Jóvenes bailarines toman accidentalmente LSD mezclado con sangría y así
su exultante ensayo se convierte en una pesadilla cuando uno a uno sienten las
consecuencias de una crisis psicodélica colectiva. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
El sonido se escucha desde lejos. Mientras las luces y la música nos queman los ojos y los oídos. Y no sabemos cómo escapar de tanta locura. Sólo el agua que nos salpica brevemente nos da algo de alivio. Perfumes caros y sudores se entremezclan. Las botellas van y vienen mientras algunos líquidos se derraman por el suelo. El baño es cada vez más concurrido. Entran de una forma y salen de otra. Las miradas perdidas son testigos de esos cambios elocuentes. Gente que empuja y otros con ganas de sacarse la bronca. Alguna piña que no llega a destino. La música no para, el baile y el humo tampoco. Las gargantas se secan y obligan a consumir más. Los celulares sacan fotos que quedarán perdidas en esa nube virtual. Nadie sabrá quienes serán esos que aparecen. El baile sigue, haciendo latir los corazones con más violencia. El agua no alcanza. Los gritos no se escuchan. Sin embargo, todo parece perfecto. Ahí dentro no hay crisis. Afuera, la sociedad se desmorona. Está en una carrera virtual hacia la destrucción. La individualidad ganándole la batalla a lo colectivo.
Hay esperanzas, aunque el
pasado más rancio aparece cada vez con más fuerza. La hipocresía es parte de
ese combo que estamos viviendo, donde la falta de empatía y la quita de
derechos son moneda corriente. Es la otra fiesta. Esa que estamos viendo desde
afuera y a la que no fuimos invitados. Vemos como ellos se regodean en su
sudor, que les cae perpetuamente sobre sus mejillas. Extasiados a más no poder,
buscando nuevas formas libidinosas de saciar sus placeres. Mientras tanto, nos
tienen hacinados, hambreados y esperando que nuestro final sea lo más sufrido
posible. Ahora, nosotros somos los bailarines de esa danza tétrica donde solo
puede parar el que se muere. Nosotros somos los que pedimos un poco de agua
para poder seguir. Sin embargo, nos tienen bailando de un lado a otro. Somos
sus títeres perfectos. Y sus manos nos moverán hasta dejarnos sin respuestas.
Mientras sus risas reboten por todas las paredes. Y los gritos de esa turba
iracunda y sin sentido, los lleve al punto de la locura. A estallar en su
desenfrenado clímax.
Marcelo De Nicola.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE CLÍMAX
Alguna vez hablamos en este mismo foro sobre la idea de paraíso y hemos llegado a la conclusión de que los únicos paraísos posibles son los paraísos perdidos. Tal vez en un dejo de melancolía, cualquiera de nosotros, podría ubicar al propio paraíso en la niñez, o en algún momento de nuestra juventud, o en cualquier tiempo pasado donde el recuerdo haya efectuado su recurso narrativo reescribiendo un pasado absolutamente ficticio. Lo cierto es que el diseño de un paraíso es siempre un problema. Nadie podrá encontrar allí lo que realmente busca. El enamorado desdichado jamás encontrará en su paraíso el objeto de su amor negado, jamás encontrará consuelo en aquel pedazo de cielo reservado para él. El engañado, tampoco hallará nunca la justicia tan preciada, y esto es así debido a que lo que uno necesita para ser infinitamente dichoso es quizás lo que a otro le produce la inefable desdicha. No es posible generar en el cielo un infortunio, un desorden cósmico solamente para complacer a un bienaventurado. La pregunta es entonces ¿qué nos queda? ¿Cómo resolvemos aquella falla de diseño del paraíso propio? La manera quizás no es otra sino la misma que se aplica para disfrutar del buen arte, la fe poética. La única posibilidad de ser feliz que tenemos cualquiera de nosotros es renunciando a la idea de veracidad. Será entonces allí que nuestro paraíso propio se empezará entonces a poblar de preciados fantasmas, de deseados reflejos de aquello que supimos amar. Será nuestro paraíso porque serán nuestras propias creaciones quienes lo pueblen. Seremos bien amados, seremos cuidados, seremos justos y serán justos con nosotros y nadie preguntará nada.
