EDITORIAL
Ya mis brazos no son aquellas fuertes ramas
congeladas en la noche de los tiempos. Hoy la pena ahueca mi pecho donde debía
latir con la delicada desesperanza de una pantera encerrada que recorre su
jaula con unas garras que ya no son sus garras, con una mirada ausente o tal
vez lejana. Es el otoño que sopla las cenizas, que pinta del monótono color del
olvido aquellos recuerdos que eran mariposas, es el otoño que espanta con inefables escobas a aquellos fantasmas dueños de mis peores
soledades. Es el miedo que roba al fin mi nombre, son las palabras
insuficientes, que no nombran ni dicen, que se agotan desesperadas y castran la
idea y lo cargan todo de aquella
ausencia insoportable. Ya no habrá estampidas de risas desdibujando bocas para
siempre, no guardaremos besos en las hogueras de las canciones. Ya se apaga la
música y los pies no bailan, y todo se llena de esa quietud perpleja y ocre que
se alimentan las lágrimas y suspiros.
Esta es la última noche que me aleja de todo. Cae conmigo todo el mundo
que he sido, todas las vastas narraciones de las que me he servido para que
todo sea. Despierta. No, no muero, voy hacia la vida.
Lucas Itze.-
Canción post editorial
Charly y la palabra justa
IMPRESIONES
SOBRE MI CENA CON ANDRE
Nubes grises inundan la paleta de colores.
La tarde se vuelve oscura y las manos sudan entre tanta gente. La rutina
empieza a llegar a su fin. La multitud se amontona hasta parecer una masa
uniforme. Muchos quieren desaparecer y aparecer en una playa o una ciudad
turística. Otros, los más humildes, desean encontrarse en su cama para
perseguir sus sueños. Todos, y en esto nos ponemos de acuerdo, queremos escapar
de la paranoia que nos rodea en la gran ciudad. De dejarlo todo y vivir por uno
mismo. De intentar no depender de nadie. De ser libre, ni más ni menos. Algo de
eso encontraremos en el film de Louis
Mallé, titulado Mi cena con André.
Y antes de empezar a desarrollar nuestras ideas les advierto: estamos ante una
película extraña, diferente. Pueden parar acá, o nos pueden seguir acompañando
en este humilde viaje. El film nos presenta a dos amigos que se juntan a
charlar en un restaurante después de años sin verse. Por un lado tenemos a Wallace, alguien que sobrevive como
muchos de nosotros, por otro, a André,
un hombre que ha pasado por diferentes experiencias que nos iremos enterando a
lo largo del film. El director rodará esta película casi como un documental, ya
que veremos un mano a mano entre los protagonistas y no mucho más. Y también
habrá mucho de teatro en ella. Además contará un prólogo y un epílogo con la
voz en off de Wallace y veremos su cambio de parecer entre el antes y después
del encuentro.
No habrá gran composición de planos, será austero con los
encuadres, mostrará solo lo que tiene que mostrar. No hará falta música (sonará
sólo un tema) y los otros actores que aparecen estarán casi como decoración. El
único que tendrá una aparición más tenaz será el mozo, quien asomará cada tanto
a cumplir su función. La fotografía también será bastante normal, con una capa
de colores otoñales. La película estará basada en un guion firmado por Wallace Shawn y André Gregory, justamente los protagonistas del encuentro, por lo
que los actores tienen quizás muchos puntos en común con el personaje que
representan, lo que hace que en alguna parte, sintamos que estamos presenciando
una charla autobiográfica. El director nos pondrá ante una clara misión:
seremos los observadores del duelo. Seremos nosotros quienes estemos también
inmiscuidos en esa charla. Nos sentiremos atraídos por las experiencias de uno,
pero también comprenderemos las miserias del otro. Pasarán muchos temas por
nuestros oídos. André recordará entre plato y plato su teatro de improvisación
en un bosque polaco, sus vivencias en India y hasta cierta noche de Halloween
en la ciudad de Long Island donde cambió su forma de ver. Y allí también cambia
nuestra percepción, que es de lo que habla el protagonista. De esa diferencia
entre ver y mirar.
De saber cuándo estamos ante lo real y cuando parecemos salidos
de una obra teatral, de esas que estos dos dramaturgos tanto saben. Hasta que
llega esa ambigua identificación sobre el aburrimiento, la tarea de los medios
de comunicación y la alienación en las grandes ciudades. Sí, porque la bella y
lujosa Nueva York, tiene los
encantos pero también los despojos de nuestra querida Buenos Aires. Porque toda gran ciudad está repleta de zombies que
mueren y renacen a cada instante. Entonces llega lo que nos preguntamos siempre
desde este humilde programa: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué es el amor? Y
hablaremos entonces de los poetas malditos, de los filósofos olvidados, de
nuestros héroes sin capa que vinieron al mundo a derramarnos su sangre dentro
de este infierno para morir en alguna de las más infinitas miserias. De aceptar
esa muerte que siempre decimos que es el olvido. De escaparnos un minuto para
que nuestras mentes vuelen. De salir a gritar a los cuatro vientos eso que
creemos que sólo los locos harían. Y los locos somos nosotros, que nos perdemos
entre los yuyos de las creencias. Y así llegaremos al final de todo esto, entre
charlas íntimas con nuestros propios yo, para descubrir de una vez lo que
estamos buscando.
