SINOPSIS
El matrimonio
formado por Johan, profesor de psicología, y Marianne, abogada, recibe una
noche en su casa la visita de sus amigos Peter y Katerina. Al poco tiempo, los
invitados empiezan una fuerte discusión en la que los anfitriones intentan
mediar sin éxito alguno. Cuando se quedan solos, Johan y Marianne empiezan a
hablar de su matrimonio y de sus problemas. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
El sonido de la puerta retumbó en la habitación. Luego, el silencio. La última taza de café se fue helando de a poco, casi como nuestros sentimientos. Las cenizas de esa última madera del hogar se apagaron en el fulgor de los recuerdos. Las charlas, las risas y las miradas que decían más que las palabras quedaron atornilladas en un estante. La casa se volvió gris. Las sombras se hicieron más frecuentes y el calor se transformó en un otoño interminable. Las hornallas emanaban, quizás, el poco fuego que quedaba. No había mañana. Y el ayer terminó siendo un cuento intenso pero incierto. En los recovecos de la memoria se plantaron los momentos inolvidables.
Los aromas tan nuestros se fueron escapando de las
sábanas. Quedó alguna confesión perdida en ciertas noches de alcohol. Quedó el
sabor de tus labios en esa maldita copa de vino. De ese mismo vino que bebimos
años después. No importaba que el gusto ya no sea el mismo. La brevedad de una
noche que se consumió en segundos. Taciturnos, esperando amaneceres ajenos. No
había necesidad de que las palabras destruyan esa alegría efímera. Volver a
ser, nuevamente. Sentirnos para después olvidarnos para siempre. Para que ese
dolor al menos tenga un antibiótico natural. Y aprender de nosotros mismos.
Para empezar una nueva historia. Y editar esos guiones para que no formen parte
de nuestras próximas Escenas de la vida conyugal.
Marcelo De
Nicola.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE ESCENAS DE
Hay una idea que alguna vez supo esbozar nuestro amigo poeta Oliverio que logró conmover en lo profundo a los que este programa hacemos. Desde la inmensa oscuridad de su piloto negro, Oliverio, con su vista reposada sobre otro presente, un presente descarnado y fatalmente sincero, se animó a decirnos que el amor es un pretexto para adueñarse del otro, para volverlo tu esclavo, para transformar su vida en tu vida. En este sentido, cabe señalar y con esto alertar rápidamente al oyente, que el amor siempre es trágico porque en su ejercicio no hacemos más que entregar la conducción para que sea otro el que nos gobierne. Aquel otro que será la muerte misma de la aventura, que encadenará al deseo dentro de una casa, de una rutina con horarios marcados como los de una fábrica o una cárcel. ¿Cuál será la mercancía que se intentará comercializar en el quilombito aquel que es el amor? ¿Cuál será el lugar que se le dará a la familia en el gran mercado de la vida? Conocer el trágico sentido de la vida, aquella verdad, tal vez la única, de sabernos finitos, de entender que tanto nuestra vida como la de la gente que nos importa algún día acabará, algún día serán recuerdo para luego ser nada, tomar conciencia de que lo único certero es que todo esto tiene un final, pone en evidencia un abismo intolerable. En este contexto todo será miserable. Todo responderá al miedo, a las angustias, a las dudas, todo se convertirá en exigencia y perversión.
El amor acorralado en su claustro monogámico y domesticado en su figura institucionalizada de la familia soplará avivando las llamas de una construcción social de la idea de seguridad, una triste ilusión de control y continuidad. Armaremos la farsa sobre esta idea, romantizando sin escrúpulos la posesión del otro, alimentando finalmente aquella vieja patraña de la completitud. Un amigo nuestro, Alejandro Dolina, ha dicho alguna vez algo así como que el amor es tan maravilloso que por eso uno busca que dure para siempre, y eso es lo terrible del amor. Dentro de la obra fílmica Escenas de la vida conyugal del maestro Bergman se denunciará esta idea institucionalizada del amor. Pongamos en claro algo: quien les habla cree fuertemente que este director es quizás uno de los mejores de la historia cinematográfica mundial, por lo que reconozco y por eso expongo sobre la mesa más temprano que tarde la falta de objetividad evidente en la construcción de las ideas que a continuación se expresan. Dicho esto y huyendo despavorido de aquella objetividad que jamás tuvimos podemos decir que abordar esta obra es siempre una tarea insuficiente, fragmentada e incompleta. Bergman ha logrado en la historia de su filmografía lo que muchos intentaron y fallaron: hacer teatro con lenguaje cinematográfico. La mayoría de sus films y en particular Escenas de la vida conyugal se desarrollan dentro de una estructura donde el montaje viene a aportar a lo narrativo sin entrar en conflicto con la historia. Es fácil percibir la frescura en la utilización de los diálogos, es allí donde Bergman brilla más que cualquiera. Quien quizás más se acerca a esa genialidad es Woody Allen, tal vez su mejor alumno.
