SINOPSIS
El cierre de la
fábrica de acero de Yorkshire deja sin trabajo a casi toda la población
masculina. Gaz, uno de los obreros afectados, perderá el derecho de ver a su
hijo si no consigue dinero para pagar la pensión de manutención familiar a su
mujer. En medio de la desesperación, se le ocurre una idea, a primera vista
disparatada, y se la plantea a los amigos que están en la misma situación:
organizar un espectáculo de strip-tease. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
En su concepción más clásica y también filosófica, la belleza siempre estuvo emparentada a la idea de simetría, de ritmo, de cierta regularidad reconocible de los intervalos. Con astucia, Borges nos recordaba alguna vez aquellos versos de Silesius que decían que “la rosa es sin porque, florece porque florece, no se fija en sí misma, no pregunta si la ven”. Al escribir estas líneas, Silesius no hizo otra cosa que negar con inteligencia y fina sutileza toda posibilidad de existencia de cualquier tipo de estética. En la antigua Grecia se consideraba a lo bello como una característica que provenía directamente de los dioses, por lo que muchas veces aquel regalo divino causaba temor en quienes lo observaban. ¿Cuántas veces hemos sentido temor por lo extremadamente bello? ¿Cuántas veces hemos ido a menos, hemos apostado poco y en aquella retirada absurda hemos preferido un amor de segunda o tercera fila por el solo hecho de sentirnos apabullado por una belleza realmente divina? La soledad de los dioses es siempre abrumadora. Lo cierto es que el concepto de belleza modifica sus cánones con el correr del tiempo imponiendo estéticas, figuras, formas y también cuerpos. La rosa ya deja de ser sin porque para comenzar a preguntarse con que ojos la ven. Porque claro, el concepto de belleza operara fuertemente sobre la mirada del otro, se impondrá una idea general acribillando con ferocidad cualquier tipo de individualidad. A los que aquel ojo seleccione arbitrariamente, como lo es toda significación después de todo, dejaran de ser personas para pasar a ser modelos. Tal como lo hemos dicho hace instantes, dioses inalcanzables.
Sobre esta idea armará sus conceptos y
estrategias la publicidad, grandes operadores en la resignificación constante
de dioses. Trabajarán sin escrúpulos sobre la nefasta construcción de la idea
de que la gente bella es feliz y por lo tanto completa, y dirán luego que esa
gente, claro, no consume. Pondrán entonces la idea de belleza bien lejos y le
adjudicarán características muy definidas e inalcanzables con el macabro
objetivo de contribuir al malestar general, a las inseguridades, al terrible
fantasma de no pertenecer y no ser aceptado. Los que esta mesa ocupamos,
preferimos entender a la belleza de los cuerpos y de los objetos más ligada a
aquel otro concepto trabajado en un inicio por el crítico francés Louis Delluc y luego por el ensayista y
realizador, Jean Epstein, aquel
concepto complejo que llamaron fotogenia. Podríamos definirla rápidamente
como aquel lado poético de los objetos y de las personas que a través del
lenguaje del cine se transforman y se les añade una nueva expresividad, una
nueva belleza y por lo tanto una nueva sensibilidad. Recordemos aquellos
cortometrajes de los hermanos Lumiere.
Pensemos en ellos unos instantes. Aquel tren llegando a la estación, la inmensa
puerta de la fábrica abriéndose, el jardinero regando las plantas y el niño
jugando a su lado. Lo fotogénico de
todo aquello, lo bello, no está, claro, en lo narrativo, ni en el espectáculo
sino en el maravilloso redescubrimiento de lo cotidiano. Aquel volver a ver, a
observar lo que ya no producía maravilla ni encanto en quien lo miraba.
Aquellos rostros, aquellos entornos ya conocidos y transitados, aquella fábrica.
Nunca fue la llegada del tren lo que causó realmente fascinación en los
espectadores sino la belleza encontrada por quien miraba. El reencontrarse con
aquella particular belleza que ya no se veía, que estaba opacada por otras
miradas. Ese es quizás nuestro mensaje, esa será siempre nuestra búsqueda.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
PARA TODO O NADA
La mirada intimida. La opinión del otro impacta en nuestra autoestima. El ser humano es constantemente juzgado. Las publicidades y los medios nos muestran cuerpos perfectos. El ideal de belleza siempre está ligado a lo exterior. Si no formas parte de ese combo, sos desechable. La crítica feroz, de la cuales también somos culpables, se hace cada vez más mortífera. Desde pequeños empezamos a denostar ciertos estereotipos que sólo nos hacen más miserables por dentro. El tiempo, siempre el tiempo, intentará aleccionarnos. Será el que nos obligue a ponernos en el lugar del otro. A enseñarnos, a veces cruelmente, que un día estás arriba y otro día abajo. Y que cuando hay hambre, todos somos iguales. En el desempleo no hay belleza para admirar. Y la creatividad puede ser una solución mágica. Entonces, una chispa puede encender una gran idea, aunque el miedo nos paralice. Y será el tiempo de animarse a romper los propios prejuicios, como entendió Gaz, el protagonista de Todo o nada (The Full Monty), de Peter Cattaneo. Con un interesante guión de Simon Beaufoy, el film comenzará en clave documental lo que servirá para ponernos en contexto. Veremos la ciudad de Yorkshire, en Sheffield en los años ´70 y sus grandes fábricas de acero que empiezan a florecer. La vida en la ciudad es festiva. 25 años después, Tatcherismo mediante, poco queda de esas imágenes. El desempleo es un factor común. El capitalismo ha desindustrializado la zona y la gente en paro es cada vez más.
