EDITORIAL
Fue una mañana fría de lluvia, la neblina anunciaba el
final de la historia, aunque muchos querían negarlo. Los noventa arrasaban con
todo mientras la pizza y el champagne sostenían ilusiones de chabacanería
barata. Casi todo el pueblo estaba en la estación. La semana se había hecho
larga, la espera también, pero nadie quería que llegara el día. Se escuchó un
ruido a lo lejos y de pronto la locomotora empezó a aparecer con timidez. El
freno de las ruedas y el chirrido de las mismas hicieron rechinar más los
dientes. La voz de la estación anunció por última vez el destino. Las pieles se
erizaron porque esos rieles guardaban un montón de historias.
Un par de abrazos, algún que otro grito y tristes
lágrimas fueron testigos del momento. El tren zarpó por última vez. La lluvia
golpeó con más fuerza sobre los viejos tinglados, mientras los truenos
musicalizaban la despedida. Algún que otro viejo puteó a los políticos de
turno, que dictaminaron el punto final. El fuerte bocinazo se convirtió en el
último saludo.
Los días empezaron a pasar cada vez más lentamente. Con
el correr de los meses, el pasto empezó a crecer hasta tapar las vías, que
parecían extinguirse de a poco. Se empezó a hacer carne esa vieja frase que
dictaminaba con absoluta sinceridad, que cada ramal que cierra, es un pueblo
que se muere.
Los viejos ferrocarriles eran los encargados de llevar
a la gente que trabajaba en las distintas fábricas y que gracias a la
tranquilidad, se quedaban a vivir allí. También oficiaban de servicios de ayuda
para combatir enfermedades o epidemias, pero a las autoridades, poco les
importó. Los largos trenes de carga, también servían como peligroso juego de
niños, cuando ellos se subían para ver que llevaban en cada vagón.
El final del tren conllevó, tiempo después, en el cierre
de fábricas. Los obreros tuvieron que irse a pueblos más grandes o directamente
a ciudades para poder seguir llenando la olla. El pueblo, derruido, fue
muriendo de a poco. Sólo algunos viejos se quedaron a combatir la esperanza en
medio de tanta soledad.
Una década después, vagaban por las vías los perros sin
dueños, que se quedaban sin hogar cuando sus antiguos amos morían. Los jóvenes
ya eran mayores y cada tanto volvían al lugar de su infancia, pero las miradas
se perdían al no encontrar a casi nadie. La eterna voz de la estación dejó de
anunciar destinos, para gritar nombres incomprensibles cuando recorría el
poblado. Hasta los suicidas se quedaron sin sueños y tuvieron que recurrir a
nuevas ideas.
Ya habían pasado veinte años de aquel bocinazo, las
personas que divagan como fantasmas se cuentan con los dedos de las manos. La
pareja de ancianos casi no habla, sólo se escucha el ruido del sorbo de cada
mate. Un viejo cuadro ya amarillento cuelga de la pared descascarada. En ella
están ellos de jóvenes, subiendo al tren para la luna de miel. En una de esas
formaciones se encontraron para ir a trabajar a una fábrica. Ahí nació un amor
que supera los cincuenta años. Por esas vías pasaron sus vidas, sus amores, sus
peleas y hasta sus ilusiones. Allí es donde una vez se comprometieron a
quedarse para siempre. Hoy siguen mirando a la estación para volver a sentir
esa pasión perdida, quizás con la esperanza de ver bajar a jóvenes que, como
ellos alguna vez, le dieron vida al pueblo, como aquellos extraños que llegaban
en un tren…
Marcelo De Nicola.-
Canción post editorial
Varios artistas le cantaron a los trenes, abajo, algunos de ellos
FICHA TÉCNICA
Título original: Strangers on a
Train
Año: 1951
Duración: 101 min.
País: Estados Unidos
Director: Alfred Hitchcock
Guión: Raymond Chandler, Czenzi
Ormonde (Novela: Patricia Highsmith)
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Robert Burks
(B&W)
Reparto: Farley Granger, Ruth
Roman, Robert Walker, Leo G. Carroll,
Patricia Hitchcock, Howard St.
John, Laura Elliott, Marion Lorne
SINOPSIS
Durante un viaje en tren, Guy, un joven campeón de
tenis (Farley Granger), es abordado por Bruno (Walker), un joven que conoce su
vida y milagros a través de la prensa y que, inesperadamente, le propone un
doble asesinato, pero intercambiando las víctimas con el fin de garantizarse
recíprocamente la impunidad. Así podrían resolver sus respectivos problemas: él
suprimiría a la mujer de Guy (que no quiere concederle el divorcio) y, a
cambio, Guy debería asesinar al padre de Bruno para que éste pudiera heredar
una gran fortuna y vivir a su aire.
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