SINOPSIS
Macario, un aldeano sumamente pobre que tiene esposa y
varios hijos, se dedica a vender leña en el pueblo. Harto de una vida de
privaciones y apuros, manifiesta que su mayor anhelo es poder comerse él solo
un pavo, sin tener que compartirlo con nadie. Su esposa, confidente de tan
profundo deseo, un día roba uno de la granja de una familia rica. Cuando
Macario se dispone a comérselo, Dios, el Diablo y la Muerte se le aparecen para
pedirle que lo comparta. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Un tallo nace, acariciado por mil amaneceres, azotado por todas las tormentas. Nace con el canto de cien pájaros, con el andar de millones de hormigas. Y crece fuerte en el silencio del bosque, en complicidad de las canciones de los vientos y las hojarascas. Allí aparecerá con el tiempo el fruto, que brotará de su tallo. Nacerá de él, pero pronto tomará su propio recorrido, su forma particular y hasta ira más allá de su origen y desarrollará un gusto, una textura, una dulzura o quizás una amargura. Las lunas pasaran, una tras otra, desdibujando su forma, guiando a los mares, consumiendo su vigorosidad con la sutiliza invisible del paso del tiempo. El sol marchitará sus últimos jugos de vida y entonces el fruto caerá a la tierra encontrando su fin de existencia, vamos, su muerte. Pero aun vencido por un ciclo inevitable, infalible, de un diseño delicado y perverso a su vez, digno de las precisas manos de un orfebre, el fruto ya la en la tierra, ya sin vida, desafiará a la muerte esparciendo sus semillas sobre la tierra. Quisieron enterrarnos y no sabían que éramos semillas, rezaba algún cartel un 24 de marzo. Es sobre este tópico que nuestro amigo Don Miguel de Unamuno discutía con aquellos que intentaban la vulgaridad de la siguiente argumentación: pero Don Miguel, usted vivirá en sus obras… A lo que Unamuno, repleto de humanidad, respondía yo quiero existencia de bulto, no sombra de existencia, yo quiero ser protagonista de mi consciencia. Automáticamente, si hablamos de la muerte, arrojaremos sobre la mesa la carta otra carta, la de la inmortalidad. La inmortalidad, bien sabemos, quita urgencia. El inmortal va siempre a menos. La inmortalidad carece de movimiento, de energía. ¿Qué drama podría contarse entre dos inmortales si no existiría conflicto, si en la inmortalidad, si en la infinitud del tiempo cualquier cosa sería posible, bastaría con sentarse a esperar para que cualquier amor suceda, para que cualquier reino caiga y vuelva a resurgir?
Tal vez, tal como dice un
amigo, la solución esté en ser inmortal y no saberlo y aquello sucede en el
momento culmine del amor. La petite Mort,
aquel minuto, aquel ápice vertiginoso donde estamos vivos y muertos a la vez.
Dice Hiedegger que lo que nos define
es ser para la muerte y la muerte
posee una conexión esencial con el tiempo. Pero cómo convivir con la certeza de
la inminencia de la muerte. Por otro lado, Platón
aclaraba en cada asado que la filosofía es un ejercicio para la muerte, no la
resuelve, pero nos ayuda a comprendernos en nuestra finitud. Sabernos finitos
angustia, eso es un hecho irrefutable. Pensarnos perecederos, temporales,
fugaces, mortales angustia porque no solo racionalizamos el sentimiento trágico
de nuestra vida sino también de aquellos que amamos. No solo moriremos nosotros
en cualquier instante, sino también lo harán aquellos que queremos. ¿Qué
angustia mayor que esa podría acompañarnos en este camino? No hay sonrisa que
no se apague ante el recuerdo de aquella verdad. Saber que esto tiene un final,
activa una urgencia también que tiene que ver con la responsabilidad del estar
habitando este aquí y ahora. Existir implica una responsabilidad sobre la vida
que una vive o no vive hasta su muerte. Allí hay un montón de variantes de las
cuales la mayoría no dependen de nosotros, pero algunas si, y de esas debemos
hacernos cargo. De esas decisiones que nos hacen doblar esquinas, cruzar de
calles, caminar otros barrios guiados solos por el deseo. Marcando un camino
que niega otros. Eso le da otro sabor al viaje si sabemos que todo tiene un final.
