Programa
43 (03-02-2014)
EDITORIAL
Rolex,
Armani, Versace, autos de lujo. Mujeres con carteras Louis Voutton, gente de la más alta alcurnia de la sociedad…
gente bien que le dicen. Personajes del jet set, modelos y empresarios. Todos llegaban
poco a poco a la primera reunión que organizaba en mi casa. Pensaba: esta va a
ser una noche histórica.
Deliciosos
manjares habitaban la cocina, embelesada por chefs dispuestos a dejar sobre
nuestros estómagos un maremoto de ricos sabores. Una música tenue, con aires de
los suburbios neoyorquinos le terminaba de dar forma a la velada.
Como
generalmente sucede en este tipo de eventos, la gente se dispersaba en grupos,
de a poco se empezaban a ver alguna que otra mirada por arriba de los hombros,
sádicamente envidiosa.
La
gala iba por carriles normales, mientras algunos disfrutaban de la entrada,
otros ya bebían sus primeros sorbos de un exquisito vino, dando detalles de sus
acuerdos empresariales, viajes por el mundo, y hasta sus últimas conquistas
amorosas.
Fueron
pasando las horas, primero la cena, luego un par de brindis con champagne, y la
luz fue bajando hasta quedar casi a oscuras. En esa tenue oscuridad, el sonar
de la música, cada vez más fuerte, dio paso a la pista de baile. Sí, mi living
parecía el boliche top por excelencia.
Mientras
la gente disfrutaba, me fui hacia un costado, como a lo lejos, pensando que en
realidad esa no era mi fiesta, ni mi gente. Me preguntaba ¿Pertenezco a este
mundo?
Ampliando
la mirada, podía ver a un empresario infiel, cortejando a una joven 20 años
menor, mientras en la otra punta, dos jóvenes muchachas no paraban de
empolvarse la nariz…
En
un momento, alguien me avisó que había una persona afuera preguntando por mí,
pero que tenga cuidado porque no tenía buen aspecto. Cuando llegué a la puerta,
sonreí al ver a un amigo de hace años, con quien crecimos juntos, ya que vivía
en la casa contigua a la mía. Hacía tiempo que con él no tenía contacto, por
cuestiones de agenda.
Apenas
lo hice entrar, pareció que el mundo se detenía en ese instante y todas las
miradas penetraban en mí. Me hice el distraído, mientras mi amigo miró con
sorpresa a los presentes. Sentí como el zumbido de moscas repetían mi nombre,
pero no le dí importancia.
Mientras
charlabamos de la vida, volví a mirar a mí alrededor, notaba sus sonrisas de
copetín, sus diálogos completamente vacíos de sentimientos, sus miradas
indiscretas, sus ojos sin magia.
Me
levanté, pedí atención a los invitados, y decidí, cordialmente, que alguien
alce la copa por esta noche, y se anime a decir unas palabras para la ocasión.
Para mi sorpresa, el primero en levantarse fue la persona que no estaba en mis
planes. Con un vaso de cerveza en mano (el champagne no es para mí, me dijo
minutos antes), se paró en el centro de la escena y empezó su discurso: Quiero
agradecer en nombre del dueño de la casa esta importante velada, veo caras
desdibujadas tras unos rostros perfectos, veo sueños sin realizar, veo sonrisas
de plástico, pero sobre todo, veo oscuridad y un futuro de cartón. Disculpen
estas palabras, no es nada en contra de ustedes, sólo les quería pedir una cosa
más, levante la mano el que sepa el segundo nombre o el de los padres del
organizador…
Mi
cara se transformó, la escena se volvió tragicómica. El ruidoso silencio se
hizo eco en cada parte de la casa. Mi compañero de aventuras se tomó la cerveza
de un sorbo y se hizo paso entre la gente hasta llegar a la puerta. Me hizo dar
cuenta que todas las personas que estaban allí no me conocían, y que yo,
evidentemente, tampoco las conocía a ellas. Que todos se movían por interés. Que
el sol que los perseguía era de un cielo incoloro, que el verdadero sol estaba
en otra parte.
Decidí
entonces levantarme, mirarlos lentamente a todos, uno por uno, a los ojos. Ojos
muertos que se desviaron al verme y empecé a caminar rumbo a la puerta. Debía
agradecerle a mi amigo lo que había hecho por mí, debía de una vez por todas,
tener la humildad de EL HOMBRE DE AL LADO.
Marcelo
De Nicola
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES
SOBRE EL HOMBRE DE AL LADO
El
término “ventana” proviene del latín ventus
(viento), haciendo referencia a la capacidad de ventilación que proporciona.
