domingo, 27 de marzo de 2022

HISTORIAS DE TOKIO - TOKYO MONOGATARI DE YASUJIRO OZU

PROGRAMA 360 (11-03-2022)

 

SINOPSIS

 

Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)

 

EDITORIAL

 

Hace ya tiempo que se me olvidaron las historias que quería contar. Esos triunfos perecieron sin poder conocer la gloria. Y esas derrotas quedaron escondidas bajo la alfombra. Aquí y ahora, sólo quedan ramas viejas que están a punto de derrumbarse. El futuro ya no existe y el presente se auto devora segundo a segundo. Las caras que me rodean están demacradas. Las voces repiten una y otra vez los mismos aburridos acordes. Mi mente se separa de mi cuerpo y trata de viajar quien sabe a donde. A un adoquín llorando sus primeras lluvias. A una pelota manchada de barro esquivando autos asesinos de utopías. A una canción de despedida. A un obelisco iluminado por algún festejo efímero. A un abrazo de bienvenida. 



A un grito de bronca y angustia. A un consejo no escuchado. A una casa en el medio del campo. A un pueblo que se transforma en ciudad. A un micrófono que nos sirve para escupir verdades, llorar ausencias, reír derechos y brindar ilusiones. A nombres, números y caras que se destiñen con el paso de los años. Y los años que se transforman en olvido. Un olvido opaco y sepulcral. Un olvido que es similar a la muerte pero mucho más atroz. Y tan naturalmente humano. Y tan humanamente solitario. Y ahí están, el tiempo, la soledad y el olvido para consentir a la muerte, que es la que nos robará esas historias que nos quedan por contar...

 

Marcelo De Nicola.-

 

Canción elegida para la editorial

 


IMPRESIONES SOBRE HISTORIAS DE TOKIO

 

Preste atención a lo que su propia vida cotidiana le ofrece; describa sus tristezas y anhelos, los pensamientos fugaces y la fe en algo bello; descríbalo todo con sinceridad íntima, callada, humilde y, para expresarse, sírvase de las cosas que le rodean, de las imágenes de sus sueños y de los objetos de sus recuerdos. Si su vida diaria le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo bastante poeta como para convocar su riqueza, pues para el creador no existe pobreza ni lugar pobre o indiferente. Siempre supe que en estas palabras de Rilke, dirigidas a un joven poeta, había una enseñanza profunda sobre la compleja tarea del artista. He vuelto sobre aquel pasaje cientos de veces. Lo he desmenuzado con gran atención y recitado internamente a modo de invocación sagrada en épocas de intentos. Saber mirar donde otros solo ven es el problema, el desafío es encontrar la belleza para contarlo. Ese es el pez dorado. En las antiguas tribus, bien lo sabemos, podíamos encontrar a aquel que recolectaba, otro que quizás construía objetos con sus manos y por supuesto la gran figura del chaman, aquel mago misterioso que convocaba y conmocionaba a través de sus relatos. Había curación en sus palabras, en el sentido más amplio del término. También existía una necesidad por su parte de contar aquel mundo, aquellas visiones que lo poseían, de darle forma a aquello que sus ojos descifraban. La función del artista es siempre una función chamánica. En su figura vive la mágica destreza de tomar aquello que lo rodea y transformarlo en música, en pintura o en bellas palabras. Y deberás crear si quieres ver tu tierra en paz, nos cantaba Luis Alberto, otro mago, otro poeta. 



La contemplación es la gran tarea del artista, el cinematógrafo se nutre de ella y es allí donde sienta sus bases. La esencia del cine es la observación de un suceso transcurrido a través del tiempo y organizado según las formas de la vida misma, según sus propias leyes, sean estas reales o inventadas para generar un nuevo verosímil. Cabe decir entonces que la imagen es cinematográfica solo si vive dentro del tiempo y el tiempo dentro de ella. Tal como venimos diciendo depende exclusivamente de quien observa y del universo que lo rodea. La imagen resultante es entonces la vil consecuencia de la ecuación que se da entre aquel mundo enigmático e inaprensible y la siempre limitada consciencia de aquel que observa. Pensemos en el haiku, aquel milenario estilo de poesía japonesa. Tal vez su brevedad revele la más noble de las imaginaciones en la precisión de la observación que realiza sobre el mundo. Aquella simpleza en el decir, aquel manejo del tiempo en el devenir de sus versos, aquel silencio que se extiende y acompaña a la observación misma de lo que sucede. Decía el poeta Ivanov que un símbolo es auténticamente tal cuando sus sentidos son ilimitados y cuando por medio de su lenguaje secreto adquiere una condición alusiva y sugestiva que permite expresar lo inexpresable. Es impenetrable, autónomo e indivisible. Allí está el poder del haiku. Demos un ejemplo:

 

¡Oh, luciérnaga!

