miércoles, 22 de junio de 2016

EL CONFIDENTE - LE DOULOS


EDITORIAL

¿A que suenan los chubascos en las noches de invierno? Se preguntaba un viejo anciano mientras revolvía el último café por la madrugada. La pregunta se repetía desde hacía más de 30 años, en esas noches que la lluvia arreciaba, y la soledad jugaba sus cartas más fuertes.
La historia se fue destiñendo con el tiempo, perdiendo olores y fragancias que quedaron impregnados en los almanaques amarillentos que dejaban caer las hojas. Era un domingo lluvioso de invierno, había poca gente en la calle, estaba todo estudiado desde hacía varios meses, porque ese buen hombre que trabajaba ahí desde hacía un par de años, conocía correctamente cada recoveco del sitio.
La tarea era simple. Entrar y salir en siete minutos, sin importar el ruido de los vidrios estallados, la justicia poética ante tanto maltrato laboral. Le costó encontrar al cómplice, lugar que terminó ocupando ese amigo que nunca lo dejaba a gamba, fuera la hora que fuera, no tan convencido del acto, pero con una confianza plena en su compañero de ruta.
La cita fue a tiempo, el estallido resonó como un disparo en el desierto. Todo marchaba según lo planeado. El acto duró menos de lo imaginado, la salida estaba cerca, era el pasaje a la gloria. Ambos salieron apurados tratando de no tropezarse con los vidrios rotos, pero cuando estaban terminando de irse, uno resbaló por la culpa del piso mojado y algunos vidrios se adhirieron rápidamente al cuerpo, algo que un poco de alcohol solucionaría enseguida.
Mientras uno corría y el otro intentaba pararse, escucharon la sirena y la voz de alto que nunca quisieron escuchar. Las miradas entre los dos agregaron dramatismo a la escena, el pedido de auxilio se entendía hasta sin emitir palabras, mientras una mano se estiraba lentamente tratando de encontrar un empujón salvador. La mano nunca apareció. 


Mientras el auto arrancaba, a los pocos metros, tres ruidos secos resonaron en todo el oscuro barrio. Tres ruidos innecesarios, que masacraron a alguien que estaba en el piso, solicitando clemencia. Alguien que solo tenía un par de vidrios pegados al cuerpo, y que seguramente, no emitiría palabra alguna.
El auto y su conductor desaparecieron de la avenida, del trabajo, del barrio, de los amigos… Viajó sin rumbo hasta quedarse sin nafta, luego se dedicó a vagar parando gente que lo llevara a lugares cada vez más lejanos. Se encontró en un momento en otro pueblo, con otro nombre, con otra verdad. Nunca pudo hacer amigos en el pueblo. Era el huraño que vagaba solo en las noches estrelladas, nunca se supo cómo apareció por allí. Lo encontraban todos los domingos a la madrugada del único bar abierto bebiendo hasta que lo echaran. Repetía baratos discursos sobre la moral y los códigos, como si fuese un miembro de la mafia siciliana.
Los días de lluvia, no se movía de su sillón, solo se levantaba para servirse café o para ir al baño. Había cambiado la felicidad por un poco de dinero que no le sirvió más que para ser un fantasma. Se encontró muriendo de a poco, perdiendo la sonrisa, y con el corazón enterrado. Cada noche soñaba con la mano de su amigo, y esos ojos que rogaban sin hablar, sabiendo que el sol no se saldría nunca, que las gotas golpearían con fuerza mientras que el cielo ya no se iba a abrir, dejándolo con las ganas de encontrar una señal, para no “morir matando” su propia vida…

