SINOPSIS
Julia (Martina
Gusman) es una joven acusada del asesinato de su novio. Aunque las
circunstancias del crimen no están claras, acaba ingresando en prisión. Abatida
y embarazada deberá adaptarse a su nueva vida en la cárcel, donde nacerá su
hijo Tomás... (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
La libertad supone la condición de eternidad. Nadie puede ser realmente libre sabiendo que va a morirse. ¿Qué libertad en sentido pleno puede existir sin seguridad de eternidad? Preguntar con honestidad sobre la libertad del hombre es exigir una respuesta sincera respecto a la básica sentencia de si puede el ser humano tener un amo o no. Es discutir con franqueza la existencia de un dios todopoderoso y nuestra sumisión desesperada ante aquel truco de salón del libre albedrío. Al hacerse la luz, también se hizo la tiniebla. El mal acecha y esa no es novedad alguna, tanto para creyentes como para agnósticos. Advertirá aquí nuestro amigo Camus la siguiente paradoja: o no somos libres y el responsable del mal es dios todopoderoso, o somos libres y responsables, pero dios, entonces, no es todopoderoso. Es inadmisible pensar entonces en la idea de una libertad otorgada por un ser superior. Nos reduce aquello a tener de la libertar la concepción de un prisionero o de un individuo moderno regulado bajo las leyes que protegen su miedo, aquella concesión aceptada y tácita según la cual nuestros actos están delineados bajo una extensa y puntillosa lista de prohibiciones sentenciadas por la mano invisible del estado. Por temor el reo acepta. Temor a que le quiten, a que sean demasiados, a no poder, a que sean muy pocos, a no conocer, a perder la vida en todo aquello. Caminará entonces entre sus cuatro baldosas con la seguridad de quien recorre el mundo. Conocer los propios límites, y la muerte ciertamente es uno de ellos, nos hace experimentar algo parecido a la idea ordinaria de libertad. Nos da cierta ventaja, pero también claro, nos angustia porque de alguna manera quita aquellos velos que esconden el carácter absurdo de la existencia. Mayormente el universo no guarda para nosotros demasiadas buenas noticias. El saber nos reafirma en nuestro carácter finito, en el sin sentido de todos nuestros actos, en la insignificancia de nuestro viaje dentro del inconmensurable universo. Tal como nos decía Alejandro alguna vez, saber es siempre morir un poco, vivir, en cambio, es preguntar.
Pensar la libertad en la soledad propia del ser es quizás
una tarea sin demasiados desafíos. Ante la aparición de un otro nuestra
libertad se ve amenazada. El carácter hostil de la otredad se manifiesta en la
imposición de un límite, a tal punto que aquel otro nos modifica avasallando de
alguna manera nuestro deseo. Decía Sartre:
un hombre es lo que hace con lo que
hicieron de él. Es interesante pensar la libertad quizás en su modo más
clásico, como la prohibición misma de circulación. Estar privados de nuestra
libertad en ese caso es la imposibilidad manifiesta e impuesta de ocupar el
lugar que uno desea, o sea, el encierro mismo. Urge señalar la falacia propia
de este enunciado muy difundido en el pensamiento cotidiano. Perder la libertad
es perder la privacidad, es claramente estar condenados a que todos nuestros
actos, hasta los más íntimos, hasta los más impropios, sean públicos. Ante semejante
panorama nos preguntamos entonces ¿cómo llegar a ser libres, de qué manera lograrlo?
Quizás aquí coincidamos con lo pensado por el finado Platón y ubiquemos nuestra respuesta no este plano de lo corpóreo
sino en aquel otro de las ideas, y pensemos de esta manera en el diseño del
paraíso. La mala noticia, entre tantas, es el advenimiento de una nueva
paradoja. Si el otro limita hostilmente, entonces, mi paraíso jamás podrá
satisfacerlo. Lo que para mí podría llegar a ser el diseño paradisíaco de un hábitat,
para aquel otro inabarcable y
avasallante, podría tranquilamente transformarse en su propio infierno. Tal vez
entonces, mis queridos amigos y amigas, nuestra única posibilidad de ser libres
en este mundo donde las buenas noticias escasean, donde nos condenamos a los
grilletes de una prisión perpetua solo por temor, donde lo prioritario es la búsqueda
obsesiva de algún sentido, de un absoluto y donde nos ilusionamos con el
control del conocimiento, tal vez nuestra única oportunidad entonces resida no
aquí, en este plano de cuerpos que se degradan y sentidos que nos mienten, sino
en el de la imaginación, en la laboriosa creación solitaria e inteligente de un
paraíso propio.
Lucas Itze.-
Canción post
editorial
IMPRESIONES SOBRE LEONERA
Una jaula que se abre. Los rugidos desde adentro causan temor. Pero la idea de libertad se consume en segundos. Los llantos y los quejidos son más profundos. Y la puerta que se cierra y ese pequeño mundo vuelve a ser como antes. Podemos escribir hojas y hojas sobre la libertad. Lo mismo sobre las cárceles. ¿Y a dónde llegaríamos? También nos surgirían preguntas ¿Es una cárcel un lugar para criar niños? La respuesta en general sería no. Pero cuando la respuesta viene desde adentro, esta puede transformarse. “Ya me hicieron un montón de veces esa pregunta. Todos te preguntan si se tienen que ir, no sé, yo no quiero que se vayan” responde una reclusa ante una pregunta de la revista de Ciencias Sociales titulada Desacatos, en el artículo llamado La construcción de significados sobre la maternidad en prisión. Mujeres presas en cárceles de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Allí harán un repaso de cómo viven y sobreviven en las cárceles y habrá entrevistas hasta llegar a la clásica pregunta. El artículo agrega: Si bien la compañía de sus hijos les da “fuerzas para seguir”, es “algo por lo que luchar”, como suelen decir, al mismo tiempo, en sus relatos, hay afirmaciones recurrentes, como “este lugar no es para ellos [los niños]”. La maternidad en el encierro se configura como una experiencia ambivalente, pues ser madre, en sus palabras, “es lo mejor que me pudo haber pasado”, y a la vez genera un gran sentimiento de culpa porque los niños comparten la detención.
