EDITORIAL – LAS AVENTURAS DE DIOS
Un escalofrío
recorre mi cuerpo. El café, ya helado, es el único testigo. Afuera del bar, la lluvia cae apresuradamente,
haciendo más lúgubre la historia. El vestido rojo de ella, combinados con los
tacos del mismo color, empiezan a disiparse entre las gotas y el sonido del
viento.
Atino
a levantarme, pero mis piernas están inmovilizadas. De repente, el bar empieza
a moverse de un lado a otro. Se escuchan gritos que desgarran mis oídos. Ruidos
de vidrios estrellándose contra el piso. Vasos que ruedan de una punta a la
otra. Intento salir, pero la ventisca me hace retroceder. Olas gigantescas
chocan con una fuerza inenarrable, como si intentaran destruir todo a su
alrededor.
Me
levanto y doy un par de pasos, hasta que otro brusco movimiento me tira contra
la barra. Fondo negro, se cierra el telón.
Minutos
después, siento una gota de sudor que me baja por la frente. Los rayos del sol,
culpable de tal acontecimiento, fulminan cada granito de arena. Mi vista se
clava en las curvas de dos hermosas mujeres, que pasan por delante de mí.
Descubro en esos rostros, caras conocidas. Ambas son idénticas, están vestidas
exactamente igual. De repente, recuerdo a la chica del vestido rojo y me doy
cuenta que también es una copia de ellas.
Me
paro y empiezo a caminar sobre la arena blanca en busca de las dos mujeres.
Cuando me dispongo a alcanzarlas, sus rostros empiezan a desfigurarse, como si
fueran un dibujo hecho con pintura que es alcanzado por un vaso de agua.
Intento balbucear una palabra, deseando encontrar una explicación. De pronto,
siento que mis pies están siendo tapados por la arena, que empieza a subir
ligeramente.
Mi
cuerpo se empieza a hundir cada vez más, mientras el sol completa la faena para
que pierda la noción. Un fondo anaranjado me lleva por un inmenso tubo de
colores, hasta que caigo sobre un fondo verde…
Empiezo
a caminar, perdido, sin saber para donde salir. El suelo está cubierto de
nieve, el frío hiela mi sangre. Después de un par de minutos de caminata,
reconozco que estoy en un laberinto…
Intento
seguir la huella de unos zapatos, pero no me llevan a ningún lado. Decido hacer
unos pasos y doblar hacia la izquierda, por pura intuición. Me hundo en la
nieve y empiezo a rodar, mientras repaso que nunca fui bueno con las
intuiciones… Aparezco como por arte de magia en un camino de tierra, me sacudo
el polvo y me pongo de pie, levanto la vista y frente a mi emerge la figura de
un gigante castillo.
Entre
el camino y el castillo hay un puente que tengo que cruzar, empiezo a avanzar
hasta el mismo, aunque no tengo la menor idea del porqué. Cuando llego, noto
que abajo corre un río de lava, como en las películas infantiles. El puente
colgante se mueve demasiado y me siento dentro de un samba. Nunca una fácil,
pensaba para mis adentros. Después de hacer equilibrio, llego a la puerta,
color marrón y con cadenas que la unen al puente.
Esta
se abre lentamente, y mi mirada está perdida, esperando quien sabe con qué me
voy a encontrar. Paso la puerta. De repente estoy nuevamente en el bar, como al
comienzo. Sin dudarlo, miro rápidamente hacia la mesa donde me encontraba
sentado. Allí me espera la chica del vestido rojo, que me recibe con una
sonrisa mientras se muerde los labios. Me siento frente a ella, mientras espero
que esta vez, su rostro siga tal cual es. El mozo me trae la carta, una simple
carpeta color rojo, con unas impactantes letras doradas sentadas sobre la
reconocida cara de la hermosa mujer, y un enigmático nombre: Las aventuras de Dios…
Marcelo
De Nicola
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE LAS
AVENTURAS DE DIOS
Me
niego, profundamente, a pensar en la linealidad de las cosas. Todavía busco al maldito primate que
simplificó la belleza de este bosque en una estúpida línea recta. ¿Es que nadie recuerda nuestras
ramas? ¿Será que ya todos olvidaron cuando éramos árboles, o cuando nuestra
saliva escupía aquellos pétalos dóciles? ¿No se acuerdan de aquel viento,
narrando historias, prometiendo frescuras, jurando castigos? Amigos, lloro
nuestro olvido. Camino entre las sombras de almas muertas. Todavía busco una
mirada que venza al tiempo. Añoro descubrir aquel rugido de pantera, al pedirle
a algún caminante nocturno fuego. Temo prender la luz, y descubrir con espanto
que has crecido. Y saber, en ese llanto, que todo ha pasado y que no hemos
estado, que ni el recuerdo nos queda de nosotros. Temo buscarte debajo de
aquellas sabanas que cubrían nuestras aventuras y sentirte fría, con la temible
pesadez del que ha apostado todo a la arbitraria lógica. Con las arrugas
tatuadas en la piel y en el alma, arrugas para siempre, cicatrices del tiempo
para el que cree en el ayer y el mañana. Aquella traición absoluta me espanta.
Fuimos invencibles hasta que nuestros padres nos mandaron a ordenarlo todo.
