EDITORIAL
La
montaña está en el mismo lugar de siempre. Pese a la cantidad de veces que
escuchamos cierta frase, sigue ahí, apuntando al cielo. Quizás se haya
desplazado por algún movimiento tectónico, pero no más que eso. Y al cielo,
justamente, apuntan también ciertos rezos implorando algún tipo de ayuda
divina. Cuando la ciencia nos da la espalda, buscaremos algún milagro que nos
pueda cambiar el destino. Todos sabemos que en nombre de la fe se comercializa
y hasta se imponen ciertas religiones o ideologías. La fe teológica, es
radicalmente diferente a otro tipo de fe, ya que tendrá que batirse a duelo con
las ciencias, que siempre estarán en desventaja, pese a su probabilidad
científica. Lo que marcará nuestro camino será nuestra propia fe, la
individual, basada en nuestros conocimientos y decisiones. Alguna vez el amigo Miguel de Unamuno dijo “El que tiene fe
en sí mismo no necesita que los demás crean en él”. Tomamos esa frase como de
vital importancia, ya que un hombre sin fe, es un alma sin vida. Alguien que no
cree en sí mismo, perderá la batalla antes de que empiece la guerra. La
creencia de los demás, pasará a segundo plano si el que cree es uno mismo. Será
ese convencimiento el que nos lleve a ganar nuestras partidas más difíciles.
Hasta allá iremos enarbolando la bandera de la esperanza, creyéndonos siempre
capaz de sobrepasar cualquier barrera. Será tiempo de empezar a pensar a la fe
como algo individual, aunque entendamos que en ciertos momentos nos aferremos a
cualquier cosa que encontremos. Hacia allá, mis amigos, apuntan nuestros
pensamientos. Les damos la palabra…
Marcelo
De Nicola.-
Canción
post editorial
Extraña
letra de Massacre
IMPRESIONES SOBRE ORDET
La
fe acude allí donde el pensamiento se detiene. En aquel lugar donde las ideas
tropiezan en su enérgico intento de ser discurso de aquello que es y sucede.
Sobre aquel lugar oscuro recogerá sus frutos la fe, saciando un hambre poco
pretenciosa, con la inmediatez fugaz de una tímida llama arrojada al abismo del
conocimiento. En su uso cotidiano, entendemos como fe a la suposición, sin
embargo, en el campo religioso, el concepto se encuentra emparentado directamente
con la creencia. Será entonces la encargada de la comprensión del mundo
metafísico dualista y se gestará ante la incapacidad o imposibilidad de los
seres humanos de explicar fenómenos naturales. Ante tal desamparo surgirá el
desesperado recurso de la construcción de la deidad y será allí, entonces, la
noche más corta. Aparecerá aquel ser superior llamado dios marcando el instante
en que la fe se transforme en superstición. El conocimiento, mis queridos
amigos, reconoce solamente el mundo de lo finito, el mundo de las apariencias y
los fenómenos visibles, aquello que cineastas como Pasolini o Bresson
llamaron, quizás apresuradamente, realidad, mientras que la fe, percibe lo
eterno, aquel mundo inteligible en sí.
Será en aquel mundo, en aquel universo,
donde la palabra tome un valor de carácter mágico en el binomio de la
significación, y entonces, es probable que ya no seamos dueños de nuestra
conciencia. Esta disputa, trabajará el director danés Carl Dreyer, en el año 1955 en aquella adaptación de la obra
teatral de Kaj Munk llamada Ordet. El film acarreará de la obra
teatral la tonalidad en el trabajo actoral, el cual balanceará correctamente el
recurso corporal con el dialogado. La fotografía será de una calidad muy poco
vista, entregando fotogramas extraordinariamente compuestos, diseñados e
iluminados. Estará el lenguaje cinematográfico en su mayor esplendor en cada
puesta. Se trabajará por lo general, en locaciones de interiores, lo que
favorecerá al pictorialismo evidente en toda la cinta. Su estructura será
lineal y estará organizada según la división clásica de los tres actos
Aristotélicos. Oscar Wilde, dijo
alguna vez no sin ingenio, que cada
hombre, en cada instante de su vida, es todo lo que ha sido y todo lo que será.
Tal idea, es probable que nos haga pensar en aquel personaje con el cual este
grupo de personas poco recomendables que hace este programa, generó más
empatía.
Hablo aquí de Johannes,
aquel hombre de lengua filosa, que perdiera la cordura tras la lectura de
textos filosóficos, entre ellos los producidos por el amigo Kierkegaard. Sera Johannes el encargado
de cuestionar la fe de todos, aun creyéndose el mismo, el propio Cristo y
producirá a través de la palabra, lo que todos interpretaran como un milagro.
