jueves, 14 de enero de 2021

EL ABRAZO DE LA SERPIENTE

 PROGRAMA 310 (11-12-2020)

 

SINOPSIS

 

Karamakate fue en su día un poderoso chamán del Amazonas; es el último superviviente de su pueblo y vive en lo más profundo de la selva. Lleva años en total soledad, que lo han convertido en "chullachaqui", una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos. Pero su solitaria vida da un vuelco el día en que a su remota guarida llega Evan, un etnobotánico norteamericano en busca de la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz de enseñar a soñar. Karamakate accede a acompañar a Evan en su búsqueda y juntos emprenden un viaje al corazón de la selva en el que el pasado, presente y futuro se confunden, y en el que el chamán irá recuperando sus recuerdos perdidos. (FILMAFFINITY)

 

EDITORIAL

 

El calor de aquella fogata crecía mientras yo, apoyando mi culo de oficinista sobre ese tronco que junto a otros, rodeaban circularmente aquel fuego me iba inclinando hacia adelante hasta quedar completamente inmóvil. No solo mi cuerpo, sino también mis sentidos. Entonces, fue cuando se abrió aquel portal por primera vez. Habíamos encontrado con mi amigo, un hermano de aquellos que se presentan sin mostrar documentos ni análisis de sangre, una especie de publicidad que invitaba a realizar un viaje chamánico. Era un taita colombiano que cada tanto se venía al país a divulgar su cultura a través del maestro Yagé. En su momento supe que taita significa padre en lengua quechua y es una palabra utilizada tradicionalmente en varias comunidades indígenas para llamar a quien se debe respeto: padres, abuelos, mayores, autoridades. Por eso también se llama taita el especialista en el manejo del yagé. Un intermediario que vivía por Lugano y que era como el discípulo y amigo del maestro se llamaba Pablo, aunque nos pidió al momento de presentarse que lo llamáramos Pablito. Tenía la manía de referirse a todas las cosas o personas en diminutivo, característica que de entrada nos causó mucha gracia pero que quizás hoy, reviviendo aquella experiencia puede llegar a pensarse que aquella manera de comunicarse que lo dejaba como un tarado era una expresión quizás, algo rudimentaria para hacer entender que hacía mucho tiempo que él había comprendido lo pequeño, lo insignificante que somos nosotros, la humanidad, y todo lo que creamos y nombramos. Pablito nos comunicó por teléfono y por mail las condiciones previas para poder concurrir al ritual que se realizaría en un destino aún incierto, lo único que deslizó casi a modo de secreto revelado fue que sería en una casa quinta en la zona de Escobar. Ese dato nos lo darían una vez pasado el filtro que constaba con una especie de entrevista con el taita y la aprobación que él nos daría si sintiera que estábamos preparados para tal aventura. La cosa que nunca llegamos a concretar dicho encuentro pero como teníamos el efectivo y la voluntad de aceptar la otra condición y el consejo para no tener un mal “viajecito”, llegamos rápidamente a un acuerdo. El consejo y condición constaba con un ayuno de dos semanas sin carnes, bebidas alcohólicas, drogas ni sexo, digamos que a los 20 años cumplir con todos esos requisitos es un tanto difícil aunque completamente sanador si lo realizas a rajatabla. Tal como hicimos, y se lo dedicamos a todos aquellos que desconfiaron de nuestra fuerza de voluntad no sin razón, al cabo de un mes, un sábado por la mañana muy temprano, estábamos en aquel flamante Ford Taunus color rojo persa, viajando por la Panamericana a lo que sería una de las mejores experiencias que hayamos vivido. 