Marcelo De Nicola.-
Canción post impresiones
Otra de los hombrecitos de
Liverpool
UNIVERSO
MALLE
Nacido en Thumeries, departamento de Nord en 1932, Malle provenía de una
familia de industriales del azúcar (era nieto de Henri Béghin, el fundador de
la marca de azúcar Beghin-Say), quienes hicieron su fortuna en las guerras
napoleónicas. Creció en un ambiente muy acomodado y pasó por distintos
internados católicos. Un amigo suyo que formaba parte del equipo de filmación
en el barco Calypso de Jacques-Yves Cousteau, tuvo que cederle a Louis su
puesto y en 1955 asumió como asistente de dirección y camarógrafo en el
documental El mundo del silencio,
por el cual recibió la Palma de Oro en
el Festival de Cannes, junto con Jacques-Yves Cousteau. A continuación trabaja con Robert Bresson para preparar (y rodar en parte) Un condamné à mort s'est échappé. Dirigió su primer largometraje a
los 25 años, Ascensor para el cadalso
(1957) con Jeanne Moreau en la que
mostraba su pasión por el jazz, usando una banda musical original de Miles Davis.
Luego, realizó Los amantes (1958), también con Jeanne
Moreau y en la que atacaba a la burguesía. Más adelante se decidió a adaptar
uno de los relatos más difíciles de Raymond Queneau, Zazie en el metro
(1960). En 1962 llegó Una vida privada. Más tarde rodó Fuego fatuo
(1963), que trataba sobre la depresión y el suicidio: se basaba en un relato
trágico, homónimo del colaboracionista Pierre Drieu La Rochelle. El peso de Camus
y el teatro del absurdo marcan su trayectoria.
Mas tarde llegaron ¡Viva María! y El ladrón de París. En 1968 se alejó de Francia y de
la ficción para rodar Calcuta, un documental
que trata de la vida de los campesinos de la India. Luego dirige otros documental como Humano, demasiado humano y Plaza de la República. Al regreso de su viaje,
Malle rodó una película que provocó una gran polémica: El soplo al corazón (1971). La película evoca la relación
incestuosa (aunque romántica) entre una madre y su hijo.
Tres años más tarde,
la controversia que suscitó tuvo un carácter político. En Lacombe Lucien (1974), con guion cuidadoso, compartido con el
novelista Patrick Modiano, trabajó
con actores no profesionales (como el protagonista) mezclados con
profesionales, tal como hiciera Robert Bresson.
Malle
describía el lento progreso de un joven campesino, de familia desarraigada y
humilde, hacia el colaboracionismo, cerca de Toulouse, zona en la que hubo
masacres nazis destacadas. Quería mostrar una Francia que había estado oculta. En
el punto más agrio de esa polémica, Malle decidió emigrar a los Estados Unidos.
Ya había rodado un documental en ese país algunos años antes (Humain trop humain, 1973), en el que
seguía la vida de los trabajadores estadounidenses pobres, experiencia que
repitió en 1985 en God's Country. En
Hollywood filmó, entre otras películas, La
pequeña (1978) con la joven Brooke Shields
y sobre todo Atlantic City (1980),
con Burt Lancaster y Susan Sarandon, donde relata las desventuras
de un pícaro retirado y de su vecina, en la ciudad de los casinos. Luego hace
tres films más: Mi cena con André
("My Dinner with André"), Crackers
y Alamo Bay.
Cuando regresó a
Francia en 1987 volvió a tratar el tema que le había hecho marcharse: la
ocupación nazi en Francia, a través de un film que será el punto más alto de su
carrera, Adiós, muchachos (1987). En
un colegio católico, durante la ocupación, un muchacho burgués descubre que uno
de sus compañeros es judío. En esta película, Louis Malle narra sus recuerdos
de la guerra. La historia, en parte autobiográfica, ya que él fue testigo de
una situación similar durante su infancia, trata de un joven judío que se había
ocultado en su internado, pero fue luego descubierto por la Gestapo y
deportado. Malle declaró que ese tema le había perseguido desde siempre y que,
de hecho, esta historia trágica es la que le había llevado al cine. La película
retoma también algunos elementos de películas anteriores; de Lacombe Lucien
toma al colaboracionista contra su voluntad; de El soplo en el corazón, la
intensa relación entre madre e hijo. La película fue un éxito y ganó diversos
premios. Filmó a continuación la comedia Milou
en mayo (1989), así como Herida
(1992). Su último film fue una magnífica adaptación de Vania en la calle 42 (1994), pieza teatral de Antón Chéjov; este Vanya on 42nd Street se
estrenó el 19 de octubre de ese año en los Estados Unidos y el 25 de enero de
1995 en Francia.
FICHA
TÉCNICA
Título
original: My Dinner with André
Año: 1981
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Louis Malle
Guion: Wallace
Shawn, André Gregory
Música: Allen
Shawn
Fotografía: Jeri Sopanen
Reparto:
Wallace Shawn, André Gregory, Jean Lenauer, Roy Butler.
SINOPSIS
Después de varios años sin verse, los
actores y dramaturgos Wallace Shawn y André Gregory quedan una noche a cenar en
un elegante restaurante de Nueva York. Como buenos amigos, se empiezan a contar
múltiples experiencias personales a través de las cuales comienzan a surgir los
grandes temas de la existencia.
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