PROGRAMA 114 (11-09-2015)
EDITORIAL
Cuando
el jabón comenzó a escurrirse por el parabrisas del Mercedes, Emilio sintió la
satisfacción de haber hecho la elección correcta. No necesitó darse vuelta para
corroborarlo con los otros tres ocupantes del auto. Sentía en su nuca la mirada
aprobatoria de cada uno. El ruido del secador arañando el vidrio lo saco de su
éxtasis. El pibe entró su mano oscura y mugrienta por la ventanilla, dejando en
su camino el olor de miles de calles y alcantarillas. Emilio lo miró con
ternura, con ojos paternales sin saber ya si era él quien lo elegía o el pibe
lo elegía a él. El semáforo dio la luz verde, y sin dejar de mirarlo Emilio
aceleró. El pibe, mareado por jaleos baratos y licores vencidos ensayo una
puteada al vacío. Solo logró retener unos instantes la imagen de aquel rostro,
de esos cachetes regordetes salpicados con unas pecas ridículas. Vio también la
cadenita dorada que brillaba y colgaba de su cuello blanco y lampiño. La
amargura se esfumó en el instante en que acercó el plástico cortado a su boca y
bebió un buen trago. Entonces, la noche y el silencio, lo invadieron todo
nuevamente. El frio comenzó a sentirse sobre la piel, el viento sopló resonando
en cada hueco vacío. El semáforo insistía con su intento de arcoíris trunco,
intercalando sus tres luces absurdas, ofreciendo una convención indescifrable e
innecesaria para aquellas horas. El pibe ya cabeceaba cuando sintió que un auto
frenaba cerca. -Otra vez el poli violeta ese…- pensó entre sueño. Intentó abrir
los ojos, pero algo lo roció provocándole el ardor de dos brasas
incandescentes, su nariz segregaba tanto moco que casi le impedía respirar, un
miedo profundo invadió su cuerpo.
Casi por reflejo intentó pararse y comenzó a
tirar golpes a las sombras que se le acercaban. Un golpe seco retumbó en la cuadra,
el cuerpo del pibe tembló en un espasmo y se desplomó sobre el asfalto oscuro.
Un
olor a sahumerio invadía el galpón, su humo agregaba a la fotografía del lugar
un clima casi cinematográfico, un clima, tal vez, sagrado. El pibe estaba
sentado en una silla todavía inconsciente, tenía sus manos atadas al respaldo
de la misma y de su boca abierta, asomaba parte del trapo con el que él secaba
los vidrios de los autos. La luz de una lámpara lo iluminaba desde arriba
generando largas sombras bajo sus ojos. Un hilo de sangre brotaba desde su
nariz y avanzaba dándole color al oscuro fondo que generaba su piel
ennegrecida. Los demás lo observaban desde la tiniebla, con el olfato alerta a
cualquier movimiento, como lobos a punto de un banquete. Emilio reparó en la
sangre de la nariz, solo tenía ojos para aquel recorrido lento como un orgasmo
que nunca llega. Aquel rostro salvaje no llegaría a los 18 años, aunque quizás
los superaba ampliamente. Nunca se sabía con certeza. El pibe parpadeó y una
danza cargada de pánico bailo por toda su columna. Como en cámara lenta la
fiera surgió desde la oscuridad y descargó un golpe certero repleto de odio
sobre la piel dura y sucia del pibe, quien cayó e intentó gritar. Ahora si el
orgasmo había llegado. Su nariz chorreaba sangre en cantidad, caía por sus
labios, maquillándolos con salvajismo. Continuaba por su remera de color
indescifrable, absorbiendo y esparciendo aquel brebaje sagrado generosamente.
Emilio hizo una seña para que todos se detengan. Volvió a sentarlo, se sacó el
reloj dorado que decoraba su muñeca izquierda, se arrodilló detrás de él y
comenzó a olerlo con placer. Acarició con el dorso de su mano la mejilla del
pibe en una muestra de cariño que nunca hubiera sido capaz de realizar estando
en otra situación. La mezcla de incienso, sangre y tierra lo excito de tal
manera que le provocó una fuerte erección. Todo parecía sacado de la fantasía
más erótica y morbosa jamás imaginada. Había pureza y belleza en todo aquello.