Nadie traerá la duda para arruinar nuestra fiesta. No hay peor imbécil que el que no disfruta de un buen engaño, que el que busca la verdad aunque esta signifique el fin de nuestra alegría. Clímax, la agitada película de nuestro amigo Gaspar Noé, crea su propio paraíso musical en un relato frenético y atrapante. El film comenzará por el final, denunciando a los pocos segundos de iniciada la cinta que lo que se acaba de ver es un relato sobre un hecho real. Luego, sobre la pulcra pureza inmaculada de un plano cenital de nieve blanca irrumpe la muerte, la sangre, lo oscuro que quiebra todo aquel equilibrio. La estructura narrativa será no lineal y trabajará el racconto como herramienta de ruptura temporal. Pasaremos luego a una especie de casting de bailarines visualizado desde una televisión, donde encontraremos a su alrededor mucha información sobre lo que será el film. De un lado veremos lomos de películas en vhs y del otro, libros. Habrá películas de los años 80 que tratarán temáticas que luego se verán en el film y habrá libros que manejarán una intención similar. Se destacará entre las películas, Suspiria de Darío Argento. Con el correr de la cinta llegaremos a la conclusión de que Clímax es un gran homenaje a su cine y en especial a esa película en particular. Arrancará un plano secuencia que narrará una coreografía en donde los bailarines recrearán la imagen de portada de Suspiria, para luego seguir bailando con distintos estilos y formas. La fotografía será oscura y el director demostrará durante todo el relato un excelente manejo de cámara, en particular de los planos secuencias y de las angulaciones cenitales. Notaremos también un excelso gusto en la composición de planos y en la capacidad de transmitir a través de ellos sensaciones al espectador.
El público pasará por
los mismos estados de ánimos que cada uno de los personajes del film transita.
Sentiremos el ritmo, sentiremos la euforia, sentiremos el vértigo y también el
terror del encierro y sentiremos, claro, la paranoia. La estructura estará
dividida en dos partes muy claras, la vida y la muerte; el paraíso y el
infierno. La primera parte será todo danza y festejo, Daddy, esa especie de dios que los hará mover como marionetas y los
observará desde lo alto, será el encargado de marcar el ritmo de aquella
creación, de ese paraíso de bailarines, moda y coreografías. Los veremos
trabajar en conjunto, proponiendo y aceptando el juego del otro. Luego, todo se
convertirá en un averno oscuro y cruel. Daddy
verá desde su lugar morir a su creación, librará todo al libre albedrio,
los dejará a su suerte en aquel mar de drogas, sexo y muerte. Habrá sacrificios
humanos, un aborto, habrá incesto, habrá racismo, nazismo, habrá el sacrificio
de un niño. Desde la fotografía se trabajarán los rojos y los verdes para
acentuar la intención de cada uno de los distintos momentos en toda aquella
locura. Todo terminará en muerte y destrucción. Tal como dijimos al comienzo, entrometerse
en el paraíso de otro, siempre tiene algún costo. Finalmente las puertas de
aquel infierno se abrirán y lo primero que veremos será al Can Cerbero, aquel perro mitológico que custodia las puertas del
averno, representado por un perro que entrará ladrando sostenido por policías y
bomberos. La muerte habrá arrasado con casi toda aquella creación, quedaran
cuerpos tirados, quemados, algunos aún alucinando y Daddy estará allí, durmiendo en paz, soñando tal vez otro mundo,
otra suerte echada sobre el paño verde de la vida. La pregunta que nos queda
será: ¿Habrá valido la pena aquel sacrificio?
Lucas
Itze.-
Canción post impresiones
UNIVERSO NOÉ
Gaspar Noé nació en Argentina el 27 de diciembre de 1963, hijo del pintor y escritor Luis Felipe Noé. Estudió cine en Francia y se radicó allá. Arrancó con los cortometrajes Tintarella di Luna, de 1985, y Pulpe Amère, de 1987. En 1991 se empezó a hacer conocido en el mundo con su cortometraje Carne, que fue premiado en Cannes. Su primer largo fue una secuela de Carne, el carnicero protagonista de ese film se convertiría en Sólo contra todos, con las que obtuvo muy buenas críticas. Pero sin dudas el film que lo marcaría como un artista único y polémico, que lo hizo entrar por la puerta grande de Cannes fue Irreversible, con la famosa escena de la violación de 9 minutos que escandalizó al mundo. Las críticas fueron diversas, pero a partir de ahí logró lo que suele pasar con grandes cineastas: ser amado u odiado pero nunca pasar desapercibido.
En 2009 llegó otro film por demás
interesante como Enter the Void, donde vuelve a demostrar un manejo
de la cámara y un modo de contar historias exquisitas. Su próximo film no podía ser menos
polémico: Love, con secuencias de sexo explícito, volvió a poner al
argentino en boca de todos. En 2018 apareció Climax, esta vez donde
se inserta en el mundo de las drogas y vuelve a mostrar todo su talento para
filmar. Sin dudas, su película mejor catalogada hasta la fecha. Lo último que ha hecho es el
mediometraje Lux Æterna donde dos actrices, Béatrice
Dalle y Charlotte Gainsbourg, cuentan en un plató
historias de brujas. Lux Æterna es también un ensayo sobre el cine, sobre el
amor por el cine y la histeria en un set de rodaje. Su último film es Vortex,
donde narra la historia de una pareja de ancianos, donde él tiene problemas del
corazón y ella empieza a sufrir de Alzheimer. Con Darío Argento como protagonista.
FICHA TÉCNICA
Título original: Climax
Año: 2018
Duración: 95 min.
País: Francia
Dirección: Gaspar Noé
Guion: Gaspar Noé
Reparto: Sofia Boutella, Romain Guillermic, Souheila
Yacob, Kiddy Smile, Claude Gajan Maull
Música: Varios
Fotografía: Benoît Debie
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