EDITORIAL
Cuando
tenés 9 años, lo único que hay es el bosque. Es allí donde, con toda la
inocencia a cuestas, se purgará, por un breve instante, nuestra existencia
citadina. Allí aprenderemos a guardar secretos para siempre, como lo hacen los
pinos bajo la rugosidad de sus pieles. O como hacen los pájaros, que se llevan
nuestros nombres a pasear por el tiempo. Descubriremos que ningún camino es
recto y que nunca nada fue hacia adelante. Entenderemos la importancia de
correr repleto de sudor sin importar jamás hacia dónde. Correr por correr,
correr porque sí. Correr rápido, hasta alejarnos al fin de este cuerpo torpe,
sediento de certezas, tan familiarizado con la dinámica del diccionario.
Naturalmente, cerca de mi casa, el asfalto era desafiado por la desbordante
naturaleza del bosque.
Bastaba con recorrer Córdoba hasta dar con Santa Rosa de
Lima para encontrar que los árboles se erguían hasta ocultar al mismo cielo y
el aire se perfumaba con un aroma proveniente de la cuidadosa mezcla de flores,
madera y vida. No puedo asegurar que fuera verano, pero sí que aquella tarde
era calurosa. Los viejos se habían entregado sin cuestionamientos al arte de la
siesta, ese curioso ritual de la puerta cerrada. Aquel Ramallo del setenta y
pico parecía espantar a los chicos y dejar que la gente envejezca hasta edades
imprudentes. Hoy en día, aquella costumbre, parece seguir desvelando a sus
parroquianos. Mi costumbre, en cambio, y más en aquella época, era quebrar
siempre las reglas, entonces, fui chico en aquel Ramallo.
El loco Cincunegui y
Naty Diaz también lo fueron. La cuenta se extendía a algunos pocos más: los
gemelos Arrieta, Enzo, el hijo del herrero y el Fatiga. Se decía que más allá
de la avenida Savio no había más chicos, y nosotros lo creíamos. El Fatiga
retrasa, decía siempre entre risas uno de los Arrieta, jamás pude distinguir
cual. Si nosotros teníamos 9 años, el Fatiga, para ese entonces rondaría los 14
o quizás los 15, mas no. Era bastante más alto que cualquiera de nosotros, algo
gordito y sus pantalones siempre amenazaban ahorcarlo. Quizás era verdad que
retrasaba. Naty era la única que le tenía un poco de paciencia. Ella decía que
su pereza venia de los golpes que el viejo le daba. Cuando alguien te grita y
te faja desde que te levantas hasta que te vas a dormir, terminas decidiendo no
moverte más, no deseando más nada, como para evitar provocarlo.
Te convertís,
sin quererlo, en un fantasma. Se comentaba que de todos los chicos, solo Enzo
había entrado una sola vez a su casa junto con su padre para soldar el elástico
de una cama rota. Un día, mientras el sol bajaba, en voz bastante baja, Enzo
narró lo que había visto aquel día. Todos escuchamos atentos. Dijo que las
paredes eran altas y sin nada de pintura. Un pasillo largo y húmedo conducía
desde la puerta a un patio que distribuía a dos piezas y un baño, luego una
pequeña escalera llevaba a otra pieza pequeña, fría y desolada. La puerta
entreabierta dejaba ver al Fatiga sentado en su cama, en cuero, mirando nada,
haciendo nada. Su espalda estaba marcada con lonjas de un rojo furioso, tampoco
lloraba. Esa noche, al irme a dormir, solo pensaba en una cosa: ¿Cómo lloraría
un fantasma? Aquella tarde de calor, mientras todos dormían la siesta, Naty, el
loco Cincunegui y yo nos internamos en nuestro bosque. El loco juraba haber
encontrado las ruinas de una casa abandonada más allá de donde jugábamos
siempre. A pesar de que me habían dicho ciento de veces que no me alejara mucho
de la casa, menos con Cincunegui (demasiado pelirrojo, demasiado flaco,
demasiados rulos, demasiado extraño, nunca entendí) convencí a Naty de que
aquella aventura no estaba tan mal. Yo solo quería caminar tomado de su mano,
esa era mi aventura en realidad.
