EDITORIAL
N.
tiene 19 años. Hace poco pasó esa parte que debería ser hermosa: la
adolescencia. La suya fue muy distinta. Los recuerdos de la niñez, en tanto,
son simples bocetos en color gris, mezclados con negro y rojo. N. siempre
sintió que no nació, sino que apareció en el mundo como si hubiera sido una
falsa obra de algún brujo ya sin poderes. Aprendió a caminar entre olores de
licores baratos y cigarros vencidos. Quizás, ese tóxico humo lo envolvía para
llevarlo a sueños un poco más ajenos, pero más reales. El mundo, aún estaba muy
lejos de lo que él veía en ese pequeño televisor en blanco y negro, que escupía
absurdas telenovelas a la tarde, y vacíos personajes de plástico por las
noches.
Sus
primeros pasos tardaron en llegar, y la soledad era siempre la opción más
rentable tras esas cortinas metálicas. En esos primeros años, dibujó sonrisas,
apiló sueños y desnudó tristezas.
Sus compinches de ocasión, aparecían y
desaparecían como el bello arco iris que sale tras un típico chaparrón
veraniego. Sus nombres, irían olvidándose con el paso del tiempo, tras los
primeros cambios de barrio. Su primer día escolar, reunió muchas de las razones
por la cual N. se sentía olvidado. Su nula historia familiar, sumada a su pobre
escritura, hizo que sea un chiste fácil para la mayoría de sus compañeros. Si…
el no dudó en afirmar que no sabía quiénes eran sus padres y que creció entre
aromas de vino blanco y atados de cigarrillos. Para las autoridades, la mejor
forma de ayudarlo, fue enviarlo a un reformatorio, porque se excusaron en la
mísera compasión, aduciendo que no iba a poder alcanzar el nivel de los demás.
En
los cinco años que estuvo ahí dentro, N. aprendió muchas cosas, pero sobre
todo, a no confiar ni en el movimiento de su sombra. Fue una tarde de agosto,
con una lluvia y temperatura que hostigaban hasta el más valiente, cuando se
acercó uno de los jerarcas del lugar, y lo reunió con otros tres futuros
colegas. Después de tres años de encierro, N iba a salir a la calle.
La
felicidad irrumpió en su cara como cuando el destino gambetea a la muerte.
Sentía excitación por estar por primera vez subido a un auto, o mejor dicho, a
una camioneta. Los tres que acompañaban a él y al chofer ya habían pasado por
eso, así que se los veía tranquilos. De repente, el chofer frenó en una calle
oscura. Sacó de una bolsa un par de armas y se puso a explicar el próximo paso.
La inocencia estaba salteando etapas imperdonables, para meterse de lleno en el
subterfugio más marginal de la decadencia. Lo que ellos no se animaban, tenía
que ser hecho por N. y compañía, como si fuera un cruel juego de niños. Los
chicos salieron y cumplieron con lo que debían hacer. No fue necesario usar
esos pequeños pedazos de cromo para terminar con lo planeado. El debut de N.
fue tan soñado que se ganó el derecho a comer un postre por una semana. Esa
noche N. pensó. Pensó en los chicos del barrio. Pensó en esas habitaciones
oscuras. Pensó en su madre. ¿Existiría su madre en algún punto del universo?
¿Recordaría su cuerpo tibio y sus primeros llantos? ¿O también le habrán robado
la vida como hicieron con él?...
Dos
años más duró esa supervivencia ahí dentro. Todavía recuerda el llanto
desgarrador del Chipi, aquel pequeño con ojos color miel, después de que una de
las salidas salga mal. El rojo que envolvía el cuerpo de la pequeña criatura no
entraba en la razón de N., y ese día le hizo un click en la cabeza. Tenía doce
años cuando en lugar de bajarse rápidamente con los otros, le apuntó directamente
al chofer para que lo lleve hasta un puente que aparecía a lo lejos como en las
películas. Una vez que bajó, empezó a caminar bajo la oscuridad, deseando
encontrar alguna luz de esperanza para su nueva vida.
Luego
de esa caminata de un par de horas, encontró refugio bajo un techo que servía
de reparo para la lluvia. Se despertó nuevamente de noche, cuando un señor
gordo y con un traje bastante extraño para su voluptuoso cuerpo, lo
"acarició" con la suela de su zapato. Junto a él, dos morochas
exuberantes lo miraban con cariño, algo que el casi ya había olvidado. Entró
junto a ellos y le dieron algo de comer. Sus ojos se desorbitaban viendo
mujerzuelas con poca ropa que bailaban al ritmo de los billetes que
sobrevolaban sus cuerpos.
