EDITORIAL
El
hombre de unos 65 años espera sentado en una plaza de Almagro. De reojo, mira a
las palomas que pelean por unas pequeñas migajas de pan. Son las 11 de la noche
de un jueves de agosto de 2002, y se avecina una vez más, un fin de semana
oscuro. Observa algunos de los bancos más añejos para recostarse. Lo acompaña
su fiel frazada, aquella que una vecina del barrio le regaló.
Las
estrellas titilan mientras el humo de los colectivos empieza a desaparecer
lentamente, solo quedan algunas voces de unos jóvenes repletos de sueños
disfrutando de la última cerveza de la noche. Se volverán a sus vidas
rutinarias, sin saber que les deparará el mañana.
Las
hojas de los árboles se menean lentamente, las gotas de rocío despejan
cualquier manto de sospecha sobre el anochecer que acecha. Las luces de la
pizzería amiga se apagan, mientras el motor de un ciclomotor se aleja como un
espectro entre las siluetas de los autos estacionados.
Un
perro callejero será el cuidador de sus sueños, y quien lo mimará en busca de
alguna sonrisa perdida. Juntos recorrieron calles y patearon asfaltos dueños de
algún barrio, para acabar transitando adoquines húmedos que nos los llevan a
ningún lugar.
Cuando
nota que las voces se empiezan a dispersar lentamente, se acomoda para
recostarse, como si estuviera en el mejor somier. Antes de dormirse, los ruidos
de la fábrica de zapatos donde trabajó 25 años empiezan a hacer eco en su
mente, imitando a un taladro repiqueteando sobre su sien.
En
ese momento, se le aparece como si fuera un extraño acto de magia negra, la
imagen del diablo, en la regordeta cara de aquel ya lejano nuevo gerente.
Recuerda las miradas absortas de los compañeros, con sus incoloras lágrimas
rodando por sus mejillas. Sonríe de golpe, al recordar el océano de puteadas
que rezaba el viejo Anselmo, que finalizaba siempre con un: váyanse a la puta
que los parió.
También
rondan por su mente, ciertos magnates del poder, empresarios de la vida fácil y
la ambición extrema, que dinamitaron el futuro de una generación que no llegó
al reparto de pizza y champagne, porque nunca estuvieron en su consideración.
Pasan las imágenes del bolso negro desvencijado en una habitación, las
madrugadas haciendo cola para nacer nuevamente, entre fantasmales entrevistas
que no llegarían a nada.
De
repente, se encontró siendo expulsado como una rata por la inmobiliaria con la
que trataba hace quince años, porque ellos no podían esperar unos meses, y la
ruleta del dinero era más furiosa que la vida misma.
Trató
de encontrar lugares para quedarse, pero las semanas se hacían cada vez más
costosas. Entendió en un momento que le habían privatizado las fantasías, y el
estómago ya se rendía ante los murmullos del desánimo. Se dedicó a vagar por
los barrios como un lobo buscando el último cordero, comiendo platos ajenos,
desayunando desechos moralmente infectados de perfumes caros, playas costosas y
mentes vacías.
Cinco
años pasaron de aquella vez que cerró la puerta de su vieja casa. Cada tanto,
se da una vuelta para que los recuerdos cobren vida nuevamente, pero desde que
la cuadra se convirtió en un complejo de edificios con personas apiñadas entre
sí, dejó que las huellas de sus zapatos no pisen más el barrio.
