EDITORIAL
¿A
que suenan los chubascos en las noches de invierno? Se preguntaba un viejo
anciano mientras revolvía el último café por la madrugada. La pregunta se
repetía desde hacía más de 30 años, en esas noches que la lluvia arreciaba, y
la soledad jugaba sus cartas más fuertes.
La
historia se fue destiñendo con el tiempo, perdiendo olores y fragancias que
quedaron impregnados en los almanaques amarillentos que dejaban caer las hojas.
Era un domingo lluvioso de invierno, había poca gente en la calle, estaba todo
estudiado desde hacía varios meses, porque ese buen hombre que trabajaba ahí
desde hacía un par de años, conocía correctamente cada recoveco del sitio.
La
tarea era simple. Entrar y salir en siete minutos, sin importar el ruido de los
vidrios estallados, la justicia poética ante tanto maltrato laboral. Le costó
encontrar al cómplice, lugar que terminó ocupando ese amigo que nunca lo dejaba
a gamba, fuera la hora que fuera, no tan convencido del acto, pero con una confianza
plena en su compañero de ruta.
La
cita fue a tiempo, el estallido resonó como un disparo en el desierto. Todo
marchaba según lo planeado. El acto duró menos de lo imaginado, la salida
estaba cerca, era el pasaje a la gloria. Ambos salieron apurados tratando de no
tropezarse con los vidrios rotos, pero cuando estaban terminando de irse, uno
resbaló por la culpa del piso mojado y algunos vidrios se adhirieron
rápidamente al cuerpo, algo que un poco de alcohol solucionaría enseguida.
Mientras
uno corría y el otro intentaba pararse, escucharon la sirena y la voz de alto
que nunca quisieron escuchar. Las miradas entre los dos agregaron dramatismo a
la escena, el pedido de auxilio se entendía hasta sin emitir palabras, mientras
una mano se estiraba lentamente tratando de encontrar un empujón salvador. La
mano nunca apareció.
Mientras el auto arrancaba, a los pocos metros, tres
ruidos secos resonaron en todo el oscuro barrio. Tres ruidos innecesarios, que
masacraron a alguien que estaba en el piso, solicitando clemencia. Alguien que
solo tenía un par de vidrios pegados al cuerpo, y que seguramente, no emitiría
palabra alguna.
El
auto y su conductor desaparecieron de la avenida, del trabajo, del barrio, de
los amigos… Viajó sin rumbo hasta quedarse sin nafta, luego se dedicó a vagar
parando gente que lo llevara a lugares cada vez más lejanos. Se encontró en un
momento en otro pueblo, con otro nombre, con otra verdad. Nunca pudo hacer
amigos en el pueblo. Era el huraño que vagaba solo en las noches estrelladas,
nunca se supo cómo apareció por allí. Lo encontraban todos los domingos a la
madrugada del único bar abierto bebiendo hasta que lo echaran. Repetía baratos
discursos sobre la moral y los códigos, como si fuese un miembro de la mafia
siciliana.
Los
días de lluvia, no se movía de su sillón, solo se levantaba para servirse café
o para ir al baño. Había cambiado la felicidad por un poco de dinero que no le
sirvió más que para ser un fantasma. Se encontró muriendo de a poco, perdiendo
la sonrisa, y con el corazón enterrado. Cada noche soñaba con la mano de su
amigo, y esos ojos que rogaban sin hablar, sabiendo que el sol no se saldría
nunca, que las gotas golpearían con fuerza mientras que el cielo ya no se iba a
abrir, dejándolo con las ganas de encontrar una señal, para no “morir
matando” su propia vida…
Marcelo
De Nicola.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE EL
CONFIDENTE
Alguna
vez, en una de esas noches perdidas en el baldío del tiempo, Enrique, ese mago oscuro, reveló a las
pocas almas borrachas de olvido que moríamos las horas en el abismo mugriento
de la mesa del bar, la historia de Pancho. Contaba, con su voz de fuelle
cansado, con aquel tono forjado en mil esquinas, que por allá, en el interior
del país, en medio de una comunidad formada por una tribu originaria, había un
animal muy peculiar: un ganso al que todos llamaban Pancho. Lo que lo
distinguía a Pancho del resto de la gansada, era que él ignoraba completamente
su condición de ganso. Pancho se paseaba entre los hombres, caminando con paso
firme y vociferando en aquel idioma incomprensible tal como si fuera uno de
ellos. Cierta noche, entró un puma empujado por el hambre con la intención de
atacar la gansada. Fue entonces cuando Pancho, no lo dudó dos segundos. Salió a
su encuentro con la actitud de un puma. Hinchó su pecho y cargo de fiereza cada
uno de sus pasos. Durante unos instantes, el puma creyó estar frente a un
animal peligroso. Luego, naturalmente, lo mató. Pocos serán los capaces de
superar aquellos diez segundos donde el ganso Pancho logró convencer al puma de
lo imposible.