N.
encontró en ese antiguo cabaret, una pizca de alegría. Sintió por primera vez
la posibilidad de no ser invisible. Era el encargado de ordenar las sillas y
ayudar a los mozos en lo que necesitaban, a cambio de tener un lugar para
dormir por las noches. Sus primeras monedas le sirvieron de sueldo para
comprarse un par de zapatillas y alguna que otra remera. Quería que Lucy, la
jovencita más mimada del lugar, la chica color dorado, que emanaba perfume de
alegría en su mirada, ya no lo viera como un niño. Cada vez que ella llegaba,
el corazón se le volvía un volcán de fuego a punto de erupcionar, pero también,
ese fuego era apagado por bloques de hielo cuando ella se iba con los clientes
de turno. Entre bambalinas, Lucy le había hecho una promesa, cuando cumpla
quince años, ella, que acusaba 19 aunque parecían menos, iba a ser su regalo de
cumpleaños.
El
día tan ansiado finalmente llegó. El ardor de su cuerpo apretándose contra los
dulces pechos de ella los convirtió en un todo. N. sintió que había llegado a
su meta más importante. Los días posteriores no mecharon la relación, pero eso
debía mantenerse en secreto ante los dueños del lugar.
En ese mundo de drogas y
alcohol se sintió importante. Probó muchas cosas, pero pudo salir con vida de
otras. Pero todavía tenía una espina clavada en el corazón que debía ser
quitada para siempre. Cuando cumplió los 18, N. saludó con un beso a Lucy, se
abrazó con la demás chicas que lo querían como su hijo y decidió ir en busca de
su futuro, pero sobre todo, de su pasado. Prometió volver. Empezó una
interminable recorrida por hospitales primero, y luego instituciones,
reformatorios y hasta cárceles, ya que los diferentes trámites y análisis le
dieron alguna proporción del nombre de la mujer que buscaba. Descubrió que se
llamaba Eva y que había venido desde el mal llamado interior del país en busca
de un futuro mejor para sus hijos. Descubrió que entonces no estaba sólo en
este mundo, pero que iba a ser difícil acercarse a la verdad. Once fueron los
meses que pasaron para encontrar las respuestas. Anotó los datos y la dirección
de esa mujer que lo había abandonado antes de nacer, para encontrarse cara a
cara diecinueve años después. Llegó al lugar, y con más miedos que certezas
apretó suavemente el botón del timbre. Una chica de unos veinte años lo invitó
a pasar, le contó que era una de las tres hijas de Eva, N. quería abrazarla con
toda su fuerza, pero su cuerpo permanecía inmóvil. En ese lapso, se enteró que
la hija mayor había muerto por una rara enfermedad, mientras que la más chica
trabajaba con ella.
De repente, un silencio envolvió el hogar y sólo se escuchó
el ruido de la llave abriendo la cerradura. Cuando Eva entró, le salió del alma
una sonrisa al ver a N. sentado en su casa, los ojos de N. se humedecieron
inesperadamente. Eva, era, sin duda alguna, la mujer más importante del cabaret
que él conocía como la palma de su mano. Un segundo después, el mundo se
paralizó, cuando atrás de Eva apareció el hermoso rostro de Lucy, su hija
menor. N. se quedó sin palabras, todo lo que había soñado por tantos años se
derrumbó en un segundo... Eva lo había abandonado en la puerta de un hospital
porque no iba a poder criarlo dignamente, según los datos que había reunido. El
prefirió guardarse su verdad, y contó que había averiguado la dirección para
pasar a saludarlas, porque iba a ser un viaje muy largo. Después de un pequeño
abrazo de despedida, empezó otra vez esa larga caminata hacia el puente, allí
en el lugar donde había dejado de ser invisible. Como siempre que algo se
apaga, la lluvia decoraba la foto, entonces caminó por las orillas del puente,
mientras el río esperaba con los brazos abiertos semejante bocado de inocencia.
En unos segundos, pasaron los olores de licores, cigarros, chicos sangrando,
bailes exóticos, y besos de placer, hasta recordar no sin un aroma dulzón, lo
que le dejaron aquellas huellas que machacaron una y otra vez, esos malditos días
salvajes.