En
definitiva, queridos amigos y amigas, la vida tiene algún sentido solo porque
se termina.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE MACARIO
Más de una vez, en estos recovecos que tenemos como trinchera, frente a estos micrófonos que tratan de escupir sensaciones y no sentencias, nos preguntamos qué poder elegiríamos. Siempre aparecen la inmortalidad, la posibilidad de viajar en el tiempo, el ser invisible, el trasladarse de un lado a otro en cuestión de segundos o la sanación divina. Todas cuestiones metafísicas e improbables, claro está. También hablamos de lo que genera el poder, de cómo corrompe y cómo transforma a los seres. Y claro está, hablamos de esos tres entes que están siempre giran alrededor nuestro: El Diablo, Dios y la Muerte. Una tríada que forma adeptos desde hace siglos. Y, cómo más de una vez lo hemos citado, vienen las palabras de nuestro amigo Unamuno quien nos decía que el sentimiento trágico de la vida reside en entender y ser consciente de que nuestra existencia es finita. Y es ahí entonces cuando la angustia se apodera de nosotros. Y los pensamientos se contraen. Por supuesto que la muerte es siempre triste, aunque hay ciertos pueblos que lo viven de forma diferente. México, por ejemplo, es uno de los países que tiene una de sus festividades más importantes. Hablamos del Día de los Muertos, posterior al Día de los Santos, otra de las fiestas católicas del país. Durante esas festividades, transita el film Macario de Roberto Gavaldón, basado en una novela de Bruno Traven. La película lleva el nombre del protagonista, interpretado por Ignacio López Tarso, un pobre campesino que junta leña para vender en el pueblo y así llevar algo de comer para su esposa y sus cinco hijos.
El film de hecho arranca con una leyenda sobre que es la celebración de ese día tan particular. Mientras los títulos avanzan, marionetas de calaveras irán apareciendo, estas imágenes con la música utilizada nos harán pensar en esas películas de terror de los años ´30, aunque es sólo un pequeño homenaje de los varios que veremos durante los 90 minutos del film. Una vez pasado los créditos, conoceremos al protagonista mientras corta leña. También en esos primeros minutos el director nos irá mostrando a su familia y su humilde forma de vivir. Como destacamos anteriormente, el film conectará varios géneros. Estaremos ante una película donde el llamado realismo mágico será parte fundamental de la trama. También habrá momentos que nos recuerden a ese neorrealismo italiano de los años ´40. Pero sin dudas, será un film hermanado en muchas situaciones con otro clásico del cine mexicano: Los olvidados de Buñuel. Habrá allí alguna escena que nos recordará inmediatamente a esa gran obra de arte. Y para confirmar ese parentesco, el director de fotografía será Gabriel Figueroa, el mismo de Los Olvidados, que elige un blanco y negro ideal para la historia. Esa niebla que es constante en el metraje, también aparecía en el film de Buñuel. La escenografía del film será otro gran aporte, tanto en los paisajes naturales como en el pueblo y en la muestra de cómo se festeja ese día tan esperado. La música también estará a la altura, sobre todo en los encuentros con esos tres personajes que se encontrarán con Macario.