Luego de un silencioso recorrido, por fin estábamos allí. No conocíamos nada sobre aquellos rituales. Tampoco conocíamos personalmente ni al taita ni a Pablito ni al resto de los concurrentes, de los que no voy a hacer descripción alguna porque no alcanzaría el tiempo. Sin embargo no fue nada difícil reconocer a Pablito cuando ingresamos a una quinta con mucho espacio arbolado y una casa algo precaria que solo usamos para ingerir aquella sustancia de consistencia barrosa y de sabor indescriptible pero fuerte como mezcla de vodka con chimichurri. Ah... y el baño también demasiado pequeño para el maltrato que recibió de parte de todos los que lo habitamos, lo que se notó que no todos habían cumplido su palabra con respecto al ayuno. Era un living amplio donde acomodamos todas nuestras bolsas de dormir, todo lo que habíamos llevado. Mujeres de un lado, hombre enfrente y al costado, en lo que parecía un escenario, porque en ese sector estaba elevado como diez centímetros del resto de la habitación un sillón que parecía muy cómodo y en el que reposaba con un aura muy particular el personaje más imaginado por todos nosotros durante casi un mes. Lo único que generaba confianza eran sus pelos largos y abundantes canas, una camisa tipo árabe blanca y un despliegue de bijoutería artesanal en cuello, muñecas y orejas. La charla introductoria la dio Pablito: corta, precisa y cargada de diminutivos, dijo que disfrutáramos de aquel momento, del regalo que traía el taita de sus tierras y que en caso de que nos sintiéramos “maluquitos” acudiéramos en seguida al maestro que nos atendería rápidamente. Tampoco voy a hacer mención detallada de que el querido Pablito, fue quien más precisó de la sanación del taitita luego de intentar arrojarse de cabeza a aquella fogata que ardió hasta altas horas de la madrugada. Una vez acomodados y presentados, formados en una hilera, fuimos acercándonos al rincón donde se encontraba el taita y era él quien servía el “yagecito” en un vaso de esos que se usan de medidor o para tomar bebidas blancas. Si bien lo esperado es siempre encontrarse en una tribu, lejos de la civilización, hacerse de algunas costumbres autóctonas, deshacerse de algunas propias, realizar un proceso previo, más acorde para tal fin, cuando me encontré enfrentado a aquel señor, dejando caer esa preparación que se deslizaba como un dulce de leche caliente adentro del medidor, tuve la sensación de haber estado en aquel lugar, de haber realizado todo lo necesario y su mirada me dio la tranquilidad de estar preparado para tomarlo. 



Una vez ingerido podíamos acostarnos en nuestras bolsas de dormir o salir a recorrer el parque o sentarse al costado del fuego en busca de relajación. El yagé haría lo que venía a hacer en su debido momento nos dijeron, y debíamos ayudarlo intentando relajarnos. Algunos optamos por salir de esa casa que se achicó rápidamente luego del estado de ebriedad instantáneo que generaba ese preparado. Estuve caminando casi media hora por los alrededores hasta que nos mancomunamos un par alrededor del fuego. No recuerdo muy bien la conversación, era de esas casuales, de aquella que uno puede tener al lado de una parrilla mientras espera que el asado se cocine. Hasta que de repente tuve mi vista fijada en el centro de la combustión, en el calor que se desprendía de los troncos como chispas. El calor de aquella fogata crecía mientras yo apoyando mi culo de oficinista sobre el tronco que junto a otros, rodeaban circularmente aquel fuego, me iba inclinando hacia adelante hasta quedar completamente inmóvil. No solo mi cuerpo sino también mis sentidos, entonces fue cuando se abrió aquel portal por primera vez. La sensación de un sueño tan real y tan descabellado como la de sentir estar presenciando desde las alturas el movimiento de la tierra sobre su eje, poder tocar las moléculas que conforman la atmósfera y sentarme sobre ella pudiendo divisar la tierra por debajo y el universo por encima. Volverme tan pequeño como una de aquellas moléculas para luego meterme dentro de mi torrente sanguíneo y arrancar los males como si fuesen cáscaras adheridas a mis paredes venosas. Escuchar las canciones que hoy siento que se encuentran perdidas o que nunca tuvieron la posibilidad de ser escuchadas. Todo aquello en un segundo que parecieron años. Años acumulados de enseñanza, de rituales que atravesaron el tiempo, la distancia, que pasaron de boca en boca. Hubo una conexión ancestral mágica que me unió aquella noche, con todo aquello. Se que volveré algún día. Volveremos algún día porque al regresar, nos juramos sin hablar que aun quedan melodías perdidas, que no pronunciarán sus gritos, sino a través de nosotros.

