SINOPSIS
Hirayama parece
totalmente satisfecho con su sencilla vida de limpiador de retretes en Tokio.
Fuera de su estructurada rutina diaria, disfruta de su pasión por la música y
los libros. Le encantan los árboles y les hace fotos. Una serie de encuentros
inesperados revelan poco a poco más de su pasado. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Están ahí pero no las vemos. Son esas pequeñas cosas que mientras avanzamos por la autopista de la vida nos aparecen de reojo y les negamos el sentido. Es esa belleza inmune a las tragedias de todos los días. Ahí no hay tristeza ni derrotas. No hay lamentos ni broncas. No existe la envidia ni el odio. Ahí, en ese mundo que dejamos pasar, están las flores del parque, con sus colores ilimitados y sus aromas profundos. Está el serpenteo de las hojas, que nos anuncia el clima que se está por venir. Están los silencios, que pocas veces son bienvenidos. Están los gestos que dicen más que mil palabras. Está ese café por la mañana que nos invita a soñar. Esos sueños que viajan en el aire mientras vemos un avión despegar. O en los vagones de un tren en el medio del campo, donde la nada parece que lo es todo. Está la tranquilidad del viaje a ninguna parte, donde no hay relojes ni rutinas.
Está la noche a oscuras mirando las estrellas, en un
campo alejado de las luces. Están las nubes y esas miles de formas que siempre
imaginamos. O esa lluvia que deja el aroma a pasto mojado. Están los libros
para ayudarnos cuando nos quedamos mudos. Está la música para hablar por
nosotros. Están las lágrimas para recordarnos que somos humanos. Están las
sonrisas que nos invitan a seguir viviendo. Está la vida que se pasa mientras
nos olvidamos del presente. Porque el ahora es el ahora. Porque cada vida es un
mundo y cada momento es único. Porque todo es efímero y la última palabra que
leí ya es pasado. Por dejar atrás la tiranía del tiempo y vivir el momento.
Porque nosotros somos los protagonistas que tendremos que lograr nuestros días
perfectos.
Marcelo
De Nicola.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE PERFECT DAYS
Entre otras cosas la modernidad ha traído consigo el desplazamiento del mito por el método científico, la reorganización de las sociedades y la muerte de dios. Todo aquel barullo frenético de máquinas, dinamismo y velocidad ha sido exquisitamente captado de diferentes modos a principios del siglo XX por el futurismo, movimiento artístico iniciado en Italia por Filippo Marinetti. Su colorido manifiesto reivindica sin dudas el advenimiento de aquel revoltoso futuro. El mundo se nos escapa de las manos como un puñado de arena que se desgrana a través de los dedos. El mundo, queda viejo a cada instante. Es por ello que sobrevivir en la aldea del progreso no es tarea fácil. El camino se ha poblado de turbios espejismos, los destinos son cada vez más cortos, más austeros, menos comprometidos. Todo es efímero e incompleto. Todo está en proceso y el error se esfuma en la extravagante promesa del mañana que encandila todas las miradas. En la aldea del progreso todo es superfluo y sin sustancia. Aquel frágil equilibrio de supuestas igualdades democráticas es sostenido a base de dispositivos narcotizantes que solo buscan mantener deprimidos los niveles de vitalidad, de autenticidad y de creación desestabilizadora. Buscan la pasividad ante el continuo y variopinto flujo de información y estímulos. La bestia nihilista que camina esta ensordecedora selva se reafirma en su voluntad de poder buscando jerarquizar, aunque sea de manera soslayada, sus relaciones. El amo y el esclavo juegan sus roles de manera salvaje devorando egos en aquel reflejo narcisista que se expande a través de las redes sociales.