Marcelo
De Nicola.-
Canción post editorial
IMPRESIONES PARA DÍAS
SALVAJES
Hace
algunos años, en este mismo foro, pero en unas circunstancias completamente
diferentes, uno de los personajes de los que hoy conforman esta casa, tal vez
uno de los más admirado por este grupo, escabullía en su discurso un
interrogante que sabría traspasar el hecho audiovisual y de esa manera lograr
un cambio en nuestra forma de percibir al mundo, en nuestra forma de sentirlo.
Tal vez aquel fue el hecho que lo convirtió en un amigo inseparable para todos
nosotros. Quizás, por aquel discurso todavía levantamos la copa y brindamos a
la distancia cuando reconocemos a Santa
en la mirada disconforme de cualquiera que se siente a nuestra mesa, o mejor
aún, cuando descubrimos algunas de sus palabras, de sus huellas, en cualquiera
de nuestros discursos borrachos de pasiones truncas. Santa, ese tipo que conocimos un lunes y al sol, se preguntaba
desde el cobijo del bar, con la copa en la mano y un corazón por garganta,
cuanto valían 8000 pesetas, pero cuidado, no en euros, sino en pesetas. El
abismo en aquella consulta era evidente. Su profundidad, por lo menos,
llamativa. Entre esos dos signos interrogativos se oía el grito desesperante de
la relatividad de lo que nos rodea, de lo lábil de ciertas certezas. Allí
estaba viva aquella lucha entre lo evidente y lo percibido, entre el valor y el
precio.
Allí estaba la duda, destruyendo pero para construir, logrando así la
gran aventura, aquel barco de velas rojas que nos prometimos hace tanto tiempo.
Hoy, inmersos en otra circunstancia, la pregunta es distinta aunque parecida.
Hoy, gracias a otro amigo, Wong Kar Wai,
logramos preguntarnos lo siguiente: ¿Cuánto vale un instante? ¿Cuál es el valor
que le damos a aquello que los señores de la mesa de enfrente insisten en miden
en minutos, segundos o encerrar bajo la frialdad de inescrupulosos almanaques?
¿Cuál es el valor de aquel instante en que nuestros ojos se cruzaron, de
aquellos pocos segundos que se niegan a pasar luego de más de 11 años? ¿Cuál
será el valor?, ¿con que reloj medir, aquel momento en que abrace a uno de mis
hermanos y nos empapamos juntos en la alegría de festejar aquel sueño precioso
que crecía y se abría paso en el vientre de aquella que un día decidió darle la
mano? Como medir aquel instante singular en que su emoción fue también la mía.
Aquellos momentos que se revelan a todas las normas y sueñan con ser años o
mejor aún, sueñan con no morir jamás, de aquellos instantes se compone el
poético relato cinematográfico de nuestro amigo llamado “Days of Being Wild”. El film contará con una propuesta fotográfica
inteligentemente armada, aunque un tanto oscura, utilizando en varias
secuencias, una paleta en gamas de verdes. Los encuadres serán sencillos,
equilibrados y muchas veces poéticos.
La estructura del relato será lineal y
estará acompañada por el uso de voces en off, donde los personajes narraran sus
sensaciones con cierta tonalidad literaria. Emergerá entonces, cierta bruma
melancólica y densa, asistiremos sin ningún aviso a un instante poético que
probablemente nos haga pensar en la escritura y en los recursos utilizados
alguna vez por Marguerite Duras. Habrá algo de la nouvelle vague en la
resolución de ciertas escenas, en las composiciones actorales, en la narración
de ciertos planos. Days of bieng Wild será una película que narre el conflicto
vivido por cuatro personajes ante la imposibilidad de ser amados. Ellos andarán
por las desoladas calles heridos de muerte por aquel melancólico instante que
un día, en un terrible descuido, les supo robar para siempre el amor. Allí
andarán, padeciendo las ausencias, amando lo que fueron, a contratiempo del deseo,
viviendo paralelamente en aquellos instantes que se niegan a morir. Tal vez la
noche sea muy oscura y descubramos en alguna copa que las transversales jamás
existieron. La soledad será infinita, pero habrá que seguir adelante. Después
de todo, los que esta mesa ocupamos, moriremos en la certeza de preferir
nuestras mentiras de amor antes de sucumbir ante la crueldad de aquel terrible
monstruo al que todos llaman verdad.
Lucas
Itze.-
Canción post impresiones
¿Cuánto dura una hora para vos?
UNIVERSO WONG KAR WAI
Nacido
en China en 1958, emigró a Hong Kong a los 5 años de edad, por las dificultades
para hablar el idioma cantones de su lugar adoptivo (él hablaba mandarín y
dialectos de Shangai), iba con su madre al cine pasándose horas ahí dentro.