Marcelo De Nicola.-

Canción elegida para la editorial



IMPRESIONES SOBRE EL CONFIDENTE


Alguna vez, en una de esas noches perdidas en el baldío del tiempo, Enrique, ese mago oscuro, reveló a las pocas almas borrachas de olvido que moríamos las horas en el abismo mugriento de la mesa del bar, la historia de Pancho. Contaba, con su voz de fuelle cansado, con aquel tono forjado en mil esquinas, que por allá, en el interior del país, en medio de una comunidad formada por una tribu originaria, había un animal muy peculiar: un ganso al que todos llamaban Pancho. Lo que lo distinguía a Pancho del resto de la gansada, era que él ignoraba completamente su condición de ganso. Pancho se paseaba entre los hombres, caminando con paso firme y vociferando en aquel idioma incomprensible tal como si fuera uno de ellos. Cierta noche, entró un puma empujado por el hambre con la intención de atacar la gansada. Fue entonces cuando Pancho, no lo dudó dos segundos. Salió a su encuentro con la actitud de un puma. Hinchó su pecho y cargo de fiereza cada uno de sus pasos. Durante unos instantes, el puma creyó estar frente a un animal peligroso. Luego, naturalmente, lo mató. Pocos serán los capaces de superar aquellos diez segundos donde el ganso Pancho logró convencer al puma de lo imposible. 


Tal vez ninguno de nosotros consiga nuevamente lograr, aunque sea por tan breves instantes, aquella, la aventura más grande: que el universo entero, se olvide de una maldita vez de las leyes que lo someten. Hace poco, discutíamos en esta misma mesa, que el pasado condena a una identidad, y esta identidad no era sino la noción de límites. Quien les habla, jamás podrá extender sus alas y salir volando cualquier mañana por mucho que lo intente. El pasado, clavara sus uñas allí en el futuro, envenenándolo y proyectándose. Dice Borges que lo venidero nunca se anima a ser presente sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza. Y fue la esperanza la que hizo que Maurice confiara en Silien, su amigo, ambos personajes del film “El Confidente” de aquel adelantado, Jean Pierre Melville. El relato se armará sobre la idea de la mentira. Melville, guionista y adaptador de la obra de Pierre Lesou, trabaja de manera extraordinariamente inteligente, la información otorgada al espectador. Jamás sabremos la verdad del caso, estará en nosotros vencer prejuicios, aceptar ingenuidades. Estará solo en nosotros lograr ver al puma en Silien. La cinta trabajará con los códigos del policial negro o el film noir para los franceses. Tendremos el placer de disfrutar una fotografía extremadamente cuidada, con ciertas sombras que recordaran tal vez al expresionismo alemán, con planos y secuencias metafóricos. Recordemos aquí el comienzo del film. Maurice camina en un plano secuencia extenso, inmerso en la oscuridad de la noche. 


En su andar, el personaje tendrá momentos de luz plena, generando sombras extensas sobre el camino recorrido y momentos de oscuridad completa. Allí tal vez una bella y sencilla metáfora del personaje, de su conflicto. Allí, en una sola toma, estará contado el padecimiento al que se deberá enfrentar en la curva dramática. Allí, estará ilustrada la mentira, con sus sombras que narran parcialidades, con sus luces que apresuran historias, con aquella nube de la duda que aborda cada instante. Serán estas herramientas narrativas las que también nos hagan pensar en aquellos jóvenes que vendrán después, aquellos que lograran aquel lenguaje tan buscado por Melville, y se animaran a jugar con los diálogos y la duración de los planos, desarmando para siempre al relato, no hablo de otros más que de nuestros grandes amigos de la Nouvelle Vague. El film trabajará con la idea del antihéroe y propondrá para su final, una estructura clásica para el policial negro. Seremos nosotros, entonces, los encargados de juzgar a los personajes. Será nuestra mirada cargada de prejuicios, esclava de su identidad, acortada por nuestra cultura la que después de todo sea la encargada de descifrar aquello que ves, cuando me ves.-

