SINOPSIS
Película de
encargo para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda
Guerra Mundial. Relata, a través de los ojos de un niño progresivamente
endurecido por el sufrimiento, la matanza sistemática de los habitantes de las
aldeas bielorrusas, más de 600, durante la guerra. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Ey!, ven, ven y mira. Mira la cara de un niño envejecida de tristeza. Míralo buscando entre los escombros y los hierros retorcidos aun calientes, su inocencia perdida. Una inocencia que le pertenece y que debíamos cuidar como el tesoro más valioso. Ven, acércate, no tengas miedo. Ven, ven y mira las caras desfiguradas por el odio. Por el miserable temor a las diferencias, por el pánico que les provoca aquel que levanta su voz y se declara diferente, por aquellos que, aun así, tienen el valor de sentirse distintos. Mira su sangre alimentar la tierra, calmar la sed profunda del sol. Ven, mira a aquellos pequeños que ya no corren por ningún bosque. Míralos serpentear su infancia. Mira sus miembros mutilados, míralos fijos a los ojos, a esos ojos que ya ni dolor sienten. Míralos profundo y observa como aceptan la muerte, como entienden de bombardeos, de balaceras, de protocolos y de sirenas robándoles el sueño a medianoche. Míralos esconderse bajo un cielo envuelto en llamas, míralos a sus ojos y descubre las atrocidades que estos pequeños han visto, el espanto que apuñaló para siempre cualquier sonrisa, todo duelo. Ven, mira el bosque, mira las cenizas que dejaron las disputas, las indiferencias, el mirar hacia otro lado cuando había voces que gritaban desesperadas hacia donde verdaderamente debíamos mirar. Nadie entonces giró la cabeza. Todos pensamos despreocupados: alguien se ocupará. Ven, mira el hambre, mira a los mayores con sus manos ennegrecidas por el tiempo remover la tierra buscando algo que comer. Míralos en sus ropas andrajosas ya sin ningún suspiro. Míralos naturalizando el maltrato, la ausencia, el olvido.
Ven, mira, mira a
ese puñado de tipos sintiéndose superiores, decidiendo por el resto,
adueñándose por medio segundo de todo el mundo. Ven, mira el miedo roer sus
tripas, mira su sudor hediento que emana desesperado por temor a perder aquel
manojo, por entregar aunque sea una parte, por ceder solo un poco. Míralos, míralos
marchar detrás de una idea que anuncia, sin escrúpulos, su propia muerte. Obsérvalos
trabajar por su desempleo, creer en mesías que nunca creyeron en ellos. Míralos
como el cansancio les nubla la vista y en un descuido les hace creer que todo
esto es un juego. Que todo vale lo mismo y que no hay consecuencias que surjan
de nuestros actos. Ven, en serio, ven y mira como hoy odian a su hermano. Como
matarían al que menos tiene porque eso les hace sentir que ejercen el poder que
ellos mismos padecen. Mira como ya nadie abraza al de al lado, como la miseria
devora todo sentimiento. Como en cuatro palabras olvidamos a miles de muertos,
y entregamos aquellos pocos triunfos que solo daban oportunidades a tantos.
Como un día cualquiera, nos olvidamos de los rostros de aquellos compañeros que
nunca pudimos ver envejecer. Mira como con un discurso vehemente y lleno de
odio, dejamos de recordar que nadie se salva solo, y descubrimos que hasta las
religiones fallaron en su propio juego al ver desde la inmovilidad más absoluta
como dejamos atrás al que menos puede para ir desesperados detrás del cielo
propio. El fascismo nunca fue un juego. Ey!, ven y mira.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE VEN Y MIRA
La colonización y el imperialismo crearon un mundo nuevo. Desde el inicio de la vida, el ser humano quiso extender su dominio. Bajo el concepto de civilización, se transformaron en nómades buscando descubrir nuevos mundos. A medida que los siglos pasaban, ese concepto se iba extendiendo más y más. Empezaron las guerras por el territorio y con ello, el odio a lo diferente. La religión, las razas, las etnias pronto se vieron envueltas en batallas sangrientas, todo en base al odio y a la búsqueda de nuevas tierras. Un día surcaron los mares y llegaron a América. La tierra nueva se cubrió de gente que trajo su propia civilización y arrasaron con todo. Y así los genocidios se fueron dando a través de los años. Luego, ciertos planes de exterminio se empezaron a dar entre los mismos países. Todo ante la protección impuesta de ciertas potencias. A pesar del paso del tiempo, hay miradas que vuelven a resurgir. El planeta nuevamente está siendo acechado por la violencia. Los ruidos de las bombas vuelven a sonar cada vez más cerca. Las guerras las vemos en directo y aparecen en vivo en cualquier momento. El discurso del odio se transforma nuevamente en bandera. El pobre, el enfermo o el que tiene alguna discapacidad son otra vez carne de cañón para la derecha más recalcitrante. El negacionismo de ambos lados del océano vuelve a ser moneda corriente. El horror y el espanto siembran el terror. La piel se contrae y los pensamientos de desdoblan. La mirada vuelve a interpelar al otro. ¿Cómo se interpela el horror y desde que punto de vista? Quizás a esa pregunta llegó Elem Klimov al dirigir su película Ven y mira.
