EDITORIAL
El
bar destila un olor rancio. El vaso de ginebra recién terminado invita a
retirarme. De fondo, el gran Pugliese escupe sus verdades en forma de tango. No
se ven trajes de etiqueta ni joyas preciosas. Se escucha el chirrido de una
silla, que deja escapar a alguien que seguirá buscando terminar con su
melancolía.
Dejo
una moneda para el mozo y antes de emprender una caminata sin rumbo, paso por
el baño. Cuando la puerta se cierra, un graffitti en la pared grita Luca vive,
recordando quizás al más argentino de los extranjeros. Me lavo las manos, noto
que no hay jabón y que el aparato para secarte las manos no funciona, por lo
que se secarán con el paso de los minutos.
Afuera
es una noche primaveral. La plaza situada frente al bar, nos muestra una cara
alegre. Varios jóvenes en ronda cantando por un lado. Otros tantos vendiendo
artesanías e ilusiones por el otro. De pronto, a lo lejos, una luminosa luz
azul se acerca. Los artesanos, extranjeros en su mayoría, tratan de levantar campamento en poco tiempo.
La policía nuevamente lo impide. Después de un intento de tregua, se dan por
vencidos. Otra vez pasarán la noche entre rejas o en un pequeño calabozo. Sus
pertenencias, seguramente, serán repartidas entre las fuerzas de la ley.
Mi
mirada queda atónitamente aturdida, tranquilamente podría estar en la misma
situación. Mis ojos se dan de frente contra esos adoquines viejos, que supuran
por el paso de los años. Empiezo a caminar sin rumbo, hago un par de cuadras y
decido doblar. Bajo por Estados Unidos, y me río por dentro, pensando que allá
no sé si podría estar tan tranquilo, recordando experiencias pasadas.
Le
pido fuego a una pareja de ancianos que está sentado en la puerta de un
edificio, me miran extrañados, pero acceden a mi pedido. Consigo quedarme
charlando un rato. Me comentan que llegaron desde chicos con sus padres
polacos, escapando de la miseria de la guerra. Pero que por suerte nunca
tuvieron que soportar el racismo, seguramente, debido a su color de piel.
Luego
de esos hermosos minutos de amabilidad, sigo mi recorrido. De pronto la mente
se vuelve oscura. Se va a los rincones más olvidados de mi memoria. Siento
nuevamente el olor a tierra mojada. Escucho el sonar de los tambores, como
cuando era niño. Recuerdo como si fuera ayer los cánticos en la iglesia. De
pronto, toda esa música se tiñe de rojo. Ruidos chatos rompen con todo. El
repiqueteo de las ametralladoras, las hélices de los helicópteros cortando el
aire más puro que respiraba irrumpen la tranquilidad habitual.
Un
viaje en camión, unos encima de otros, mientras el sudor de los cuerpos largaba
gotas de agua por doquier. Luego, ya a miles de kilómetros de casa, la noche
cada vez más oscura invitaba a correr. El escape sería perfecto. Como si fuera
una película de Hollywood, esas que conoceré tiempo después.
Varias
ciudades, varios países. Me transformé en un nómade casi sin identidad. Los
trenes y los barcos oficiaron de hotel cinco estrellas, durante meses, aunque
ya no recuerdo con exactitud si fueron meses o años.
Entre
esos tantos viajes un día aparecí por estos pagos. Caminé sin rumbo durante
varios días, escondiéndome entre tachos y bolsas de basura. Paseando de barco
en barco encontré a un hermano argentino que me dio asilo y de a poco, pude
recuperar mi identidad. Hoy me siento uno más cuando camino por las calles de
mi San Telmo querido. Pero cada tanto, alguna noche me despierto en medio de
ruidos, queriendo estar allá, con mi gente.
Me
levanto agitado, le doy un beso a mi mujer, mientras ella duerme plácidamente,
y empiezo a caminar. Paso por el bar, doy una vuelta a la plaza, y recorro las
calles porteñas sin rumbo. Cuando me doy cuenta, siempre estoy frente a las
aguas del río, que me miran desde el más absoluto silencio. Quizás son esas
ganas de volver algún día, las que me llevan mágicamente al lugar donde llegué.
Estoy
seguro que un día tendré el coraje de subirme nuevamente a ese barco, como para
cerrar un círculo, una herida aún abierta. Un día voy a superar esa barrera, y
luego de eso, estoy seguro, ya no volveré a aparecer por EL PUERTO…
Marcelo
De Nicola.-
Canción elegida para la
editorial
IMPRESIONES
SOBRE EL PUERTO
El aburrimiento consiste
en la sensación terrible de que nada va a cambiar. El río callará en el mismo
instante en que su corriente se detenga, entonces, el ocaso, se convertirá en
un funeral definitivo y así, el sol, caerá un día para siempre. Este texto mismo
morirá en el preciso momento en que mis dedos dejen de bailar entre las teclas,
y este torpe devenir de palabras atolondradas se detenga para siempre bajo la
dictadura del punto final. Aparecerá la quietud, aparecerá el ensordecedor
silencio y todo dará lo mismo. Nos creeremos inmortales y las horas realizaran
su danza en un silencio traicionero. La salvación, sin duda, es el puerto. Un
puerto es un destino y por lo tanto, es también siempre una esperanza.
Recorreremos distancias inimaginables con el único anhelo de que algo cambie,
buscando quizás una palabra que nos salve la vida, tal vez la promesa de un
beso o quizás el azar de encontrar a alguien todavía vivo. Alguien,
seguramente, como Marcel, aquel protagonista del curioso film Le Havre dirigido
por Aki Kaurismaki.
