hermosa fotografía en blanco y negro, nuevamente a cargo de Kazuo Miyagawa. Esta vez no servirá de partes más iluminadas o lúgubres como el film anteriormente mencionado sino que siempre seguirá una escala de grises. Si trabajará con la profundidad de campo como en casi toda su carrera. Además, encontraremos planos largos pero la cámara se moverá en forma lenta pero constante en varios pasajes del film. En muchos casos, como el comienzo en ese sendero del bosque, la cámara será testigo oculto hasta que alguien sale de cuadro y decide cambiar el plano o generar pequeños travellings para seguirlos. Los encuadres tendrán esa perfección japonesa y el montaje será más parecido al occidental que al oriental. No dudará en pasar de un plano general para mostrar la aldea a una cámara a la altura de ser humano para ver la violencia que se vive ahí dentro.
Será, también, una película de silencios.
La banda musical, con sonidos típicos de oriente, aparecerá en su justa medida,
para ciertos momentos en particular. Y habrá, como dice la canción, belleza en
ese caos. Encontraremos escenas de una poesía visual maravillosa aún en la más
terrible de las muertes. Estamos ante una historia de un padre exiliado, una
madre llevada a prostituirse y separada de sus pequeños hijos vendidos como
esclavos. Nada hermoso puede salir de ahí. Sin embargo, Mizoguchi logra
momentos de violencia que crean un quiebre emocional sin recurrir nunca a los
golpes bajos. El guión estará firmado por dos de sus colaboradores más
cercanos: Yoshikata Yoda y Yahiro Fuji. Yoda recordó alguna vez “Cuando me pedía escribir un guión, siempre
me decía: «No olvides el contexto social». Para nosotros, hombres de izquierda,
este aspecto era esencial. Durante toda su vida, Mizoguchi se rebeló contra la
fuerza y la opresión (…) Nunca cambió. Todos sus filmes abordan un problema
social”. Y eso estará todo el tiempo presente. Elegirá ciertos raccontos para
recordar el pasado y se apoyará en las elipsis temporales para continuar la
historia. Nos sumergirá de lleno y nos hará sufrir con ellos pero también nos
dará ganas de rebelarnos. Nos gritará despacio pero sutilmente en la cara cómo
es el ser humano cuando alguien afirma “Pero el mundo era mucho más cruel de lo
que yo me imaginaba. De nada sirve la voluntad de una persona. Al ser humano le
son indiferentes las desgracias cuando no le afectan directamente. La piedad se
rinde ante el egoísmo”. Un frase que engloba todo su pensamiento, a la que se
agrega "Si una persona no siente la caridad, no es una persona. Incluso
ante tu enemigo hay que sentir la caridad". El film ahondará en tragedias
y momentos de una amarga agonía. Y llegará ese final y con él esas lágrimas sin
fechas de vencimiento, en el que también nos recuerda que siempre hay un lugar
para la redención, que no es otra cosa, que devolver algo de caridad.
Marcelo De
Nicola.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO MIZOGUCHI
Nacido el 16 de mayo de 1898 en Tokio, crece en una
familia complicada. La pobreza que los asola luego de la crisis de 1904, hace
que se tengan que trasladar al barrio más pobre de Tokio. El padre, carpintero
de profesión, se comporta violentamente con su madre y termina vendiendo a su
hermana como geisha. Empieza a interesarse en el mundo de la pintura, donde
consigue un título en
Siguiendo con su veta personal, en esa época le
contagia sífilis a su mujer, quien ingresa periódicamente a hospitales para
tratarse, mientras Kenzi termina saliendo con su cuñada. Japón disfruta después
de 1945 de un movimiento de libertad del que Mizoguchi es testigo privilegiado
en sus películas militantes a favor del voto femenino como La victoria
de las mujeres y Arde mi amor. Luego de la segunda guerra
mundial, empieza a ser conocido en Occidente sobre todo gracias al crítico y
director Jacques Rivette, allí llegan sus films más destacados,
siempre con las mujeres como protagonistas: El amor de la actriz Sumako, El
retrato de madame Yuki, La señorita Oyu y La vida
de Oharu, con el que obtuvo el máximo galardón en Venecia, y que repetiría
más adelante con El intendente Sansho y Cuentos de laluna pálida.
Sus últimos años tuvieron otros films de renombre
como Los amantes crucificados y sus únicos films en
color: La emperatriz Yang Kwei Fei y El
héroe sacrílego. Vuelve al blanco y negro con La calle de la
vergüenza, sobre un grupo de prostitutas, tema central de su filmografía.
Su camino será seguido por Yasujirō Ozu y luego por Akira Kurosawa. Más
tradicionalmente japonés que sus compatriotas, Mizoguchi emociona por la
sutilidad de su poesía, que sin embargo no oculta la sordidez, a través de un
universo en blanco y negro en el que era un verdadero maestro. Mientras
preparaba la que hubiera sido su película número 90, Historia de Osaka, a
Mizoguchi le diagnosticaron leucemia. Finalmente tuvo que ser ingresado en el
hospital de Kyoto, donde murió, el 24 de agosto de 1958.
FICHA
TÉCNICA
Título original:
Sansho Dayu (Sansho the Bailiff)
Año: 1954
Duración: 123 min.
País: Japón
Dirección: Kenji Mizoguchi
Guion: Yoshikata Yoda, Yahiro Fuji. Cuento: Mori
Ōgai
Música: Fumio Hayasaka
Fotografía: Kazuo Miyagawa (B&W)
Reparto: Kinuyo Tanaka, Yoshiaki Hanayaki, Kyôko
Kagawa, Eitarô Shindô, Akitake Kôno, Masao Shimizu, Ken Mitsuda, Kazukimi Okuni