Tal vez ninguno de nosotros consiga nuevamente lograr, aunque sea
por tan breves instantes, aquella, la aventura más grande: que el universo
entero, se olvide de una maldita vez de las leyes que lo someten. Hace poco,
discutíamos en esta misma mesa, que el pasado condena a una identidad, y esta
identidad no era sino la noción de límites. Quien les habla, jamás podrá
extender sus alas y salir volando cualquier mañana por mucho que lo intente. El
pasado, clavara sus uñas allí en el futuro, envenenándolo y proyectándose. Dice
Borges que lo venidero nunca se
anima a ser presente sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza. Y fue
la esperanza la que hizo que Maurice confiara en Silien,
su amigo, ambos personajes del film “El Confidente” de aquel adelantado,
Jean Pierre Melville. El relato se
armará sobre la idea de la mentira. Melville, guionista y adaptador de la obra
de Pierre Lesou, trabaja de manera extraordinariamente inteligente, la
información otorgada al espectador. Jamás sabremos la verdad del caso, estará
en nosotros vencer prejuicios, aceptar ingenuidades. Estará solo en nosotros
lograr ver al puma en Silien. La cinta trabajará con los códigos del policial
negro o el film noir para los franceses. Tendremos el placer de disfrutar una
fotografía extremadamente cuidada, con ciertas sombras que recordaran tal vez
al expresionismo alemán, con planos y secuencias metafóricos. Recordemos aquí
el comienzo del film. Maurice camina en un plano secuencia extenso, inmerso en
la oscuridad de la noche.
En su andar, el personaje tendrá momentos de luz
plena, generando sombras extensas sobre el camino recorrido y momentos de
oscuridad completa. Allí tal vez una bella y sencilla metáfora del personaje,
de su conflicto. Allí, en una sola toma, estará contado el padecimiento al que
se deberá enfrentar en la curva dramática. Allí, estará ilustrada la mentira,
con sus sombras que narran parcialidades, con sus luces que apresuran
historias, con aquella nube de la duda que aborda cada instante. Serán estas
herramientas narrativas las que también nos hagan pensar en aquellos jóvenes
que vendrán después, aquellos que lograran aquel lenguaje tan buscado por
Melville, y se animaran a jugar con los diálogos y la duración de los planos,
desarmando para siempre al relato, no hablo de otros más que de nuestros
grandes amigos de la Nouvelle Vague. El film trabajará
con la idea del antihéroe y propondrá para su final, una estructura clásica
para el policial negro. Seremos nosotros, entonces, los encargados de juzgar a
los personajes. Será nuestra mirada cargada de prejuicios, esclava de su
identidad, acortada por nuestra cultura la que después de todo sea la encargada
de descifrar aquello que ves, cuando me ves.-
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
El policial negro de Sabina
UNIVERSO MELVILLE
Nacido
como Jean Pierre Grumbach en París
en 1917, fue uno de los precursores de la Nouvelle Vague. Durante la Segunda
Guerra Mundial apoyó a la Resistencia de su país en contra de la invasión
alemana, eso fue algo que lo inspiró en varias de sus películas. Se une a la
Francia Libre en Londres, en 1942, y ya por entonces toma el seudónimo de
«Melville», para unos en homenaje a su actor favorito estadounidense, Herman
Melville, para otros para recordar al autor de Moby Dick.
Debido
a razones políticas, decide empezar a filmar por su cuenta cuando adapta,
produce, monta y dirige la obra de Jean Bruller, El silencio del mar, donde durante la Segunda Guerra Mundial, un
abuelo y su nieta tienen que compartir casa con un alemán del ejército nazi.