Todos esos sentimientos afloran en Julia, el personaje excelentemente interpretado por Martina Gusmán en el film Leonera de Pablo Trapero. La película arranca con una canción para chicos pero la simpatía girará rápidamente al drama con las escenas iniciales. Un asesinato, una acusada y el cambio de vida de un momento para otro serán el comienzo de la pesadilla. El director nos mostrará las cárceles y nos presentará como conviven allí las madres y futuras madres privadas de su libertad. La cámara será una testigo más de esas vivencias. Los primeros planos sobre Julia mostrarán esos primeros minutos de sufrimiento y su mirada perdida mientras la sangre surge como compañera de batalla. La cámara por momentos parecerá escondida intentando recluirse y ser sólo un simple espectador para luego pasar a primeros planos para marcar la angustiante realidad. El guión, firmado por Trapero junto a Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre cumplirá con la norma de los tres actos aristotélicos e irá, como solemos decir siempre, creciendo de forma dosificada. El personaje de Martina Gusmán irá cambiando a medida que pasa la película. Las elipsis temporales nos llevarán a notar esos cambios de forma más profunda. La película contará con una excelente fotografía, donde pasa de los lugares lúgubres propios de una prisión a colores más cálidos cuando aparece Tomás, el hijo de Julia. Lo mismo sucede cuando hay fiestas en el pabellón, los colores le darán vida a ese refugio insoportable.
Para realzar la veracidad, el director contará con reclusas y guardia cárceles reales que le darán otro condimento a la historia. Y fundamentalmente, se sabe que se quiere mostrar. La cámara jugará con planos generales que realizarán pequeños movimiento revelando un paneo de lo que sucede. Habrá en ciertos momentos una profundidad de campo mostrando como eje a la protagonista, a la que también seguirá en planos secuencia por los pasillos de la cárcel. Todo eso servirá para hacer más angustiante la situación, además de crear el microclima de encierro tan necesario. Pero sin dudas el mayor logro del realizador, es no caer nunca en los golpes bajos. Sabiendo que una cárcel de mujeres y con niños alrededor asomaba como un tema delicado, Trapero siempre se mantuvo firme y contando la historia con altura, sin necesidad de recurrir a conflictos banales y fuera de lugar. Habrá si alguna que otra pelea y algunos gritos propios del lugar, pero nunca lo suficientemente exagerado para desviar la atención. Su segundo acierto será lo penal. Nunca queda claro si Julia es culpable o no de la muerte de su novio. Que finalmente no nos importe, nos muestra que lo importante venía por otro lado. Entre la lograda banda sonora y la poca pero excelente música elegida, la historia se centrará en la lucha de Julia por criar a su hijo en esas condiciones hostiles. Será su vecina de celda, Marta, quien le dice: “Agradece que tenes la panza, este pabellón no es la cárcel”, dándole a entender que ahí tenían una posibilidad diferente al resto.
La solidaridad entre ellas será clave para contrarrestar cualquier efecto nocivo de convivencia. La llegada de la madre de Julia será un anticipo del caos. Y las miradas y las acciones serán diferentes. La vida en la prisión será más solitaria y poco gratificante. Encontrará ciertos momentos de paz pero con un objetivo común: estar con su hijo. Entonces, volviendo al artículo que mencionábamos al principio, vuelve la misma pregunta: ¿Es una cárcel un lugar para criar niños? Y nuevamente, todas las madres respondieron que sus niños no pueden estar mejor que a su lado y ninguna está dispuesta a desvincularse de ellos por medio de la entrega en adopción. Además, la posibilidad de egresar a sus hijos para que vivan en hogares —una de las soluciones propuestas por los funcionarios— implica la amenaza de una ruptura total del vínculo con los niños, porque saben que se encuentran en un lugar subordinado de asimetría extrema en caso de tener que entablar algún tipo de reclamo para poder ver a sus hijos... Será por este contexto que desde estas trincheras, apoyaremos a Julia y su furia leona, que es, sin más dobleces, que el amor de una madre...
Marcelo De
Nicola-.
Canción post
impresiones
UNIVERSO TRAPERO
Pablo Trapero
nació en San Justo, en el famoso conurbano bonarense, el 4 de octubre de 1971. Estudió
en
En 2012 forma parte de los
cortos de 7 días en
FICHA TÉCNICA
Título original: Leonera
Año: 2008
Duración: 113 min.
País: Argentina
Dirección: Pablo Trapero
Guion: Pablo Trapero, Alejandro Fadel, Martín Mauregui,
Santiago Mitre
Música: Varios
Fotografía: Guillermo Nieto
Reparto: Martina Gusman, Elli Medeiros, Rodrigo
Santoro, Laura García, Tomás Plotinsky, Leonardo Sauma, Clara Sajnovetzky,
Roberto Maciel, Walter Cignoli, Marta Vera, Ricardo Ragendorfer
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