Pronto desapareces…

La luz del día.

 


Einsenstein vio en esta estructura generada por tres versos del haiku el modelo según el cual combinando tres elementos separados se crearía algo diferente, una cualidad de otro orden. De la imagen al sentimiento y del sentimiento a la tesis escribió alguna vez y en ese concepto surgían ya las bases del montaje. Con estas herramientas podemos pensar el cine de Yasujiro Ozu. Historias de Tokio, al igual que toda su filmografía, se basan puntualmente en la contemplación. Hay un ritmo en la composición de los planos y en la cadencia del montaje tan similar a la que analizamos en el haiku que es imposible no relacionarlos. El film narrará la relación de una familia afectada por el paso del tiempo. Hablará de la vejez, de la diferencia entre generaciones, de aquello llamado progreso, pero también de la posguerra y sus consecuencias. Hablará de la vida y también hablará de la muerte. Como bien sabemos, todos estos son temas muy recurrentes dentro de la filmografía del autor, tal vez su producción no sea otra cosa sino una tesis constante sobre estas temáticas. Se dice de Yasujiro que es el más japonés de los directores japoneses y esto se relaciona quizás a su modo de observar la realidad que lo rodea. Si Akira es el más moderno, Yasujiro es el más fiel al punto de vista clásico japonés. Es tal vez el que mejor cuenta sus tradiciones, su modo de vida, simplemente exponiéndolos ante la pantalla, dejando de lado una crítica evidente. Claramente, un haiku. 



Bien sabemos que un plano es ideología no por lo que cuenta sino por lo que decide no contar, es por ello que entendemos que en cada elemento montado en el film Historia de Tokio hay un punto de vista que quiere decir algo, hay una perspectiva desde donde se mira que no es ingenua ni pasiva con la realidad. Las distinciones técnicas más evidentes del cine de Ozu radican en 4 puntos fundamentales, a saber: la altura baja de cámara, si nuestra Lucrecia Martel utiliza una altura correspondiente a la de un niño o niña de aproximadamente 12 años, Ozu baja la cámara a la altura de los ojos de alguien arrodillado en un tatami, reminiscencia quizás al espectador teatral pasivo que originalmente copió el cine; La falta total de paneos, construirá todos sus relatos prescindiendo de esta herramienta; quebrará la ley de los 180° lo que provocará constates saltos de ejes y conflictos en la creación del raccord de miradas y agregará una última distinción relacionada también a las miradas, las cuales muchas veces estarán cerca o sobre el eje generado por la cámara. Dicen que una sumatoria de errores muchas veces hace un estilo y este es quizás el caso de Ozu. Lo cierto es que el ritmo de sus películas construyen un tránsito agradable y profundo para quien las mira. Ver los relatos de Yasujiro da la sensación de estar transitando aquel inmenso universo creado por Basho en donde aquello que se ve es la tranquila expansión que genera un dedo acariciando la mansa y calma agua de un estanque. Ozu nos dejó una sumatoria de películas que respiran, es por eso que nos damos cuenta que aún hoy, luego de tanto tiempo, continúan vivas.  

 

Lucas Itze.-

 

Canción post impresiones

 


UNIVERSO OZU


 

Yasujiro Ozu nació el 12 de diciembre de 1903. Crece en Fukagawa y luego se traslada a Matsuzaka, debido a los negocios de su padre. En 1916 descubre el cine. Durante aquellos primeros años de entrega voraz al cine gustaba del americano más que del nipón, que decía despreciar. En especial sintió predilección por las actrices Pearl White y Lilian Gish, entre otras, y sus directores predilectos fueron Rex Ingram, Chaplin, King Vidor y Ernst Lubitsch. Tras exigirle su padre que se presentara a los exámenes de ingreso en la prestigiosa escuela de negocios de Kobe, y no superar la prueba, Yasujiro decide, a sus 19 años, ir a trabajar como maestro suplente en una aldea solitaria de la montaña, Miyanomae. Allí parece ser que se entregó con fruición al sake junto a amigos a los que invitaba a pasar temporadas con él; sin embargo, no dejó mal recuerdo entre los que fueran sus alumnos. En 1923 se vuelve a Tokio siguiendo a su familia, y deja atrás esa etapa en la que había vivido en un entorno rural alejado del bullicioso entorno tokiota. Este contraste entre la ciudad y el campo será un tema recurrente en muchas de sus películas. A la vuelta del ejército, Ozu se encuentra con la clausura de los estudios de Kamata, especializados en filmes jidaigeki, y en los que él se había formado. Se dedica desde entonces, en los estudios de la Sochiku en Kamakura, a los géneros predilectos de la productora: la comedia nansensu y los dramas sociales -shomingeki- muy en boga en aquellos tiempos de penuria económica de la Gran Depresión, que afectó profundamente a Japón. Después de realizar varios mediometrajes que no se han conservado, rueda en 1929 Días de juventud, la primera de sus películas que nos ha llegado, y logra su primer éxito con El pilluelo. Aquellos tiempos trabajó a destajo y en condiciones precarias a pesar del reconocimiento público que empezó a llegarle. En 1928 hizo 5 películas, 6 en 1929 y hasta 7 llegó a realizar en 1930, su año más prolífico. Su insomnio crónico y la afición a los somníferos, el sake y el tabaco van minando su salud, y aquellos tiempos los recordaría siempre como una vida de perpetuo agotamiento. De esta época destacan en su filmografía El coro de Tokio y He nacido pero… Con esta última, brillante comedia de contenido social, consiguió por primera vez el mejor lugar en la lista anual de la revista Kinema Junpo, hecho que se repetiría en varias ocasiones a lo largo de su carrera. A pesar de negación, tuvo que participar en Manchuria durante 22 meses durante la Segunda Guerra Mundial. En 1941 puede por fin dirigir Hermanos y hermanas de la familia Toda, y en 1942 Había un padre, que contó por primera vez con el protagonismo absoluto de Chishū Ryū, uno de sus actores fetiche. En 1947, rueda y estrena su primera película en cinco años: Historia de un inquilino, también llamada Historia de un vecindario o Memorias de un inquilino, a la que le sigue Una gallina en el viento en 1948. 



