Ficción o realidad, esa es la cuestión. El mundo del cine conjuga personajes de todo tipo y color, cada semana nos ocuparemos de analizar diferentes obras del séptimo arte, con el fin de informarnos, debatir y recordar esas películas que nos hicieron reír, llorar, pensar, y sobre todo, sumergirnos en ese mundo apasionante. Todos los viernes de 20 a 21 hs, por FM Boedo, con la conducción de Lucas Itze y Marcelo De Nicola.
Karamakate fue
en su día un poderoso chamán del Amazonas; es el último superviviente de su
pueblo y vive en lo más profundo de la selva. Lleva años en total soledad, que
lo han convertido en "chullachaqui", una cáscara vacía de hombre,
privado de emociones y recuerdos. Pero su solitaria vida da un vuelco el día en
que a su remota guarida llega Evan, un etnobotánico norteamericano en busca de
la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz de enseñar a soñar. Karamakate
accede a acompañar a Evan en su búsqueda y juntos emprenden un viaje al corazón
de la selva en el que el pasado, presente y futuro se confunden, y en el que el
chamán irá recuperando sus recuerdos perdidos. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
El calor de
aquella fogata crecía mientras yo, apoyando mi culo de oficinista sobre ese
tronco que junto a otros, rodeaban circularmente aquel fuego me iba inclinando
hacia adelante hasta quedar completamente inmóvil. No solo mi cuerpo, sino
también mis sentidos. Entonces, fue cuando se abrió aquel portal por primera
vez. Habíamos encontrado con mi amigo, un hermano de aquellos que se presentan
sin mostrar documentos ni análisis de sangre, una especie de publicidad que
invitaba a realizar un viaje chamánico. Era un taita colombiano que cada tanto
se venía al país a divulgar su cultura a través del maestro Yagé. En su momento
supe que taita significa padre en lengua quechua y es una palabra utilizada
tradicionalmente en varias comunidades indígenas para llamar a quien se debe
respeto: padres, abuelos, mayores, autoridades. Por eso también se llama taita
el especialista en el manejo del yagé. Un intermediario que vivía por Lugano y
que era como el discípulo y amigo del maestro se llamaba Pablo, aunque nos pidió
al momento de presentarse que lo llamáramos Pablito. Tenía la manía de
referirse a todas las cosas o personas en diminutivo, característica que de
entrada nos causó mucha gracia pero que quizás hoy, reviviendo aquella
experiencia puede llegar a pensarse que aquella manera de comunicarse que lo
dejaba como un tarado era una expresión quizás, algo rudimentaria para hacer
entender que hacía mucho tiempo que él había comprendido lo pequeño, lo
insignificante que somos nosotros, la humanidad, y todo lo que creamos y
nombramos. Pablito nos comunicó por teléfono y por mail las condiciones previas
para poder concurrir al ritual que se realizaría en un destino aún incierto, lo
único que deslizó casi a modo de secreto revelado fue que sería en una casa
quinta en la zona de Escobar. Ese dato nos lo darían una vez pasado el filtro que
constaba con una especie de entrevista con el taita y la aprobación que él nos
daría si sintiera que estábamos preparados para tal aventura. La cosa que nunca
llegamos a concretar dicho encuentro pero como teníamos el efectivo y la
voluntad de aceptar la otra condición y el consejo para no tener un mal “viajecito”,
llegamos rápidamente a un acuerdo. El consejo y condición constaba con un ayuno
de dos semanas sin carnes, bebidas alcohólicas, drogas ni sexo, digamos que a
los 20 años cumplir con todos esos requisitos es un tanto difícil aunque
completamente sanador si lo realizas a rajatabla. Tal como hicimos, y se lo
dedicamos a todos aquellos que desconfiaron de nuestra fuerza de voluntad no
sin razón, al cabo de un mes, un sábado por la mañana muy temprano, estábamos
en aquel flamante Ford Taunus color rojo persa, viajando por la Panamericana a lo que
sería una de las mejores experiencias que hayamos vivido.