El desarrollo dramático estará
fuertemente sostenido desde las líneas de diálogos, las cuales aportaran
información de los personajes y su pasado de manera profunda e inteligente.
Invito a los y las oyentes a detenerse realmente en este punto. A permitirse
saborear cada intervención y más aun cada silencio. Se encontrarán frente a
algo pocas veces visto y escuchado, podrán percibir el trabajo minucioso de un
verdadero orfebre de la palabra.
Recomendamos también la lectura de sus guiones originales en donde se
puede hacer un trabajo similar al recién enunciado. Descubrirán que con un
grato asombro que los libros cinematográficos de Bergman no solo se leen sino
que también se escuchan y hasta se huelen. Tal es el efecto vivencial logrado. Habrá
en Escenas de la vida Conyugal un trabajo cuidado desde el sonido. Vale
rescatar una escena en particular del segundo acto de la obra, en donde la
pareja comienza a discutir sobre sus diferencias y carencias. Ya no queda nada
de ellos, de aquello que fueron o simularon ser. Allí donde antes parecía estar
el amor ahora se evidencia un hueco, un vacío profundo, tal vez una distancia.
Bergman tomará la acertada decisión entonces de hacer sonar los diálogos con
algo de rebote, una casi imperceptible reverberación, logrando remarcar de esta
manera la profundidad del escenario… el fondo pesando sobre la figura, la
imposibilidad de ambos personajes de llenar cualquier vacío, ningún espacio.
Con el devenir del conflicto, el cual se tornara violento no tanto desde las
acciones de los personajes sino desde sus silencios, nos daremos cuenta que la
única forma que encuentran de funcionar es desde la destrucción total de
aquella figura de familia impuesta. Funcionarán rescatando al deseo de toda
institución. Recordando que el amor nace en la ruptura misma de toda posesión.
Funcionarán desde la idea más pura del amor que no es otra sino la de la única
gambeta posible y eficaz para distraer aunque sea por un instante a la
muerte.
Lucas Itze.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO BERGMAN
Hijo de un pastor luterano y de una dominante madre
de origen valón, Ingmar Bergman nació en el seno de una familia muy estricta,
en la que la buena conducta y la represión de los instintos se consideraban
virtudes. No resulta pues extraño que, tanto él como su hermana Margareta, se
refuguaran en un universo imaginario: juntos compraban trozos de película para
el proyector familiar y construyeron también un teatro de marionetas. Bergman
no contaba aún veinte años cuando dejó a sus padres para instalarse en
Estocolmo. Desde entonces, se dedicó al teatro universitario y fue en esta
época, entre finales de los 30 y comienzos de los 40, cuando entabló amistad
con Erland Josephson y Vilgot Sjöman. En 1942, tras el estreno de una de sus
obras, La muerte de Punch, Bergman fue invitado a formar parte del equipo de
guionistas de
El clamoroso éxito obtenido por el film ofreció la posibilidad de dirigir, uno tras otro, cuatro importantes títulos: el primero fue Fresas salvajes (1956), con el director de cine Victor Sjöstrom como protagonista. Bergman recurriría nuevamente a sus recuerdos de infancia para efectuar un acercamiento lúcido y benévolo a la vejez, con toda su carga de lamentos y recriminaciones. Rodó después Cuando huye el día (1957), un ejercicio de apariencia más documental que disecciona las reacciones de tres mujeres ante la maternidad. En El rostro (1958), un mago que no es otro que el propio Bergman, se gana la vida fascinando al público y exponiéndose a la vez a sus sarcasmos. Finalmente, El manantial de la doncella (1959) es una cruel historia de violación, asesinato y venganza, basada en una balada medieval. En el transcurso de los años siguientes, el estilo de Bergman experimentaría un cambio sensible. El cineasta aborda una etapa aparentemente austera. Una técnica más depurada y, una temática más profunda se ponían al servicio de un pensamiento inquieto y desgarrado. Tras filmar El ojo del diablo, llega la trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1962) y El Silencio (1963) que le permitió ajustar cuentas definitivamente con su educación religiosa.