Entonces
nuevamente mira a su compañero de ruta, quien le hace una mueca para regalarle
un poco de tranquilidad. Un par de horas después, los primeros rayos de sol
sirven de despertador natural, y el paso apurado de la gente lo despabila aún
más. Será otro día igual, con la esperanza de que en algún momento, alguien
recupere esos sueños y los libere para que vuelen por el aire, mientras el
transite por las vías siguiendo el camino de sus ilusiones, esperando ver si
algún día la historia cambia y le da una mano…
Hoy,
trece años después, recuerda ese momento como un bocado agridulce. Tuvo la
suerte de volver a sentir el desafío del trabajo en una fábrica recuperada,
aunque a veces extrañe la mirada de ese fiel compañero que un día, caminó tanto
que nunca más volvió. Sin embargo, en estos últimos días el estómago volvió a
crujir de dolor, escuchando apellidos funestos y palabras vacías repetidas como
si fueran un pegadizo hit de verano. Los ojos se le irritaron y el corazón se
agitó sorpresivamente, al punto que su cuerpo se desplomó en la cama, sintiendo
que habíamos dejado escapar la posibilidad de subirnos a el último tren…
Marcelo
De Nicola.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES PARA EL ÚLTIMO TREN
El
paisaje desolado espera por ese tren que nunca va a llegar. El pueblo cerró su
fábrica, y desde ese momento, se convirtió en un paisaje de casas abandonadas y
recovecos fantasmales donde nadie quiere entrar. Los pocos animales que quedaron,
fueron desapareciendo de a poco, algunos buscando otro destino, y otros,
muriendo en la ignominia más furiosa.
Los
árboles dejaron sus frutos abrazados fatalmente contra el suelo, esperando que
alguien los recoja. El pasto de las vías creció sin piedad, y tapó todo anhelo
de un nuevo despertar.
Solo
los ancianos parecen tener vida en ese pueblo sin alma. Los jóvenes se fueron a
las grandes o pequeñas ciudades, en busca de un futuro mejor, y perdiendo poco
a poco sus capas, dejando el corazón a la intemperie. Los pocos chicos que hay,
ya no reconocen el sonido de la locomotora que trasladaba sueños y ofrecía
trabajos en cada parada.
La
estación ya casi no tiene nombre, porque las letras del cartel fueron
descascarándose de a poco, entrando ya en un estado de coma que parece
irreversible.
El
patrimonio se vendió a un precio regalado, con tal de hacer buenas migas con
los gigantes del norte, a cambio de que esos seres siniestros sean invitados a
una fiesta de globos donde no todos tienen participación. Y contra esos
personajes con los que nunca tomaríamos una cerveza en el bar, son contra los
que pelean los personajes del film El último tren, del uruguayo Diego Arsuaga.
El director nos mostrará la pelea de tres veteranos (unos geniales Federico
Luppi, Héctor Alterio y Pepe Soriano), que pertenecen a la Asociación
Amigos del Riel, que secuestran una locomotora para que un estudio de Hollywood
no se la lleve al Norte. Con la colaboración de Fernando León de Aranoa (Los lunes al sol) en el guión, Arsuaga nos llevará por un camino
lineal, amparado en una fotografía hermosa, que empieza oscura pero después se
torna más natural mientras empiezan a aparecer los grandes paisajes uruguayos.
El estilo road movie o western, hace que por momentos la trama parezca bastante
rápida, pero por el contrario, se toma todo su tiempo para ir llevando la curva
dramática con un muy buen pulso. Los tres actores principales son los que
llevan el ritmo de la película, pasando de momentos relajados a momentos tensos
en cuestión de segundos, pero sin perder el sentido del humor, como en la
escena donde al escribano interpretado magistralmente por Pepe Soriano, lo
mandan de nuevo al internado.
Los
tres amigos, a medida que van sorteando obstáculos, empiezan a recordar viejas
nostalgias del pasado, mientras sólo por un momento, tratan de evadir sus
problemas del presente, pero en ningún momento esos problemas son llevados a la
sensiblería, sino por el contrario, son ayudados por una muy buena dosis de
humor. Por su parte, vemos en Jimmy (Gastón Pauls), un empresario sin
escrúpulos, que a cada paso que da, intenta traer agua para su molino.
