SINOPSIS
En un momento
crucial de su vida financiera, Gondo (Toshirô Mifune), un directivo de una
importante empresa de zapatos, recibe la noticia de que su hijo ha sido
secuestrado. El rescate exigido es una gran cantidad de dinero, pero Gondo la
necesita para cerrar una negociación que le dará el control de la empresa.
(FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Desde la ventana del bar las caras se pasean ajenas e inmutables como las máscaras tristes de algún carnaval. Las veo pasar usando la mía propia, esa con aquella mueca de ocasión que luce tan oportuna en el fondo borroso de cada copa. Deje de soñar alguna noche de invierno y hoy creo que ese es el único hábito sano que todavía conservo. Recuerdo cuando escribía, aquella vista de los rostros tras la ventana hubiera sido con seguridad el sencillo comienzo de alguno de mis relatos. Una imagen cargada de sentido que me interpela, me angustia, me desordena. Una imagen que no es solo una imagen, sino algo que dice a gritos alguna cosa sobre la condición humana. Hace veinte años tenía la voracidad y la energía para impedir que ciertas cosas, como aquella foto, se me escaparan así de rápido, tan de repente. En esa época mi presencia avanzaba por cualquier calle, con aquella seguridad en el paso, con ese desafío de inmortalidad en la mirada, y la esquina sola doblaba temblando para perderme. El infierno es una puerta cerrada le escuché decir alguna vez a alguien y pude comprobarlo. La soledad, en aquel entonces, se encontraba en una pieza de hotel ruidosa, en el candado de una reja pintada de amarillo o en los versos de un poema, pero mi guardia era alta y firme. Tenía algunos trucos todavía, ciertos fuegos que mantenían alejados algunos lugares oscuros. Una mañana el sol me despertó pegando fuerte en mi cara.
Abrí los ojos, y lejos de aquel
despertar verborrágico de Adán Buenosayres, la descripción de aquello que me rodeaba
era ínfima. El tiempo se había llevado todo puesto. Hojas cargando el cadáver mutilado
de relatos incompletos tapaban la mugre que vestía al piso de madera de la
pieza de pensión. Una máquina de escribir muda. Una silla. Una mesa. El tiempo
había hecho lo suyo y recién me daba cuenta en la fatalidad del instante. La
inmortalidad en la mirada se había vuelto mezquindad, el frio había helado mis
huesos para siempre. Aquellos tipos con los que solía soñar aventuras, con los
que corríamos salvajemente por los sótanos de la vida, hoy cobraban sueldos y
pagaban hipotecas. Nuestras promesas doradas colgaban de los imanes en las
puertas de las heladeras debajo de los volantes de alguna oferta o yacían
olvidadas entre el cumulo de boletas vencidas. La soledad ahora estaba allí a
la mano, agazapada en los rincones más sucios, alimentando el olvido y la
distancia. Una soledad que rimaba con el culo de cada vaso vacío, con las
moscas que se suicidaban contra las luces violetas de las cantinas, con la
última silla del último bar. El mundo nos había fallado. Lo supe al ver
aquellas caras envueltas en trajes elegantes o remeras sucias, esa gran viñeta
que era la ventana del bar lo confirmaba. La traición había sido completa y ya
no existía donde salir corriendo. La mentira era evidente, nuestras mascaras
demostraban el engaño. El miedo se dibujaba en todos nuestros actos. Todo se
derrumbaba al fin, todo, cielo e infierno.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE EL CIELO Y EL INFIERNO
Hablar de moral desde la comodidad de un cuarto, siempre puede sonar perverso. Somos expertos en catalogar que está bien y que está mal, sin ponernos en la piel del otro. En su libro La genealogía de la moral, Fredrick Nietzche afirma que “todo el que sufre busca instintivamente una causa de su sufrimiento o un causante culpable y que sea sensible al sufrimiento”. A lo que agrega “la narcotización del doliente, como la causalidad fisiológica real del resentimiento, de la venganza y de las cosas afines, en un anhelo por tanto de narcotización del dolor, mediante las emociones”. Para completar su idea, escribe: “El pretexto “Alguien tiene que ser el culpable de que me encuentre mal” es la manera de extraer conclusiones propia de los enfermizos y es donde se encuentra justamente la verdadera causa escondida: la fisiológica”. Será como lo llama el autor, un contraataque defensivo que vendrá de la mano del resentimiento, la venganza y la envidia. “Desde mi diminuto cuarto, su casa parecía el cielo. Mirándola comencé a odiarlo. Finalmente, el odio hizo que mereciese la pena seguir viviendo”. El odio como forma de vida, de esa vida que nunca será suya, son algunas de las palabras que Takeuchi, el antagonista del film El cielo y el infierno de Akira Kurosawa, expresa en el final. Estamos ante una obra cumbre de un maestro. Un thriller, un llamado policial negro salido desde las mismas entrañas de un Hitchcock oriental. El film estará construido de una forma lineal y dividido en dos partes que si uno afina la mirada, se dará cuenta que habrá ciertas sub tramas en el medio.