Con Primavera precoz, en 1949, Yasujiro Ozu alcanza uno de los primeros cenits de su carrera. Fue la primera parte de la llamada Trilogía de Noriko, nunca pretendida por Ozu, por otra parte, en la que la gran actriz japonesa interpretó a tres Norikos, todas ellas hijas o nueras que dudan si casarse o no. La trilogía la completan El comienzo del verano de 1951 e Historias de Tokio de 1953. Retomó en 1952 El sabor del té verde con arroz, el guión aparcado en 1939, aunque lo rodó con muchas alteraciones de la idea original. En 1957 estrenó su última película en blanco y negro, Crepúsculo en Tokio, con un argumento sórdido y melodramático, propio de sus películas de preguerra, y después llegó Flores de Equinoccio, la primera fotografiada en color, técnica que ya adoptará en todas las que le siguen. 



En 1959 estrenó dos películas: la desenfadada Ohayo, (Buenos Días), una reelaboración de su primitiva He nacido, pero… de 1932, y Ukigusa (La hierba errante), una nueva versión de la historia que ya hiciera en 1934 y que realizaría con la productora Daiei. El declive físico se intensificó y aparecieron los primeros síntomas del cáncer que acabaría con su vida. Sus últimas películas parecen reflejar de forma indirecta el mundo interior del propio Ozu, pues están llenas de personajes otoñales, nostálgicos, que rememoran los tiempos de la guerra en veladas llenas sake o que gastan el tiempo bajo el influjo hipnótico del pachinko. Una misma atmósfera cubre Otoño tardío de 1960 y El otoño de los Kohayagawa de 1961 y Sanma no aji de 1962, su última película, traducida habitualmente como El sabor del sake, aunque "sanma" es un pescado que se consume en otoño, que es a lo que se refiere el título. Estas películas crepusculares y desenfadadas al tiempo son la despedida involuntaria de un hombre que siguió trabajando hasta el final. De hecho dejó un guión escrito con Noda que se llevó a la pantalla tras su muerte. 1963 fue un año de enfermedad y agonía para Yasujiro Ozu. Tuvo un tumor en el cuello del que le operaron el 16 de abril, y tras permanecer varios meses hospitalizado y recibir tratamiento con cobalto, finalmente falleció tras una dolorosa agonía el 12 de diciembre, día de su kanreki o 60º cumpleaños. Sus cenizas reposan en un cementerio de Kamakura y en su lápida tan solo hay un kanji que representa el concepto Mu: la nada.

 

FICHA TÉCNICA

 

Título original: Tokyo monogatari

Año: 1953

Duración: 139 min.

País: Japón

Dirección: Yasujirō Ozu

Guion: Yasujirō Ozu, Kogo Noda

Música: Takinori Saito

Fotografía: Yuuharu Atsuta (B&W)

Reparto: Chishu Ryu, Chieko Higashiyama, Setsuko Hara, Sô Yamamura, Haruko Sugimura, Kuniko Miyake, Kyôko Kagawa, Eijirô Tono, Nobuo Nakamura, Shirô Ôsaka, Hisao Toake, Teruko Nagaoka, Mutsuko Sakura, Toyo Takahashi, Toru Abe, Sachiko Mitani

 

PELÍCULA COMPLETA

 

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