SINOPSIS
Léo Lauzon es un
niño que vive en un humilde barrio de Montreal, atrapado en una sórdida
existencia. Cada noche intenta evadirse por medio de los recuerdos, los sueños
y su desbordante imaginación, pero la cruda realidad familiar interrumpe
siempre sus fantasías: tiene un padre obsesionado por la salud intestinal de
toda la familia, un hermano culturista que vive preso del miedo, dos hermanas
que padecen trastornos mentales, un abuelo a quien nadie presta demasiada
atención y una madre enorme que domina el microcosmos familiar. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Porque soy un
hombre libre no logran mirarme a los ojos. No me apuran los horarios ni tengo
que responderle a nadie sobre mis actos. Porque duermo donde quiero y con quien
quiero. No me dejo llevar por esa estupidez que juzga dormir con hombres o
mujeres. ¿Para qué? Si solo me interesa su calor. Será miedo o envidia pero más
allá de algún que otro gesto distraído, no quieren verme y si lo hacen procuran
que yo no me dé cuenta. A veces pienso que se debe a una especie de venganza
monoteísta porque si me preguntan a mí, he pasado por todo tipo de iglesias sin
preguntar a que dios tenía rezarle antes de entrar. Si sólo se trata de buscar
un poco de esperanza. Rara vez, algún valiente se atrevió a dirigirse a mí y
fue solamente por reprochar o cuestionar mi hábito de fumador precoz. No pensé
ni pienso contestarles preguntas inquisidoras porque soy una persona educada y
con desconocidos no hablo. Antes hablaba más. Una vez un viejito muy sabio me
contó cosas maravillosas que vivió durante su juventud. Con él si se podía
conversar durante horas. Recuerdo que hablaba y fumaba. Todo el tiempo hablaba
y fumaba y yo jugaba a que el humo eran esas palabras calientes que salían
hirviendo de sabiduría a través de su boca. Si alguna vez quise parecerme a
alguien fue a aquel viejo que estaba prendido fuego por dentro. Hoy solo logro
apagar los cigarrillos de la manera que lo hacía él. Ahora, por lo general, me
dedico a ser un espectador de lujo. Observar y escuchar ocupa gran parte de mis
días. No me interesa hablar con nadie… Siento una pena inmensa por ellos,
quisiera gritarles todo lo que opino sobre su actitud violenta y ruidosa pero
sólo me dedico a gritar hacia dentro. Ya es suficiente con el escandalo
ensordecedor de esta gente. Van y vienen con su caminar atolondrado persiguiendo
como perros el olor de la guita ¡Quisieran ellos comprar el tiempo que me
sobra! Porque soy libre y esa es la razón por la que tengo que pagar con la
indiferencia de los demás. ¿Sabes que pienso que me tienen pura envidia?... No.
No puedo decirte esto y sé que en 5 minutos viene tu colectivo. Pero estoy
segurísimo que algún día te voy a contar todo de mí.