Luego de un
silencioso recorrido, por fin estábamos allí. No conocíamos nada sobre aquellos
rituales. Tampoco conocíamos personalmente ni al taita ni a Pablito ni al resto
de los concurrentes, de los que no voy a hacer descripción alguna porque no
alcanzaría el tiempo. Sin embargo no fue nada difícil reconocer a Pablito
cuando ingresamos a una quinta con mucho espacio arbolado y una casa algo
precaria que solo usamos para ingerir aquella sustancia de consistencia barrosa
y de sabor indescriptible pero fuerte como mezcla de vodka con chimichurri. Ah...
y el baño también demasiado pequeño para el maltrato que recibió de parte de
todos los que lo habitamos, lo que se notó que no todos habían cumplido su
palabra con respecto al ayuno. Era un living amplio donde acomodamos todas
nuestras bolsas de dormir, todo lo que habíamos llevado. Mujeres de un lado,
hombre enfrente y al costado, en lo que parecía un escenario, porque en ese
sector estaba elevado como diez centímetros del resto de la habitación un sillón
que parecía muy cómodo y en el que reposaba con un aura muy particular el
personaje más imaginado por todos nosotros durante casi un mes. Lo único que
generaba confianza eran sus pelos largos y abundantes canas, una camisa tipo árabe
blanca y un despliegue de bijoutería artesanal en cuello, muñecas y orejas. La
charla introductoria la dio Pablito: corta, precisa y cargada de diminutivos,
dijo que disfrutáramos de aquel momento, del regalo que traía el taita de sus
tierras y que en caso de que nos sintiéramos “maluquitos” acudiéramos en
seguida al maestro que nos atendería rápidamente. Tampoco voy a hacer mención
detallada de que el querido Pablito, fue quien más precisó de la sanación del
taitita luego de intentar arrojarse de cabeza a aquella fogata que ardió hasta
altas horas de la madrugada. Una vez acomodados y presentados, formados en una
hilera, fuimos acercándonos al rincón donde se encontraba el taita y era él
quien servía el “yagecito” en un vaso de esos que se usan de medidor o para
tomar bebidas blancas. Si bien lo esperado es siempre encontrarse en una tribu,
lejos de la civilización, hacerse de algunas costumbres autóctonas, deshacerse
de algunas propias, realizar un proceso previo, más acorde para tal fin, cuando
me encontré enfrentado a aquel señor, dejando caer esa preparación que se
deslizaba como un dulce de leche caliente adentro del medidor, tuve la sensación
de haber estado en aquel lugar, de haber realizado todo lo necesario y su
mirada me dio la tranquilidad de estar preparado para tomarlo.
Una vez ingerido
podíamos acostarnos en nuestras bolsas de dormir o salir a recorrer el parque o
sentarse al costado del fuego en busca de relajación. El yagé haría lo que
venía a hacer en su debido momento nos dijeron, y debíamos ayudarlo intentando
relajarnos. Algunos optamos por salir de esa casa que se achicó rápidamente
luego del estado de ebriedad instantáneo que generaba ese preparado. Estuve
caminando casi media hora por los alrededores hasta que nos mancomunamos un par
alrededor del fuego. No recuerdo muy bien la conversación, era de esas casuales,
de aquella que uno puede tener al lado de una parrilla mientras espera que el
asado se cocine. Hasta que de repente tuve mi vista fijada en el centro de la
combustión, en el calor que se desprendía de los troncos como chispas. El calor
de aquella fogata crecía mientras yo apoyando mi culo de oficinista sobre el
tronco que junto a otros, rodeaban circularmente aquel fuego, me iba inclinando
hacia adelante hasta quedar completamente inmóvil. No solo mi cuerpo sino también
mis sentidos, entonces fue cuando se abrió aquel portal por primera vez. La
sensación de un sueño tan real y tan descabellado como la de sentir estar
presenciando desde las alturas el movimiento de la tierra sobre su eje, poder
tocar las moléculas que conforman la atmósfera y sentarme sobre ella pudiendo
divisar la tierra por debajo y el universo por encima. Volverme tan pequeño
como una de aquellas moléculas para luego meterme dentro de mi torrente sanguíneo
y arrancar los males como si fuesen cáscaras adheridas a mis paredes venosas. Escuchar
las canciones que hoy siento que se encuentran perdidas o que nunca tuvieron la
posibilidad de ser escuchadas. Todo aquello en un segundo que parecieron años. Años
acumulados de enseñanza, de rituales que atravesaron el tiempo, la distancia,
que pasaron de boca en boca. Hubo una conexión ancestral mágica que me unió
aquella noche, con todo aquello. Se que volveré algún día. Volveremos algún día
porque al regresar, nos juramos sin hablar que aun quedan melodías perdidas,
que no pronunciarán sus gritos, sino a través de nosotros.
