miércoles, 23 de noviembre de 2022

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO DE TOMÁS GUTIÉRREZ ALEA

PROGRAMA 388 (21-10-2022)

 

SINOPSIS

 

Que las contradicciones del burgués reflejan las de la sociedad dominada por la burguesía, lo demuestra esta amarga historia, que hubiera sido intrascendente si no hubiera ocurrido en los vertiginosos días de la revolución, cuando todas las contradicciones se pusieron al rojo vivo. La película ofrece un monólogo interior dirigido a la calle. Inspirada en la novela homónima de Edmundo Desnoes. (FILMAFFINITY)

 

EDITORIAL

 

La pregunta inicial ante el conflicto directo y claro que surge del término dominación es la siguiente: ¿Qué valor tiene la libertad? Es un hecho irrefutable que nacemos libres y, de no ser así, de haber nacido bajo una condición de esclavitud o sometimiento, es porque nuestra libertad efectivamente nos ha sido arrebatada. Pero volvamos a la pregunta inicial ¿Qué valor tiene la libertad? Para Rousseau hay un deber ético y político de rebelarse. Como si la vida de un pueblo que tiene que obedecer y entregar su soberanía a pesar suyo no fuera digna de ser vivida. Es cierto que nuestra libertad se encuentra constantemente amenazada de distintas maneras, bajo distintos y sutiles métodos que naturalizamos sin reparar en ellos. Nacemos y desde el inicio de todo se nos impone un lenguaje, un universo de palabras destinadas a designar, a crear, a comunicar. Un lenguaje que nos encadena a un modo particular de desarrollo lógico, que modela hasta nuestra propia forma de encadenar los pensamientos. Nos condiciona el inconsciente, nos condiciona el momento socio – político en el que vivimos. Sartre decía aquello de que un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él. Una libertad con ciertas limitaciones, pero libertad al fin. Lograr ser, ya es un paso enorme. Pero pensar la libertad en términos individuales no representa un gran desafío, ya que solo se ve amenazada con la aparición de un otro. La libertad no es simplemente un problema individual, sino ante todo un problema colectivo. Las revoluciones del siglo XVIII y comienzos del XIX marcaron el triunfo político de la burguesía, las revoluciones de comienzos del siglo XX pretendían consumar una igualdad que no se había concretado en los hechos, y por lo tanto querían terminar con el nuevo orden burgués. La revolución no pretende cambiar de tirano, sino crear las condiciones para que no haya más tiranía, de algún modo, la idea de libertad conlleva en sí misma a la de eternidad. 



La revolución está legitimada cuando se logra restituir una libertad colectiva que es sistemáticamente negada por el estado de las cosas reinantes. Derrocar un sistema, un orden determinado no lleva otra meta que la de la búsqueda de eternidad de aquellos laureles que se supieron conseguir. En aquella puja se encuentra el valor real de la libertad. El único motivo que puede hacer comprensible la obediencia es la imposibilidad de conseguir la autonomía en el caso de que lo impida una fuerza muy poderosa, entonces allí la revolución seria la torpeza y el apuro de unos pocos picaros. Escribía un joven Gramsci poco antes de entrar a la universidad: Parece que sea un cruel destino de los humanos este instinto que los domina de querer devorarse los unos a los otros, en vez de hacer que converjan las fuerzas unidas de todos para luchar contra la naturaleza y hacerla cada vez más útil para las necesidades de los hombres. Y en vez de eso, cuando un pueblo se siente fuerte y aguerrido, piensa enseguida en agredir a sus vecinos, rechazarlos y oprimirlos. Porque está claro que todo vencedor quiere destruir al vencido. Pero el hombre que por naturaleza es hipócrita y fingido, no dice “quiero conquistar para destruir”, sino, “quiero conquistar para civilizar” ¿Llegará el día en que podamos hacernos cargo con pura sinceridad de los modos mediante los cuales oprimimos, dominamos y avasallamos al otro? ¿El modo en el que devoramos su deseo y tiranizamos vilmente su esencia en pos de la seguridad, de la propia libertad o de cualquier otro nombre grandilocuente? El valor de la libertad es siempre grupal, es siempre con el otro. Lo demás, no importa nada.

 

Lucas Itze.-  

 

Canción elegida para la editorial

 


IMPRESIONES SOBRE MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO

 


Desde los comienzos del colonialismo cada país conquistado, empezaba a formar parte del tercer mundo. Siguiendo esa línea, fueron muy pocos los que se transformaron en potencia, o al menos, del llamado Primer Mundo. Ahí podemos encontrar a los Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y paremos de contar. Entonces, la llegada de los europeos a los llamados nuevos continentes, ¿fue un empujón al cielo o al infierno? Falta de igualdades, luchas sociales, corrupción política son clásicos ingredientes que emergen en los países del tercer mundo, en esos países que muchos no han dudado en llamar subdesarrollados. Pero casi nadie se acuerda de agregar ciertos condimentos que hacen más importante esa diferencia: colonialismo mental a través de los medios y de las grandes empresas, racismo, falta de oportunidades, planes Cóndor, préstamos del nunca bien intencionado FMI, aparición del Banco Mundial, apoyo a los dictadores de turno y capitalismo salvaje, entre otros. Esa puja interna, ese debate entre los propios miembro de la comunidad, los debilita y hace más fuerte a los de afuera. Sólo una Revolución puede intentar cambiar el camino. “En este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma” decía el Che Guevara tiempo después de la Revolución Cubana. 



