SINOPSIS
Kanji Watanabe es
un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer
prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia
hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el
fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la
vida. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
La gran tragedia
en esta experiencia que es la vida radica en el simple hecho de su finitud.
Saber que en definitiva vamos a morirnos reduce el goce de cualquier festividad
a los pocos segundos. Uno, tal vez dos, no más. Escondida tras el eco de todas
nuestras risas se esconden las gélidas manos de la bella dama, aguardándonos
con aquella paciencia de lo eterno. Tal como señalaba Borges la muerte es una vida
vivida, la vida es una muerte que viene. ¿Cómo evitar pensar entonces que
aquello que viene no estará colmado de ausencias? ¿Cómo no reflexionar a cada
instante sobre aquel inconveniente de haber nacido, de haber sido arrojados a
este vacío sin manera alguna de ser completado? La aventura será imposible, y
lo sabemos. Serán escasas, entonces, las buenas noticias. Seguramente el amor,
el conocimiento (tal vez) y sin dudas, el arte. Esa será quizás la triada que
le acerque algún sentido a todo esto, y ojo, no hablo de perdurar, ya que
sabemos fugaz también a ese sentido otorgado, sino de condimento, de sabor, de
olvido a aquel temor inefable. Tal como decía Unamuno, quien les habla se ha manifestado ya varias veces a favor
de la inmortalidad de bulto en contraposición a la sombra de inmortalidad.
Asimismo, también hemos reparado en más de una ocasión que aquella inmortalidad
le quitaría inevitablemente intensidad a nuestra experiencia. Quien se sabe
inmortal, va un poco a menos; ya no existe el riesgo porque tampoco existe el
tiempo por lo que solo resta esperar a que las cosas sucedan.
Allí surge
entonces el aburrimiento, que no es otra cosa que saber que nada cambiará. Tal
vez la solución sea ser inmortales pero sin tener el conocimiento de serlo.
Mientras tanto solo resta seguir preguntándonos día a día, de manera casi
militante, cual es el sentido de todo esto, aun cuando sepamos que nuestro
pesimismo nos gritará en la cara que todo carece del más mínimo de los
sentidos. Que allí en la muerte, en aquel instante último de conciencia, se
acabará todo. Asumiendo el sinsentido sobre el que se desarrolla todo este
relato, esta experiencia, oscilaremos entre la sensación de placer y
frustración. Aparecerán tus ojos como un faro en el naufragio mismo de la
noche, pero más temprano que tarde nos invadirá el desengaño. Se irá de a poco
la magia y ya todo tendrá su nombre y su lugar. Inventaremos nuevos placeres
anticipando angustiosamente las nuevas frustraciones. Simone de Beauvoir escribió acerca de la muerte de Sartre, su gran amor, lo siguiente: Su muerte nos separa. Mi muerte no nos unirá
jamás. Nos quedará queridos amigos seguir buscando aunque sepamos que el
acorde final de esta canción siempre será el desencanto. Allí estará lo humano,
tal vez de eso se trate vivir.
Lucas
Itze.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE VIVIR
Nos hemos cansado
de hablar en estas tertulias de lo que nos genera la rutina. Nosotros,
oficinistas alienados, somos el complemento necesario para que el tiempo juegue
su carta más cruel y tirana. Allí, frente a una computadora o vendiendo nuestra
libertad en cualquier otro empleo, nos obsesionamos soñando cuando será el
momento de largar todo y disfrutar. Y como suele pasarnos, eso casi nunca
llega. Pero la esperanza estará ahí, siempre dispuesta a darnos una mano,
aunque nos esconda la otra. Pasarán los años, llegarán los últimos momentos
hasta que nos recibirá la muerte con sus muecas de cansancio, porque ella,
tampoco le escapa a la rutina. Hace dos días encontrábamos en las efemérides
que 79 años antes, nacía nuestro amigo y sabio consejero, Don Eduardo Galeano. El uruguayo, poco antes de que la parca se lo
lleve para jugar en su equipo, dijo “La
muerte acude aunque nadie la llame. No le hagas caso. Ni siquiera escuches su
silencio: sería un homenaje que ella no merece. Me aburre pensar en la muerte,
y sospecho que más aburrido será ser el centro de la fiesta fúnebre, mintiendo
lo mucho que me duele abandonar este valle de lágrimas.” Esas palabras
quedarían muy bien en la boca de Kanji Watanabe, el protagonista de Vivir, el film del maestro Akira Kurosawa. Este arranca con la
imagen de una radiografía y una voz en off relatándonos parte de la vida de
Kanji. El narrador será un personaje omnipresente en buena parte de la
película. La radiografía será no sólo sobre ese cáncer que lo está matando y
que todavía no lo sabe, sino que también será una imagen de su vida. Esa vida
anodina, como empleado estatal en el ayuntamiento de Tokio, que pasa sin que
nada cambie. “No hace nada, y en este
mundo no hacer nada es lo mejor para mantener el trabajo” nos cuenta el
narrador para entender un poco como fueron esos últimos 30 años del
protagonista.
