PROGRAMA 142 (27-05-2016)
EDITORIAL
Si
dijéramos que ya hemos sido derrotados por el odio estaríamos arrojando,
finalmente, la memoria hacia la oscuridad más profunda que podamos imaginarnos.
Cierto es que aún duele ese amor recientemente arrebatado como de un tirón; por
eso seguimos aferrados al recuerdo de aquellos abrazos que hoy deambulan cual
fantasmas, en las calles y plazas, esperando volver y hacerse nuevamente carne.
Duro y triste es saber que nuestro rival invisible y asesino juega siempre con
la carta más poderosa que es la del tiempo en su perspectiva individual. Por
eso nos recuerdan, a cada instante, que un día de estos moriremos. Y se
divierten arrojándonos a la infortunada búsqueda de los placeres para que en
nuestro último suspiro nos reconozcamos sabios y satisfechos. Sin embargo,
siguiendo aquel juego, la última lagrima que recorra nuestra mejilla nos
susurrara junto al oído: “Flaco, sólo te estas llevando experiencias y saberes
de cartón”. El corazón se detendrá y lo que quede de nuestra luz se alejará,
lentamente, desde las pupilas y se hundirá hacia la nada sentenciando nuestro
fin.
La muerte no será otra que la del recuerdo de aquel paso efímero, diminuto
y absurdo por este plano tan extraño llamado mundo.
Muertes
reales invaden y atacan con el rifle del olvido para siempre. Y los fantasmas
resisten escudados en las memorias de las almas que quieren ser libres y
responden desde las trincheras de las ideas… A veces, cuando la sangre es tanta
y el dolor aturde tan violento sólo queda replegarse en aquel instante donde
todo se detuvo y una persona con bandera en mano dejo ver su sonrisa a lo lejos
festejando la libertad pospuesta de batallas pasadas, recordándonos que al fin
y al cabo somos siempre los mismos pero con un par de guerras encima. El mundo,
incansable, sigue girando una y otra vez. La sociedad gira al mismo tiempo
repitiendo sus ciclos y reciclajes. Sin embargo, esa memoria no nos arregla a
ninguno de nosotros. No nos conformamos con aquel París efímero. Queremos el
país, el mundo, la memoria sana, las plazas llenas y referentes dispuestos a ofrecer
su corazón….
Alan
Beneitez.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE
CASABLANCA
No
hace muchos días, un historiador puntualizaba en su relato sobre la brutal
llegada de los conquistadores al continente americano. En su narración,
describía que no había sido las ropas, ni las logradas embarcaciones, ni
siquiera las amenazadoras armas lo que los había sorprendido de manera casi
mágica a los nativos, sino el uso de la palabra escrita. Vieron ellos allí, en
aquellos papeles garabateados, el poder de unir el pasado con el presente,
vieron ellos desmantelarse ante sus ojos la percepción del tiempo. Alguien
gritó desde la oscuridad de un bar, que lo único que existe es el presente. El
pasado, aquel lugar de acuerdo tácito, aquella asociación ilícita de los
sucesos, es una herramienta manipuladora que no hace más que contarnos de
manera selectiva aquello que jamás sentimos, aquellos lugares que jamás
visitamos o aquellas batallas que ni siquiera supimos soñar. Será el pasado
mismo, a través de sus mecanismos mnemónicos adquiridos a lo largo de todos
aquellos ensayos y errores que componen la llamada adaptación, el que impondrá
con tenacidad sus límites al futuro, imponiendo de esta manera una conducta
identificatoria.
La identidad, aquel desencanto de la existencia, se desarrolla
no solo sobre la base de la centralización narrativa de las experiencias
pasadas, sino también sobre la narración especulativa de lo que se continuará
siendo. Será el futuro, entonces, un triste recuerdo envenenado del pasado. Ya
no veremos allí adelante el caos generado por la aparición peligrosa y azarosa
de estímulos vagabundos, sin ningún destino, sino los siniestros muros del
orden levantados por las cobardes manos de lo que llamaremos con algún
desprecio: planes. Trascenderá aquella orden narrativa apuñalando el brillo de
nuestra existencia, reduciendo la posibilidad de lo inesperado, enjaulando al
peligro al final de cada copa, en la soledad más terrible de cualquier mesa
bar. Pero encontraremos un destello dentro de esta cárcel del tiempo que nos
hemos construido. Existirán ciertos flashes, ciertos instantes donde la cultura
pestañea y entreabre aquellos paredones invisibles que marcan el camino. En
ellos encontraremos el placer de nuestra existencia. En un verso que nos ataca
al azar, y quizás no en el poema, o tal vez en la mirada enloquecida que
descubrimos con angustia en una pintura y no en el cuadro. Aquel flash, aquel
instante, aparecerá con claridad en el encuentro de Ilsa y Rick,
en aquella inmortal escena de Casablanca,
film legendario de Michael Curtiz.
La cinta, tal vez a simple vista, resulte un prolija obra hollywoodense con
todos sus ingredientes. Grandes estrellas en pantalla, un guion sólido que
coquetea con la mezcla de géneros, una fotografía clásica con locaciones
imponentes y costosas. Pero si agudizamos un poco la mirada, quizás veamos la
obra desde otro punto de vista. El film, más allá del edulcorado planteo
político, pone en escena un conflicto primordial sobre la identidad de Rick.