Llega El día de los Muertos y Macario tiene un deseo, que para muchos sería egoísta: comer un guajalote (lo que en otros países llamamos pavo o pollo) él solo, sin tener que compartirlo con nadie. Su esposa, en un trabajo soberbio de la joven Pina Pellicier, decide robar uno para que él pueda cumplir su deseo. Ahí, empezará el conflicto del film y la curva dramática del personaje. Y aparecerá otro nombre amigo de esta casa: Ingmar Bergman, porque a todos se nos vino a la mente El séptimo sello cuando aparecieron los tres personajes que nombramos al principio: el diablo, dios y la muerte. Cuando el joven se dispone a probar el primer bocado, se le aparecerá alguien que le ofrecerá riqueza a cambio, pero Macario rechaza la oferta. Un tiempo después, será el propio dios quien intente obtener un poco de ese guajalote y aquí vendrá una de las grandes frases de la película: “¿Por qué, Señor? A ti no te interesa este bocado. Te interesa un gesto que yo haga, una acción. Tú sabes que yo no he querido nada pa’ mí solo toda mi vida. Pa’ ti es un animalito muerto, apenas un pretexto pa’ hacer que yo me porte bien. Pa’ mí lo es todo: toda el hambre de mi vida, todo lo que he dado, todo lo que no he recibido. Perdóname. Yo sé que puedes perdonarme si tú quieres. Yo no quiero convidarte, ¡NO QUIERO!”. Por último, llegará alguien que no pide nada a cambio, sólo tiene hambre. Luego de partir el pavo en partes iguales, confirmaremos que es la muerte, quien, en modo de agradecimiento, le da “el agua de la vida”. La muerte le dirá qué cuando visite a un enfermo, lo verá junto a él, si está al pie de la cama con una gota de agua éste podrá ser salvado, pero si está en la cabecera de la misma no podrá, ya que esa persona le pertenece. “Usa bien mi regalo y hazte digno del título de amigo que te doy” le dice antes de despedirse.
Para
confirmarlo, Macario utilizará el agua mágica con su propio hijo ese mismo día
y así arrancará su otra vida, donde será visto como un sanador para unos o como
un impostor para otros. A partir de ahí, Macario empezará a ser reconocido y
podrá acceder a todo lo que nunca tuvo. A lo largo del film veremos una crítica
social, no sólo al poder, sino también a la burguesía, a la justicia y a la
Inquisición, todos tratando de sacar su propia tajada. Además, por momentos
tendrá ribetes cómicos y hasta algo de humor negro lo que la vuelve a
emparentar con Buñuel. Encontraremos una brillante escena sobre el final, donde
Macario y La Muerte se encontrarán en un lugar con miles de velas ardiendo,
cada una será lo que queda de cada vida. “Esta
es la humanidad. Aquí ves arder las vidas tranquilamente. A veces soplan los
vientos de la guerra, los de la peste y las vidas se apagan por millares al
azar” dirá quien siempre al final vence. El film no cuestionará sino nos
dejará preguntas para hacernos. ¿Con quién haríamos un trato nosotros? Nos
llevará a que la respuesta será que cada acto y cada decisión tendrá sus
consecuencias y puede ser nuestra propia condena. Que el poder corrompe, que
con la Muerte nunca se juega y que el dinero no puede comprar todo. Y qué
en la vida de los pobres, los momentos de felicidad son breves, porque, como
dijo Macario “Nos pasamos la vida muriéndonos de hambre”.