Kurosawa nos contará esta historia de un poco más de dos horas en
los ya clásicos tres actos aristotélicos. El comienzo será la presentación del
personaje y su rutinaria vida, donde el tiempo no pasa nunca, como él lo
comprueba cada vez que mira su reloj insistentemente. El director además
dividirá la narración en dos partes. Por un lado veremos cuáles son las
reacciones de Watanabe al enterarse que le quedan seis meses de vida donde
intentará hablarlo con su hijo pero la poca predisposición de él lo hará
cambiar de parecer. Se encontrará entonces con dos personajes que le abrirán
mundos opuestos a los que accederá sin tanta confianza. Al principio será un
escritor bohemio, gran conocedor de la vida nocturna, con quien compartirá
noches de alcohol y juergas con mujeres. Se dará cuenta que eso tampoco lo
llenará. Luego será el turno de Toyo, una joven y divertida ex compañera de trabajo,
quien logre cambiarle la visión de ese mundo que lo rodea y él pueda entender
que todavía quedan cosas por hacer. El desenlace será el comienzo de esa
segunda parte, contemplando una elipsis que arrancará con un plano detalle de
su fotografía. Caeremos en la cuenta de que estamos en el velatorio, y allí su
familia y compañeros de trabajo empezarán a recordarlo. Kurosawa recurrirá a
pequeños raccontos para recrear los meses anteriores al deceso de Watanabe. La
división también se verá en los encuadres, donde primeramente encontraremos
planos que nos abruman y nos asfixian pero más adelante ofrecerá planos más
amplios. A esa idea se sumará la fotografía, a pesar de ser en blanco y negro,
que ganará en claridad, cosa que en la oficina solo se veía con el sol entrando
desde alguna ventana.
Como siempre en el cine del japonés, aparecerán los
factores externos para ponerle un condimento especial, como en este caso la
lluvia y la nieve que junto al paso de los autos y los ruidos mismos de una
gran ciudad, compondrán una excelente banda sonora, que logra conectarte con el
film. La banda musical también será de vital importancia, donde la clásica
canción nipona La vida es corta resuena más de una vez durante la película. Las
composiciones de planos se nutrirán en muchas ocasiones de planos medios, y
muchas veces la cámara estará a media altura. Tampoco faltarán los travellings
o los planos detalle como mencionamos anteriormente en el comienzo de la
segunda parte, en una escena que termina con la cámara fuera de la sala
velatoria, en unos cortes de planos geniales. Asistiremos a un montaje
maravilloso, donde cada raccord entre plano y plano es de una sincronía
perfecta. También será importante el arte escénico, que dota de gran
verosimilitud cada secuencia. El guion no será lineal, como marcamos cuando
hablamos de los raccontos, y como nos acostumbra el cine asiático, valdrá más
los gestos y las miradas que las palabras, con Takashi Shimura el actor principal, dando una lección en ese
sentido. Porque a veces solo es necesario mirar y dejar que las palabras no
arruinen ese silencio. Y como intentó Watanabe, si algún día nos vienen a
buscar, dejar algún legado y no ser simplemente un ave de paso. Y a pesar de
que la soledad, la rutina, el tiempo y hasta la misma muerte intenten
desesperanzarnos, siempre tendremos un motivo para mirar más allá y al igual
que nuestro protagonista, encontrar un por qué para sentirnos vivos.