Todos dudan y le cuestionan su presente intentando ubicarlo en algo entre lo
neutral, la complicidad y el apoliticismo. Su inacción y parquedad se romperán
con la aparición de Ilsa que coincidirá con el punto de giro de la curva dramática.
Rick,
estará atrapado en un recuerdo, será cierto pasado arruinándolo todo sobre
aquella fantasiosa percepción del tiempo, será él negando el que fue, engañando
vilmente en aquella proyección al que será o se planea ser. Allí su conflicto
existencial, allí la necesidad de una decisión para volver a aquella otra
ilusión que es el movimiento. El entenderá entonces que nadie vuelve a ningún
lado y decidirá no luchar más contra el olvido ya que olvidar es imposible,
solo es posible ser olvidado. Esa será su propuesta para aquella dama de ojos
tan tristes como los suyos, aquella dama que sacudiéndose las cenizas del
tiempo volvió una noche.-
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
El famoso tema de Casablanca
UNIVERSO CURTIS
Miháli
Kertész; Budapest, 1888 - Hollywood, 1962) Nacido en Budapest, en la época del
Imperio Austrohúngarom se formó en el teatro, rodó numerosas películas en Budapest, junto a M. Stiller y V. Sjöström, y en diversos países europeos desde 1919.
Instalado en Hollywood en 1926, trabajó casi en exclusiva para la Warner y demostró un sólido talento de
artesano capaz también de realizar grandes títulos, como Las aventuras del capitán Blood (1935), La carga de la brigada ligera (1936), Alma en suplicio (1945) y, sobre todo, Casablanca (1943), por la que recibió el Oscar a la mejor
dirección.
Llevado
a Hollywood por Harry Warner en 1926, durante los siguientes veinticinco años
rodó más de cien títulos, muchos de ellos rutinarios, pero también otros en los
que pudo desplegar su gran energía creativa. Para los críticos, su figura está
íntimamente ligada al sistema de los estudios de Hollywood. A menudo ha sido
calificado de técnico muy bien dotado que supo subordinar su personalidad a las
exigencias de la maquinaria.
Sin
embargo, algunas de sus películas de los años 40 y 50 contradicen esta
afirmación simplista. Su ciclo con Errol Flynn dio al cine estadounidense
aventuras románticas memorables, entre las que sobresale un gran clásico como Robin de los bosques (1938), en el que
Curtiz y Flynn se reencontraron con Olivia de Havilland y Basil Rathbone, tras
haber participado todos ellos en la filmación de otro título emblemático del
cine de aventuras, El capitán Blood
(1935). El realizador húngaro tuvo la habilidad de imprimir un ritmo trepidante
a la historia y logró momentos memorables, entre los cuales merecen especial
recuerdo la divertida lucha entre Robin Hood y Little John o el largo y
accidentado duelo final a espada entre el héroe y el villano.
También
rodó excelentes filmes con Humphrey
Bogart, John Garfield y James Cagney. Casablanca (1942), por la que obtuvo
el Oscar, es una obra de arte ya clásica y difícilmente puede definirse como
"el más afortunado de los accidentes afortunados", en frase de Andrew
Sarris. Curtiz supo engarzar a la perfección los heterogéneos elementos de un
guión improvisado manteniendo en todo momento el suspense, encajó actores por
cuya química nadie apostaba y manejó de modo magistral las atmósferas y los
planos cortos, penetrando hasta las entrañas de los personajes.
El
realizador húngaro cultivó todos los géneros cinematográficos: drama social,
comedia musical, western, sagas marinas, comedias de capa y espada, melodramas
de gángsters y de ambiente carcelario y películas de terror y de misterio.
Otros títulos destacables de su filmografía son Ángeles con las caras sucias (1938), Yanqui Dandy (1942), Pasaje para
Marsella (1944), Noche y día (1946) y No somos ángeles (1955).
La Marsellesa para el comienzo
Otro clásico...
FICHA TÉCNICA
Título
original: Casablanca
Año:
1942
Duración:
102 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Michael Curtiz
Guión: Julius J. Epstein,
Philip G. Epstein, Howard Koch (Obra: Murray Burnett, Joan Alison)
Música:
Max Steiner
Fotografía:
Arthur Edeson (B&W)
Reparto:
Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt,
Sydney Greenstreet, Peter Lorre, S.Z. Sakall, Madeleine LeBeau, Dooley Wilson,
Joy Page, John Qualen, Leonid Kinskey, Curt Bois, Ed Agresti, Marcel Dalio,
Enrique Acosta, Louis V. Arco, Frank Arnold, Leon Belasco, Oliver Blake
SINOPSIS
Durante
la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Casablanca era una ciudad a la que
llegaban huyendo del nazismo gente de todas partes: llegar era fácil, pero
salir era casi imposible, especialmente si el nombre del fugitivo figuraba en
las listas de la Gestapo. En este caso, el objetivo de la policía secreta
alemana es el líder checo y héroe de la resistencia Victor Laszlo, cuya única
esperanza es Rick Blaine, propietario del 'Rick’s Café' y antiguo amante de su
mujer, Ilsa. Cuando Ilsa se ofrece a quedarse a cambio de un visado para sacar
a Laszlo del país, Rick deberá elegir entre su propia felicidad o el idealismo
que rigió su vida en el pasado.
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