El fugaz poder buscado a través del reconocimiento que implica, claro, la dinámica con un otro, se dirime en el vertiginoso juego de la exposición dentro de un dialogo universal que va a atravesar de forma extraña la experiencia del ser. ¿Cuál es el lugar que ocupa en todo este lio la exploración del yo? Hablo del detenerse en el hoy “a pesar de”. Hablo del exótico hábito de habitarse, de detenerse y contemplar. De salirse del perverso juego que propone la aldea para focalizar el ser dentro de otros matices. Hablo de la aventura fantástica de hallar desinteresadamente nuestros propios colores. De transitar aquella soledad que implica el no pertenecer o el pertenecer de otra manera. Hace algún tiempo, el periodista español Jesús Quintero, en sus memorables diálogos con Antonio Gala, le preguntaba dónde encontraba él la felicidad, a lo que el poeta contestó: Yo hace tiempo que no la busco. Me pasa como el amor… supongo que, si el amor tiene que volver otra vez a mi vida, tocara a mi puerta. No se puede andar por las esquinas buscando al amor, eso no conduce a nada. No conduce más que al insomnio y a la resaca. Y con la felicidad igual… la felicidad vendrá si tiene que venir y, sino, que la zurzan… porque tan poco es imprescindible. Lo que para mí es imprescindible es la serenidad. La serenidad es sentirse como una pequeña tesela de un gran mosaico, prescindible, mínima, confusa, pero en su sitio. Ahora bien, a partir de estas líneas de pensamiento podemos intentar algún tipo de acercamiento a la tridimensionalidad del personaje de Hirayama, protagonista del film Perfect Days dirigida y co guionada por nuestro amigo Wim Wenders.
El film pondrá como situación marco aquella aldea moderna antes descripta. En aquel vértigo de edificios infinitos, de tecnologías altamente avanzadas que intervienen lo más mundano del ser humano, lo más íntimo, como puede llegar a ser un baño público, de autos último modelo, de personas vencidas por el sistema, en aquella circunstancia es arrojado nuestro protagonista como contraste o contra punto de una sociedad narcotizada y neutralizada por el ensordecedor ruido del futuro. El film buscará ser más descriptivo que dramático. Simulará la repetición, esconderá la acción sutil como eficaz juego contra el ojo apurado. Estaremos frente a una película que buscará ser contemplada, que nos pedirá a gritos detenernos y observar; respirar y observar. La fotografía trabajará los colores fríos para representar a la sociedad y optará por los cálidos para narrar aquel mundo interior de Hirayama. En ese espacio reservado para sí mismo, se trabajará su particular conexión con la naturaleza utilizando los verdes de los árboles en delicada combinación con el azul de su vestimenta. La asociación de estos colores logrará transmitir calma y frescura. La mayoría del metraje trabajará con planos largos lo que dará el efecto de disminuir al personaje gracias a la relación figura fondo. La división en actos será difusa, pero habrá un claro recorrido a través de la curva dramática.
Hirayama comenzará de una manera y
culminará transformado. Seguirá mirando cada mañana el cielo con aquella
sorpresa de quien mira por primera vez, con aquellos ojos de niño alegre que
buscan sin presentir, pero finalmente dejará escapar un dejo de melancolía, una
pequeña tristeza demostrando que los opuestos son siempre más reales que los
absolutos. Hirayama tomará sus
decisiones en un universo donde todo está preseteado, donde el algoritmo nos
indica que música debemos escuchar o que película ver. Eso lo convertirá en una
flor exótica, en una bella particularidad que evita el mundo de las falsas
igualdades y equilibrios por aquel otro que implica el conocimiento y la
discriminación. La lucha por la no disolución del yo propio en vistas de un yo
social y general debe ser siempre nuestro objetivo y nuestra aspiración más
fundamental. Tal como escribió la filósofa y novelista Ayn Rand, para decir “yo te
amo” primero hay que decir “yo”.
Detenerse solo en la búsqueda del reconocimiento y enredarse en discusiones
insustanciales y banales es una característica del ser aquel ser que jamás se
remite a instancias superiores del pensamiento, aquel que se asegura una vida
confortable y sin obstáculos. Esto no quiere decir que uno deba tomar una moral
heroica afectando una grandeza que no posee. Es necesario contemplar. Es
necesario oír, empatizar y guardar un sano silencio para dar lugar a que otras
melodías suenen para nosotros. Callar respetuosamente hasta que el murmullo
cotidiano se convierta en un susurro inaudible y haga de aquello que nos queda,
un puñado de días perfectos.