Marcelo
De Nicola.-
Canción
post impresiones
UNIVERSO KUROSAWA
Akira Kurosawa, el más conocido de los directores de cine japonés, nació en el distrito
Omori de Tokio el 23 de marzo de 1910. Era el menor de siete hermanos de una
acomodada familia de comerciantes de Osaka. Su familia era descendiente de una
línea de antiguos samuráis. Hasta 1921 Kurosawa realiza sus primeros estudios,
mostrando un especial interés por el mundo de la pintura. Desde muy pequeño se
movió en un ambiente cultural, ya que tanto su padre como su hermano mayor lo
llevaban al cine, le leían novelas y le hacían que se interesase por la
cultura. En 1922 Akira comenzó sus estudios de bachillerato en el Instituo
Keika. Un año después sería testigo de un hecho que le marcaría mucho, el gran
terremoto de Kantó, que produjo un gran número de víctimas, y del cual Akira y
su hermano fueron testigos directos, ya que el Instituto de Keika también fue
destruido. En 1927 finaliza el bachillerato, y en vez de matricularse en la Escuela de Bellas Artes, prefiere
elegir una formación menos académica y más libre. En estos años, Akira continúa
con su afición a la pintura, y además empieza a interesarse cada vez más por la
literatura, el teatro, y el cine. Comienza a descubrir el cine europeo del que
se siente un gran admirador, Charles
Chaplin, Buster Keaton o De Mille son algunos de sus directores
favoritos.
En 1929 decidió unirse a la Liga
de Artistas Proletarios, sin embargo, dos años más tarde y desilusionado de
este grupo, decide comprometerse con organizaciones políticas más radicales.
Este entusiasmo le duraría poco, ya que en la primavera de 1932 decide
abandonar el movimiento proletario. Cuando Akira cumplió 23 años sufre uno de
los hechos más traumáticos de su vida, el suicidio de su hermano mayor, y
cuatro meses después la muerte de otro de sus hermanos. Durante estos años
continúa con su afición a la pintura, pero sus dudas acerca de su talento hacen
que la abandone poco a poco. En 1936 el cineasta japonés se apunta en un
programa de aprendices de director en los estudios Nikkatsu. Allí comenzará a trabajar como ayudante del director Kajiro Yamamoto. Durante estos años se
dedicará a aprender, a escribir guiones y a dirigir su primera película. En
1943 debutó como director con la película Sanshiro Sugata (La leyenda del gran judo). Sus siguientes películas fueron
supervisadas por el gobierno japonés, Ichiban utsukushika (La más bella, 1944), Zoku
Sugata Sanshiro, Tora no o wo fumu otokotachi (1945), Waga seishum ni
kuinashi (No añoro mi juventud,
1946), Yoidore tenshi (El ángel
borracho, 1949) o Nora inu (El perro
rabioso, 1949). En 1950 rodaría Rashomon,
una película que cambiará su vida, ya que gracias a ella sería conocido
internacionalmente. Ganó el León de Oro
en el Festival de cine de Venecia del año 1951.
Este sería el principio de
una serie de reconocimientos a nivel internacional, ya que cuatro años después
Ikiru (Vivir) recibirá el Premio del Jurado en el Festival de Berlín
de 1954. En esta década de los cincuenta rodará películas tan conocidas como Los siete samuráis (1954), El trono de sangre (1957) o La fortaleza escondida (1958). Akira
Kurosawa inicia la década de los sesenta con la película Los canallas duermen en paz, en donde analizaba el problema de la
corrupción. Sus siguientes trabajos fueron Mercenario
(1961), Tsubaki Sanjuro (1962), Infierno de odio (1963) y Barbarroja (1965). Durante los
siguientes años Kurosawa tendrá problemas para trabajar, y de hecho hasta 1970
no rodaría ninguna película. Ante esta problemática, el director fundará su
propia productora llamada Yonki no kai
junto a otros compañeros. Con ella rodará su siguiente trabajo Dode’ska-den (1970). El inicio de la
década de los setenta no fue bueno para Akira, ya que los periódicos publicaron
que había sufrido un intento de suicidio. Nuevamente Kurosawa estará durante cinco
años inactivo hasta que en 1975 vuelve al trabajo con su película Dersu Uzala, con la que consiguió el Oscar de la Academia de Hollywood.
En
la década de los ochenta rodó Kagemusha
(1980) y Ran (1985). Ya en los
noventa rodó Los sueños de Akira Kurosawa,
y, además, fue galardonado por la Academia de Hollywood con un Oscar honorífico a toda su carrera. Sus
siguientes trabajos fueron Rapsodia en Agosto (Hachigatsu no Rhapsody, 1991), y Madadayo (1993). Akira Kurosawa murió en Shinjitai el 6 de
septiembre de 1998.
FICHA TÉCNICA
Título original: Ikiru
Año: 1952
Duración: 143
min.
País: Japón
Dirección: Akira
Kurosawa
Guion: Akira
Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni
Música: Fumio
Hayasaka
Fotografía: Asakazu
Nakai (B&W)
Reparto: Takashi
Shimura, Nobuo Kaneko, Kyôko Seki, Makoto Kobori, Kumeko Urabe, Yoshie Minami,
Miki Odagiri, Kamatari Fujiwara
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