Estoy dispuesto a contarte
mi vida. Ahora tengo que dejarte, porque la noche cae en cualquier momento y el
frio va a tratar de abrirme la piel con la confianza de un cuchillo recién
afilado. Tengo que escapar mientras engaño el hambre con humo, escapar hacia el
calor de otro cuerpo olvidado igual que el mío y quizás, mañana, zafo de los
mocos. Tengo que buscar el techo de un negocio o el asilo de alguna iglesia que
me aseguren dormir tranquilo, cerrar los ojos y en mis sueños ponerle imagen a
este escudo forjado con el hierro más duro de las excusas, excusas que trato de
imponerme como escapatoria al frio, el hambre y la soledad. Irme y dormirme pronto
para poder soñar. Porque en los sueños vos te das vuelta, me miras a los ojos y
me preguntas si necesito algo, y mientras te dirigís a mí, siento tu perfume
que huele como la axila de Dios. Y entonces te contesto que no, gracias. Que ya
lo tengo todo ahora que estamos acá. Que creía que solamente contaba con la
inclemencia del tiempo y mis sueños. El argumento de mi fortuna. Mi maldita
fortuna que solo son horas arrojadas a la siembras de los sueños para
recogerlos y olvidarlos. No distingo a quien le hablo, si a mí, a vos, o algo
me está hablando. No sé si existís vos y el colectivo que en 4 minutos te va a llevar al mismo lugar que te
lleva cada día. Ya no sé si soy una persona o un sueño. No sé si despertar de
esta pesadilla o dormirme para siempre. Si al menos conocieras el refugio que
construí en mis sueños. Si supieras que lo más cercano a un sueño que tengo
mientras permanezco despierto son estos quince minutos a tu lado, esperando
juntos el colectivo mientras te cuento mi vida y reímos hasta que llega,
puntual como nadie más en esta ciudad, ese maldito colectivo. Ahí viene. No te
preocupes por mí y anda. Hasta mañana. Cuidate… El chico exhaló aire caliente
sobre sus manos en forma de copa y luego las frotó contra su desgarbado
pantalón, se levantó, agarró sus pertenencias y siguió caminando bajo la fría
noche que acechaba con más fuerza que la noche anterior. Ella, otro día más,
soltó las monedas dentro de su campera, afirmó los auriculares sobre sus oídos
y subió al colectivo con vergüenza de mirar hacia atrás.
Alan
Beneitez.
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE LEOLO
Más de una vez
hemos charlado en este mismo foro sobre la escritura, sobre aquello que sucede
cuando mezclamos delicadamente unas pizcas de palabras con otro poco de ideas y
sensaciones. Hay algo mágico sin dudas que surge del resultado de aquella fórmula.
Hay algo movilizador que conecta y genera empatía con nosotros en aquella
comunión. Hemos llamado amigo (y seguramente lo seguiremos haciendo) a Bukowski al irnos de bares con Hank. Hemos jurado descubrir los
lánguidos movimientos de Julio en el
desenvolvimiento de Oliverio cuando
tomamos Rayuela y jamás pudimos
dejarlo. Hemos sentido una compasión infinita por Kafka al sentir la indiferencia y hostilidad del mundo sobre
nuestros hombros al igual que Gregorio.
Pero ¿y si todo fue un error? ¿Y si en realidad cuanto más leemos más nos
alejamos del que escribe? La escritura, queridos amigos y amigas, es la
destrucción de todo origen, ¿Cómo entonces podemos creer descubrir cierto
pensamiento de Dostoievski en las
manos ensangrentadas del joven Raskolnikov?
En el acto propio de escribir caerá finalmente toda identidad, comenzando por
la propia identidad del cuerpo que escribe. Roland Barthes plantea en el año 1968 en un texto de nombre
homónimo la muerte del autor. Allí se argumenta que el autor es un personaje
moderno, creado por la sociedad que al salir de la Edad Media descubre el
prestigio de la persona humana.
A partir de allí, el autor tomará un papel
primario y será él mismo la explicación de su obra. Dirá la critica que la obra
de Baudelaire es el fracaso de Baudelaire como hombre. Mallarmé alguna vez definió que
escribir consiste en alcanzar, a través de una previa impersonalidad, ese punto
en el cuál solo el lenguaje actúa, “performa” escribirá parafraseando a Chomsky, y no yo. Lingüísticamente, el
autor nunca es nada más que el que escribe, del mismo modo que yo no es otra
cosa sino el que dice yo, el lenguaje conoce un sujeto, no una persona y ese
sujeto se fundamenta y define en su propia enunciación. Es por esto que no
existe otro tiempo que el de la enunciación, todo texto está escrito aquí y
ahora. Hoy en día sabemos que ninguna escritura es original. Que todo texto
está construido por un espacio de múltiples dimensiones derivado del
entretenido pluricultural heredado. Pasiones, deseos, sentimientos que son
palabras explicadas por otras palabras. Darle a un texto un autor, escribirá
Barthes es darle un significado último, es cerrar la escritura. Pero hay un
lugar donde confluyen aquellas escrituras múltiples que conforman el texto, y
ese lugar no es el autor sino el lector. En él se inscribirán todas las citas
que constituyen una escritura. La unidad del texto no está en su origen sino en
su destino.
El lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología,
no puede ser jamás un personaje, sino aquel donde se reúnen todas las huellas
que constituyen el escrito. Y será este uno de los roles controversiales dentro
del film Leolo. El film relatará la
historia de un niño que padece una construcción familiar enferma y para huir de
todo aquello escribe. Escribe todo compulsivamente, narra lo vivido, narra sus
sensaciones, sus miedos. Allí el autor. La película estará estructurada de
manera no lineal y recurrirá a la herramienta de la voz en off, que alternará
con la voz over, para avanzar en el relato y para dar a conocer los escritos
del protagonista, el joven Leolo. Allí, entonces, el lector. Porque yo sueño,
yo no lo estoy, repetirá el joven a manera de autoconvencimiento, a manera de
grito desesperado entre las tinieblas de la locura. El sueño será su refugio,
su obra, su texto. La película estará narrada, o eso es lo que entenderemos en
el primer visionado, desde el punto de vista de Leolo. Jugando un poco con las
ideas, y allí entra Barthes, comprenderemos tal vez que el punto de vista
narrativo de la obra es otro, uno muy distinto. Debo admitir que al finalizar
el metraje, creí descubrir un error en el armado de los personajes,
puntualmente en el que el guionista nombra como el cazador. Había allí un
hombre sin historia, sin biografía y sin psicología que competía por su peso en
el relato con el protagonista, del cual todo sabíamos. Leolo, el autor de los
escritos se enfrentaba al lector, el cazador de ideas. ¿A través de quien
entonces estábamos recibiendo lo narrado? En nacimiento del lector se paga
siempre con la muerte del autor.
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
UNIVERSO LAUZON
Jean-Claude
Lauzon nació el 29 de septiembre de 1953 en Montréal, Canadá. Luego de la
escuela secundaria decidió estudiar cine en la Universidad de Québec en
Montréal a instancias de Andre Petrowski,
miembro del National Film Board de Canadá. Su primera vez detrás de cámara fue
con un cortometraje llamado Piwi. Su primer largo llegó en 1987 y se tituló en francés
Un zoo la nuit, la historia de un
joven que sale de la cárcel y quiere recuperar las relaciones con su novia y
con su padre, pero dos policías corruptos lo empiezan a perseguir por un tema
de drogas que guardó antes de su detención. Ganó 13 de los 14 premios de la Academia canadiense y empezó a ser reconocido en su país. Con su
segundo film Léolo, su nombre le dio
fama internacional, donde fue nominado en Cannes a la Palma de Oro y logró la
Espiga de Oro en el Festival de Valladolid. Estaba preparando su tercera
película cuando murió, junto con su novia, la actriz canadiense Marie-Soleil
Tougas, en un accidente aéreo. El 10 de agosto de 1997, el Cessna 180K
que pilotaba voló a una montaña con fuertes vientos y lluvias cerca de Kuujjuaq
, Quebec, cuando regresaba de un viaje de pesca. Así, a los 43 años, se apagó
la vida de uno de los directores más prometedores de Canadá.
FICHA TÉCNICA
Título original: Léolo
Año: 1992
Duración: 107
min.
País: Canadá
Dirección: Jean-Claude
Lauzon
Guion: Jean-Claude
Lauzon
Música: Richard
Gregoire
Fotografía: Guy
Dufaux
Reparto: Maxime
Collin, Gilbert Sicotte, Ginette Reno, Julien Guiomar, Giuditta Del Vecchio,
Denys Arcand, Pierre Bourgault, Andrée Lachapelle, Yves Montmarquette, Lorne
Brass, Roland Blouin, Geneviève Samson, Marie-Hélène Montpetit, Francis St-Onge.
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