SINOPSIS
La Irlanda rural, 1981. Cáit es una reservada niña de
nueve años que está desatendida por parte de su pobre, disfuncional y demasiado
numerosa familia. Se enfrenta en silencio con dificultades en la escuela y en
casa, y ha aprendido a pasar desapercibida para cuantos la rodean. Cuando llega
el verano y se acerca la fecha del parto de su madre, Cáit es enviada a vivir
con unos parientes lejanos. Sin saber cuándo volverá a casa, se queda en el
hogar de unos desconocidos sin más pertenencias que la ropa que lleva puesta.
Poco a poco, y gracias a los cuidados de la familia Kinsella, Cáit realiza
notables progresos y descubre una nueva forma de vivir. Pero en esta casa donde
reina el afecto y no parece haber secretos, ella descubre una dolorosa verdad.
(FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Claro, el problema es lo que dicen las palabras. O sea, pará, te lo digo de otra forma… el problema es querer comunicar con lo que dicen las palabras. Las palabras en sí no tienen la culpa. Son fonemas perdidos en el espacio y el tiempo kantiano para no volvernos locos. Una progresión de aire sin ningún sentido que navega fingiendo un orden en su viaje hacia la nada. Muertas canciones, tristes melodías paridas no por su sonoridad, no por el placer mismo de la música, que lo haría más noble, menos hipócrita y que sería capaz de transportarte a otros lugares, de vibrar en tu cuerpo como la caricia del sol sobre un pétalo, que es paciente testigo de la húmeda muerte de la gota de rocío. La palabra… una continuidad, un acto de magia enfermizo y perverso. La palabra es el virus de los virus, y eso vos y yo lo sabemos. Lo hablamos entre copas y risas y llantos, que son las risas de las copas. Yo digo flor, digo belleza, digo delicadeza, pero ojo, pará, pará, también digo inteligencia, sabiduría y capacidad… (que palabra capacidad, eh) y después puedo decir impulso, distancia, agresividad, sangre, sexo, pensamiento, desafío, ¿me seguís? también puedo decir niñez, pasado, pasado terriblemente pasado, dolor, ultrajo, soledad, pesimismo, bestias, espantosas bestias puedo decir, con un puño en alto bien cerrado contra esos animales que hoy cobardemente son sombra escondidas por la bravura de mi furia. Y te sigo mirando a los ojos, todavía con algo de enojo, y puedo seguir diciendo debate, reconstrucción, odio y amor. Palabras muy diversas, muy distintas, enfermas de historias cada una de ellas, palabras que se pegan a una imagen sin ningún sentido. Palabras que generan asociaciones propias. Una lengua entera que me aleja de lo que realmente quiero decirte. Digo todas esas palabras y hablo de ella. Digo dolor y hablo de ella, digo pasión y también la nombro, aunque ni ella lo sepa. El problema no son las palabras ni lo que ellas dicen. El problema es lo que las palabras callan.
En la oscuridad del bosque hay un claro. La humedad se
siente en todo el cuerpo, pega la ropa a la piel, cada pisada descubre un aroma
nuevo con el crujir de las hojas muertas. Arboles altos, frondosos, añejos. Árboles
anchos, más anchos que el largo de mis brazos que buscan abrazarlos y no
alcanzan. Árboles de ramas dispersas y piel arrugada. Descubro un secreto.
Descubro en cada arruga lo no dicho, la pureza misma de la vida, la vida,
dentro de la vida. La apasionada historia de la quietud, el ritmo de todos los
vientos, la cantidad de cantos escuchados, descubro una noche jamás vista, con
estrellas interminables, proyectando las sombras de lo oscuro. Descubro casi
sin quererlo, algo con agarrarse a la tierra que se diferencia por completo al
estar parado. Veo el silencio. Sí, lo veo, no lo escucho. La misma muerte
enamorándose de la vida sin decirse nada, haciendo el amor en una estabilidad armónica
cercana al nirvana. Fluyendo en aire, conectándolo todo. Allá, a unos pasos, está
él. Siendo uno con el mundo, siendo parte de todo lo que lo rodea. Esta sentado
a orillas del rio que canta su camino. Él conoce la canción porque también es
esa canción. Es la roca contra la que choca el agua, es el secreto que guarda
esa piedra milenaria. Es el saludo de la corriente que trae el recuerdo de otros
tiempos. Me acerco despacio. Me acerco a mí mismo en armonía. Me siento a mi
lado regalándome el silencio que es lo mejor de todas las historias. Me quito
mi sombrero roído, que retiene al mundo en mi cabeza, que contiene sus
tristezas, todos sus ruidos ya conocidos. Sabe de la muerte del bosque, sabe que
algo se ha roto, irreparable, allá a la distancia, sabe de la chica callada, que ya lo dijo todo.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE THE QUIET GIRL
Arranco estas líneas preguntando y también tratando de hacer memoria… ¿Qué gestos recordas casi sin pensar? ¿Cuántas miradas quedaron petrificadas en momentos que las palabras no hacían falta? Seguramente aparecerá un beso de buenas noches, una palmada en la espalda o un abrazo interminable. Cuánta importancia en algo tan simple como es un abrazo, a veces ni siquiera con palabras de por medio. Una vez al enorme Negro Fontanarrosa le preguntaron "¿Qué deseas para tu hijo?". Y él respondió: "Deseo que los amigos se pongan felices cuando lo vean venir". Más allá de que esa frase corresponde quizás más al terreno de la amistad, el amor es una suma de todas estas cuestiones. El amor es instransferible. El amor es la entrega completa. El amor es un abrazo, un gesto, una sonrisa o una palmada en la espalda. El amor hacia los padres, los hijos, una pareja, los amigos, un perro, un gato. Diferentes tipos de amor. Si no hay amor que no haya nada entonces dijo, valga la redundancia, otro amigo de esta casa alguna vez. Y si no hay amor, entonces… ¿Cómo se sigue? ¿Dónde colocamos entonces a los que carecen de amor? Ojo, no estamos hablando de maldad propiamente dicha. Porque quizás hasta en el peor de los monstruos podemos encontrar su amor. Quizás en otra época la falta de amor era un símbolo de valentía.