Marcelo De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO
GAVALDÓN
Roberto Gavaldón nació el 7 de junio de 1909 en Chihuahua, Jiménez. Tras un viaje por Estados Unidos, en donde pretendió cursar la carrera de odontólogo, Roberto Gavaldón decidió entrar de lleno en el mundo del cine. En 1933 dio sus primeros pasos como extra en películas como Almas encontradas, de Rafael J. Sevilla, y El prisionero trece, de Fernando de Fuentes. A partir de 1936 desarrolló un intenso aprendizaje como ayudante de dirección al lado de algunos de los realizadores de más renombre en aquellos años. Demostró su saber hacer con Gabriel Soria, a quien consideró su maestro, en ¡Ora Ponciano! (1936), La bestia negra (1938), Mala yerba (1940) o Casa de mujeres (1942), entre otras. También lo reclamó Chano Urueta para Jalisco nunca pierde (1937) y El conde de Montecristo (1941), y asistió en Su admirable majadero (1938) a Alberto Gout, quien le dio la oportunidad de ser coguionista de Café Concordia (1939). A lo largo de toda una década, las más de treinta películas en las que intervino como ayudante de dirección le dieron una experiencia que no tardó en aplicar desde un puesto de mayor relieve. En 1943 ya pudo codirigir algunas películas como Las calaveras del terror, con Fernando Méndez; Tormenta en la cumbre, con Julián Soler, y Naná, con Celestino Gorostiza. Estas películas le animaron a abordar su primera obra como director, para lo cual eligió una novela de Vicente Blasco Ibáñez, La barraca, con la que ganó 10 Premios Ariel, entre ellos el de Mejor película. A mediados de los años cuarenta, Roberto Gavaldón formó parte del grupo del Sindicato Técnico de la Industria del Cine (STIC) que promovió la alfabetización audiovisual en las escuelas. También formó parte del Sindicato de Trabajadores de la Producción (STPC), junto a dos grandes de la época como Jorge Negrete y Mario Moreno, popularmente conocido como “Cantinflas”. A partir de ahí arma una sólida carrera con más de 50 films, entre los que se destacan títulos clásicos de la época de oro del cine mexicano. En este listado aparecen El Socio, La otra, La diosa arrodillada, La casa chica, Rosauro Castro, En la palma de tu mano, Mi vida por la tuya, Deseada, La noche avanza, El rebozo de Soledad, El niño y la niebla, Sombra verde, Camelia, La escondida, Miércoles de ceniza y Flor de Mayo.
Todos films que fueron
éxitos en su país. A nivel mundial empieza a ser reconocido con Macario, película que fue nominada en
los Oscar y en Cannes. Rosa Blanca, Días
de otoño, El gallo de oro, La vida inútil de Pito Pérez, Doña Macabra, El
hombre de los hongos y Cuando tejen
las arañas son los films más destacados de su última etapa. Trabajó con
grandes figuras latinoamericanas de la época, como Hugo Del Carril, Luis Sandrini, Dolores del Rio, Arturo de Córdova,
María Félix, Pedro Arméndariz, Ricardo Montalbán, Ignacio López Tarso, Pina
Pellicier, Cantinflas y Libertad
Lamarque. Algunos de sus compañeros de equipo de guion fueron Javier Revueltas, Julio Alejandro y
hasta Gabriel García Márquez, en el
film El gallo de Oro. Su asistente
de fotografía fue casi siempre Gabriel
Figueroa. A finales de los años cincuenta, Roberto Gavaldón fue uno de los
diputados encargado de elaborar el proyecto de Ley de Cine que reclamaban los
diversos sectores profesionales. Con anterioridad firmó una película que la
productora estadounidense Eagle Lion rodó en México (Adventures of Casanova, 1947), dirigió en Argentina la historia Mi vida por la tuya (1950), que
escribió con Tulio Demicheli con Mecha Ortiz y Carlos Cores, y rodó también en México una producción de Walt
Disney, The Little Outlaw (Pablito y yo, 1953). El director falleció
el 4 de septiembre de 1986 y cuatro días después su familia recibe la Medalla
Salvador Toscano en reconocimiento a su valiosa obra fílmica por la Academia
Mexicana de Cine. Se iba así uno de los directores mexicanos más importantes de
todos los tiempos.
FICHA
TÉCNICA
Título original: Macario
Año: 1960
Duración: 91 min.
País: México
Dirección: Roberto Gavaldón
Guion: Roberto Gavaldón, Emilio Carballido. Historia:
Bruno Traven
Reparto: Ignacio López Tarso, Pina Pellicer, Enrique
Lucero, José Galvez, Mario Alberto Rodríguez.
Música: Raúl Lavista
Fotografía: Gabriel Figueroa (B&W)