Lucas Itze.-

Canción post impresiones


El policial negro de Sabina



UNIVERSO MELVILLE


Nacido como Jean Pierre Grumbach en París en 1917, fue uno de los precursores de la Nouvelle Vague. Durante la Segunda Guerra Mundial apoyó a la Resistencia de su país en contra de la invasión alemana, eso fue algo que lo inspiró en varias de sus películas. Se une a la Francia Libre en Londres, en 1942, y ya por entonces toma el seudónimo de «Melville», para unos en homenaje a su actor favorito estadounidense, Herman Melville, para otros para recordar al autor de Moby Dick.
Debido a razones políticas, decide empezar a filmar por su cuenta cuando adapta, produce, monta y dirige la obra de Jean Bruller, El silencio del mar, donde durante la Segunda Guerra Mundial, un abuelo y su nieta tienen que compartir casa con un alemán del ejército nazi.
Junto a Jean Cocteau dirigen en 1949, Los Niños terribles, la historia de dos hermanos que quedan solos y casi no salen de la habitación hacia el mundo exterior, la llegada de dos nuevos adolescentes finalizará en tragedia.
En 1953 dirige Cuando leas esta carta, la historia de una chica que quiere tomar los hábitos, pero la muerte de sus padres y la violación de su hermana le hacen cambiar de opinión. Mientras cuida a su hermana, el abusador se enamora de ella.
En 1956 filma Bob, el jugador, la historia de un gángster que va a hacer su último atraco, pero la policía está enterada del asunto, y todo cambia de un momento a otro.
Tres años después llega Dos hombres de Manhattan, sobre un diplomático que trabaja en Nueva York y desaparece misteriosamente. Dos periodistas franceses viajan a Estados Unidos a intentar esclarecer el caso, quienes descubren que el hombre tenía una vida oculta poco respetable, pero tienen que decidir entre decir la verdad, o que la buena labor del diplomático siga su curso…
En 1961 dirige Un cura, otra vez situada en la Segunda Guerra Mundial, donde una joven viuda vive con su hija y la envía al campo para evitar la deportación ya que es hija de padre judío. Ella es comunista y decide ir a la iglesia a declararse atea, pero el joven cura no le dice nada y ella empieza a visitarlo esporádicamente, impresionada por su moral. Primer trabajo de Melville con Belmondo.
Luego de El Confindente, en 1963 dirige El guardaespaldas, otra vez con Belmondo, donde un banquero huye a América y contrata a un ex boxeador para que sea su guardaespaldas.
En 1966 filma Hasta el último aliento, sobre un criminal que se reúne con sus socios luego de salir de prisión pero se ve envuelto en una matanza entre bandas rivales. Para escapar, tiene que conseguir dinero, pero es vigilado de cerca por un inspector que no le hará las cosas tan sencillas.
Se junta con Alain Delon en 1967 para darle vida a El Samurai (también llamada El silencio de un hombre), la historia de un asesino a sueldo que suele ser perfecto. El día que falla, tendrá que buscar coartadas ante los testigos que vieron el asesinato.


Dos años después estrena El ejército de las sombras, la historia de Philippe Gerbier (Lino Ventura), jefe de uno de los grupos de la resistencia en París, contra la ocupación nazi, es capturado pero tras un ardid logra escapar y se une a otro grupo que desarrolla sus acciones en Marsella, el delator es descubierto y se procede a su ejecución, la narración ofrece una visión del coraje y los miedos de estos grupos que tan importantes fueron durante la segunda gran guerra.
En 1970 dirige El círculo rojo, donde un criminal escapa en tren de su vigilador y se reúne con un socio para ejecutar un robo de joyas.
Su último film es Un policía, donde un grupo de ladrones atraca un banco y uno de ellos resulta herido. El cabecilla, tiene que enfrentarse con el comisario, quien es uno de sus mejores amigos.
El cine de Melville fue sumamente elogiado por los creadores de Cahiers du Cinema, como Godard o Chabrol, además, ha sido de una notable influencia para grandes directores como John Woo (Código flecha rota, Contracara) o Quentin Tarantino. Dejó una gran marca en el cine francés, aunque no sea reconocido como se merece.

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FICHA TÉCNICA

Título original: Le doulos (The Finger Man)
Año: 1962
Duración: 108 min.
País: Francia
Director: Jean-Pierre Melville
Guión: Jean-Pierre Melville (Novela: Pierre Lesou)
Música: Paul Misraki
Fotografía: Nicholas Hayer (B&W)
Reparto: Jean-Paul Belmondo, Serge Reggiani, Jean Desailly, Michel Piccoli, René Lefèvre, Carl Studer, Monique Hennessy, Marcel Cuvelier, Philippe Nahon

SINOPSIS


Tras salir de la cárcel, Maurice Faugel asesina a su amigo Gilbert Varnove. A continuación prepara un atraco para el que necesita una serie de herramientas que le proporcionará Silien (Belmondo), un individuo sospechoso de ser confidente de la policia. El robo sale mal, y Maurice, que sospecha que Silien lo ha traicionado, decide ajustar cuentas con él.

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