SINOPSIS
Richard Forst,
un hombre de negocios de mediana edad y casado, tiene una aventura con una
joven e inmediatamente le pide el divorcio a su mujer, a la que abandona para
irse a vivir con su amante. Mientras tanto, su mujer conoce a un tipo en un bar
y pasa la noche con él. A la mañana siguiente, Richard vuelve a su casa.
(FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Un gran amigo de esta casa, nada más y nada menos que el señor Oscar Wilde, dijo aquello de “dame una máscara y te diré la verdad.” Alguna vez, reunidos ante estos mismos fuegos, hemos pensado juntos sobre aquella idea de ocultamiento inminente que conlleva el uso mismo del disfraz. Antiguamente, la máscara era un accesorio usado por las mujeres para concurrir a los teatros. Su objetivo no era otro que el de ocultar sus posibles reacciones ante algún pasaje cualquiera de la obra, ante alguna línea intensa e inesperada del texto. Como bien sabemos, la moral burguesa centra el poder de todas sus energías, de la mayoría de sus intenciones, en evitar enfáticamente cualquier tipo de contratiempo, de infortunio, sorpresa o adversidad. En el lado opuesto, claro, está la moral heróica, aquella cuyo poseedor es capaz de dar su vida por una causa por pequeña que esta fuera. Basta con creer para que el héroe lo deje todo y luche. Para que no tenga límites sino un objetivo: la conquista de lo deseado. Por cierto, cabe aclarar que desde este espacio descreemos profundamente de esta clase de tipos, aunque nos caigan un poco mejor que los primeros. La moral heroica es simplemente sonora, es convincente por oposición. Grandes masacres se han sucedido por solo defender los intereses propios olvidándose por completo los del pueblo, o sea, de los de la mayoría. Las máscaras también fueron usadas con fines mágicos, los antiguos chamanes tallaban sobre madera rostros de animales y al usarlas, el mago de la tribu entraba en trance y adquiría de esta manera los poderes de la bestia evocada convirtiéndose en ella.
Lo cierto es que el uso de la máscara da el
lugar al juego de ser lo que no somos. De ocultar aquello verdadero, espontáneo,
eso más nuestro. Hay algo de hipócrita en el uso de una máscara podría decirse,
algo del orden de aquello que define o caracteriza al tipo que no muestra nunca
todo el mazo. Pero después de todo quién de nosotros lo hace. Somos este
conjunto de máscaras, de complejos antifaces, que se esconden cobardemente
detrás de aburridas reglas que espantan a la sorpresa. Nos abrazamos a códigos
de convivencia, a tradiciones que creemos naturales, definimos la ética,
hacemos valer con recelo el peso de la moral, nombramos como enfermo y perverso
a cierto tipo de deseo. Máscaras, tras máscaras, tras máscaras, huyendo así para
siempre de nosotros mismos. Algunos dicen que quitándolas con cuidado cada una
de ellas nos encontraremos finalmente a nosotros mismos. Desde este humilde
espacio, preferimos creer que el juego es al revés. Que tal como dice Wilde con cualquier mascara diremos
alguna verdad. La pregunta ahora, inminente, es qué verdad. La verdad, como
bien sabemos, es una construcción. La verdad, aquella que buscamos con tanto
anhelo, en definitiva, entonces, no es más que una máscara más.
Lucas Itze.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE FACES
Ya desde años venimos barajando la idea Nietzcheana en la que la moral cristiana y sus valores católicos, como los son la humildad o la compasión, se basaban realmente en la hipocresía y en el resentimiento. La palabra hipocresía proviene del latín tardío hypocrisis y del griego hypokrisis, que significan "actuar", "fingir" o "una respuesta". También se puede entender como viniendo del griego hypo que significa "máscara" y crytes que significa "respuesta" y por lo que la palabra significaría "responder con máscaras”. Son esas máscaras los que nos definen de alguna manera. En ellas estarán nuestros vicios y nuestras virtudes. Galeano al respecto citó: “Hay quienes dicen que la hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud. Otros dicen que la hipocresía es la única prueba de la existencia del infinito. Y el discurserío de la llamada “comunidad internacional”, ese club de banqueros y guerreros, prueba que las dos definiciones son correctas”. Seremos, entonces, infinitamente hipócritas… La imagen del éxito siempre asoma como el de la persona feliz. Vemos a ese hombre de traje y corbata, quizás maletín en mano, caminar entre la muchedumbre y creemos en esa imagen que nos vendieron con los años: la del hombre de familia que luego de una ardua jornada de trabajo, cenará tiernamente con su esposa para completar su día. Quizás irán al cine o a un restaurant clásico para terminar acostados casi por compromiso.