El hombre no lloraba, el hombre no tenía la capacidad de dar un abrazo cálido. Era cosas de mujeres se juzgaba. ¿Y en qué momento podían expresar sus sentimientos? ¿Sólo en la pasión salvaje de las sábanas podía funcionar? Y ahí la importancia del amor, el amor te rompe, el amor te quiebra, el amor te cambia. Vamos amigos, el amor sana. Hasta las vidas más miserables o las tragedias más inauditas han sanado con amor. No hablamos de olvido, sino de volver a empezar. De creer que no todo está perdido. Del silencio que lo envuelve todo, hasta que las lágrimas broten por una emoción contenida. Todo este monólogo quizás sirve para retratar la historia que nos cuenta Colm Bairéad en su film The Quiet Girl (La niña callada en algunos lugares). La película está ambientada en una Irlanda rural de los años ´80. Cait, de nueve años, viven con sus padres y sus numerosos hermanos en una humilde casa y tiene dificultades para adaptarse al colegio. Cuando la madre vuelve a quedar embarazada, deciden enviarla al cuidado de una prima lejana de su madre hasta que tenga familia. Con un guion lineal (y algunos flashbacks intercalados), el director nos introduce poco a poco en la vida de esta familia y en particular, de esta pequeña niña. Basada en un relato corto titulado Tres luces de la escritora irlandesa Claire Keegan y rodada con una hermosa fotografía naturalista, la paleta de colores será clave, ya que mostrará las diferencias entre ambas casas.
En la primera será todo más lúgubre, con los grises y marrones como protagonistas. Mientras que en su segundo hogar será más bien de una tonalidad ocre y pastel, donde la pareja vista más bien colores fríos, donde el azul y los verdes se entremezclarán con el amarillo del vestido de Cait, que será lo que sobresalga entre esa paleta de colores. Que esté rodada en gaélico y no en inglés, le agrega más veracidad a lo que nos está contando. La profundidad de campo será algo habitual en el metraje donde se le dará importancia a lo que se quiere mostrar, para poder sentir o experimentar esas nuevas sensaciones de descubrimiento, y quizás ahí radica el formato en el que está rodada la película (4:3), ese rectángulo mágico que cobra vida. La música, con ese sonido de cuerdas irlandesas, le dará ese tono de emoción y tristeza que la historia genera. Las actuaciones estarán a la altura, pero será la joven Catherine Clich quien se lleve todas las miradas, siendo el film contado desde su punto de vista, sutilmente minimalista. Encontraremos unos primeros planos y planos medios con unos encuadres muy detallados y unos planos generales en el exterior para mostrar la inmensidad del campo ante la pequeñez de la protagonista. Bairéad jugará también con los espejos de agua y por momentos situará la cámara detrás de puertas o ventanas como siendo un testigo de esa familia.
Pero, sin dudas, una de las mayores marcas serán esos planos detalle,
en ciertas escenas, que sobre el final volverán a recobrar fuerza para darle un
sentido más amplio a la historia. Sus nuevos cuidadores Eibhlín y Sean, serán
todo lo contrario a sus padres. De estar en un lugar donde es invisible pasará
a otro completamente diferente. En esa casa habrá silencios y por momentos
parecerán reacios e infelices, pero habrá calidez en los gestos y en las
miradas que nos mostrarán lo contrario. Allí, entre el verde de los árboles, el
sol brillará por primera vez y los reflejos le alegrarán la vista y mostrará al
mundo por fin su sonrisa. Allí encontrará su otro yo y comprenderá que la vida
puede ser diferente, que ese cuento de hadas puede ser posible. Y también allí,
habrá una historia que sólo ellos sabrán. Cait, al igual que nosotros, se
enterará a través de la clásica vecina chusma de todos los pueblos. No importa
de dónde seamos, la historia se repite como un mantra. La gente es metida por
naturaleza, la infelicidad de ver a los otros felices los condena. Pero aquí,
cuando la verdad es revelada, sale afuera el dolor y eso que estaba sepultado
empieza a sanar. Es entonces cuando esas miradas perdidas pueden a volver a
brillar en algo parecido a la felicidad. Aparecerán quizás esas sonrisas un
tanto olvidadas y los gestos serán más elocuentes. En esa carrera Cait
recordará todo ese pasado reciente y nos pondrá a pruebas a nosotros como
espectadores. Y también nos servirá para confirmar que un simple abrazo, puede
hacernos descubrir el tesoro de los inocentes.
Marcelo
De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO
BAIRÉAD
Nacido en Dublín, Irlanda en 1981, empezó a filmar sus
primeros cortometrajes en el año 2003. Luego de varios cortos y algunos
documentales, llegó su ópera prima con la que sorprendió a propios y extraños,
hablamos de The Quiet Girl en el año 2022, basada en una novela de Claire
Keegan y con la que obtuvo una nominación al Oscar como mejor película en
lengua extranjera.
FICHA
TÉCNICA
Título original: An Cailín Ciúin
Año: 2022
Duración: 95 min.
País: Irlanda
Dirección: Colm
Bairéad
Guion: Colm Bairéad. Historia: Claire Keegan
Reparto:
Catherine Clinch, Carrie Crowley, Andrew Bennett, Michael Patric, Kate Nic
Chonaonaigh, Carolyn Bracken.
Música: Stephen Rennicks
Fotografía: Kate McCullough
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