Aparecieron leyes, horas, almanaques. Aparecieron nombres, sociedades,
diccionarios. Aparecieron las palabras y todo ello para instalar el maldito
plan de la línea recta. La maldita ilusión del nacimiento, el desarrollo y la
muerte. Los tres actos aristotélicos. Introducción, nudo y desenlace. Tesis,
antítesis y síntesis. Aquel truco ilusorio de creer que algo estaba antes que
otra cosa, aquella manipulación absurda y egoísta, cuyo triste objetivo no era
otro más que entender esto que llamaron vida. Si en mi beso, están todos los
besos. Si sé que camino por estas calles y estoy a solo dos baldosas de mi
muerte. Y en la esquina te olvido para verte renacer en la tristeza que lloran
los ojos de aquella otra que rapta para siempre ese maldito colectivo. Si nazco
mil veces en los recuerdos de mis amigos y entre los acordes de cualquier canción
descubro todas las canciones. Y entonces el día nos encuentra así, traicionando
como los demás esperan, caminando como nos enseñaron, por aquellas calles sin
desvíos, disfrutando de la cuadrada tranquilidad del damero. Fingiendo.
Fingiendo la fría naturalidad de nuestros actos. Fingiendo también, el darnos
cuenta que todo es apariencia, como nos comunicaría desde la tristeza más
profunda, aquel taciturno protagonista de “Las aventuras de dios” de Eliseo Subiela,
aquella joya extraordinaria que nos habla de los sueños y lo evocado, del
conocer, del tiempo y vamos, también, de nosotros mismos. El film se situará en
el desarrollo de un sueño, en aquellas tierras mágicas, donde todavía nos
atrevemos a ser chicos y jugar hasta caer rendidos. Aquella selva donde nos
desnudamos de nuestros prejuicios. De la mano de pocos entraría yo a aquel
bosque desconocido. Entre esos pocos, estaría, seguramente, la mano de Lynch. Diviso también los tatuados
nudillos de Von Trier, y claramente,
la de nuestro amigo Eliseo. El guion del film es poesía. Entre las escenas de
sus versos, seremos sorprendidos por diálogos filosos, actuaciones sobrias y
soberbias. La linealidad de su estructura desaparecerá al rendirse al opínate
efecto del surrealismo. Contará con una fotografía naturalista, repleta de
dorados y amaneceres. El sol estará allí, en la tierra soñada, de las tinieblas
de la realidad es de donde viene nuestro protagonista para perderse en aquel
juego borgeano del sueño que nos sueña en la desesperante ausencia del soñador.
Subiela planteará para la narración visual de su verosímil una puesta de cámara
clásica, escapando a los saltos de ejes típicos del género. Se notará un
especial cuidado en los encuadres, desde donde también se trabajaran las
metáforas y alegorías que armaran esta bella poesía. Notaremos algunas citas de
films relacionados al relato, por ejemplo, entre ellas estará “El perro Andaluz” de Dalí y Buñuel.
También reconoceremos cierto aroma Hitchcockiano
en las secuencias de exteriores, donde los personajes pasean por la costa en su
auto antiguo. La película buscara desafiar, en todo momento, nuestros sentidos.
Habrá quien busque, desesperado, algo de suelo firme donde pisar. Intentaran
estos individuos con todas sus fuerzas, buscar aquella línea recta que una al relato,
que le dé sentido al todo, para luego poder nombrarlo e inventariarlo en la
estantería de sus recuerdos. Aquellos caballeros, creerán encontrarlo y
partirán de la sala con cierto sabor a triunfo. Estaremos también los otros,
los que nos convenceremos que las obras se transitan y no se explican. Los que
creeremos en las metáforas, porque sin ellas nuestras vidas sucumben como la
hoja a su otoño, apagándose en el más sórdido de los ecos.-
Lucas
Itze.-
Canción post impresiones
Al igual que a la deriva en el mar.
Las nubes han llegado a la tierra ahora,
Al igual que un día ella vino a mí...
No lleves ni papeles;
hay tanta gloria allí, que al final
nadie tiene un sueño sin laureles.
hay tanta gloria allí, que al final
nadie tiene un sueño sin laureles.
Me dejarás dormir al amanecer
Entre tus piernas...
Entre tus piernas...
Dios Es Un Concepto
Con El Que Medimos Nuestro Dolor
Con El Que Medimos Nuestro Dolor
Nada Va A Cambiar Mi Mundo...
FICHA TÉCNICA
Título
original: Las aventuras de Dios
Año:
2000
Duración:
84 min.
País:
Argentina
Director:
Eliseo Subiela
Guión:
Eliseo Subiela
Música:
Osvaldo Montes
Fotografía:
Daniel Rodríguez Maseda
Reparto:
Pasta Dioguardi, Flor Sabatella, Daniel Freire, Lorenzo Quinteros, María
Concepción César, José María Gutiérrez, Walter Balzarini, Enrique Blugerman
SINOPSIS
Un
hombre y una mujer recorren los laberínticos pasillos y las misteriosas
habitaciones de un hotel ubicado frente al mar y decorado al estilo de los años
1930. Parece como si vagaran por un sueño. El hombre no conoce nada de su
pasado y como ha ido a parar a ese lugar. Sin embargo, dos hombres le acusan de
ser el autor de un crimen. Cada vez que cae dormido, sueña que vive en un
apartamento con una mujer y un niño, sueño que siempre deriva en una pesadilla
angustiosa. Al margen de eso, unirá fuerzas con la mujer para intentar esclarecer
el sentido que los dos estén atrapados ahí y encontrar maneras que inflijan las
normas de ese sueño por tal de romperlo y por lo tanto poder escapar.