Basada en la novela de Evan Hunter, el creador japonés sigue la vida de Gondo, un poderoso empresario de la fábrica Nacional de Zapatos del país. A punto de cerrar un acuerdo que le dará el control de la empresa, recibe el llamado del secuestro de su hijo. Minutos después éste aparecerá y nos enteraremos que por error, el que fue secuestrado fue el hijo de su chofer. Surgirá ahí entonces el dilema moral: No pagar y seguir con su sueño o pagar y olvidarse de su posición en la empresa. Con esa simple premisa Kurosawa nos mantiene ocupados y nos obliga a hacernos muchas preguntas durante las casi dos horas y medias de metraje. No diremos nada nuevo diciendo que el film es técnicamente exquisito. Una impactante fotografía en blanco y negro y su hermosa escala de grises nos mostrará la diferencia entre la casa de la colina (el cielo) y los barrios bajos de Yokohama (el infierno). Y hasta se dará el lujo de utilizar el color en una de las escenas más emblemáticas de la historia del cine... La construcción de planos (sobre todo esos planos detalle a los anteojos y lo que refleja), los encuadres y el armado de cada escena serán de una coordinación perfectamente pensada. La primera parte del film se basará en la negociación con el secuestrador. En la segunda veremos una de las mejores historias sobre cómo atraparlo. Las escenas en la comisaría y las reuniones con la prensa no tienen desperdicio. El organizado modo de las autoridades se combina perfectamente con los actores en escena, que se mueven como si fuesen un cardumen de peces en una coreografía digna de un musical de Broadway.
Como en toda película del maestro japonés, el montaje y la
banda sonora serán de una excelencia envidiable. Los ruidos que aparecerán
durante el film nos trasladarán directamente dentro de la historia, casi que
sentimos el viento cuando esa ventana se abre y se cierra. Kurosawa nos
mostrará una vez más ese Japón post Segunda Guerra Mundial al que todavía le
quedan ciertas reminiscencias del feudalismo. Veremos la oligarquía en los
empresarios que sólo quieren más poder y los barrios bajos donde las drogas y
el alcohol empiezan a hacer desastres. Notaremos que en ese sitio, los que
disfrutan bailando en los bares generalmente son los extranjeros (en el paneo,
nada casual, habrá afroamericanos, rubios con pinta de europeos o árabes
bailando con jóvenes japonesas) que vienen a visitar la ciudad. Ahí no habrá
moral, sino un sálvese quien pueda, no muy distinto igual al de las clases
altas. El director también indagará sobre esa moralidad en el cuerpo policial. Inteligentemente,
primero nos mostrará ese grupo de una profesionalidad absoluta para
inmediatamente después modificar la investigación para que el castigo al
acusado sea más severo. Entonces, ¿a dónde situamos la moral luego de eso? Que
el que esté libre de pecado tire la primera piedra... “Mis manos no tiemblan porque estoy nervioso. Sólo es una reacción
fisiológica por haber estado aislado tanto tiempo” dice en una de sus
últimas frases Takeuchi, el secuestrador, a Gondo en la prisión. Y otra vez
resuenan las palabras de Nietzche del comienzo, aunque en este caso lo del
joven suene más a excusa. “Mi vida ha
sido un infierno desde que nací” confiesa luego desde la prisión. Entonces
llegarán esos gritos que suenan a despedida, esa que sentirá desde el
infierno.