Alan Beneitez.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE EL ABRAZO DE LA SERPIENTE
Creer que el
mundo es como tú piensas es una estupidez, dijo. El mundo es un sitio
misterioso. Sobre todo en el crepúsculo. Así lo escuché
hablar a Don Juan alguna vez. Con aquella voz que era parte del universo sonoro
que lo rodeaba, esa voz que no buscaba ser más que el canto del bosque, porque
ella también era el bosque. Esa voz que claro, no escuché jamás pero que vive
en mi interior con la claridad y frescura propia de aquello que huye del
tiempo. La selva ya no habla, le hemos cortado su lengua y nuestros sentidos se
han abrumado con aquel virus que es el lenguaje. Ya no sabemos que dicen las
piedras. Ya no aprendemos nada del viento y al sol lo levanta la sirena de una fábrica,
todos los malditos días. El saber mágico fue condenado y ridiculizado, fue
ocultado y olvidado y entonces a falta de esos saberes, nos volvimos serios y
sabios a través de la creación del alma, el dinero y la acumulación material. Allí
el hombre obtuvo su correa y la mano que puso el collar no fue otra que la de
la iglesia. Un día, desafiamos los límites y olvidamos para siempre que el
hombre es un puente y no una meta. Nietzsche nos decía que el hombre es una cuerda tendida entre el
animal y el súper hombre o como nos gusta entenderlo a nosotros, lo post humano.
Allí entonces surge su peor temor, su más terrible fantasma: el devenir. Nuestra
única certeza es sabernos finitos, lo único concreto en nuestra existencia es
que nacemos con un destino inevitable: morir.
Morimos entre dos incógnitas. Comprender que no somos ni origen ni final, sino tránsito, simplemente tránsito, un paso en la eternidad, es la
gran aventura, es el gran desafío final. ¿Que hemos hecho con ese animal que
habla que es el hombre? Como no desear al ver a nuestro alrededor la disolución
de esto que somos y con eso entonces un inminente retorno a nuestra animalidad, a nuestra conexión con la
tierra y todo lo que la habita. A nuestra conexión con el universo.
Y no digo
esto desde una nostálgica adulación del pasado, desde la obsoleta idea de la
superación expansiva del hombre actual, o sea desde la idea de un hombre más
reflexivo, más inteligente o tal vez más fuerte. No hablo de evolución, sino
que lo pienso desde esta idea, utópica quizás, de lo post humano que nos invita
a reformular nuestro contacto con aquella animalidad
domesticada y perdida. Que nos plantea recuperar nuestra relación con la contingencia.
Volver, sin mirar a los costados, a esa fabulosa y aun revolucionaria
convicción de que todo puede ser de otra manera, a ese crepúsculo del que nos hablaba
Don Juan al comienzo. Si las cosas se plasman de algún modo y se nos presentan
como obvias, o sea como un único camino evidente, es porque hay detrás una
voluntad de poder que necesita imponer su propia lógica. Desarmar aquella red
de poder es reconciliarnos con la animalidad olvidada, es quebrar para siempre
la concepción binaria del mundo para así volver a su inconmensurable riqueza. A
su misterio profundo. El abrazo de la
serpiente, de Ciro Guerra
dialoga perfectamente con esta idea. El film se desarrolla en el Amazonas y
narra dos historias que involucran a un mismo personaje en distintos momentos
de su existencia, el chamán Karamakate.
Desde el montaje se trabajará la idea de la deconstrucción de la ilusión del
tiempo por lo que las historias estarán entre mezcladas intentando recrear el
juego engañoso de la memoria. Karamakate
no puede recordar sus saberes ancestrales he iniciara un viaje para buscar
aquella conexión con la tierra, con su objetivo, con su destino único. El
relato contará con una fotografía poética, profunda, que acompañará la
narración sin lidiar con ella. Se trabajara en monocromo buscando comunicar
desde el uso de la escala de grises y esto nos recordara quizás a aquel otro
film de Jim Jarmusch llamado Dead Man cuya temática es similar a la manejada
en el relato de Guerra. El montaje buscará la fluidez y la sutileza del raccord inspirándose quizás en aquel
devenir constante y armonioso del río Amazonas, que es también aquel devenir alterado
de las imágenes jugando el juego embustero de la memoria.
La cámara acompañará
este desarrollo mostrando con belleza pero jamás compitiendo con el relato. Será
un punto de vista propio de la selva, una pantera mimetizada que observa y
espera. Las actuaciones manejaran un sentido de verdad que nos harán olvidar de
la ficción para invitarnos a entrar en las convenciones propias del cine documental.