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
UNIVERSO WENDERS
Nació el 14 de agosto
de 1945 en Düsseldorf, Alemania. Estudió parcialmente medicina y filosofía en
la universidad de Friburgo de Brisgovia (en un momento llegó a planear
convertirse en sacerdote), luego hizo fotografía. Estuvo a los 21 años en un
curso (1966) en París, iba diariamente a la filmoteca y veía el nuevo cine. En
1967 finalmente comenzó a estudiar en la Escuela de Cine y
Televisión de Múnich, que se abría ese año. Realizó varios cortos y su
primer largometraje, Verano en la ciudad (1970). Cinéfilo
apasionado y asiduo espectador de filmoteca, cultivaba ya en esos años la
crítica cinematográfica en Filmkritik y en el diario Süddeutsche Zeitung. Su
primera película comercial fue El miedo del portero ante el penalty
(1971), basada en la novela homónima de Peter Handke. En sus
primeros filmes se interesó particularmente por distintas manifestaciones de la
cultura norteamericana. Componen este ciclo, en primer lugar, Alicia en
las ciudades (1973), en la que reinterpretó el género de la road movie bajo
un punto de vista personal. En El amigo americano (1977), basado en
la novela de Patricia Highsmith El juego de Ripley, actuaron Bruno
Ganz y los directores estadounidenses Dennis Hopper, Samuel
Fuller y Nicholas Ray.
Se trata de un
thriller centrado en la cuestión moral, donde se presenta la amistad como valor
en sí mismo. Con este film gana su primera Palma de Oro en Cannes.
A partir de ese momento, e instalado en parte en los Estados Unidos, Wenders
comenzó lo que podría denominarse su etapa más prolífica, encadenando títulos
experimentales como Lightning Over Water (Relámpago sobre el agua)
(1980), documental sobre la agonía y muerte del director Nicholas
Ray, que lo codirigió, y Hammett, El estado de las
cosas (ambas de 1982) con historias intimistas como Paris,Texas (segunda Palma de Oro en Cannes, en 1984), El cielo sobre Berlín (1987) o su secuela ¡Tan lejos, tan
cerca! (1993).
En 1985, había
rodado una película singular, Tokio-Ga, sobre la vida del director
japonés Yazujiro Ozu, el director con el que, dijo, más había
aprendido en su vida. También rodó en Portugal, Lisboa Story
(1995), Más allá de las nubes (1995), dirigida en colaboración
con Michelangelo Antonioni; El fin de la violencia
(1997), El hotel del millón
de dólares (1999)
y el documental
Buena Vista Social Club (1999), un interesante recorrido por la música popular
cubana que ayudó a revalorizar a legendarios músicos y cantantes cubanos como
Omara Portuondo, Rubén González o Compay Segundo. En los 2000 llegaron films
como Tierra de abundancia, Llamando a las puertas del cielo, Palermo Shootting
(con Campino, cantante de Die Toten Hosen y Dennis Hopper como protagonistas),
Pina (documental sobre la coreógrafa Pina Bausch), La sal de la tierra, Todo va
a estar bien, Los hermosos días de Aranjuez, Inmersión y por último el
documental sobre el Papa Francisco: un hombre de palabra.
FICHA TÉCNICA
Título original:
Perfect Days
Año: 2023
Duración: 119 min.
País: Japón
Dirección: Wim
Wenders
Guion: Takuma
Takasaki, Wim Wenders
Reparto: Koji
Yakusho, Yumi Aso, Tokio Emoto, Sayuri Ishikawa, Tomokazu Miura, Arisa Nakano,
Min Tanaka, Aoi Yamada
Fotografía: Franz
Lustig
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