SINOPSIS
Invierno de
1943. Durante la ocupación alemana de Francia, en un internado católico para
chicos, Julián, un muchacho de trece años, queda impresionado por la
personalidad de Bonnet, un nuevo compañero que ingresa en el colegio después de
iniciado el curso. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Escondamos los tesoros más preciados: una foto, una caricia, una sonrisa. Hagamos un pozo en el fondo de nuestra alma para depositar esos momentos infinitos. Porque tarde o temprano, alguien nos lo quitará... Que sean esos déspotas sin amor quienes se queden atragantados en su propia memoria. Esas marionetas sin sentimientos manejadas a control remoto no lograrán callar esas miles de voces. Esas que todavía resuenan en las aulas vacías. Quedarán nombres grabados a fuego. En cada guardapolvo abrazaremos sus cuerpos ya vencidos. Y donde ya no quedan lágrimas, habrá dolores eternos. Desde nuestra guarida hemos escupido tantas oraciones que a veces no nos quedan palabras. Pero hay algo que nunca vamos a negociar: saber de que lado estamos. Por eso en lugar de llenar la hoja en blanco de caracteres inertes preferimos gritar una vez más que no debe haber raza, sexo o religión que nos haga diferentes.
Ya corrió mucha sangre alrededor
del planeta y las explosiones se siguen sucediendo. Y esos tiernos corazones de
repente quedaron mutilados sin saber como ni porque se transformaron en adultos
en un abrir y cerrar de ojos. Y ahí se hicieron añicos miles de sueños. Y
quizás hasta dejamos morir un futuro que hubiese cambiado todo. Y nadie sabe
tampoco bien porqué. Y nosotros, simples seres que transitamos esta vida sólo
como un número más, estamos lejos de entenderlo. Y en parte agradecemos eso.
Mientras tanto en alguna parte del planeta otra risa se apaga y solo quedará
escondida en inútiles recuerdos. Y no hay mucho más para agregar. Porque en
cada bomba que estalla, estamos más cerca del final, pero nos resistimos porque
creemos que nunca, pero nunca, es tiempo para decir Adiós a los niños.
Marcelo De
Nicola.-
Canción elegida
para la editorial
IMPRESIONES SOBRE ADIÓS A LOS NIÑOS
La mirada tiene un poder tan inmenso y aun así son pocas las veces en las que reparamos sobre ella. Confiamos más en las palabras aunque sepamos sin pretextos que nos mienten. Aplaudimos cuando alguien nos dice “rojo” o “libro”, cuando alguien nos dice “amor”. Pero ¿qué hay de verdad en todo aquello? La convención. La arbitrariedad. El poder. Aun así, o tal vez por eso, las palabras escriben leyes, derechos, tratados. Palabras que decretan la paz, pero ¿Qué paz? Palabras que dictaminan la justicia, pero ¿Qué justicia? ¿La justicia para quién, la justicia de quién? Palabras insuficientes mintiendo un mensaje que nunca llega. La poesía es la rama del arte que juega con esa insuficiencia, que la delata y la expone. Se sirve de las palabras pero opera en su insuficiencia. Todos sabemos que el poema está en la mirada, jamás en la palabra. No es lo escrito su terreno, esa es solo su excusa. Alejandra nos decía que una mirada desde una alcantarilla puede ser una visión del mundo, la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizar los ojos. La propuesta es clara: acabar con la dictadura del lenguaje, liberar heroicamente nuestra visión esclava de aquel grito que retumba en nuestro cerebro repitiendo la palabra rosa e ir al fin (por fin) más allá. En definitiva ser poetas ante una realidad que muere de angustia en la frialdad claustrofóbica de un inventario. La mirada puede hacernos gigantes en un mundo de enanos.
Puede reducirnos a nada en un universo inconmensurable. Puede estar a la altura de las circunstancias y así tender manos y puentes entre los que más lo necesitan. Mi mirada sobre tus ojos es capaz de dejar en ridículo a cualquier te amo. La mirada del miedo que mira a la monstruosidad y no al monstruo. La mirada indiscreta capaz de convertir en piedra la curiosidad impertinente del mortal que la lance. La mirada vacía de la traición que asesina con la eficacia del mejor de los cuchillos. La mirada: que sugiere sutilmente sin caer en la soberbia pétrea del decir. Esta será una herramienta muy valorada dentro del lenguaje audiovisual por su capacidad evocativa y la amplitud de matices que con su correcto uso se puede alcanzar. En el film que hoy nos convoca de Louis Malle, Adiós a los Niños, podremos encontrar una utilización muy cuidada de este recurso. La película contará con personajes que preferirán insinuar a declamar. Alguna vez el guionista y director argentino Santiago Carlos Oves me dijo que el dialogo es la herramienta del guionista perezoso. El desafío del escritor audiovisual está en generar, en construir y diseñar imágenes complejas capaces de comunicar, en hacer accionar a sus personajes sin la necesidad de que sean ellos mismos los que comuniquen en su decir lo que sucede en sus mundos internos, resultado inevitable de su tridimensionalidad.