Empezó
trabajando como guionista para la televisión, y después empezó una carrera
junto a su amigo australiano Christopher
Doyle, quien sería el director de fotografía de la mayoría de sus films,
gracias a ese binomio, Kar Wai fue apodado “el
poeta de la imagen”.
Su
primer film fue en 1988, llamado El
fluir de las lágrimas, donde la historia se centra en dos hermanos que
están inmersos en el mundo de la mafia china.
Dos
años después llegó Días salvajes,
film con el que empezó a ser reconocido en diferentes partes del mundo.
En
1994 filma Ashes of Time, donde
cuenta la historia de un armador de katanas en la antigua China, en un film de
tono épico. El film ganó el premio a mejor fotografía en Venecia.
Ese
mismo año llega uno de sus films más aclamados: Chungking Express, dos historias de amor en el pleno barrio
turístico de Hong Kong. Un joven policía y una traficante de drogas por un
lado. Un agente de policía y una camarera de un bar por el otro. Fue nominada a
mejor película en varios festivales. Uno de los films preferidos de Quentin
Tarantino.
Un
año después filma la excelente Angeles
caídos, un notable drama donde conviven un asesino a sueldo que quiere
retirarse, una prostituta enamorada de el sin conocerlo, y un joven mudo que
vive con su padre.
En
1997 estrena Felices juntos, la
historia de Lai y Ho, dos jóvenes que vienen a Argentina en busca de una nueva
vida, pero una vez en Buenos Aires, los caminos se separan, y Lai, que trabaja
de portero de un bar, quiere volver a Hong Kong, cuando su antiguo amante Ho,
aparece, la cosas ya no son iguales. El film ganó el premio al mejor director
en Cannes.
El
2000 llega con una catarata de premios gracias al film Con ánimo de Amar, la historia de Chow, un redactor de un diario
local que se muda a un edificio donde conocerá a Li Zhen, quien se acaba de ir
a vivir con su esposo. Ellos se volverán cada vez más amigos, pero pronto
descubrirán algo inesperado de sus respectivos cónyuges. Es la segunda parte de
la trilogía iniciada en Días salvajes. El film consiguió el premio a mejor
película extranjera en los Bafta ingleses, los César franceses, y en el Círculo
de Críticos de Nueva York.
Participa
del film Eros, una película dividida
en tres episodios sobre el erotismo, la sensualidad y el amor. Junto a Steven Soderbergh y Michelangello Antonioni.
Su segmento se tituló La Mano.
En
2004 cierra la trilogía iniciada en 1991 con el film 2046, sobre un escritor que escribía sobre el futuro, aunque en
realidad estaba escribiendo sobre el pasado. Para muchos, la obra maestra del
cineasta.
Llega
a Hollywood en 2007 cuando estrena My
Blueberry Nights, la historia de una jóven que realiza un viaje espiritual
por América y a lo largo de la Ruta 66 se encontrará con diversos personajes.
Nominada a la Palma de Oro en Cannes.
El último largo que ha filmado fue The Grandmaster en 2013, la historia de
Ip Man, el mítico maestro de kung fu japonés (y maestro de Bruce Lee) y la
bella Gong (la gran luchadora del país en ese momento) y su importancia en la
civilización china, en la previa de la invasión japonesa de 1936.
Sin
dudas, esperamos más poesías visuales e historias de amor como sólo Wong Kar
Wai sabe contarlas…
¿Qué pasa en tu nube hoy?
Cuando te busco no estás, cuando te encuentro te vas...
FICHA TÉCNICA
Título original: Ah fei zing
zyun (Days of Being Wild)
Año:
1990
Duración:
95 min.
País: Hong Kong
Director: Wong Kar-Wai
Guión: Wong Kar-Wai
Música: Terry Chan
Fotografía: Christopher Doyle
Reparto: Leslie Cheung, Andy
Lau, Maggie Cheung, Carina Lau, Jacky Cheung, Tony Leung Chiu Wai, Alicia
Alonzo, Ling-Hung Ling, Rebecca Pan, Mei-Mei Hung
SINOPSIS
Hong
Kong, años 60. Yuddy, un joven atractivo y seductor, descubre que la
ex-prostituta alcohólica que le ha criado no es su verdadera madre y que además
se niega a revelar la identidad de ésta. Esto provoca en Yuddy serios
conflictos emocionales que le llevan a forzar a dos mujeres a luchar por su
amor...
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