Junto
a Jean Cocteau dirigen en 1949, Los Niños terribles, la historia de dos
hermanos que quedan solos y casi no salen de la habitación hacia el mundo
exterior, la llegada de dos nuevos adolescentes finalizará en tragedia.
En
1953 dirige Cuando leas esta carta,
la historia de una chica que quiere tomar los hábitos, pero la muerte de sus
padres y la violación de su hermana le hacen cambiar de opinión. Mientras cuida
a su hermana, el abusador se enamora de ella.
En
1956 filma Bob, el jugador, la
historia de un gángster que va a hacer su último atraco, pero la policía está
enterada del asunto, y todo cambia de un momento a otro.
Tres
años después llega Dos hombres de
Manhattan, sobre un diplomático que trabaja en Nueva York y desaparece
misteriosamente. Dos periodistas franceses viajan a Estados Unidos a intentar
esclarecer el caso, quienes descubren que el hombre tenía una vida oculta poco
respetable, pero tienen que decidir entre decir la verdad, o que la buena labor
del diplomático siga su curso…
En
1961 dirige Un cura, otra vez
situada en la Segunda Guerra Mundial, donde una joven viuda vive con su hija y
la envía al campo para evitar la deportación ya que es hija de padre judío.
Ella es comunista y decide ir a la iglesia a declararse atea, pero el joven
cura no le dice nada y ella empieza a visitarlo esporádicamente, impresionada
por su moral. Primer trabajo de Melville con Belmondo.
Luego
de El Confindente, en 1963 dirige El
guardaespaldas, otra vez con Belmondo, donde un banquero huye a América y
contrata a un ex boxeador para que sea su guardaespaldas.
En
1966 filma Hasta el último aliento,
sobre un criminal que se reúne con sus socios luego de salir de prisión pero se
ve envuelto en una matanza entre bandas rivales. Para escapar, tiene que
conseguir dinero, pero es vigilado de cerca por un inspector que no le hará las
cosas tan sencillas.
Se
junta con Alain Delon en 1967 para
darle vida a El Samurai (también
llamada El silencio de un hombre), la historia de un asesino a sueldo que suele
ser perfecto. El día que falla, tendrá que buscar coartadas ante los testigos
que vieron el asesinato.
Dos
años después estrena El ejército de las
sombras, la historia de Philippe Gerbier (Lino Ventura), jefe de uno de los
grupos de la resistencia en París, contra la ocupación nazi, es capturado pero
tras un ardid logra escapar y se une a otro grupo que desarrolla sus acciones
en Marsella, el delator es descubierto y se procede a su ejecución, la
narración ofrece una visión del coraje y los miedos de estos grupos que tan
importantes fueron durante la segunda gran guerra.
En
1970 dirige El círculo rojo, donde
un criminal escapa en tren de su vigilador y se reúne con un socio para
ejecutar un robo de joyas.
Su
último film es Un policía, donde un
grupo de ladrones atraca un banco y uno de ellos resulta herido. El cabecilla,
tiene que enfrentarse con el comisario, quien es uno de sus mejores amigos.
El
cine de Melville fue sumamente elogiado por los creadores de Cahiers du Cinema, como Godard o Chabrol,
además, ha sido de una notable influencia para grandes directores como John Woo
(Código flecha rota, Contracara) o Quentin Tarantino. Dejó una gran marca
en el cine francés, aunque no sea reconocido como se merece.
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FICHA TÉCNICA
Título
original: Le doulos (The Finger Man)
Año:
1962
Duración:
108 min.
País:
Francia
Director:
Jean-Pierre Melville
Guión:
Jean-Pierre Melville (Novela: Pierre Lesou)
Música:
Paul Misraki
Fotografía:
Nicholas Hayer (B&W)
Reparto: Jean-Paul Belmondo,
Serge Reggiani, Jean Desailly, Michel Piccoli, René Lefèvre, Carl Studer,
Monique Hennessy, Marcel Cuvelier, Philippe Nahon
SINOPSIS
Tras
salir de la cárcel, Maurice Faugel asesina a su amigo Gilbert Varnove. A
continuación prepara un atraco para el que necesita una serie de herramientas
que le proporcionará Silien (Belmondo), un individuo sospechoso de ser
confidente de la policia. El robo sale mal, y Maurice, que sospecha que Silien
lo ha traicionado, decide ajustar cuentas con él.