Adiós a los niños
logrará la construcción cuidadosa de este tipo de imágenes así como también el
diseño preciso de este tipo de personajes. Nos encontraremos en el relato con Julien y Jean, los protagonistas del drama, que ocultarán secretos, miedos y
sentimientos. Dirán poco, y accionarán mucho. El film poseerá una fotografía
que optará por los colores fríos y las cámaras fijas. Habrá un trabajo sobre
los distintos escenarios que manejará el director en donde con el correr de la
curva dramática se remarcará las bajas temperaturas y la hostilidad de las
nevadas para graficar de manera artística y metafórica el avance feroz de la
guerra, la llegada inminente de la muerte. La película será crítica con la
mirada que se suele ejercer sobre el otro,
sobre el distinto, sobre las diferencias. Llamará la atención sobre la
diversidad de creencias y la persecución cobarde del hombre sobre el hombre. La
palabra dios, la palabra nazi, la palabra amigo sucumbirán ante la fortaleza de una simple mirada. Allí
estará el relato que lo dirá todo sin decir nada. Allí estará la ausencia de
dialogo ejerciendo todo su poder comunicacional. Beethoven nos recomendó alguna vez no romper el silencio si no era para mejorarlo. Allí estará
entonces el silencio, como lo está aquí ahora, llenando este espacio entre
nosotros.
Lucas Itze.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO MALLE
Nacido en Thumeries, departamento de Nord en 1932, Malle provenía de una familia de industriales del azúcar (era nieto de Henri Béghin, el fundador de la marca de azúcar Beghin-Say), quienes hicieron su fortuna en las guerras napoleónicas. Creció en un ambiente muy acomodado y pasó por distintos internados católicos. Un amigo suyo que formaba parte del equipo de filmación en el barco Calypso de Jacques-Yves Cousteau, tuvo que cederle a Louis su puesto y en 1955 asumió como asistente de dirección y camarógrafo en el documental El mundo del silencio, por el cual recibió la Palma de Oro en el Festival de Cannes, junto con Jacques-Yves Cousteau. A continuación trabaja con Robert Bresson para preparar (y rodar en parte) Un condamné à mort s'est échappé. Dirigió su primer largometraje a los 25 años, Ascensor para el cadalso (1957) con Jeanne Moreau en la que mostraba su pasión por el jazz, usando una banda musical original de Miles Davis.
Luego,
realizó Los amantes (1958), también con Jeanne Moreau y en la
que atacaba a la burguesía. Más adelante se decidió a adaptar uno de los
relatos más difíciles de Raymond Queneau, Zazie en el metro (1960).
En 1962 llegó Una vida privada. Más tarde rodó Fuego fatuo (1963),
que trataba sobre la depresión y el suicidio: se basaba en un relato trágico,
homónimo del colaboracionista Pierre Drieu
Tres años más tarde, la controversia que suscitó tuvo un carácter político. En Lacombe Lucien (1974), con guion cuidadoso, compartido con el novelista Patrick Modiano, trabajó con actores no profesionales (como el protagonista) mezclados con profesionales, tal como hiciera Robert Bresson. Malle describía el lento progreso de un joven campesino, de familia desarraigada y humilde, hacia el colaboracionismo, cerca de Toulouse, zona en la que hubo masacres nazis destacadas. Quería mostrar una Francia que había estado oculta. En el punto más agrio de esa polémica, Malle decidió emigrar a los Estados Unidos. Ya había rodado un documental en ese país algunos años antes (Humain trop humain, 1973), en el que seguía la vida de los trabajadores estadounidenses pobres, experiencia que repitió en 1985 en God's Country. En Hollywood filmó, entre otras películas, La pequeña (1978) con la joven Brooke Shields y sobre todo Atlantic City (1980), con Burt Lancaster y Susan Sarandon, donde relata las desventuras de un pícaro retirado y de su vecina, en la ciudad de los casinos. Luego hace tres films más: Mi cena con André ("My Dinner with André"), Crackers y Alamo Bay.
Cuando
regresó a Francia en 1987 volvió a tratar el tema que le había hecho marcharse:
la ocupación nazi en Francia, a través de un film que será el punto más alto de
su carrera, Adiós, muchachos (1987). En un colegio católico,
durante la ocupación, un muchacho burgués descubre que uno de sus compañeros es
judío. En esta película, Louis Malle narra sus recuerdos de la guerra. La historia,
en parte autobiográfica, ya que él fue testigo de una situación similar durante
su infancia, trata de un joven judío que se había ocultado en su internado,
pero fue luego descubierto por
FICHA
TÉCNICA
Título original: Au revoir les enfants
Año: 1987
Duración: 104 min.
País: Francia
Dirección: Louis Malle
Guión: Louis Malle
Música: Franz Schubert
Fotografía: Renato Berta
Reparto: Gaspard Manesse, Raphaël Fetjo, Francine
Racette, Stanislas Carré de Malberg, Philippe Morier-Genoud, François Berléand,
François Négret, Peter Fitz, Pascal Rivet, Bendit Henriet, Xavier Legrand,
Irène Jacob
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