 

Alan Beneitez.-

 

Canción elegida para la editorial

 


IMPRESIONES SOBRE EL ABRAZO DE LA SERPIENTE

 


Creer que el mundo es como tú piensas es una estupidez, dijo. El mundo es un sitio misterioso. Sobre todo en el crepúsculo. Así lo escuché hablar a Don Juan alguna vez. Con aquella voz que era parte del universo sonoro que lo rodeaba, esa voz que no buscaba ser más que el canto del bosque, porque ella también era el bosque. Esa voz que claro, no escuché jamás pero que vive en mi interior con la claridad y frescura propia de aquello que huye del tiempo. La selva ya no habla, le hemos cortado su lengua y nuestros sentidos se han abrumado con aquel virus que es el lenguaje. Ya no sabemos que dicen las piedras. Ya no aprendemos nada del viento y al sol lo levanta la sirena de una fábrica, todos los malditos días. El saber mágico fue condenado y ridiculizado, fue ocultado y olvidado y entonces a falta de esos saberes, nos volvimos serios y sabios a través de la creación del alma, el dinero y la acumulación material. Allí el hombre obtuvo su correa y la mano que puso el collar no fue otra que la de la iglesia. Un día, desafiamos los límites y olvidamos para siempre que el hombre es un puente y no una meta. Nietzsche nos decía que el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el súper hombre o como nos gusta entenderlo a nosotros, lo post humano. Allí entonces surge su peor temor, su más terrible fantasma: el devenir. Nuestra única certeza es sabernos finitos, lo único concreto en nuestra existencia es que nacemos con un destino inevitable: morir. Morimos entre dos incógnitas. Comprender que no somos ni origen ni final, sino tránsito, simplemente tránsito, un paso en la eternidad, es la gran aventura, es el gran desafío final. ¿Que hemos hecho con ese animal que habla que es el hombre? Como no desear al ver a nuestro alrededor la disolución de esto que somos y con eso entonces un inminente retorno a nuestra animalidad, a nuestra conexión con la tierra y todo lo que la habita. A nuestra conexión con el universo. 


Y no digo esto desde una nostálgica adulación del pasado, desde la obsoleta idea de la superación expansiva del hombre actual, o sea desde la idea de un hombre más reflexivo, más inteligente o tal vez más fuerte. No hablo de evolución, sino que lo pienso desde esta idea, utópica quizás, de lo post humano que nos invita a reformular nuestro contacto con aquella animalidad domesticada y perdida. Que nos plantea recuperar nuestra relación con la contingencia. Volver, sin mirar a los costados, a esa fabulosa y aun revolucionaria convicción de que todo puede ser de otra manera, a ese crepúsculo del que nos hablaba Don Juan al comienzo. Si las cosas se plasman de algún modo y se nos presentan como obvias, o sea como un único camino evidente, es porque hay detrás una voluntad de poder que necesita imponer su propia lógica. Desarmar aquella red de poder es reconciliarnos con la animalidad olvidada, es quebrar para siempre la concepción binaria del mundo para así volver a su inconmensurable riqueza. A su misterio profundo. El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra dialoga perfectamente con esta idea. El film se desarrolla en el Amazonas y narra dos historias que involucran a un mismo personaje en distintos momentos de su existencia, el chamán Karamakate. Desde el montaje se trabajará la idea de la deconstrucción de la ilusión del tiempo por lo que las historias estarán entre mezcladas intentando recrear el juego engañoso de la memoria. Karamakate no puede recordar sus saberes ancestrales he iniciara un viaje para buscar aquella conexión con la tierra, con su objetivo, con su destino único. El relato contará con una fotografía poética, profunda, que acompañará la narración sin lidiar con ella. Se trabajara en monocromo buscando comunicar desde el uso de la escala de grises y esto nos recordara quizás a aquel otro film de Jim Jarmusch llamado Dead Man cuya temática es similar a la manejada en el relato de Guerra. El montaje buscará la fluidez y la sutileza del raccord inspirándose quizás en aquel devenir constante y armonioso del río Amazonas, que es también aquel devenir alterado de las imágenes jugando el juego embustero de la memoria. 


