SINOPSIS
Edmund, un niño de doce años, intenta sobrevivir a las
duras condiciones de la postguerra alemana, especialmente en Berlín, una ciudad
que ha quedado completamente derruida tras la Segunda Guerra Mundial.
(FILMAFFINITY)
EDITORIAL
El gran conflicto del ser humano siempre ha sido el otro. Hablo del otro como ser, como entidad diferente al que soy, el otro como otredad. Aquel ser que es lo que yo no soy. Hablo del límite, hablo de aquel ente que conspira contra los propios intereses, hablo de la amenaza, de ese peligro que acecha. Hablo de aquel otro que no solo es diferente, sino que excede a quien yo soy, quien yo creo ser, a quien yo percibo que fui y aquel que proyecto que seré. Quizás todo, entonces, este en la percepción. Quizás el gran problema del ser humano no sea el otro, sino su capacidad de percepción, su capacidad de entender el mundo, de limitarlo, su reconocimiento cognitivo del lugar que habita, su limitación geográfica, su sumisión al poder, un poder ejercido por otros, su naturalización de lo establecido, de aquello ya dicho, su reducción salvaje al lenguaje heredado, su punto de vista aceptado, su definición por aquello que no es, o sea, claro, por el otro, por reconocer y percibir a ese otro. El gran conflicto del ser humano, entre muchos otros grandes conflictos, quizás sea su existencia. Existir en un mundo donde el protagonismo es compartido, donde el miedo al abismo oscuro de la noche, lo hizo correr desesperado en busca de un refugio donde resguardar su vida, sus creencias, donde resguardar su ser, distinto a aquel otro ser, que también, tanto como él, solo buscaba ser siendo.
La idea
de nación, de nacionalismo, la construcción misma de un ser nacional, no es
otra cosa que el acuerdo tácito de la construcción de un yo común, de un yo
masa sin diferencias ni particularidades. De un yo que se identifique con el
otro, un yo que lo absorba, lo fagocite, y peor aún… lo interprete. Lo traduzca
a su propia forma, a su propia lógica, a su propia subjetividad. Después de
todo ¿quién demonios sabe qué es ser argentino? ¿qué significa aquella pavada
de la argentinidad, de la viveza criolla? ¿Acaso nos define comer asado, bailar
un tango o tener preferencia por este o aquel equipo de futbol? El ser nacional
es introducir al otro en un relato propio, es hacerlo accesible. Convertirlo en
la propia ficción. Violentarlo, violarlo en lo más profundo de su miserable
existencia. Traducirlo a la propia lengua, declararle la maldita guerra a su
ser. Reducirlo, domesticarlo. Hacer de aquello un otro posible a sabiendas de que se trata de un radicalmente otro, de un ente inabordable y sin acceso alguno. De
un ente Inalcanzable. Construir un ser nacional es quizás buscar una
convivencia con el otro y para ello, claro, es menester la construcción de
lugares comunes, de puntos de encuentros para borrar definitivamente aquella
atormentadora pregunta de quienes somos, para olvidar de una buena vez por
todas, la falta de sentido de todo este circo que se cae a pedazos por la
tristeza de los payasos que lo componen, esa soledad absoluta que nos invada en
forma de angustia y nos interpela en cualquier descuido. Estar con otro, no es
estar con otro, sino es estar con uno mismo en aquel otro. El yo insiste en
hacer del otro siempre un medio para su necesidad, anulándolo como ser,
convirtiéndolo en un medio para sí mismo. La soledad del viaje es infinita. El
ser humano, es su propio gran conflicto.
Lucas Itze.-
Canción elegida para
la editorial
IMPRESIONES
ALEMANIA, AÑO CERO
Desde un edificio en ruinas se ven las heridas de un pueblo que quiere cicatrizar. Años, décadas, y quizás hasta siglos harán falta para deshacerse de los fantasmas. Aunque algunos todavía habitan escondidos en sus refugios. El súper hombre imaginado por Nietzche viró de tal manera que se transformó en una masacre. El poder y la ambición se coronaron como vencedores de un juego sin igual. Miles de mentes fueron seducidas por los discursos del odio. En algunos lados nada ha cambiado, se siguen vertiendo esos discursos sin entender cuál puede llegar a ser su peligro. Y la propaganda mediática sigue al servicio de ellos. Pero volviendo al pasado: ¿Cómo jugará en la mente de un niño semejante violencia? Será quizás hasta natural. Crecer sin sentirse culpable de la locura que le tocó vivir será la principal apuesta. Desandar los caminos de la miseria, rodeado de pobreza y marginalidad será la moneda corriente de esos años. Esa culpa invadirá tanto a sus habitantes que hasta los símbolos patrios serán puestos en duda. Esas ruinas son las que impactan en el primer visionado del film Alemania, año cero de Roberto Rossellini. Berlín es un esqueleto gigante que parece descomponerse de a poco. El director, famoso por ser el primer director del Neorrealismo, muestras las penurias de un pueblo hundido por sus propias decisiones. La cámara seguirá al joven Edmund, un niño de doce años, por las calles alemanas. El intento de sobrevivir y la muerte que acecha estarán presentes todo el tiempo. Ya desde el comienzo lo vemos al niño remover tierras para crear tumbas y ganarse alguna moneda. Pero es expulsado por tener menos de 13 años.
