EDITORIAL
Suele
decirse en ciertos foros que el éxito se alimenta de los aplausos. La obra de
arte, cualquiera sea su área de expresión, se concluye y hasta logra su
verdadero clímax, en el vivido aplauso de su público. Se medirá entonces el
éxito para estos muchachos epidérmicos en la masividad alcanzada, naufragando
así la obra en el plácido océano de los aplausos, confundiendo tal vez la
aceptación con la realización artística. Habrá también otro grupo, quizás más
oscuro, siempre más solitario, que componga sus milongas, que fecunde sus
versos más imposibles, que respire cada coma de sus viscerales textos en
aquella certeza de que el éxito se alimenta en realidad no de los aplausos sino
de las personas. Se nutrirá aquella perra diosa, en términos del propio D. H. Lawrence no de la conmoción
generada por el certero manejo y posterior cruce de energías que la gesta, sino
del propio artistas. Será el autor su propia obra. Será su ego el alimento
de aquella feroz jauría hambrienta de brillos y libertades, celosas de ojos que
miren distinto. Será el éxito entonces un concepto burgués.
Se le exigirá al
autor exitoso una moral acorde al éxito alcanzado por su obra y asimismo no
tardará en llegar para terminar de condimentar toda esta fábula la idea de
opinión, eliminando al fin perversamente cualquier vestigio del artista si a
esta altura de él algo quedara. El rock saldrá a dar adolescentes explicaciones
de sus exabruptos, el cine dejará de ser interesante y perderá así aquel brillo
propio de la picardía que invita a mirar de la vereda de enfrente, la
literatura seguirá las reglas y todos serán el mismo libro y la pintura no
superará de ninguna manera la etiqueta y todo se manejará sobre la recta
inclaudicable de un triste patrón. Allí, queridos amigos, estimada tertulia,
habremos perdido la batalla. Resistiremos los que podamos desde la periferia,
autoexiliados de aquel juego malicioso, oscuro y macabro. Caminaremos por el
pasto salvaje y verde y no por el camino por todos pisoteados ya sin vida como
nos aconsejara alguna vez nuestro hermano Henry
Miller y le gritaremos desde el bar de enfrente a esos tipos que no hemos
venido a este mundo a hacer negocios. El futuro será para nosotros tal vez un
lugar inaccesible, pero pagaremos nuestra cuenta en la certeza de que el instante
que le sigue a este ahora será al menos genuino.
Lucas Itze.-
IMPRESIONES PARA GATICA, EL MONO
El oro
y el barro. El éxito y el fracaso. El mundo a los pies. El sueño de la gloria
eterna. El lujo, la fama y el dinero. El difícil pasaje de no tener nada, a
tenerlo todo. Los amigos del campeón. Los golpes que duelen más que en un
cuadrilátero. Los momentos donde no hay nadie en el rincón, y solo se espera
que alguien tire la maldita toalla. El infierno tan temido. Hasta allí llegan
ciertos seres de carne y hueso convertidos en héroes. Y una vez allá arriba, es
muy difícil no marearse. Los desclasados, los que desde chicos vieron el lujo
en manos de otro, sienten que ese momento durará para siempre. Que lo efímero
no existe. Que ahora, están del otro lado. Algunos seguirán siendo parte de ese
pueblo abandonado a la deriva, donde ellos serán la voz de los olvidados. El
boxeo, deporte trágico si los hay, es quizás el mejor ejemplo de estas
palabras. Junto al fútbol, son quizás las pasiones argentinas donde el pobre
puede luchar de igual a igual contra el rico. Muchos de ellos, por cierto, lo
aprendieron viviendo la ley de la calle, creciendo así, a los golpes,
literalmente hablando. Será por eso, que muchas veces son ninguneados, o
directamente, maltratados por la alta sociedad. Porque serán los negros
agrandados y fanfarrones, que en lo suyo, fueron mejor que nadie pero la
envidia entiende muy poco de eso.