La cámara acompañará este desarrollo mostrando con belleza pero jamás compitiendo con el relato. Será un punto de vista propio de la selva, una pantera mimetizada que observa y espera. Las actuaciones manejaran un sentido de verdad que nos harán olvidar de la ficción para invitarnos a entrar en las convenciones propias del cine documental. El trabajo realizado sobre la banda sonora del film servirá para apoyar con ímpetu esta sensación. El universo sonoro recreado será tan elaborado que hará de la selva un personaje más con voz propia. El espectador podrá sentir el peso de la selva, la densidad de su atmósfera, el abrigo de su noche profunda. El lenguaje será otro de los grandes protagonistas del film de Ciro Guerra. Escucharemos hablar en lenguas aborígenes que se mezclaran por momentos con el español. Habrá diálogos en alemán, en inglés y portugués y nos gustará leer allí quizás al lenguaje como frontera entre los hombres pero también al hombre como unidad frente al dialogo común con la tierra. Será evidente entonces que el olvido de Karamakate es también nuestro olvido. Que su desconexión con la tierra es también la nuestra hablemos el idioma que hablemos. Veremos imágenes que no podremos poner en palabras y estará muy bien no hacerlo. Olvidar la soberbia del lenguaje quizás sea una de las claves para nuestra reconexión con lo salvaje. No todo se dice. No todo se nombra. No todo se define dentro de aquella cárcel arbitraria de la significación. La pregunta sobre el más allá, sobre lo inexplorado, lo desconocido siempre es correcta. Después de todo lo inteligente es encontrar la pregunta acertada que desarme la verdad instalada. El error, entonces es dar una respuesta. Lo intempestivo queridos oyentes, siempre es preguntar.                

 

Lucas Itze.-

 

Canción post impresiones


 

UNIVERSO GUERRA


 

Ciro Alfonso Guerra nació el 6 de febrero de 1981 en César, uno de los 32 departamentos que forman la República de Colombia. En la Universidad Nacional de ese país cursó sus estudios de cine y televisión. Su primer se llamó Silencio y lo filmó en el año 1998. Luego llegaron Alma e Intento. Ya en el 2004 llega su primer largometraje: La sombra del caminante, la historia de un hombre que perdió una pierna y no puede encontrar trabajo y se hace amigo de un “silletero”, alguien que carga gente a sus espaldas. También los une el pasado violento del país, lo que hará redescubrir su propio pasado. En 2009 llega Los viajes del viento, ambientada en 1968, cuenta la historia de un juglar que lleva cantos con su acordeón y decide hacer su último viaje, yendo a devolverle el instrumento a su anciano dueño. 


En 2015 llegó El abrazo de la serpiente, que logró la nominación al Oscar como mejor película extranjera, además de lograr premios o menciones en grandes festivales como Cannes, San Sebastián o La Habana. En 2018 llegó su última película filmada en su país: Pájaros de verano, que narra la historia real del origen del narcotráfico en Colombia, entre fines de los ´60 y principios de los ´70. Donde tienen que aparecer los nuevos “empresarios”, entre ellos una familia indígena que tiene que aprender a llevar los nuevos negocios. Otra vez nominaciones y premios en distintos festivales. En 2019 Netflix estrena la producción colombiana Frontera Verde, donde Guerra es uno de los productores y dirige algunos capítulos. Son 8 capítulos de una serie sobrenatural sobre unas muertes que aparecen en los profundo del Amazonas. Su último film fue el primero hecho en Estados Unidos, basado en la novela de John Maxwell Coetzee dirige Waiting for the Barbarians, con Johnny Depp, Mark Rylance y Robert Pattinson. Narra la historia de un magistrado británico que comienza a cuestionar su lealtad al Imperio durante la colonización mientras se viene una inevitable guerra contra los Bárbaros. El 24 de junio de 2020, un reportaje publicado en la revista Volcánicas11 reseña los testimonios de siete mujeres que narran situaciones en las cuales Guerra las habría acosado sexualmente, en algunos casos de manera violenta. Un testimonio adicional narra como el director habría abusado sexualmente de una mujer que se encontraba en su casa, ubicada en la ciudad de Bogotá. Las agresiones habrían ocurrido entre los años 2013. Frente a las acusaciones el cineasta publicó un video rechazándolas y haciendo un llamado a que la justicia revele la verdad de los casos. No obstante las autoras del reportaje han mencionado en reportajes posteriores que el objetivo de la denuncia fue hacer un llamado de atención sobre la normalización de la violencia sexual en la industria audiovisual colombiana que obstaculiza el crecimiento profesional de las mujeres y las afecta física y emocionalmente. Veremos como sigue esta historia, mientras, esperemos si seguirá trabajando en América o volverá a Colombia...

 

FICHA TÉCNICA

 

Título original: El abrazo de la serpiente

Año: 2015

Duración: 125 min.

País: Colombia

Dirección: Ciro Guerra

Guión: Jacques Toulemonde, Ciro Guerra

Música: Nascuy Linares

Fotografía: David Gallego (B&W)

Reparto: Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet, Brionne Davis, Yauenkü Migue, Luigi Sciamanna, Nicolás Cancino

 

PELÍCULA COMPLETA

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