Marcelo De
Nicola.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO KUROSAWA
Akira Kurosawa, el más conocido de los directores de cine japonés, nació en el
distrito Omori de Tokio el 23 de marzo de 1910. Era el menor de siete hermanos
de una acomodada familia de comerciantes de Osaka. Su familia era descendiente
de una línea de antiguos samuráis. Hasta 1921 Kurosawa realiza sus primeros estudios,
mostrando un especial interés por el mundo de la pintura. Desde muy pequeño se
movió en un ambiente cultural, ya que tanto su padre como su hermano mayor lo
llevaban al cine, le leían novelas y le hacían que se interesase por la
cultura. En 1922 Akira comenzó sus estudios de bachillerato en el Instituo
Keika. Un año después sería testigo de un hecho que le marcaría mucho, el gran
terremoto de Kantó, que produjo un gran número de víctimas, y del cual Akira y
su hermano fueron testigos directos, ya que el Instituto de Keika también fue
destruido. En 1927 finaliza el bachillerato, y en vez de matricularse en
la Escuela de Bellas Artes, prefiere elegir una formación menos
académica y más libre. En estos años, Akira continúa con su afición a la
pintura, y además empieza a interesarse cada vez más por la literatura, el
teatro, y el cine. Comienza a descubrir el cine europeo del que se siente un
gran admirador, Charles Chaplin, Buster Keaton o De
Mille son algunos de sus directores favoritos.
En 1929 decidió unirse a la Liga de
Artistas Proletarios, sin embargo, dos años más tarde y desilusionado de
este grupo, decide comprometerse con organizaciones políticas más radicales.
Este entusiasmo le duraría poco, ya que en la primavera de 1932 decide
abandonar el movimiento proletario. Cuando Akira cumplió 23 años sufre uno de
los hechos más traumáticos de su vida, el suicidio de su hermano mayor, y
cuatro meses después la muerte de otro de sus hermanos. Durante estos años
continúa con su afición a la pintura, pero sus dudas acerca de su talento hacen
que la abandone poco a poco. En 1936 el cineasta japonés se apunta en un
programa de aprendices de director en los estudios Nikkatsu. Allí
comenzará a trabajar como ayudante del director Kajiro Yamamoto.
Durante estos años se dedicará a aprender, a escribir guiones y a dirigir su
primera película. En 1943 debutó como director con la película Sanshiro Sugata
(La leyenda del gran judo). Sus siguientes películas fueron supervisadas
por el gobierno japonés, Ichiban utsukushika (La más bella, 1944), Zoku
Sugata Sanshiro, Tora no o wo fumu otokotachi (1945), Waga seishum ni
kuinashi (No añoro mi juventud, 1946), Yoidore tenshi (El ángel
borracho, 1949) o Nora inu (El perro rabioso, 1949). En 1950
rodaría Rashomon, una película que cambiará su vida, ya que
gracias a ella sería conocido internacionalmente. Ganó el León de Oro
en el Festival de cine de Venecia del año 1951.
Este sería el principio de una serie de
reconocimientos a nivel internacional, ya que cuatro años después Ikiru (Vivir)
recibirá el Premio del Jurado en el Festival de Berlín de
1954. En esta década de los cincuenta rodará películas tan conocidas como Los
siete samuráis (1954), El trono de sangre (1957) o La
fortaleza escondida (1958). Akira Kurosawa inicia la década de los
sesenta con la película Los canallas duermen en paz, en donde
analizaba el problema de la corrupción. Sus siguientes trabajos fueron Mercenario (1961), Tsubaki
Sanjuro (1962), Infierno de odio (1963) y Barbarroja (1965).
Durante los siguientes años Kurosawa tendrá problemas para trabajar, y de hecho
hasta 1970 no rodaría ninguna película. Ante esta problemática, el director
fundará su propia productora llamada Yonki no kai junto a
otros compañeros. Con ella rodará su siguiente trabajo Dode’ska-den (1970).
El inicio de la década de los setenta no fue bueno para Akira, ya que los
periódicos publicaron que había sufrido un intento de suicidio. Nuevamente
Kurosawa estará durante cinco años inactivo hasta que en 1975 vuelve al trabajo
con su película Dersu Uzala, con la que consiguió el Oscar de
En la década de los ochenta rodó Kagemusha (1980)
y Ran (1985). Ya en los noventa rodó Los sueños de
Akira Kurosawa, y, además, fue galardonado por
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