La cara de miedo del pibe, su sangre que brotaba casi pornográficamente, aquel
llanto ahogado por su propio pañuelo… dios, aquel llanto… era como un mantra
que lo elevaba. Lo escuchaba con atención, como quien intenta retener algo para
toda la vida. Pero Emilio era consciente que las cosas no son eternas, ni
siquiera el sufrimiento. Aquel pobre pibe, violado tantas veces por la vida
cruel y miserable pronto dejaría de existir. Arrancarían de una vez y para
siempre sus sufrimientos y angustias, sus ausencias, sus carencias… todo.
Emilio se levantó lentamente y dio un paso hacia atrás. Los lobos purificaron
aquella alma de la única manera que sabían. El pibe no duró mucho, él estaba
acostumbrado a no aferrarse a ninguna cosa, ni siquiera a su propia vida.
Lucas
Itze.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE CRÓNICA
DE UN NIÑO SOLO
Todavía
con mis ojos despertando del sueño, ajustando su mirada a este amanecer de
mates amargos y galletitas rotas. Todavía intentando atrapar aquellas imágenes
que se esfuman, melancólicamente, fundiendo a negro en el olvido, abro el
diario. Al instante entiendo, que mi día terminara allí, en aquella página, en
aquella foto. El agua todavía acaricia sus cabellos, como pidiendo disculpas.
Sus piernitas de correr, sus manitos como girasoles mirando el sol. Su remerita
roja. Su pantaloncito azul. Su cabeza cansada de intentar soñar fantasía que ya
no llegan, su cabeza oxidada de juegos que hace rato no recuerda, su cabeza de
bombas ensordecedoras, de silbidos de proyectiles, de sueños interrumpidos a
mitad de la noche, de corridas sin pelota ni risas, su cabeza de hambre, de
escombros, de hierros retorcidos. Su cabeza descansa ahora sobre la arena,
iniciando su verdadera aventura, yendo a buscar en las sombras, aquel sueño que
le fuera prohibido. Y allí está la muerte de la infancia toda, y allí esta
nuestro fracaso fotografiado. Nuestro fracaso más primario. En aquella playa
también mueren nuestros hijos y con ellos también morimos, inevitablemente,
nosotros.
Aquel vientre marítimo parió para toda nuestra vergüenza, la muerte
más cruel de todas, la muerte de la inocencia. Y aquella muerte, también la
advertimos en la mirada adulta y descreída de Polín, ese nene olvidado en el
cajón más oscuro del mundo, ese chico que se pasea por el celuloide, cargando
con el rencor de una sociedad resentida. “Crónicas de un niño solo” será el
catártico relato de, tal vez, uno de los más talentosos directores argentinos,
aquel alumno atento de Torre Nilsson, nuestro gran amigo Leonardo Favio. Favio desangrará en
aquella cinta, las terribles vivencias de su niñez. Se servirá para su relato
de una estética con referencias expresionistas, repleta de grandes sombras que
proyectaran tanto los miedos como las soledades de los personajes. Quizás
aquellas largas figuras oscuras, no sean más que terribles metáforas de la
visión de los otros sobre nuestros protagonistas, reduciendo su existencia a
inefables seres intangibles, imperceptibles e incorpóreos. La fotografía del
film será una de las más exquisitas de las se haya visto por estos barrios. Favio
logrará puestas de cámaras increíblemente complejas en cuanto a su composición,
repleta de poesía y ritmo.
Veremos
cumplida en las Crónicas de un niño solo, aquella sentencia de Wells que nos
indicaba con lucidez, la imposibilidad de realizar un film sin una cámara que
sea como un ojo en el corazón de un poeta. Imposible abordar tanta crudeza sin
aquella mirada. Polín volverá a ser un niño por solo unos instantes, al
aparecer Fabián, representado por el mismo Favio, que lo sorprenderá tomándolo
entre sus brazos. Seremos participe de aquella sorpresa, girando también
nosotros en un plano subjetivo del protagonista. Polin sonreirá inocentemente
por primera vez y recordaremos tal vez allí aquella otra sonrisa inolvidable,
que supo enseñarnos Mouchette en sus autitos chocadores. Sera el mismo
Leonardo, quien aparezca para abrazar a aquel niño que fue y así traerle algo
de paz. Sera quizás una imagen sublimadora, necesaria, una breve reconciliación
con aquel pasado agobiante, una despedida mejor, de aquel niño que ya no está.
