viernes, 27 de diciembre de 2019

ROMA, CIUDAD ABIERTA - ROMA CITTA APERTA



SINOPSIS

Segunda Guerra Mundial. Estando Roma ocupada por los nazis, la temible Gestapo trata de arrestar al ingeniero Manfredi (Marcello Pagliero), un comunista que es el líder del Comité Nacional de Liberación. Pero en la redada Manfredi consigue escapar y pide ayuda a Francesco, un camarada tipógrafo que en unos días se casará con su novia Pina (Anna Magnani), una viuda con un niño. Además el cura de la parroquia, Don Pietro (Aldo Fabrizi), también apoya la causa e intenta ayudar a Manfredi y los partisanos de la resistencia. (FILMAFFINITY)

EDITORIAL

No hay más palabras. Es volver a repetir lo mismo una y mil veces. Esas palabras forman vagones interminables. Nos cansamos de nombrarlas. Guerra, muerte, llanto, dolor, locura. La inocencia que muere. La vida que cambia en un instante. Las oraciones que se repiten. Las canciones que vuelven a la mente. Las escenas que conmueven. La ficción que nunca será como la realidad. El campo de batalla. Lo que deseamos no conocer. La imaginación como un todo, lejos de la acción. El frío, la soledad, el hambre. Sensaciones que si vivimos, fueron en cuentagotas. La invasión, la venganza, el ocultamiento. Las sirenas sonando. Los tanques destruyendo todo a su paso. Los uniformes a rayas. El ser humano y su imagen más decadente. La resistencia. La vida por el otro. El final de todo. Y luego la otra historia. El terror que se descubre. Lo imposible que ya es posible. Juicios, denuncias y más muerte. Y el mundo cíclico. Nuevas invasiones. Otras víctimas. Otros mundos. Las mismas miserias. Ahora vista en alta definición. Y la prensa sacando su propia tajada. Y los sueños que no llegan a nacer. Y las guerras que terminan siempre del mismo modo. Porque todos sus caminos conducen a la muerte, como si fuera su propia Roma.

Marcelo De Nicola.-

Canción elegida para la editorial


IMPRESIONES SOBRE ROMA, CIUDAD ABIERTA


En su maravilloso y preciso Fausto, Goethe desciende a la abismal oscuridad del ser humano para narrarnos en definitiva, la historia de una seducción. Será en el prefacio celestial, el segundo de ellos, bien al comienzo de la obra, donde aquel personaje bellísimo, el más humano quizás, interpele al dios eterno, ese que nosotros siempre nombramos en minúscula, diciéndole lo siguiente: No sé nada sobre el sol y los mundos, solo veo cómo se atormenta el hombre. El pequeño dios del mundo sigue igual que siempre, tan extraño como el primer día. Viviría un poco mejor si no le hubieras dado el reflejo de la luz celestial, a la que él llamo razón y que usa solo para ser más brutal que todos los animales. Y de la mano de esa razón, un día llego el poder. Un día pensamos y allí empezó el comienzo del fin. Allí, sometimos a las fieras imponiendo nuestra propia luz y tiniebla. Allí instalamos en nuestras cabezas a ese dios de la culpa y el miedo porque nos creímos superiores al resto. Allí comenzó la dictadura de lo humano y la construcción de su imperio por sobre todo lo que habita en este mundo. Nada puede pensarse fuera de lo humano, nada puede concebirse fuera de aquel núcleo, nada puede pensarse fuera de la palabra, ni siquiera a dios. Ahí yace su pequeña trampa. 


Lo que más sorprendió a los nativos al ver llegar a los españoles no fueron sus barcas, ni sus desarrolladas armas o su pretenciosa vestimenta. Tampoco fue su oro. Fue la palabra. Allí los nativos encontraron el poder de manejar el tiempo, de unir a través de una cadena de sonidos el pasado, el presente y el futuro. Y en aquel poder, claro, estaban las cadenas. El sometimiento, entonces, fue cada vez más duro, más sistemático y organizado. Hombres ya no luchando por su supervivencia, desplegando su feroz batalla desesperada hacia el control de una naturaleza superior y hostil, sino hombres contra hombres. Hombres derramando la sangre de otros hombres, sometiendo a sus pares a los peores sufrimientos, a los más tristes martirios solo por poder. La dinámica del imperio para su permanencia no es otra más que la expansión. Imperio que no se expande, imperio que es absorbido por otro. Su razón de ser, es entonces, el no quedarse quieto, el ir por mas todo tiempo, sin límite alguno, sin posibilidad de saciar aquel hambre voraz que todo deglute porque entonces estaría yendo en contra de su propia naturaleza, de su propia razón, aquel reflejo de luz celestial. 


Sin lugar a dudas, Roma, Ciudad Abierta no hace más que dejar un claro mensaje en este sentido. Es quizás una gran denuncia audiovisual de nuestro particular amigo Roberto Rossellini respecto de las terribles consecuencias que conlleva el ejercicio del poder desmesurado, o sea, el poder del imperio. Un film que se realiza con las heridas aún abiertas, sin necesidad de evocación alguna. Bajo la consigna de salir a buscar aquel susurro de balas y bombas que en las calles aún se oía. Salir a mirar lo que las paredes agujeradas aun gritaban sobre el espanto. Es allí donde Rossellini pone la cámara y es así el método que utiliza para ir a buscar las historias que darán forma a este relato. Fiel a este axioma de trabajo y al esquema estipulado por los neorrealistas, sus actores no serán profesionales y por lo general no desarrollaran un papel, trabajará con la misma gente del pueblo salvo en los papeles del cura Don Pietro y Pina. Las puestas de cámaras se adaptarán a la locación y no al revés como era común en la época. Habrá muchos exteriores y poco estudio, decisión que ahonda la idea de que el relato es también el pueblo. 