El trabajo realizado sobre la banda sonora del film servirá para apoyar con ímpetu
esta sensación. El universo sonoro recreado será tan elaborado que hará de la
selva un personaje más con voz propia. El espectador podrá sentir el peso de la
selva, la densidad de su atmósfera, el abrigo de su noche profunda. El lenguaje
será otro de los grandes protagonistas del film de Ciro Guerra. Escucharemos hablar en lenguas aborígenes que se
mezclaran por momentos con el español. Habrá diálogos en alemán, en inglés y
portugués y nos gustará leer allí quizás al lenguaje como frontera entre los
hombres pero también al hombre como unidad frente al dialogo común con la
tierra. Será evidente entonces que el olvido de Karamakate es también nuestro olvido. Que su desconexión con la
tierra es también la nuestra hablemos el idioma que hablemos. Veremos imágenes
que no podremos poner en palabras y estará muy bien no hacerlo. Olvidar la
soberbia del lenguaje quizás sea una de las claves para nuestra reconexión con
lo salvaje. No todo se dice. No todo se nombra. No todo se define dentro de
aquella cárcel arbitraria de la significación. La pregunta sobre el más allá,
sobre lo inexplorado, lo desconocido siempre es correcta. Después de todo lo
inteligente es encontrar la pregunta acertada que desarme la verdad instalada. El
error, entonces es dar una respuesta. Lo intempestivo queridos oyentes, siempre
es preguntar.
Lucas Itze.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO GUERRA
Ciro Alfonso
Guerra nació el 6 de febrero de 1981 en César, uno de los 32 departamentos que
forman la República
de Colombia. En la Universidad Nacional
de ese país cursó sus estudios de cine y televisión. Su primer se llamó Silencio y lo filmó en el año 1998.
Luego llegaron Alma e Intento. Ya en el 2004 llega su primer
largometraje: La sombra del caminante,
la historia de un hombre que perdió una pierna y no puede encontrar trabajo y
se hace amigo de un “silletero”, alguien que carga gente a sus espaldas.
También los une el pasado violento del país, lo que hará redescubrir su propio
pasado. En 2009 llega Los viajes del
viento, ambientada en 1968, cuenta la historia de un juglar que lleva
cantos con su acordeón y decide hacer su último viaje, yendo a devolverle el
instrumento a su anciano dueño.
En 2015 llegó El abrazo de la serpiente, que logró la nominación al Oscar como mejor película extranjera,
además de lograr premios o menciones en grandes festivales como Cannes, San
Sebastián o La Habana. En
2018 llegó su última película filmada en su país: Pájaros de verano, que narra la historia real del origen del
narcotráfico en Colombia, entre fines de los ´60 y principios de los ´70. Donde
tienen que aparecer los nuevos “empresarios”, entre ellos una familia indígena
que tiene que aprender a llevar los nuevos negocios. Otra vez nominaciones y
premios en distintos festivales. En 2019 Netflix estrena la producción
colombiana Frontera Verde, donde
Guerra es uno de los productores y dirige algunos capítulos. Son 8 capítulos de
una serie sobrenatural sobre unas muertes que aparecen en los profundo del
Amazonas. Su último film fue el primero hecho en Estados Unidos, basado en la
novela de John Maxwell Coetzee dirige Waiting
for the Barbarians, con Johnny Depp,
Mark Rylance y Robert Pattinson. Narra la historia de un magistrado británico que
comienza a cuestionar su lealtad al Imperio durante la colonización mientras se
viene una inevitable guerra contra los Bárbaros. El 24 de junio de 2020, un
reportaje publicado en la revista Volcánicas11 reseña los testimonios de siete mujeres que
narran situaciones en las cuales Guerra las habría acosado sexualmente, en
algunos casos de manera violenta. Un testimonio adicional narra como el
director habría abusado sexualmente de una mujer que se encontraba en su casa,
ubicada en la ciudad de Bogotá. Las agresiones habrían ocurrido entre los años
2013. Frente a las acusaciones el cineasta publicó un video rechazándolas y haciendo un llamado a
que la justicia revele la verdad de los casos. No obstante las autoras del
reportaje han mencionado en reportajes posteriores que el objetivo de la
denuncia fue hacer un llamado de atención sobre la normalización de la
violencia sexual en la industria audiovisual colombiana que obstaculiza el
crecimiento profesional de las mujeres y las afecta física y emocionalmente.
Veremos como sigue esta historia, mientras, esperemos si seguirá trabajando en
América o volverá a Colombia...
FICHA TÉCNICA
Título original: El abrazo de la serpiente
Año: 2015
Duración: 125 min.
País: Colombia
Dirección: Ciro Guerra
Guión: Jacques Toulemonde, Ciro Guerra
Música: Nascuy Linares
Fotografía: David Gallego (B&W)
Reparto: Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan
Bijvoet, Brionne Davis, Yauenkü Migue, Luigi Sciamanna, Nicolás Cancino
No hay comentarios:
Publicar un comentario