Un adiós poético, para aquel chico carente de todo, que vuelve donde comenzó,
con su
pantalón cortito con un solo tirador…
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
UNIVERSO FAVIO
Nacido
en Mendoza, en un barrio pobre y complicado, donde soportó el abandono de su
padre. Pasó gran parte de su infancia internado; conflictivo, siempre escapó o
se le expulsó. Una serie de robos pequeños lo llevaron incluso a la reclusión
carcelaria.
Su
madre, Laura Favio (o Fabio) actriz y escritora de radioteatros, solía
conseguirle «bolos» (pequeños papeles escasamente remunerados) en Mendoza;
etapa en la que además comenzó a preparar sus primeros libretos.
En
1960 realizó un corto llamado El amigo, que narra la historia de
un chico que lustra zapatos en la puerta de un parque de atracciones.
En
1965 llegó su primer largo, con el cual se ganó el aplauso de la crítica: Crónica
de un niño sólo.
Un
año después dirigió El romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la
tristeza y unas pocas cosas más..., considerada una de las mejores
películas argentinas de todos los tiempos. Aniceto, interpretado por Federico
Luppi está enamorado de Francisca, una chica decente, la “santita” del pueblo,
pero también seduce a Lucía, apasionada y sexual, la “putita” del Aniceto…
En
1969 estrena El dependiente, escrita por su hermano, sobre un empleado de
una ferretería, que empieza a pensar que si su patrón se muere, él puede
quedarse con el negocio.
Durante
esos años empezó a componer y empezó a forjar una carrera como cantante solista
donde tuvo un éxito tremendo, presentándose, entre otros festivales, en Viña
del Mar.
En
1973 filma Juan Moreira, la historia de un gaucho que es encarcelado
erróneamente y al salir jura venganza, donde se mete en el mundo de la
política, las traiciones y la muerte.
En
1975 dirige Nazareno Cruz y el Lobo, la historia de un séptimo hijo varón
que por las noches se convierte en Lobo, pero que después de enamorarse se le
aparece el Diablo, e le aparece el Diablo, quien le advierte que el amor
provoca un efecto negativo en Nazareno, que es la consecusión de aquella
legendaria maldición. Nazareno tendrá que decidir entre vivir vagando por las
noches o dejar de lado sus sentimientos.
Un
año después llega Soñar, soñar, con Carlos Monzón como protagonista. La historia
de un trotamundos que ofrece números artísticos, y en un viaje se encuentra con
un empleado municipal que quiere ser artista. Allí nacerá una gran amistad e
intentarán hacerse famosos en Bs As.
Después
del exilio que sufrió durante la dictadura, volvió al ruedo recién en 1993 con
el film Gatica, el Mono, la historia del legendario boxeador argentino.
Ganó el Goya a la mejor película en habla hispana.
En
1999 dirige el documental Perón, sinfonía de un sentimiento,
donde narra la historia política del político argentino.
Su
último film fue Aniceto, remake de su propio film del año 66. Después dirigió
un corto titulado Gente querible, en el que se emitían frases de próceres
argentinos sobre imágenes de películas de Leonardo Favio.
Y
por último participó del film 25 miradas, 200 minutos.
Película conformada por 25 cortometrajes de 8 minutos de duración cada uno.
Mirada introspectiva sobre la historia de Argentina, desde el punto de vista de
25 directores de cine que participan de esta puesta, con motivo del
Bicentenario de Argentina. Entre los directores se destacaban: Caetano, Sorín, Lucía y Esteban Puenzo,
Martel, Stagnaro, Jusid, Taratuto, Lecchi, Paula Hernández y Taretto, entre
otros.
Falleció de neumonía en
una clínica de Buenos Aires, el 5 de noviembre de 2012, luego de estar varias
semanas internado…
Favio y la música…
FICHA TÉCNICA
Título
original: Crónica de un niño solo
Año:
1965
Duración:
79 min.
País:
Argentina
Director:
Leonardo Favio
Guión:
Leonardo Favio, Jorge Zuhair Jury
Música:
Arcángelo Corelli, Alessandro Marcello
Fotografía:
Ignacio Souto (B&W)
Reparto:
Diego Puente, Tino Pascali, Cacho Espíndola, Victoriano Moreira, Beto Gianola,
Leonardo Favio, María Vaner, Elcira Olivera Garcés, María Luisa Robledo, Hugo
Arana.
SINOPSIS
Este
clásico del cine argentino nos describe la infancia marginal, a través de un
niño solitario, y su vida a medio camino entre su barrio pobre y el
reformatorio.
PELÍCULA COMPLETA