Dejando a un lado su preocupación por el lugar del hombre en el Universo para considerar el del artista en el seno de la sociedad, Bergman, se convirtió en portavoz intelectual de su tiempo, persuadido de que el ser humano había llegado a una fase crítica de su evolución y de que la apatía del mundo moderno era tan sólo el reflejo de un cierto desencanto. Luego dirige ¡Esas mujeres! parodiando al cine de Fellini. Persona (1966), una obra profundamente marcada por la influencia de Jung y el psicoanálisis, reunió a Bergman, que entonces vivía en la desolada isla de Faro, con la actriz noruega Liv Ullman. A su alrededor, el cineasta tejió en los años siguientes una serie de dramas que destacan por su crudeza y violencia, como La hora del lobo (1967), La vergüenza (1968) o Pasión (1970), que fue la primera en color.
En 1971, Bergman rodó en inglés La carcoma, con Elliot Gould, que supuso un completo fracaso comercial. Por contra Gritos y susurros (1972), alucinante estudio en blanco y negro de los últimos días de vida de una mujer enferma de cáncer y del comportamiento de sus hermanas, es encumbrada como una de sus obras maestras. El director sueco siempre fue consciente del impacto de la televisión, y desde 1969, año en que realizó El rito para la pequeña pantalla, mantuvo una relación fluida con el medio, también destino original de Secretos de un matrimonio (1973) y la adaptación de La flauta mágica (1974). En 1976 dirigió Cara a Cara, y luego un escándalo fiscal llevó a Begman a exiliarse en Munich, donde dirigió para Dino de Laurentiis El huevo de la serpiente (1977), ambiciosa reconstrucción del Berlín inmediato a la posguerra. La película se hizo eco del desasosiego y las preocupaciones del realizador como ocurrió también en De la vida de las marionetas (1980), donde se reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido por la sociedad. En 1978 dirigió Sonata de otoño, con la que tuvo varias nominaciones. En 1982, presentó Fanny y Alexander y anunció que sería su última producción para la pantalla grande.
Fuertes connotaciones autobiográficas aclaran retrospectivamente los temas de su obra: la fascinación por el mundo de los actores, el temor a los tabúes religiosos, la complicidad con el universo femenino, el descubrimiento de la muerte... Todo dentro del marco de una gran familia de Upsala a principios del siglo XX, visto a través de los ojos de un niño de doce años que, una vez más, puede considerarse el alter ego de Bergman. A partir de entonces, trabaja regularmente en el medio televisivo, para el que dirige títulos como Después del ensayo (1983), Los dos bienaventurados (1986), En presencia de un payaso (1997), o Saraband mientras que sus guiones son llevados al cine por otros cineastas, generalmente cercanos a su entorno, como su hijo Daniel Bergman, firmante de Niños del domingo (1992), el danés Bille August, que trasladó a la pantalla Las mejores intenciones (1992), y su ex-compañera sentimental, la actriz y directora Liv Ullman, realizadora de Confesiones privadas (1997) e Infiel (2000). Bergman falleció el 30 de julio del 2007, el mismo día que se otro grande del cine europeo: Michelangelo Antonioni.
FICHA
Título original: Scener ur ett äktenskap
Año: 1974
Duración: 168 min.
País: Suecia
Dirección: Ingmar Bergman
Guion: Ingmar Bergman
Fotografía: Sven Nykvist
Reparto: Liv
Ullmann, Erland Josephson, Bibi Andersson, Jan Malmsjö, Anita Wall, Gunnel
Lindblom
PELÍCULA COMPLETA