El nombre es casi una invitación. Una especie de convite para ese espectador que va a ser interpelado… - Vení, sentate y mirá. Esto es lo que pasó, ¿cómo es tu reacción? -. Creemos que nadie puede permanecer indiferente ante un film de estas características. La película fue un encargo para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Pero de propaganda oficial tiene poco y nada. Estamos ante un guion lineal escrito por el propio Klimov junto a Ales Adamovich, que sigue las andanzas de un joven bielorruso de 13 años que se alista a los partisanos soviéticos para ir a la guerra, ese sentido de pertenencia que los jóvenes de la época necesitaban para unirse a la masa. Lo dejarán de lado y se quedará con Glasha, una joven enamorada de un teniente y que solo sueña con amar y parir. Será ella quien le diga “te han dejado por ser un niño, eres ciego, sordo” palabras que luego del primer bombardeo toman más valor al ver al joven quedar atormentado y correr para esconderse ante el avance enemigo. Al llegar a su hogar, se dará cuenta de que toda su familia ha sido asesinada, será la pérdida de la inocencia de la forma más horrorosa. El reflejo en el agua, ese espejo que devuelve al niño en adolescente como metáfora. Lo lúdico se transforma en tragedia, de un momento a otro. Asistiremos, como suele pasar en los films soviéticos de esa época, a una fotografía maravillosa. Los contrastes y el contraluz en las escenas nocturnas serán de una calidad pocas veces vistas. Los paisajes naturales y los planos generales ayudarán a completar esa belleza fotográfica entre tanto caos.
La historia se contará a través de muchos planos subjetivos y también de esos primeros planos que son los que interpelan al espectador. Este es invitado casi a ser un testigo del sufrimiento de Florya, nuestro joven protagonista. Sus primeros planos nos generan angustia y dolor en partes iguales. Habrá cierta cámara en mano que se moverá tan nerviosa como las personas a las que sigue. Se trabajará mucho con los planos secuencias y travellings a lo largo de todo el metraje. Gozará de un encuadre perfectamente diseñado, aprovechando el realismo que le da la naturaleza que lo rodea. Allí aparecerán esos planos generales que indican que, en la inmensidad, todos somos vulnerables. La película también estará plagada de simbolismos. Los aviones surcando el cielo, unos huevos pisados por el protagonista, una cigüeña que aparece cada tanto, nos hacen mirar algunas imágenes o situaciones con más detalle. Y empezamos a ver como el terror se apodera de la pantalla. No necesitamos asesinos múltiples o música de suspenso para crear terror. Aquí se logra solamente con imágenes, sonidos de una brillantez absoluta y con esas miradas que te dejan sin palabras. Y Florya lo sabe. Ha perdido su primera batalla. La niñez ha sido vencida y de ahora en más será todo muerte y destrucción. Entenderá que tener un rifle en la mano ya no es jugar. El caos, como siempre decimos, envuelve todo. Y se percibe siempre que algo puede pasar. El nerviosismo es parte de ese juego macabro. Entre los árboles o en la maleza siempre parece esconderse algo. Sin dudas es el mal el que está viniendo. Aunque no sabemos cómo ni dónde. Solo se ve a ese avión deambular cada tanto por los cielos. Prefacio de lo que vendrá. De una guerra que casi no veremos, no habrá soldados peleando frente a frente ni miles de ametralladoras disparando.
Sólo seremos espectadores de un protagonista que es testigo de
semejante masacre y de su sufrimiento acorde pasan los minutos. Donde sus
gestos y su cara se van transformando, también gracias a la excelencia del
maquillaje. Y aparecerá la perversidad y sus diferentes caras. Y otra vez el
director parece preguntarnos: ¿A cuál se parecen ustedes? ¿Al traidor, al
inmoral, al cobarde, al cínico? Somos un poco de todo eso, en medio de
situaciones grotescas enajenadas no solo por la guerra sino por el alcohol, la
lujuria o el poder y tomado en muchas ocasiones desde un primer plano
estremecedor. "No todos los pueblos tienen derecho al futuro" dice
sin titubear, un miembro del ejército nazi a punto de ser ejecutado por el
pueblo soviético. Y la frase nos queda dando vueltas en la cabeza por varios
minutos. El final nos traerá a Florya disparándole a un cuadro de Hitler
mientras pasan videos en retrospectiva de la guerra y de la ascensión del
Führer hasta una última foto con su madre cuando era un bebé. ¿Esos disparos
serán para el propio Hilter o serán para su reflejo de ese niño soldado que
quiso ser y no fue? Quizás en su mirada, estén las respuestas a esas preguntas.