José
María Gatica, el Tigre, como le gustaba a él, pasó por todo eso. El apodo
Mono, despectivo, fue algo que renegó siempre. Nunca fue campeón mundial, pero
a pesar de eso, su ascenso meteórico, su amistad con Perón y Evita y su apego
a las clases populares lo catapultaron a la fama. El genial Leonardo Favio, que compartía muchas
cosas con Gatica, fue el encargado de llevar su historia al cine. El film
transitará la vida desde la llegada a Buenos Aires, hasta su accidental muerte.
La aparición de una locomotora envuelta en humo será el comienzo del film. Será
el paso del pueblo a la gran ciudad. Será encontrarse con la cruda realidad de
venir de una provincia y sufrir los primeros insultos, como los de esa señora
que lo trata de chorro y atorrante, repitiendo que ella es argentina y
cristiana, al contrario de Gatica o su entrañable amigo el Rusito, de claras
raíces judías. La película tendrá una fotografía lúgubre y oscura en la mayor
parte del film, mostrando esa penumbra que acosará al protagonista desde el
primer momento. El director hará un gran uso del encuadre, y serán los primeros
planos de Gatica los que ayudarán a ponernos en su situación, sobre todo, en
las escenas deportivas.
Favio mostrará el ascenso y la caída del boxeador, en
comparación a la historia peronista. Hará uso de los graphs, de la voz en off,
y de imágenes de archivo de ese primer noticiero llamado Sucesos Argentinos. Mariano Mores será uno de los
encargados de la música, con esos tangos tan gardelianos, encastrando la música
y las imágenes. La banda sonora también jugará con lo que se proyecta, en algunas
escenas dentro del ring que parecen interminables, por el sufrimiento de los
golpes recibidos. El relato será crudo y nos mostrará al típico macho
argentino, quizás, en una imagen bastante más alejada de lo que vemos hoy, por
suerte, del hombre en el país. Edgardo
Nieva, el protagonista, será fiel al personaje, tanto, que hasta se hizo
cirugías para parecerse más en la vida real. Las historias de estos héroes para
nada anónimos, casi nunca tienen finales felices. Su proscripción por
peronista, lo devolverá casi a la miseria. La caída, después de tenerlo todo,
siempre es más fuerte. El olvido, que es como la muerte, será quien venza al
final del camino. Quedará la historia para juzgar al hombre, y los récords, al deportista.
Hasta ahí llegarán, los que tuvieron que crecer a las piñas y a aprender a
vivir sin cadenas…
Marcelo
De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO FAVIO
Nacido
en Mendoza, en un barrio pobre y complicado, donde soportó el abandono de su
padre. Pasó gran parte de su infancia internado; conflictivo, siempre escapó o
se le expulsó. Una serie de robos pequeños lo llevaron incluso a la reclusión
carcelaria.
Su
madre, Laura Favio (o Fabio) actriz y escritora de radioteatros, solía
conseguirle «bolos» (pequeños papeles escasamente remunerados) en Mendoza;
etapa en la que además comenzó a preparar sus primeros libretos.
En 1960
realizó un corto llamado El amigo,
que narra la historia de un chico que lustra zapatos en la puerta de un parque
de atracciones.
En 1965
llegó su primer largo, con el cual se ganó el aplauso de la crítica: Crónica de un niño sólo.
Un año
después dirigió El romance del Aniceto y
la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas
más..., considerada una de las mejores películas argentinas de todos los
tiempos. Aniceto, interpretado por Federico Luppi está enamorado de Francisca, una chica decente, la “santita”
del pueblo, pero también seduce a Lucía, apasionada y sexual, la “putita” del
Aniceto…
En 1969
estrena El dependiente, escrita por
su hermano, sobre un empleado de una ferretería, que empieza a pensar que si su
patrón se muere, él puede quedarse con el negocio.