Dejamos nuestras bicicletas justo al comienzo
de la arboleda. Caminamos hasta el viejo aljibe, en donde solíamos tirar
piedras pidiendo deseos. Naty quiso detenerse con una pequeña roca en la mano,
pero el Loco no la dejó. La tironeó de la mano y empezó a correr con ella.
¡Sigamos! Gritaba. Yo quede atrás, veía sus espaldas solamente, los pastos
altos y las ramas me impedían ver con claridad. Corrían muy rápido, escuchaba
la respiración fuerte de Naty, la escucha pidiendo que parara. Como en la más
trillada de las películas de terror me tropecé cayendo estúpidamente sobre el
pastizal. Al levantarme, todo era silencio, pasto y árboles. Como pude, comencé
a caminar en la dirección que creía venia corriendo. Intente primero con su
nombre, llamé a Naty con un grito ahogado, quizás por la agitación, quizás por
el miedo. Me respondió el bosque con su indiferencia de grillos y pájaros.
Aceleré mi paso hacia la nada, no hay nada más absurdo que apurarse cuando uno
no sabe hacia dónde va, pero lo hice. Escuché un murmullo, algo parecido a mi
nombre. Corrí más rápido, corrí sin mirar, corrí ya sin nombre. Entonces, algo
detuvo mi marcha con fuerza y caí nuevamente al piso. Era el loco Cincunegui,
su pelo parecía más rojo que nunca, su mirada estaba completamente descolocada,
sus manos poseían una fuerza que le desconocía hasta entonces. Intenté gritar,
pero tapo mi boca con velocidad.
A un costado, estaba Natalia, sus ojos estaban
tan abiertos que pensé que jamás los volvería a cerrar, sus puños estaban
cerrados con fuerza, todo su cuerpo se había tensado presa del pánico. Tenía la
vista perdida, sus lágrimas bañaban un rostro ya sin gesto. Cincunegui buscó mi
mirada con sus ojos e intentó tranquilizarme. Hizo señas de que no hablara y su
mano comenzó lentamente a descomprimir mi boca. Me levanto del piso con
cuidado, mis ojos no se movían de los suyos. Muy despacio giro mi cuerpo y
señalo a unos metros. Entonces, pude distinguirlo. A los nueve años, el bosque
marca tu vida de alguna manera para siempre. Las cosas verdaderas, las más
reales, sucederán ahí, donde la vida es naturaleza y salvajismo. Donde nadie
pide ningún permiso y no existen leyes que enderecen los caminos. En aquella
tarde de Ramallo, Cincunegui, Naty y yo, nos juramos el silencio de los pinos,
regalamos los nombres a los pájaros para que los lleven lejos, tan lejos como
para que nadie pueda recordarlos nunca. En aquella tarde de calor, a algunos
metros nuestros, pude distinguir al Fatiga. Allí estaba él, de rodillas, en
cuero, con su espalda aun marcada, con sus manos con sangre, con su padre
muerto entre sus brazos. Jamás encontramos la casa en ruinas que había
prometido Cincunegui, pero ahora sé cómo lloran los fantasmas.
Lucas
Itze.-
Canción post editorial
IMPRESIONES PARA EL
PROYECTO BLAIR WITCH
El
origen de todos nuestros miedos reside en saber que un día, nadie sabe cuándo,
definitivamente nos vamos a morir. El miedo es una cosa hecha de tiempo, ocurre
en el tiempo. Nos acecha desde el futuro, como amenaza desestabilizadora de
nuestro presente, de este manojo de nada que creemos custodiar. Nos observa
desde allá, con paciencia, prometiéndonos que todo va a empeorar.