Marcelo De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO KLIMOV
Elem Guérmanovich Klímov nació en Stalingrado el 9 de julio de 1933. Sus padres eran comunistas, y su primer nombre fue un acrónimo derivado de los nombres de Engels, Lenin y Marx. Durante la batalla de Stalingrado, su madre, su hermano menor y él fueron evacuados de sus hogares, y cruzaron el río Volga en una balsa improvisada. En 1957, Klímov se graduó en el Instituto Superior de Aviación de Moscú. Posteriormente consideró iniciar su carrera en el periodismo, antes de decidirse por el cine. Se matriculó en la escuela de cine estatal, el Instituto Pansoviético de Cinematografía, donde estudió con el aclamado director Efim Dzigán. Mientras estudiaba en el instituto, Klímov conoció a la cineasta Larisa Shepitko, con quien se casaría. El primer largometraje de Klimov, Bienvenidos, o prohibida la entrada a los extraños (conocido en el Reino Unido como No Holiday for Inochkin) de 1964, era una sátira de la burocracia soviética disfrazada de una historia de aventuras en un campamento de verano para niños. La película fue prohibida brevemente por considerarse un insulto al Partido Comunista de la Unión Soviética; sin embargo, la prohibición fue revocada después de que Nikita Khrushchev tuviera una visualización privada y autorizara su publicación.
La segunda película de Klimov, Las aventuras de un dentista (1965), fue una comedia oscura sobre un dentista que es ridiculizado por sus colegas por su talento natural para extraer dientes sin dolor. La implicación de que la sociedad inevitablemente condena al ostracismo a aquellos que tienen talento, horrorizó a los censores que le dijeron a Klimov que cambiara eso. Cuando Klimov se negó, la película recibió la clasificación más baja, "categoría tres", lo que significó que se proyectó sólo en 25 a 78 salas de cine. continuación, Klimov comenzó a hacer una película sobre Grigori Rasputin llamada Agony. El camino hacia el lanzamiento le llevó nueve años y muchas reescrituras. Aunque se terminó en 1975, la edición final no se estrenó en la URSS hasta 1985, debido a medidas represivas, en parte por sus escenas de orgía y en parte por su retrato relativamente matizado del emperador Nicolás II. Se había mostrado en Europa occidental unos años antes. En esos años dirigió los documentales Deporte, deporte, deporte de 1970 y en 1974 llegó Y sin embargo, creo, iniciada por su maestro Mikhail Romm antes de la muerte. En 1979, la esposa de Klimov, Larisa Shepitko, murió en un accidente automovilístico mientras dirigía una fábula ecológica basada en una famosa novela de Valentin Rasputin llamada Adiós a Matyora.
La muerte de su esposa tuvo un profundo impacto en Klimov y
todas sus películas posteriores fueron tragedias. Un año después de su muerte,
Klimov filmó un homenaje de 25 minutos a su esposa titulado "Larisa" (1980) y luego
terminó la película que ella había comenzado. A pesar de haber sido archivado
durante dos años después de su finalización, Matyora aún se publicó en 1983. La
última película de Klimov, Ven y mira,
se estrenó en 1985 con gran éxito mundial y ganó el Premio de Oro en el 14º
Festival Internacional de Cine de Moscú. Hablando de cómo la película se basó
en su propia experiencia infantil de la guerra, Klimov dijo: "Como cuando era niño, había estado en el
infierno... Si hubiera incluido todo lo que sabía y hubiera mostrado toda la
verdad, ni siquiera yo podría haberlo visto". En 1986, recién salido
del éxito de Ven y mira , y con los cambios traídos por la perestroika en el
aire, Klimov fue elegido por sus colegas para ser el Primer Secretario de la
Unión de Cineastas tras el V Congreso de Cineastas Soviéticos. El liderazgo de
Klimov vio el estreno tardío de muchas de las películas previamente prohibidas
y la reinstalación de varios directores que habían perdido el favor político.
Este período es ampliamente considerado como el comienzo del declive del cine
soviético y el surgimiento de los llamados "chernukha", es decir,
artistas y periodistas que, liberados por la glasnost, expusieron la realidad
soviética de la manera más pesimista posible. Klimov todavía estaba frustrado
por los obstáculos que aún quedaban en su camino y cedió su puesto en 1988 a
Andrei Smirnov, diciendo que quería volver a hacer películas. Klimov no
completó más películas después de Ven y mira. Si bien tenía planes de hacer más
películas a finales de la década de 1980, dijo en 2000 que había "perdido
interés en hacer películas. Sentí que ya había hecho todo lo que era posible.
Klimov falleció el 26 de octubre de 2003 por hipoxia cerebral, después de seis
semanas en coma. Tenía 70 años.
FICHA TÉCNICA
Título original: Idi i smotri (Come and See)
Año: 1985
Duración: 136
min.
País: Unión
Soviética (URSS)
Dirección: Elem
Klimov
Guion: Elem
Klimov, Ales Adamovich
Música: Oleg
Yanchenko
Fotografía: Aleksei
Rodionov
Reparto: Alexei
Kravchenko, Olga Mironova, Liubomiras Laucevicius, Vladas Bagdonas.