Estaremos ante un relato lineal. La película tendrá ecos del cine de denuncia social británica de esos tiempos, con Ken Loach o Mike Leigh a la cabeza, pero lo hará en clave de comedia, y hasta con pasos de humor negro en ciertos momentos. La fotografía mostrará la monotonía de la ciudad, con colores fríos y otoñales. La banda musical ideada por Anne Dudley (ganadora del Oscar) nos llevará por distintos clásicos desde Tom Jones o Gary Glitter hasta Donna Summer. No habrá grandes planos ni encuadres inolvidables. La importancia estará en los diálogos y en las convincentes actuaciones del terceto protagonista. Gaz y Dave (Robert Carlyle y Mark Addy) están desempleados después del cierre de la fábrica en la que trabajaban. También su antiguo jefe Gerald, interpretando maravillosamente por Tom Wilkinson, se quedará en la calle. Y le costará adaptarse a ser igual que el resto. Son Dave y Gerald los personajes que más crecen en el film. Pese a la tridimesionalidad de sus personajes, Gaz es quizás el más monocorde, ya que su objetivo a lo largo de los 90 minutos de metraje es el mismo. En cambio, de los demás iremos viendo un crecimiento sostenido, a la vez que vamos descubriendo sus secretos y sus angustias. El desempleo será la pérdida de prestigio, de estatus y de un nivel de vida acorde a sus necesidades.
Mientras la gente se
divierte, ellos ven las risas como algo ajeno. Y tiene relevancia en todo su
micromundo: desde las relaciones familiares y sus amistades hasta el sexo. Un
cartel de strippers y un show serán el puntapié inicial para que Gaz intente
convencer a otros perdedores como él a animarse a todo. Y será en ese momento
cuando el film no nos hable solamente del desempleo. Sino que será algo más
global. Servirá como un análisis sociológico de la condición del ser humano
ante las adversidades. Y descubrirán otro mundo. Empezarán a notar que ese
mundo patriarcal y machista también está cambiando. Será Gaz quien piense que
los hombres pronto serán desechables, quizás dándose cuenta que su ex mujer es
la que tiene un buen pasar económico gracias a su trabajo y su condición de
mujer independiente. Aflorarán entonces los miedos y también será otro proceso
olvidarse del que dirán. Ellos, quienes veían a los strippers como “maricas”,
serán los que entiendan que primero, tendrán que descontruirse y aceptarse como
son. Tendrán que dejar los complejos de lado. Será entonces cuando esos hombres
que trabajaban en fábricas de acero, esos machos para su propio ideal, se
conviertan en bailarines. Y quedarán solos frente a la multitud, desnudos de
cuerpo y alma, buscando una nueva oportunidad.
Marcelo De Nicola.-
Canción post impresiones
UNIVERSO CATTANEO
Peter Cattaneo nació en Twickenham, Londres el 1 de julio de 1964. Su padre era animador y el estudió arte en el famoso Royal College of Art, de donde salieron directores como los hermanos Tony y Ridley Scott. Se graduó en el año 1989 y un año después obtuvo su primera nominación al Oscar por el cortometraje Dear Rosie. En 1995 dirige el telefilm Amándonos y en 1997 llega su ópera prima The Full Monty, que lo catapultó a la fama. El film fue nominado a 4 premios Oscars, incluyendo Mejor Película, Dirección y Guión y se llevó la estatuilla a mejor banda sonora, en un año que Titanic arrasó llevándose casi todo. Además logró los premios a mejor película en los Globos de Oro, BAFTA, Goya y Premios del Cine Europeo. Un debut soñado. Su segundo film llegó en 2001 y se llamó Lucky Break, esta vez los que se ponen pelucas y salen a bailar, son los presos de Long Rudford. Su tercer film fue Pobby and Dingan, que cuenta la historia de una niña australiana y sus amigos imaginarios.
Siguió en 2008 con el film The Rocker, la historia de un baterista que es echado de su banda y
20 años después intenta volver a los viejos tiempos. Luego se dedicó a dirigir
series para la tv británica como la multipremiada Rev., The A Word, Flack
y también el documental Diana and I
sobre la princesa de Gales. Su último film llegó en 2019 y fue Military Wifes, la historia de esposas
de militares que arman un coro en una base militar, donde esperan a sus maridos
que están en la guerra de Afganistán.
FICHA TÉCNICA
Título original:
The Full Monty
Año: 1997
Duración: 83
min.
País: Reino
Unido
Dirección: Peter
Cattaneo
Guion: Simon
Beaufoy
Música: Anne
Dudley
Fotografía: John
de Borman
Reparto: Robert
Carlyle, Mark Addy, Tom Wilkinson, Lesley Sharp, Paul Barber, William Snape,
Steve Huison, Hugo Speer, Emily Woof, Deirdre Costello, Paul Butterworth, Dave
Hill, Bruce Jones, Vinny Dhillon, Kate Layden, June Broughton, Kate Rutter
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