La ventana es un vano o hueco elevado
sobre el suelo, que se abre en una pared con la finalidad de proporcionar luz y
aire al espacio correspondiente. La carencia de esta apertura, nos remite,
naturalmente, a las antípodas, entiéndase un espacio gobernado por la oscuridad
y carente de oxigeno. Sin luz ni oxigeno, cualquier forma de vida, por nosotros
conocida, estaría destinada, irremediablemente, al deceso, a la muerte, y por
qué no, también al olvido. La ventana, a esta altura objeto casi fundamental
para la existencia, es el disparador del conflicto trabajado por Andrés Duprat,
acertado guionista del film “El hombre de al lado”.
Entendemos
por conflicto al resultado de dos fuerzas opuestas ejercidas por el
protagonista y el antagonista respectivamente, las cuales comparten un mismo
fin y cuya resultante es el movimiento del relato dentro de la curva dramática.
Distinguimos tres tipos de conflicto posibles. El conflicto interno, quizás el más
seductor, dependiendo claramente de la construcción del personaje, ya que el
campo de batalla será la psiquis del carácter. El conflicto con el medio
ambiente, recuérdese en este punto cualquier película de desastres naturales. Y
por ultimo, el conflicto externo, donde el antagonista puede ser otra persona, un
grupo o hasta la sociedad misma. El hombre de al lado, trabajará este
último tipo de conflicto y lo hará de manera inteligente. El disparador será el
intento de Víctor de construir una ventana sobre una medianera. Leonardo,
propietario de la histórica casa Curutchet, diseñada por el mítico arquitecto
Le Corbusier, se negará hasta las ultimas consecuencias. El film se
desarrollara dentro de las convenciones de la comedia, tendrá gags efectivos,
diálogos inteligentes. Contará con una fotografía muy cuidada, con planos celosamente
construidos y perfectamente balanceados que inevitablemente nos harán recordar
al cine de Gustavo Taretto, otro
obsesivo de la composición del plano, otro gran cineasta.
El hombre de al lado
profundizará la problemática generada por la ventana y llevará el conflicto a
un nivel mucho mas profundo. Nos hablará de la frialdad de cierto arte de elite
contemporáneo. De su falta de pasión, nos contará cómo aquel témpano
minimalista navega a la deriva en el mar de sus terminologías y conceptos,
naufragando en un vomito masturbatorio destinado a tristes personajes prototípicos,
gustosos de la vida enlatada, angustiosos seres convencidos de la experiencia
sin marcas ni cicatrices. Entenderemos, no sin angustia, que la pared tapando
la ventana de Víctor es quizás una triste referencia a la distancia que supo
tomar cierto tipo de arte respecto del pueblo, respecto de la gente, porque no
nos olvidemos que el hombre de al lado
también es el prójimo y sin luz ni aire, su existencia se ve claramente
comprometida.
Pero no perdamos la esperanza, estas paredes han existido siempre
y siempre, de alguna forma u otra, también han caído. Las nubes volverán una y
otra vez a taparlo todo con su fría distancia de sombras. Pero no bajaremos los
brazos, seguiremos rasgando nuestras guitarras, sangrando nuestros poemas,
apasionándonos en la oscuridad de la carbonilla de algún dibujo. Seguiremos
creando, con la esperanza de levantar un día la vista y sentir con alegría, que
aquí viene el sol.
Lucas
Itze.-
Canción post análisis
Esperamos, mientras, que salgan al sol
Y le deseamos Larga vida al sol
Y Gustavo quería ser del jet
Y nos fuimos con una dedicación a la gente que se olvida de Lo Artesanal
FICHA
TÉCNICA
Título
original: El hombre de al lado
Año:
2009
Duración:
101 min.
País:
Argentina
Director:
Mariano Cohn, Gastón Duprat
Guión:
Mariano Cohn, Gastón Duprat
Música:
Sergio Pangaro
Fotografía:
Mariano Cohn, Gastón Duprat
Reparto:
Rafael Spregelburd, Daniel Aráoz, Eugenia Alonso, Enrique Gagliesi, Inés
Budassi, Lorenza Acuña, Eugenio Scopel, Debora Zanolli, Bárbara Hang, Ruben
Guzman
Sinopsis
La
película narra un conflicto entre vecinos que parece no tener fin. Una simple
pared medianera puede dividir dos mundos, dos maneras de vestir, de comer, de
vivir. De un lado Leonardo (Rafael Spregelburd), fino y prestigioso diseñador
que vive en una casa realizada por Le Corbusier. Del otro lado Víctor (Daniel
Aráoz), vendedor de coches usados, vulgar, rústico y avasallador. Víctor decide
hacer una ventana para tener más luz, y ahí empieza el problema: cada uno toma
conciencia de la existencia del otro.
Trailer
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