Gateando, tratando de aprender a caminar por su cuenta, la isla intentaba en esos primeros años sesenta mantenerse en pie. Y en ese hombre nuevo, vemos sin dudas a Sergio, el protagonista del film Memorias del Subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea. Ambientada en los comienzos de los años ´60, la película está basada en una novela de Edmundo Desnoes, quien co escribe el guión, además de hacer una breve aparición. Habrá claras influencias a la Nouvelle Vague y cosas del Neorrealismo italiano. Los planos fijos, las muestras de esa Cuba en reconstrucción serán semejantes a los de esos movimientos a los que hacemos referencia. El film no seguirá la clásica narración convencional, habrá cambios en la linealidad, pero además utilizará imágenes de archivo y el montaje al mejor estilo soviético logrará una mezcla entre ritmo frenético con pausas que en ciertos momentos se tornará semi documental. La cámara en mano recorrerá también la ciudad junto al protagonista, siendo testigos de sus pasos. También es para destacar la banda sonora elaborada por Leo Brewer, uno de los históricos compositores cubanos. Por su parte, la fotografía elegida por Ramón Suárez le dotará de una paleta de grises que sirve para recrear el momento y la situación del protagonista. Éste, un burgués que se acaba de quedar sólo luego de que su mujer y su hija se exiliaran en Miami, nos irá relatando su experiencia con los cambios que están sucediendo. En modo voz en off por momentos, y voz over por otro, sabremos su pensamiento para con esos compatriotas a los que etiqueta como subdesarrollados. Él, escritor, amante de Hemingway es quien termina, en términos de las palabras del Che Guevara, como alguien solitario y aislado de esas masas que lo acompañan. También tiene una mirada crítica a aquellos que se escapan. Sus preguntas existenciales sobre el sentido de la vida contrastan de lleno con las preocupaciones de ese pueblo que recién empieza a caminar por si mismo luego de cientos de años entre la espada española y estadounidense. 



Asistiremos a una crítica burguesa cuasi Godardiana a ciertas maneras de hacer cine: al comercial, al hollywoodense, y también, porque no, a algunos autores europeos. Un nuevo cine como herramienta para un cambio social y político, donde los espectadores conozcan la problemática viéndola en pantalla. En esa burguesía se sitúa el protagonista de la película, que prefiere no embarrarse sus zapatos y seguir mirando todo desde el balcón, en la tibia decisión de no irse pero tampoco de ser partícipe de la nueva lucha mientras sigue renegando de todo. En esas críticas estará presente su soledad y la realidad de que será él, alguien subdesarrollado por no poder adaptarse al nuevo mundo, convirtiéndose en un ejemplo de lo que tanto critica entre sus meras contradicciones. Allí radica su difícil acercamiento a esa sociedad que empieza a dar sus primeros pasos pero a la vez, admirándola con cierta fascinación, otra de sus tantas contradicciones. Acercamiento que es lo que intenta lograr el director con el público, al hacerlo parte de esas preguntas y no dejarlos como meros espectadores de la obra, entendiendo todo como un conjunto. Dejando de lado al protagonista de la historia y que los que busquen respuestas sean ellos del otro lado de la pantalla, y quizás, con ello, la única manera de crear su propia revolución.

           

Marcelo De Nicola.-

 

Canción post impresiones

 


UNIVERSO GUTIÉRREZ ALEA

 