Durante
esos años empezó a componer y empezó a forjar una carrera como cantante solista
donde tuvo un éxito tremendo, presentándose, entre otros festivales, en Viña
del Mar.
En 1973
filma Juan Moreira, la historia de
un gaucho que es encarcelado erróneamente y al salir jura venganza, donde se
mete en el mundo de la política, las traiciones y la muerte.
En 1975
dirige Nazareno Cruz y el Lobo, la
historia de un séptimo hijo varón que por las noches se convierte en Lobo, pero
que después de enamorarse se le aparece el Diablo, e le aparece el Diablo,
quien le advierte que el amor provoca un efecto negativo en Nazareno, que es la
consecusión de aquella legendaria maldición. Nazareno tendrá que decidir entre
vivir vagando por las noches o dejar de lado sus sentimientos.
Un año
después llega Soñar, soñar, con Carlos Monzón como protagonista. La
historia de un trotamundos que ofrece números artísticos, y en un viaje se
encuentra con un empleado municipal que quiere ser artista. Allí nacerá una
gran amistad e intentarán hacerse famosos en Bs As.
Después
del exilio que sufrió durante la dictadura, volvió al ruedo recién en 1993 con
el film Gatica, el Mono, la historia
del legendario boxeador argentino. Ganó el Goya a la mejor película en habla
hispana.
En 1999
dirige el documental Perón, sinfonía de
un sentimiento, donde narra la historia política del político argentino.
Su
último film fue Aniceto, remake de
su propio film del año 66. Después dirigió un corto titulado Gente querible, en el que se emitían frases
de próceres argentinos sobre imágenes de películas de Leonardo Favio.
Y por
último participó del film 25 miradas,
200 minutos. Película conformada por 25 cortometrajes de 8 minutos de
duración cada uno. Mirada introspectiva sobre la historia de Argentina, desde
el punto de vista de 25 directores de cine que participan de esta puesta, con
motivo del Bicentenario de Argentina. Entre los directores se destacaban: Adrián
Caetano, Carlos Sorín, Lucía y Esteban Puenzo, Lucrecia Martel, Bruno Stagnaro,
Juan José Jusid, Juan Taratuto, Alberto Lecchi, Paula Hernández
y Gustavo Taretto, entre otros.
Falleció
de neumonía en una clínica de Buenos Aires, el 5 de noviembre de 2012, luego de
estar varias semanas internado…
Otro homenaje al boxeo
FICHA TÉCNICA
Título
original: Gatica, el mono
Año: 1993
Duración:
136 min.
País: Argentina
Dirección:
Leonardo Favio
Guion: Leonardo Favio, Jorge Zuhair Jury
Música:
Dámaso Pérez Prado, Iván Wyszogrod
Fotografía:
Alberto Basail, Carlos Torlaschi
Reparto:
Edgardo Nieva, Horacio Taicher, Juan Costa, María Eva Gatica, Kika Child,
Virginia Innocenti, Adolfo Yanelli, Eduardo Cutuli, Cecilia Cenci, Armando Capo.
SINOPSIS
Filme
argentino basado en la vida de José María Gatica "El mono", uno de
los boxeadores argentinos más populares (aunque también controvertidos) de la
década de 1940, desde su infancia en Buenos Aires hasta su ascenso al éxito
veinte años más tarde, y finalmente su dramática caída debido a los cambios
políticos causados por el derrocamiento de Perón en los años cincuenta. Desde
sus comienzos, Gatica despilfarró el dinero y dejó de lado los entrenamientos,
perdiéndose en los placeres y excesos de la noche. Considerado como un
ferviente peronista, su vida se complica después del derrocamiento de Perón en
1955, pues es perseguido y se le retira la licencia de boxeo. Su viejo rival en
el ring, Prada, le ofrece un puesto en su restaurante, pero al final de su vida
Gatica se dedicó a vender chucherías en partidos de fútbol hasta su trágica
muerte.
Film
completo ACÁ
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