Recordándonos, a cada instante aquella verdad que se sabe en silencio, aquella
verdad que bien conoce el viento y nos la susurra a cada instante… nos vamos a
morir, y lo que es peor, también morirán los que nosotros queremos. Entonces,
la tristeza vendrá a darle una mano al miedo para seguir jodiendo este
estofado. Hasta nuestras alegrías serán puñaladas en el tiempo. Recordaremos,
cuando la fiesta se haya acabado, todas las sonrisas, las mismas que hoy mueren
para llenarme de silencio y en aquella memoria del desamparo aparecerá, con su
caricia fría, la angustia. El bosque es grande compañeros, y estamos solos. Y
fue el miedo, la tristeza, la angustia, la soledad el verdadero recorrido
realizado por aquellos chicos del Proyecto Balir Witch, impactante
film dirigido por Daniel Myrick y Eduardo Sánchez en el año 1999. El film tendrá
cierta reminiscencia al dogma 95, sin llegar a serlo. Carecerá de iluminación
artificial, no habrá trípodes ni banda musical. Todo esto ayudara a construir
la idea de realismo dentro del relato fílmico. Ese será el juego que planteará
el film, ese será su paño.
La película abrirá con una placa anunciando que lo
que veremos a continuación es el material crudo filmado por el grupo de
estudiantes de cine encontrado luego de un año, allí empezará a correr aquel
pacto ficcional, aquella ingenuidad consentida necesaria para cualquier hecho
artístico. Quien no acceda a ese pacto, deberá apagar el film al instante. La
estructura narrativa será estrictamente lineal, lo que ayudará al espectador a
ir sumergiéndose de manera dosificada dentro del terror que planteara la cinta.
La fotografía será naturalista, repleta de planos mal encuadrados,
deficientemente iluminados, lo que nos hará recordar que el relato está
enfocado en el atrás de cámara, en aquel momento donde la ficción termina. Se
trabajará el plano subjetivo en la mayoría del film, lo que agregara al terror
una sensación de asfixia. Uno de los tantos aciertos del film será el no
mostrar jamás al antagonista, convirtiendo al conflicto dramático en uno interno.
Mostrar al monstruo, mostrar a la bestia, implicaría aniquilar de un solo plano
aquel objeto del terror generado por nuestras mentes. Será el trabajo del
espectador darle forma al miedo, proyectar en esa imagen aquello que nos
recuerde que, un día cualquiera, vamos a morir. Demos paso en silencio, a un
gran amigo de este programa quien trabaja este concepto en una de sus bellas
canciones. Para este grupo, que está sentado alrededor de esta fogata, contando
historias de miedo, canta “Algo flota en la laguna” nuestro querido
Luis Alberto Spinetta.-
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
De
tanto pensar en el brujo,
creo
que el amanecer,
podrían
ser sólo dibujos,
que
van recorriendo mi ser.
Piel
de oro, rojo enfermo, el amor ambidiestro..
De
la luz hacia lo obscuro MAGIA VENENO..
De
lo obscuro hacia la luz, todo nuevo..
Respirarse,
emborrachar, morir y seguir viviendo.
Nubes
de angustia cubren mi cielo
lluvias
oscuras de pensamientos,
cuando
no quedan salidas
cuando
no hay nuevas entradas
cualquier
recurso que alivie el dolor.
También sonó la magia de Santana
Y
como es eso de que me amas
eso
yo nunca pude entenderlo
o
es que quizás, tal vez deba ser
que
soy uno de esos que no cree
en
los fantasmas.
Nos fuimos con el gran Hendrix...
FICHA TÉCNICA
Título original: The Blair
Witch Project
Año:
1999
Duración:
81 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Daniel Myrick, Eduardo Sánchez
Guión:
Daniel Myrick, Eduardo Sánchez
Música:
Antonio Cora
Fotografía:
Neal Fredericks
Reparto: Heather Donahue,
Michael C. Williams, Joshua Leonard, Patricia DeCou, Sandra Sánchez
SINOPSIS
El
21 de octubre de 1994, Heather Donahue, Joshua Leonard y Michael Williams
entraron en un bosque de Maryland para rodar un documental sobre una leyenda
local, "La bruja de Blair". No se volvió a saber de ellos. Un año
después, la cámara con la que rodaron fue encontrada, mostrando los
terroríficos eventos que dieron lugar a su desaparición.