Relato que nos narra las peripecias de un chico en busca de
otro puerto, en busca de que las cosas se muevan para no caer al fin muerto.
Recuerdo la gran importancia que le daba nuestro queridísimo amigo, el director
y guionista Santiago Carlos Oves, al desarrollo de la primera escena de los
films. Santiago prestaba particular atención al comienzo de los relatos porque
insistía que allí se encontraba, muchas veces, la llave del enigma. Puedo citar
en este punto, el comienzo de “Perros de la Calle”. Allí veremos, y esto ya lo
hemos tratado en este mismo foro con una explicación más extensa, cómo es el
mismo director, quien dando un ejemplo con la interpretación de una canción de
Madonna, nos cuenta el conflicto que se desarrollara a través de la curva
dramática. Un caso similar sucede en “Adaptation” de Spike Jonze, donde en la
escena inicial del bar, Nicolas Cage nos relata a grandes rasgos los sucesos
que movilizaran el drama. El Puerto, no escapará a todo esto. Su comienzo nos
dará un mensaje bastante claro. El relato abrirá con Marcel parado junto a su
cajón de lustrar zapatos observando de izquierda a derecha de cuadro en los
pasillos de una estación de subte. Alguien aparece, viste muy elegante, lleva
un portafolio y está muy serio. Mira a Marcel y se sienta para que este le
lustre los zapatos. No hablan. Un plano detalle nos muestra que el portafolio
del caballero, está unido a su mano con unas esposas. De pronto, aparecen dos
personajes más, son el estereotipo del detective. Miran fijo al señor serio,
quien, tras ponerse nervioso, dice basta, se levanta, le paga a Marcel y sale
de cuadro. Por audio, escuchamos un grito y un disparo. Ya desde el comienzo,
el film nos instala la idea de alguien dramáticamente solo que esconde “algo” preciado,
cuyo fin es perversamente trágico. He aquí, quizás, la llave. ¡Salud Oves!
Marcel se verá frente al mismo conflicto que aquel personaje del comienzo. Será
él el encargado de ocultar a Idrissa, aquel niño africano que veremos ingresar
de manera ilegal al país, en la oscuridad inefable de un container, y que nos
robará el corazón desde el primer plano que lo presente. El caso del inmigrante
ilegal desaparecido se hará popular y la policía no tardará en comenzar a
buscar con fruición su almuerzo.
La mujer de Marcel, quien padece una
enfermedad terminal, debe ser internada de urgencia y será así como nuestro
protagonista quedará tan solo como aquel caballero serio del portafolio de la
primer escena. El relato dará un giro optimista y Marcel, aquel señor humilde y
bonachón, encontrará un gran apoyo en sus vecinos quienes lo ayudaran a
esconder a Idrissa. Las actuaciones estarán marcadas desde un lugar bastante
artificial, casi de ensueño. Los recursos actorales serán minimalistas,
trabajando muchas veces desde la inacción aparente. Quizás este tratamiento
responda a un deseo. El deseo de que alguna vez este mundo funcione según los
caprichos de uno. Entonces, en aquella fantasía, los enfermos terminales se
curarán sorpresivamente, los vecinos saldrán al barro a ensuciarse con uno, la
policía entenderá que ningún ser humano es ilegal y hasta los cerezos
florecerán para recibirnos al llegar a casa. Quizás todo esto sea forzado y no
tardaran los agrios refutadotes en levantar sus terribles índices para indicarnos
que la vida no es así. Tranquilos muchachos, no vengan a contarnos a nosotros a
que huele el fondo del pozo. Si de algo está segura esta mesa, es que la
fantasía nos hará llegar al próximo puerto, no tengan duda de eso. Nos hará
inventar un barco, cuando todo esto se prenda fuego, y recorrer el mundo para
llegar hasta vos y encontrar, finalmente, un asilo en tu corazón.-
Lucas Itze.-
Canción post impresiones
También escuchamos en este homenaje a los puertos...
El tema que suena en el film, el gran Little Bob
También la banda creada por Kaurismäki: Leningrad Cowboys
A todos los que se van... a todos los que vuelven...
Dos Blues hermosos...
Y nos fuimos con un clásico de Los Rodríguez
FICHA
TÉCNICA
Título original: Le Havre
Año: 2011
Duración: 93 min.
País: Finlandia
Director: Aki Kaurismäki
Guión: Aki Kaurismäki
Música: Varios
Fotografía: Timo Salminen
Reparto: André Wilms, Kati
Outinen, Jean-Pierre Darroussin, Blondin Miguel, Elina Salo, Jean-Pierre Léaud,
Evelyne Didil
SINOPSIS
Marcel Marx, famoso
escritor bohemio, se ha exiliado voluntariamente y se ha establecido en la
ciudad portuaria de Le Havre (Francia), donde vive satisfecho trabajando como
limpiabotas, porque así se siente más cerca de la gente. Tras renunciar a sus
ambiciones literarias, su vida se desarrolla sin sobresaltos entre el bar de la
esquina, su trabajo y su mujer Arletty; pero, cuando se cruza en su camino un
niño negro inmigrante, tendrá que luchar contra los fríos y ciegos mecanismos
del Estado, armado únicamente con su optimismo y con la incondicional
solidaridad de los vecinos del barrio, para evitar que su protegido caiga en
manos de la policía.
TRAILER