El
film hace una crítica social a ese neoliberalismo absurdo que vendió todo lo
que encontró a su paso, quizás haciéndonos acordar a películas como la colombiana
La estrategia del caracol, la
argentina Caballos Salvajes o la
nombrada anteriormente Los lunes al sol.
En todos estos films, la esperanza es lo último que tienen los personajes para
aferrarse a la vida.
Quizás
esa esperanza venga en las palabras y en las miradas de Guito, el niño que Pepe
sube al tren, sin pensar que va a terminar siendo acusado de secuestrador. Pero
es el mismo Guito, quien le pide a esa prensa que sólo espera ver caer la gente
para chupar la sangre que queda alrededor, quien les da un mensaje a todos sus
compatriotas, al decir que él está haciendo lo que todos los uruguayos tendrían
que hacer, el lugar de mirarlo por televisión. Sin dudas, ese es el punto de
giro de la película, ya que sobre el final, empezamos a ver que todos los vecinos
de los pueblos que van atravesando, se ofrecen a ayudarlos, quizás con esa
renaciente ilusión de que algún día, la locomotora vuelva a funcionar y el
pueblo vuelva a ser lo que alguna vez fue. Y son los mismos vecinos, los que
luego de que esa locomotora pare en una vía muerta, impidan que se vuelva para
Montevideo, sabiendo que como decía el cartel, el patrimonio no se vende, para
no repetir los mismos errores del pasado. Errores que suelen cometerse en
nombre del egoísmo pensando que el tren nos llevará a un sitio mejor, pero
olvidando los vagones que hicieron que los cimientos estén fortalecidos.
Mientras, seguiremos intentando combatir contra los feroces dientes del
capitalismo, como hicieron estos tres grandes personajes, para seguir con expectativas
hasta el último segundo, porque a pesar de que las vías se extingan y no haya
lugar donde seguir, el reloj siempre estará para recordarnos que el
tiempo no para.
Marcelo
De Nicola.-
Canción
post impresiones
Me
sumo a la esperanza de un nuevo amanecer
Me
cargo la patria al hombro, también
Y
haciendo mío los hijos de los demás
Mi
sentimiento criollo no se echara a perder
Amo
los andenes de la espera,
Las
señales en la noche
Y
tus alas de viajera…
Pueden
venir cuantos quieran,
que
serán tratados bien.
Los
que estén en el camino,
bienvenidos
al tren!
Verte
feliz no es nada,
es
todo lo que hacemos por ti.
FICHA TÉCNICA
Título
original: El último tren (Corazón de fuego)
Año:
2002
Duración:
93 min.
País:
Uruguay
Director:
Diego Arsuaga
Guión:
Diego Arsuaga & Fernando León de Aranoa (Historia: Andrea Pollio &
Andrés Scarone)
Música:
Hugo Jasa
Fotografía:
Hans Burmann
Reparto:
Héctor Alterio, Federico Luppi, José Soriano, Gastón Pauls, Balaram Dinard,
Saturnino García, Eduardo Migliónico, Elisa Contreras, Jenny Goldstein, Alfonso
Tort, Fred Deakin, Herbert Grierson, Eduardo Proust, Guillermo Chaibún,
Virginia Ramos, Jorge Bolani.
SINOPSIS
Un
poderoso estudio de Hollywood ha comprado para su próxima película una
histórica locomotora uruguaya del siglo XIX. Aunque la noticia es motivo de
orgullo para muchos uruguayos, no es bien recibida por los veteranos miembros
de la Asociación de Amigos del Riel. Decididos a boicotear el traslado de la
locomotora a Estados Unidos, tres de ellos y un niño, movidos por la consigna
""El patrimonio no se vende", secuestran la máquina y se lanzan
a recorrer las abandonadas vías del interior del país perseguidos por las
autoridades. Pero también encuentran la solidaridad de los pueblos que,
aislados y abandonados por la falta de un medio de transporte que dejó de
funcionar hace tiempo, ven en ellos una luz de esperanza.
TRAILER
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