El film culminará con un plano que parecerá inocente, un plano de reacción, pero que nada tiene que ver con todo eso. Aquel plano tendrá la potencia de un rayo. En aquel plano, que bien podría haber sido rodado por Eisenstein, estará el origen de toda la angustia, la razón primordial de este lamento que no busca cerrar una herida sino ser fiel testimonio del padecimiento humano. Veremos a los pibes y pibas del barrio, mirar con angustia, ya sin ninguna esperanza en aquellos ojos nuevos, sin ningún rastro de aquella bella curiosidad que ilumina la mirada de los niños, sino más bien con unos ojos cansados y hastiados de ver el mundo, de conocerlo, los veremos mirar detrás de un alambrado el fusilamiento de una de las personas más queridas por todos allí en el pueblo. Será en ese plano en donde descubriremos el mensaje que quiere Roberto gritarnos en la cara. Es allí donde más le duelen las muertes de la guerra, en aquel futuro descreído, desolado, repleto de grandes angustias indelebles, en aquellas miradas enmarcadas entre siniestros alambres de púa.-

Lucas Itze.-

Canción post impresiones



UNIVERSO ROSSELLINI


Nacido en Roma el 8 de mayo de 1906, creció en una familia burguesa. Su padre construyó el primer cine romano, lo que hizo que desde chico se moviera en ese ambiente. Luego de la muerte de su padre, trabajó como técnico de sonido y en otros campos relacionados al cine. Su primer corto lo realizó en 1938 titulada en francés como Prélude à l'après-midi d'un faune. En 1941 debuta en el largometraje con La Nave Bianca, documental de propaganda sobre un barco, financiado por el ministerio de Marina. Inicia la llamada Trilogía Fascista, que se completa con Un piloto regresa y L'uomo dalla croce, al servicio del gobierno de Benito Mussolini. Rossellini que no era del régimen fascista se consideraba un apolítico y solo le interesaba el avance de su carrera. Colabora con él Vittorio Mussolini, hijo del Duce y fundador de la productora Alleanza Cinematográfica Italiana, y de la revista Cinema, que tuvo una enorme influencia en la nueva hornada de realizadores italianos. Gracias a Vittorio Mussolini conoce a Federico Fellini y Aldo Fabrizi, que se harían grandes amigos suyos. Antes de que termine la guerra empezaría con ellos la preparación de Roma, ciudad abierta, con Fellini ayudándole a escribir el guión –también colaboró Sergio Amidei– y Fabrizi en el papel de sacerdote, uno de los protagonistas. Por aquella época, el despreocupado Rossellini tomó conciencia del sufrimiento causado por el totalitarismo, y decidió plasmarlo en el cine.  Allí siguió actuando con actores no profesionales y sobre esto declaró: "para crear realmente el personaje que uno tiene en mente, es necesario para el director entablar una batalla con el actor que normalmente termina sometiéndose a los deseos del actor. Como no deseo estar malgastando mis energías en una batalla como ésta, sólo uso actores profesionales en contadas ocasiones".  En 1948 dirigió a su amigo Federico Fellini en El amor. La década del ´50 arranca con Francisco, juglar de Dios y con la primera película protagonizada por quien fue su musa y esposa: Ingrid Bergman, en uno de los romances más importantes de la historia del cine. 


Esta relación causó un gran escándalo en algunos países (Bergman y Rossellini estaban casados antes de conocerse); el escándalo se intensificó cuando comenzaron a tener hijos (uno de los cuales es Isabella Rossellini). Su primera película juntos fue Stromboli, tierra de Dios, otra obra maestra del neorrealismo. Europa ´51 y Viaggio en Italia fueron parte de la llamada Trilogía de Ingrid. Este último film tiene una gran influencia en Francia donde es reconocido por Cahiers du Cinéma como uno de los orígenes estilísticos de la Nouvelle Vague. Rueda uno de sus mejores trabajos, El general de la Rovere, donde un pobre diablo –un inolvidable Vittorio De Sica– acepta ingresar en prisión y hacerse pasar por un legendario general de la resistencia, con el fin de recabar información de los presos. Pero tras ser recibido como un héroe, acaba tratando de comportarse como tal... 


Tras Fugitivos en la noche, Viva Italia y Alma negra, la carrera de Rossellini languidece. En 1959, decidió pasarse a la televisión, porque según él, al ser un medio frío y dirigido a un público masivo podría mejorar la comunicación con el espectador de la sala de cine, considerada regresiva, Roberto Rossellini realizó su primer trabajo televisivo, L'India vista da Rossellini, que inauguró una serie de obras para la pequeña pantalla que ocuparían su última etapa creativa y de entre las que destacan La edad del hierro (L'età del ferro, 1965), La toma del poder de Luis XIV (La presa di potere di Luigi XIV, 1967), además de estudios biográficos como los dedicados a los filósofos Sócrates (Socrate, 1971) y Blaise Pascal (1972). Vuelve al cine con Año uno en 1974 y Il Messia en 1975. Dos años después, el 3 de junio de 1977, un infarto de miocardio, apagó la vida de uno de los más importantes directores de la historia, a los 71 años.

FICHA TÉCNICA

Título original: Roma città aperta
Año: 1945
Duración: 100 min.
País: Italia
Dirección: Roberto Rossellini
Guion: Federico Fellini, Sergio Amidei, Roberto Rossellini (Historia: Sergio Amidei, Alberto Consiglio)
Música: Renzo Rossellini
Fotografía: Ubaldo Arata (B&W)
Reparto: Aldo Fabrizi, Anna Magnani, Marcello Pagliero, Maria Michi, Harry Feist, Vito Annichiarico, Francesco Grandjacquet, Giovanna Galletti, Carla Rovere

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