Nacido en el seno de una familia progresista el 11 de diciembre de 1928, Tomás Gutiérrez Alea siempre manifestó un gusto por las artes. Antes de entrar a la universidad, Gutiérrez Alea dedicó su tiempo libre a tocar piezas de Chopin y Debussy bajo la tutela del pianista César Pérez Sentenat. Sin embargo, el cine europeo que tocó a su puerta constantemente durante su adolescencia, generó un interés por las historias que habían quedado fuera de representación durante la primera mitad del siglo XX. Tras graduarse como abogado en la Universidad de la Habana, Gutiérrez Alea viajó a Italia para estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematographia de Roma. Ahí, conoció al también cubano Julio García Espinosa, con quien filmaría su primer largometraje: el documental El Mégano, de 1955. Tras el inicio de la Revolución cubana que, entre otras cosas, había prometido abrir y acercar las artes al pueblo cubano, Gutiérrez Alea y Espinosa regresaron a la isla y se encontraron con otros jóvenes realizadores partidarios de la Revolución. De esa unión surgió el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un organismo público dedicado a la promoción y difusión de la industria cinematográfica. Durante sus primeros años de existencia, el ICAIC permitió el desarrollo de Gutiérrez Alea en la producción y dirección de documentales y noticieros. Sus documentales, La toma de La Habana por los ingleses, de 1958 y Esta nuestra tierra, de 1959, significarían los primeros trabajos cinematográficos de la Cuba liderada por el régimen castrista. En 1960, el cineasta escribió y dirigió la cinta Historias de la revolución, en la que contaba la historia de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista, a través de tres pasajes protagonizados por una serie de personajes que representaban a la sociedad cubana. La película, primer largometraje apoyado por el ICAIC, fue exhibida en el segundo Festival Internacional de Cine de Moscú, donde fue condecorada con el premio de escritores de la URSS. Después de su irrupción en el terreno de la ficción, Gutiérrez Alea regresó brevemente al documental con los cortos Asamblea general y Muerte al invasor. Sin embargo, un par de años después decidió dedicarse por completo a las narraciones ficticias, presentando las cintas Las doce sillas, en 1962; Cumbite, en 1964; y Muerte de un burócrata, en 1966. Dicha cinta, inspirada en las rutinas de Buster Keaton y la mordacidad de Luis Buñuel, realizaba una crítica contra la burocracia estatal al plantear el infierno al que se tiene que enfrentar una mujer para acceder a la pensión de su fallecido esposo. 



En 1968, el director presentó lo que muchos consideran su mejor película: Memorias del subdesarrollo, donde planteaba la vida de un burgués en La Habana durante la invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles de principios de los sesenta. La cinta, basada en la novela nihilista de Edmundo Desnoes, fue la primera película cubana que logró evadir los bloqueos comerciales impuestos tras la Revolución y se exhibió en los Estados Unidos. Los siguientes trabajos del cineasta —Una pelea cubana contra los demonios, de 1971; El arte del tabaco, de 1974; La última cena, de 1976; De cierta manera, de 1977; Los sobrevivientes, de 1979; Hasta cierto punto, de 1983; Cartas del parque, de 1988; y Contigo a la distancia, de 1991— sirvieron sólo para magnificar su figura dentro de la naciente industria cubana, que en ese momento buscaba encontrar una voz que la representara en el mundo; Gutiérrez Alea tomó ese lugar en 1993, cuando Fresa y chocolate se convirtió en la cinta cubana más importante en la historia del país. 



La cinta, adaptación del cuento El lobo, el bosque y el nombre nuevo de Senel Paz, contaba la historia de David (interpretado por Vladimir Cruz), un estudiante de sociología que comienza a dudar del comunismo en el que él tanto había confiado después de conocer a Diego (Jorge Perugorría), un artista homosexual acosado por las políticas homófobas del régimen castrista. Con el apoyo del gobierno, capital español y mexicano y el compañerismo de Juan Carlos Tabío, quien fungió como codirector del filme, Gutiérrez Alea se consagró con su drama, uno de los primeros con temática LGBT que se produjeron en la región. Tras los buenos resultados, los ojos del mundo se pusieron ante Gutiérrez Alea, quien entregó en su último filme, Guantanamera, más parecido a sus primeros trabajos, enfocados en exponer las gracias y desventajas del subdesarrollo y la burocracia. Un año después del estreno del filme, el 16 de abril de 1996, Tomás Gutiérrez Alea falleció a los 68 años, dejando en la isla un espacio que aún no ha podido llenarse. A pesar de sus críticas al régimen en sus películas, Gutiérrez Alea no dejó de ser un partidario dedicado del socialismo cubano. Pero sus trabajos no se podían describir como mera propaganda. Gutiérrez describió la motivación para su posición contradictoria diciendo: “… el cine proporciona un elemento activo y de movilización, que estimula la participación en el proceso revolucionario. Entonces, no es suficiente tener un cine moralizante basado en el arangue y la exhortación. Necesitamos un cine que promueva y desarrolle una actitud crítica. Pero ¿cómo criticar y al mismo tiempo consolidar la realidad en la cual nos sumergen?”. (FUENTE: GATOPARDO.COM)

 

FICHA TÉCNICA

 

Título original: Memorias del subdesarrollo

Año: 1968

Duración: 97 min.

País: Cuba

Dirección: Tomás Gutiérrez Alea

Guion: Tomás Gutiérrez Alea, Edmundo Desnoes. Novela: Edmundo Desnoes

Música: Leo Brouwer

Fotografía: Ramón F. Suárez (B&W)

Reparto: Daisy Granados, Sergio Corrieri, Eslinda Núñez, Omar Valdés, René de la Cruz, Beatriz Ponchova, Gilda Hernández, Yolanda Farr, Ofelia González

 

PELÍCULA COMPLETA

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