La fe, mis amigos, es un acto abarcador el cual no decidimos. Jamás podremos
forzar la fe en algo, aunque en el barrio obliguemos a todos bajo las amenazas
pertinentes a llamarnos Cristo. Los que esta mesa ocupamos hoy, carecemos
lastimosamente de aquella fe de la que hablamos, aun entendiendo que el
porvenir está compuesto de ella. Bien nos gustaría pensar que al final del
camino, estarán aquellos a los que amamos, esperándonos en un banquete jamás
imaginado.
Varias angustias menos tendríamos sobre nuestros hombros al
aventurar nuestra inmortalidad de aquella forma, imaginando fervientemente
aquel festival último de las almas. Muy por el contrario, este programa en más
de una ocasión, se ha manifestado a favor de aquella idea Unamuniana de que si
de inmortalidad hablamos, preferimos siempre la inmortalidad de bulto y no
sombra de inmortalidad. Preferimos ser dueños de nuestra conciencia, aunque el
único mérito de todo esto no sea otra cosa más que pena. Todos nos moriremos y
no habrá milagro para nosotros que nos convide con el reencuentro. Será nuestra
tarea, entonces, hacer de esta fugacidad algo que valga la pena.
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
Hablaba
de lo bueno que puede ser, tener fe y no tener religión…
UNIVERSO DREYER
Carl Theodor Dreyer
tuvo una infancia complicada. Su madre, Josephine Nilsson, era una sirvienta en
la granja de Jens Christian Torp en Suecia. Al quedar embarazada, él no quiere
tenerlo, por lo que ella vuelve a Dinamarca, y lo abandona una vez nacido para
volver a Suecia. Termina en un orfanato, donde antes de los dos años es acogido
por la familia Dreyer, aunque su madre adoptiva fallece poco tiempo después.
Sus padres adoptivos eran rígidos luteranos y sus enseñanzas probablemente
influyeron en la severidad de sus filmes. Desde muy joven le señalaron su
privilegiada situación y la idea de que tendría que valerse por sí mismo.
Su
relación con su padre adoptivo, con quien compartían el nombre, nunca fue
buena, por eso se crió en un ambiente solitario y hostil, hasta que a los 16
años se fue de la casa. De manera autodidacta, comienza estudios universitarios
de historia y arte, y se dedica al periodismo trabajando para diferentes
diarios. Es así como, en 1912 entra en contacto con la mayor productora
cinematográfica danesa, Nordisk Films,
para la que realiza rótulos de películas. Comienza a arreglar argumentos,
recomendar novelas para adaptar y abandona el periodismo por una nueva
profesión que resulta más rentable. Aprende montaje y pronto se convierte en un
verdadero cineasta.
En
1919 dirige su primera película, El
presidente, donde establece los rasgos esenciales que definirán toda su
obra: importancia de los decorados, abundancia de primeros planos, rigurosidad
en la labor interpretativa, importancia de los gestos, gran sentido de la
composición y un montaje extraordinariamente preciso.
Luego siguió con su
primera gran película, Páginas del libro
de Satán, inspirado en Intolerancia
de Griffith que tanto influyó en el
cine nórdico, germano y ruso. En esta película Dreyer aborda los grandes temas
de tipo religioso y humano, de tradición medieval, dentro de la línea en la que
se moverá todo el cine nórdico hasta Bergman. Dreyer se presenta como un
director complejo, que aborda los temas medulares de la religión desde una
perspectiva cristiana, con un espíritu muy crítico.
El
cine danés cae en declive y Dreyer viaja a Suecia para realizar La viuda del pastor (Prästänkan, 1920),
como de costumbre, una película ambientada en la Edad Media. En este film
otorga una importancia fundamental al rostro humano que jamás abandonará, y que
posteriormente heredará Bergman. A través de un detallado estudio del rostro el
director expresa lo inexpresable del hombre, mostrando su preferencia por los
rostros ancianos pero verdaderos, sin maquillajes. Este recurso lo dominará con
Érase una vez..., donde los actores son auténticos habitantes del gueto
berlinés. Luego llegan Los
Estigmatizadores, hecha en Alemania, Érase
una vez, Deseo del corazón, El amo de la casa (que le dio un gran
éxito en su país) y La novia de Glomdal,
esta última rodada en Suecia. Luego del éxito en los países nórdicos, recibió
un llamado desde Francia, donde La
Société Genérale des Films le encargó la realización de un largometraje
sobre alguna heroína nacional: Juana de
Arco, Catalina de Médicis y María Antonieta; por un mero sorteo,
salió la primera. Era 1926 cuando filmó La
pasión de Juana de Arco, que salió en 1928.