Rossellini luego nos mostrará a su familia, entre los que se encuentran su padre que se siente una carga para todos los que viven allí, su hermana Eva, quien sale por las noches con soldado aliados y su hermano Karl, quien está escondido por haber sido soldado del régimen nazi. Los escenarios naturales hacen todo más dantesco. La fotografía en blanco y negro permiten ver el juego de luces y sombras de esos edificios demolidos. Algunas tomas se hicieron en esa Berlín sacudida por la guerra, lo que hizo que ciertos planos parezcan documentales. El director utilizó planos largos y amplias panorámicas de la ciudad para generar ese vacío, para que todo sea más deplorable. La cámara en mano y sus travellings largos logran que el andar, la mirada y las expresiones de Edmund sean más naturales. El guion será lineal y se trabajó bastante con la improvisación, en particular en las escenas tomadas al aire libre. Como casi siempre, contó con mayoría de actores no profesionales. Al igual que Umberto D., el film no es cien por ciento neorrealista, ya que se trasladaron a Italia para las acciones situadas en el interior de la casa. Rossellini no juzga, pero muestra esa sociedad cabizbaja. Sin ningún prurito, nos resalta la imagen del profesor de Edmund, un personaje deleznable que sigue idolatrando la figura de Hitler mientras utiliza su poder y tiene la firme idea de la supervivencia del más fuerte, mientras se resaltan signos de pedofilia y abuso infantil contra la más pura inocencia. La decadencia moral en su máxima expresión. Quizás por eso, solo la muerte puede acabar con tanto dolor. En esas imágenes de iglesias, monumentos y estatuas destruidas, en ese polvo que abunda en las calles y en esa desesperanza donde el precipicio parece ser la única salida, está el retrato de ese joven que vaga como un fantasma sin rumbo.
Rossellini siempre enfatizó que prefería
mostrar la vida cotidiana y no una película de guerra “Filmar la verdad para
construir la moral enfrentada a la existencia” declaró alguna vez. La verdad
desde la mirada de un niño que tiene que ganarse el pan y su luchar por sobrevivir
en una ciudad desangelada. Una ciudad que tenía que recomponerse, en medio de
un proceso de desnazificación, donde todos eran sospechosos. Como renacer de
las cenizas era el gran enigma. Ya lo había intentado décadas antes, pero
volvió a surgir el odio y todo volvió para atrás. Cambio de moneda, planes
asesorados por grandes potencias, pleno empleo, asistencia social y miembros
sindicales en la toma de decisiones de las empresas lograron que en pocos años
la economía progrese de una manera impensada. El milagro alemán estaba hecho.
Las ruinas pronto se transformaron en una ciudad en constante cambio. El odio
empezó a transformarse en fraternidad mientras las fábricas de cervezas
festejaban. Un muro dividió su mundo hasta que todo volvió a transformarse en
uno. Las máquinas siguen trabajando y los edificios se vuelven cada vez más
lujosos. Pero ojo, los fantasmas están ahí, todavía escondidos, pero con ganas
de salir en cualquier momento para volver a purificar esa raza aria que hoy
sienten transformada. Porque el miedo siempre está latente,
esperando abrir esa jaula para que ciertos monstruos nos sigan acechando.
Marcelo De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO ROSSELLINI
Roberto Rossellini nació el 8 de mayo de 1906 en una familia burguesa en Roma. Su padre, Angélico Giuseppe, construyó la primera sala de cine de la ciudad, el Cine Corso, en 1918, y años más tarde, el Barberini. Rossellini pasaba mucho tiempo en estas salas y conoció el trabajo de King Vidor, influencia determinante en su carrera. Al mismo tiempo tenía un fuerte interés en la mecánica, que plasmó en inventos de gran ingenio. Llegó a construir un zoom modificado 25/250 mm con control remoto, utilizado en muchas de sus películas. Tras la muerte de su padre y la rápida disolución de la fortuna familiar, Rossellini entró en contacto con el mundo del cine. Su ingreso en el ambiente cinematográfico se vio facilitado por las numerosas relaciones que tenía con gente que trabajaba en el ambiente. Su primer trabajo en la industria fue como técnico de sonido. Comenzó su carrera en 1936 dirigiendo algunos cortometrajes y realizando documentales con temáticas naturalistas, como Fantasía submarina (1939). La nave blanca (1942) fue su primer largometraje rodado con actores no profesionales en un barco real. Más adelante trabajó en producciones de propaganda en títulos como Un piloto regresa y El hombre de la cruz, guionados por el propio Mussolini. Eran los tiempos de Mussolini; Italia había entrado en guerra al lado de Alemania y el régimen fascista quería utilizar el cine como medio de propaganda, de ahí que reclutara entre las clases acomodadas a jóvenes que quisieran participar en sus producciones. El Fascio no exigía grandes compromisos políticos y el joven Rossellini tampoco se comprometía. Lo que a él le interesaba de verdad era rodar y aprender la técnica del cine. Trabajó como ayudante de dirección, luego como montador y finalmente como director. Su primera película, en 1942, fue una cinta de aventuras encargada por el Ministerio de Marina. Se titulaba “La nave blanca” y en ella utilizaba a actores no profesionales para contar las peripecias de un barco hospital italiano durante la guerra. Tras ésta rodaría otras películas de propaganda pero a medida que la guerra avanzaba el burgués Rossellini empezó a tomar conciencia de los crímenes del fascismo y de la represión nazi. En la Italia de los años '40 fue forjándose lo que se convertiría en neorrealismo. Por distintas vías se reclama que en contra de la censura, el cine sea un reflejo exacto de la realidad. El neorrealismo centró su atención en el hombre considerado como ser social, es decir, desde una perspectiva antropológica. Su trilogía de la guerra está compuesta por tres películas fundacionales del movimiento: Roma ciudad abierta, Paisà y Alemania año cero.