Con sus máscaras a flor de piel. Serán caras retratadas por las revistas de moda. Las veremos año tras año en eventos de copetín. ¿Pero existe la felicidad detrás de esos rostros? Esos rostros muertos, envejecidos, desorientados son de los que nos habla John Cassavetes en el film Faces. Desde el primero momento Cassavetes apunta sin tregua. Nos sentiremos desbordados por las palabras y también por los rostros. El montaje rápido y los primerísimos planos nos meterán de lleno en cada encuentro. El director nos hace partícipes de las peripecias de sus personajes. Sus actores (en su mayoría amateurs) desarrollan el papel con una naturalidad asombrosa. Habrá diálogos intempestivos y miradas sugerentes. Habrá mucho de improvisación, no tanto de lo hablado sino de lo callado. Estamos ante la típica historia de un matrimonio cansado. El hombre de negocios que luego de una noche de alcohol le pide a su esposa el divorcio… No mucho más… ¿No mucho más? Cassavetes nos muestra en 130 minutos otra feroz crítica al sistema americano y porque no también, a la clase media alta de cualquier país globalizado. La cámara seguirá a Richard Frost, el protagonista, y sus andanzas. Su encuentro con gente del ambiente del cine será una clara crítica a los productores de Hollywood. Aparecerá luego el nombre del film y luego la belleza de Jeannie. Los primeros minutos serán la locura de esa salida de dos hombres ebrios y capaces de querer conquistar el mundo. La rubia debilidad (la esposa del director, Gena Rowlands) será la atracción principal y el botín de guerra. Un cartel luminoso con la palabra Losers nos dará un indicio.
En el fondo,
los hombres de negocios y la prostituta serán lo mismo: tres eternos
perdedores. Frost volverá a su casa, le planteará el divorcio a su esposa y la
historia se dividirá. El volverá en busca de la rubia debilidad y ella saldrá
con amigas y volverá a su casa acompañada. La historia irá paralelamente. El
guión también. Será lineal y se compondrá de los tres actos aristotélicos. La
fotografía de Al Ruben nos dotará de un maravilloso contraste blanco y negro
donde las sombras y las luces se entremezclan. Como mencionamos antes, los
planos serán vitales para crear cada escena. No habrá casi locaciones exteriores.
El espacio escénico será en su mayoría interior (además de ser la casa de
Cassavetes). Habrá sonido directo y poca música. La cámara en mano nos someterá
más de una vez. Importarán las palabras, los silencios y las miradas. Veremos
sus vidas miserables, aburridas y descoloridas. No hay valores, no hay ideales.
El pesimismo estalla por los poros. Y así el blanco y negro toma más fuerza.
Pero acaso… ¿es algo que no conocemos? Cassavetes nos acerca tanto a ellos para
gritarnos que podríamos ser cualquiera de nosotros. Nuestros gritos, nuestras
borracheras, nuestras infidelidades, nuestras victorias y nuestras
frustraciones. La alegría y el aburrimiento en planos que acuchillan cada
rostro. El vacío del amor en primera persona. La búsqueda de la felicidad fugaz
para seguir con la comedia. Y las máscaras que seguiremos utilizando los burócratas
del amor.
Marcelo De Nicola.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO CASSAVETES
Nació el 9 de diciembre de 1929, hijo de inmigrantes griegos, cursó sus estudios en la famosa Academia de Artes Dramáticas donde se graduó en 1950. Luego empezó a actuar en películas y series de televisión (Doce del patíbulo y El bebé de Rosemary como las más importantes). En 1954 se casaría con Gena Rowlands, quien sería clave en su vida y en sus films. El de origen humilde, ella de familia adinerada y ambos conflictivos, lo que reflejarían en varios films. En 1959 debuta como director con Shadows, que tuvo que ser financiado en Europa porque en su país no lo querían hacer, luego del Premio de la crítica en Venecia, empieza a lograr reconocimiento en su país.
En 1961 dirige Too Late Blues sobre un grupo musical de jazz y su tercer film es Un niño espera, con Judy Garland como una profesora para chicos deficientes mentales. En 1968 llega otra de sus obras notables: Faces, sobre la desintegración de un matrimonio. Es nominado al Oscar como mejor guión original. Dos años después llega Maridos, la historia de tres hombres que acuden al entierro de un amigo y luego se dan cuenta que la juventud se les ha ido de las manos. En 1971 sigue con una historia de amor titulada Minnie and Moskowitz, nombre de ambos protagonistas intepretados por Gena Rowlands y Seymour Cassel. Es el comienzo de la era dorada según los críticos. Siguió con Una mujer bajo la influencia y más adelante filma The Killing of a Chinese Bookie, la historia de un ex combatiente que tiene una deuda de juego y sus acreedores le aconsejan que pague la deuda con un asesinato.
En 1977 llega Opening Night, otro trabajo excluyente de Gena Rowlands como una actriz que se toma a fondo sus papeles en Broadway. La misma Gena le dio vida a Gloria y le vale el premio Oscar por interpretar a la ex novia de un gangster que se tiene que hacer cargo del hijo de sus vecinos asesinados. La película gana el León de Oro en Venecia. En 1984 dirige el melodrama Torrentes de amor, donde actúa junto a su esposa y dos años después llega su inimaginable último film, Big Trouble, un film que no fue de su autoría pero que se posicionó como una exitosa comedia donde un agente de seguros planea con una cliente matar a su alocado marido, que recuerda un gran duelo cómico entre Peter Falk y Alan Arkin. Sorprendentemente, Cassavetes falleció el 3 de febrero de 1989 con sólo 59 años por una cirrosis hepática y nos dejó con ganas de ver que más tenía en mente uno de los padres del cine independiente americano.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Faces
Año: 1968
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Cassavetes
Guion: John
Cassavetes
Música: Jack
Ackerman
Fotografía: Al Ruban (B&W)
Reparto: John
Marley, Gena Rowlands, Lynn Carlin, Fred Draper, Seymour Cassel, Dorothy
Gulliver, Val Avery, Darlene Conley, Gene Darfler, Elizabeth Deering
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