Para no quedar encasillado como
místico, en 1932 filma Vampyr, la bruja
vampiro, una meditación surrealista sobre el miedo, que hoy se considera
maestra. La película era muda, pero con los años se le fue agregando voz
mediante el doblaje. La película fue un fracaso económico, y Dreyer estuvo más
de un decenio sin rodar más que documentales, que no apreciaba.
En
1943 hace al fin Dies irae (Día de ira),
una severa crítica a las creencias en la brujería y sobre todo a su represión
brutal mediante el fuego. Con este film Dreyer fijó el estilo que habría de
distinguir sus posteriores obras sonoras: composiciones muy cuidadas, cruda
fotografía en blanco y negro y tomas muy largas. Hizo en Suecia Dos personas (1944), con actores
impuestos y no deseados, que para él fue fallida, si bien es una historia de
interés dramático. Pasó un largo período sin rodar. Su oposición al nazismo,
con sus secuelas raciales, le condujo a un violento rechazo. Para él, la
expulsión de tantos artistas y escritores, desde 1933, convirtió una gran
cinematografía en pura basura. Siguió entonces haciendo documentales, hasta que
en 1955 dirige La Palabra.
La
última obra de Dreyer fue Gertrud
(1965), basada en la pieza homónima de Söderberg.
Si bien es muy distinta a las precedentes, resulta una especie de testamento
artístico del autor, en la medida en que trata de una mujer que al separarse de
su marido se mantiene fiel a su ideal de amor: amar al otro por encima de todo,
incluso, de uno mismo. Ella, con gran vitalidad, no se arrepiente nunca de las
elecciones tomadas como dice al final, pasados muchos años.
Fue
un director muy encerrado en sus ideas y proyectos (pero con preocupaciones
políticas esenciales), de hecho no fue a ver películas en general. De los
nuevos, nada vio de Bresson, alabó Jules et Jim de Truffaut y la segunda parte de Hiroshima
mon amour de Resnais, asimismo El silencio de Bergman («una obra maestra»), del que no conoció mucho más. Si bien
su carrera duró cincuenta años, desde los años 1910 hasta los años 1960, su
concentración, sus métodos tan rigurosos, la idiosincrasia de su estilo y la
obstinada devoción por su propio arte hicieron que su producción resultase
menos prolífica de lo que hubiese podido esperarse. De hecho prefirió la
calidad a la cantidad, lo que le llevó a producir algunos de los mayores
clásicos del cine internacional.
Su honestidad consigo mismo y su trabajo; así
como, su fidelidad a su vocación y gran pasión, el cine como expresión
artística, hizo que sólo hiciera las películas que pensaba debía hacer y tal
como debía hacerlas. Su perfeccionismo, por ejemplo, le hizo suspender un
rodaje porque las nubes no iban en la dirección esperada o elaborar costosos
decorados sólo para que los actores se sintieran más inspirados. En Apuntes
sobre el estilo Dreyer escribe que su cine busca las experiencias íntimas del
hombre y trata de adentrarse en el misterio y en los conflictos interiores de
los humanos. Por otra parte, teorizó sobre el color naciente en el cine, sobre
la oscuridad como valor, sobre el cine sonoro, sobre el realismo, a la vez
necesario y superable, sobre la ausencia de maquillaje como depuración.
Nos
fuimos con…
FICHA TÉCNICA
Título
original: Ordet
Año:
1955
Duración:
125 min.
País:
Dinamarca
Director:
Carl Theodor Dreyer
Guion:
Carl Theodor Dreyer (Obra: Kaj Munk)
Música:
Paul Schierbeck
Fotografía:
Henning Bendsten (B&W)
Reparto:
Henrik Malberg, Emil Hass
Christensen, Preben Lerdorff Rye, Cay Kristiansen, Brigitte Federspiel, Ann Elizabeth, Ejner Federspiel, Sylvia Eckhausen
SINOPSIS
Hacia
1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, vive el viejo granjero
Morten Borgen. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está
casado con Inger, tiene dos hijas pequeñas y espera el nacimiento de su tercer
hijo. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido
de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es
considerado por todos como un loco. El tercero, Anders, está enamorado de la
hija del sastre, líder intransigente de un sector religioso rival. Tal
circunstancia revitaliza la discordia que siempre ha existido entre las dos
familias, ya que ninguna ve con muy buenos ojos que sus hijos contraigan
matrimonio.