La fama le llega a Rossellini tras dirigir Roma,ciudad abierta (1945) con la ayuda de Federico Fellini y con Aldo Fabrizi como actor. La película representó el emblema de una tendencia cinematográfica que se extendería unos diez años con el neorrealismo. "Las cosas están ahí, ¿por qué manipularlas?" dijo alguna vez. El guión de Roma, ciudad abierta fue coescrito por Rossellini, Sergio Amidei, Federico Fellini y Celeste Negarville. La película está inspirada en la historia verídica del sacerdote Luigi Morosini, torturado y asesinado por los nazis por ayudar a la Resistencia. Paisà integra seis historias intercaladas al final de la guerra desde la invasión aliada en Europa, en julio de 1943, hasta el invierno de 1944. Alemania año cero narra la vida de Edmund, un niño de doce años que sobrevive en el Berlín de posguerra manteniendo a su familia. "Con el neorrealismo nos vimos desde fuera, de modo despejado, casi con descuido, castigando con ese descuido todas nuestras ambiciones creativas. Así le fue devuelta su autenticidad a las cosas, llegando a una función del cine que ya no era personal, egoísta, sino social". Stromboli es el resultado de una famosa carta escrita a Rossellini por Ingrid Bergman. Ella le expresaba admiración por su trabajo y el deseo de trabajar con él. Es recordada, también, por la relación que se estableció entre Rossellini y Bergman a partir de su trabajo conjunto, así como por el romance que mantuvieron y el hijo que tuvieron fuera de sus respectivos matrimonios. Europa 51 (1952) es un manifiesto dramático ante el drama social de la posguerra, protagonizado por Ingrid Bergman. Una mujer burguesa se entrega a la caridad cristiana para con un pueblo -ese mismo pueblo que tiempo antes le era indiferente-, luego de recibir el shock traumático tras la muerte de su hijo.
Ya no creo en el amor (La paura), de 1954, es una adaptación libre de la novela Miedo, de Stephan Zweig, concebida como la continuación de Alemania año cero. "Es mi película mejor construida, y en la que la historia adquiere más significado… Habla de la importancia de la confesión, ya que es donde se puede esperar una cierta humildad y un gran espíritu de tolerancia". En 1959, fascinado por las posibilidades que ofrecía el nuevo medio, Roberto Rossellini realizó su primer trabajo televisivo, L'India vista da Rossellini, que inauguró una serie de obras para la pequeña pantalla que ocuparían su última etapa creativa y de entre las que destacan La edad del hierro (L'età del ferro, 1965), La toma del poder de Luis XIV (La presa di potere di Luigi XIV, 1967), además de estudios biograficos como los dedicados a los filósofos Sócrates (Socrate, 1971) y Blaise Pascal (1972). Algunos otros films de su extensa filmografía fueron: El amor, Francisco, juglar de Dios, La máquina matamalvados, Nosotras las mujeres, Juana de Arco, Ya no creo en el amor, Viaggio en Italia, El general de la Rovere o Era noche en Roma. Desde una posición humanista cercana a la del hombre del Renacimiento, Rossellini reivindicó una ética de las imágenes y cada film como una experiencia de conocimiento. Su estética e ideas influenciaron a movimientos cinematográficos posteriores como la Nueva Ola Francesa. El director que introdujo la modernidad en el cine falleció el 3 de junio de mayo de 1977, días después de haber presidido el jurado del Festival de Cannes.
FICHA TÉCNICA
Título original: Germania, anno zero
Año: 1948
Duración: 74 min.
País: Italia
Dirección: Roberto Rossellini
Guion: Roberto Rossellini, Carlo
Lizzani, Max Colpet. Idea: Basilio Franchina
Música: Renzo Rossellini
Fotografía: Robert Juillard
(B&W)
Reparto: Edmund Moeschke,
Ernst Pittschau, Barbara Hintz, Franz-Otto Krüger, Alexandra Manys, Erich Gühne
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