SINOPSIS
Durante la
Segunda Guerra Mundial, dos partisanos soviéticos se apartan del grupo, que
está hambriento, para ir a una pequeña granja a coger provisiones. Pero como
los alemanes han llegado primero, tendrán que seguir recorriendo territorio
ocupado para encontrar otro sitio donde abastecerse. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
El último sorbo de agua casi caliente le bajó por esa garganta seca y desesperada. Sus memorias se deformaban. No sabía si por el paso del tiempo o por el dolor reinante. Unas paredes descascaradas eran testigos del infierno. Blancas, como sábanas. El techo celeste como simulando un cielo hacía más maquiavélico todo. Un escritorio viejo, lleno de papeles y expedientes desordenados, conformaban el cuadro grotesco. Sobre él, descansaban algunas lapiceras, una vieja máquina de escribir y un teléfono que sonaba de tanto en tanto. Ah, un detalle que olvidaba… el cenicero. De bronce, pesado, de los de antes, donde se apoyaba un habano que pedía la muerte a cada instante. Había también un pequeño velador con una luz que titilaba intermitentemente. Como no queriendo ser parte de la secuencia. El olor a humedad quedaba impregnado en la ropa. Había solo tres sillas. Una en cada frente del escritorio (que tenía dos cajones con llaves) y otra que descansaba de forma perpendicular a ellas. Era sorprendente de hecho que las paredes y el techo estén pintados, cuando el piso era solo cemento.
Como si no había tiempo para más. El silencio envolvía todo. Frente a él, en
una de las sillas, estaba su verdugo. Bigotes, aliento a ese habano moribundo y
con su traje de etiqueta. Bien de civil para que no queden dudas. Carraspeó,
dijo algunas palabras que quedarían grabadas en su mente, y apoyó un revólver
sobre esos papeles desparramados. En el medio, insultó a alguien que osó
pasarle un llamado y volvió a lo importante. La mudez lo exasperaba, hasta creo
que lo excitaba. Ni hablar las lágrimas o las gotas de sudor que recorrían la
cara de su víctima. Se paró, se acercó lentamente y le puso el revólver en la
sien. Empezó a gatillar jugando a la ruleta rusa mientras se reía
diabólicamente. Fueron 2 minutos que parecían horas. Volvió a su escritorio,
tomó el teléfono y sólo dijo, efusivamente dos palabras: “Ya cantó”. Uno había
cumplido con su tarea. El otro llevaría tatuada la palabra traidor hasta el fin
de sus días. El escarnio público lo condenaría. La muerte, siempre al acecho, se
disfrazaría de compañera para quitarle los fantasmas que convivieron con él
hasta el final de sus días.
Marcelo
De Nicola.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE LA ASCENSIÓN
Buscar que una ilusión se cumpla, es confundir una ilusión con un pagaré. Las ilusiones están para garantizar la existencia plena del deseo, para mantener aquella pulsión de vida intacta, aquellas ganas de seguir viviendo, nunca para ser logradas o satisfechas. Solo podemos creer, entonces, en aquello que no podemos alcanzar. En aquello que siempre esté instalado en el futuro, en aquello que jamás se haga presente. Después de todo en la incompletitud habita el deseo. ¿Qué haríamos si estuviéramos realizados? ¿Si después de toda una vida de lucha lográramos aquello por lo que batallamos con tanta dedicación, con tanta responsabilidad y con tanto afecto? ¿Qué pasaría con nosotros ante semejante descalabro cósmico? ¿Qué pasaría con nuestro deseo al encontrarse de un momento a otro satisfecho, completo, culminado, resuelto? La respuesta es de tan clara abrumadora, seguiríamos encontrando la falta. Seguiríamos hallando la ausencia, lo incompleto de aquello que creemos el todo. El resultado siempre es el dolor, claro. El dolor, que por otro lado, también debe ser satisfecho. Entendemos que si hay una pulsión de vida a la que alimentar, aquella que nos lleva a conservarnos, a mantenernos vivos, a seguir deseando, también hay una pulsión de muerte que se nutre, principalmente, de nuestro dolor, que goza en nuestra angustia y desea apasionadamente nuestras desesperanzas. El dolor, entonces, es siempre parte de aquello que somos. Por ausencia, por falta, por satisfacer la angustia, el dolor siempre está allí, construyéndonos, delimitando aquello que también somos, aquello que no podemos dejar de ser. Llegará aquel día en que aceptemos nuestras penas como propias, todos nuestros dolores más profundos, y les abramos finalmente la puerta para dejarlas jugar con libertad en el oscuro jardín de nuestra existencia.
Después de todo, el dolor es el registro que tiene nuestra psiquis de que estamos luchando. Es el esfuerzo que hace nuestra mente para ponerse de pie y seguir adelante. Darle amor a aquella parte oscura de nuestro ser, de alguna manera también nos mantiene vivos. Lo que sucede por amor acontece más allá del bien y del mal. Continuar en las condiciones que sea, aquella lucha sin descanso por una patria justa, libre y soberana, aun entendiendo la utopía, la ausencia, la falta eterna, no es otra cosa que amor por aquellos desposeídos, por aquellos que de verdad no pueden. Es entender que el sistema es injusto desde sus bases más primarias, es encontrarnos dando la pelea contra aquel poder establecido, con los dueños de todo esto, con aquellos miserables e invisibles que viven eternamente en la norma. Allí, en la batalla perdida, en el conflicto eterno, no encuentro más que amor. Después de todo, bien sabemos que la paz no es otra cosa que la aceptación del rebaño. Todos los seres humanos llevamos en nuestros hombros la historia de la humanidad, todos llevamos encima el olor de nuestros muertos. Esa es nuestra única esencia, aquello nos construye, nos coloca inevitablemente en una vereda y no en otra, aunque caminemos la vida creyéndonos otra cosa, viviendo otro relato. La sangre, queridos amigos, es para siempre. El film la Ascensión de la directora Larisa Shepitko nos regalará una historia con un puñado de personajes que vivirán el deseo, los ideales, el dolor mismo, de la manera recién expuesta. La película ya desde su título hará una clara referencia al relato cristiano según el cual el Cristo hombre logra ascender de manera espiritual para conectar plenamente con dios padre, es el momento donde su humanidad es tomada por los cielos.
La comunión máxima entre espíritu y cuerpo. Este será el recorrido que también hará Sotnikov, protagonista del relato. Herido por las balas nazis, y con la salud absolutamente deteriorada, Sotnikov seguirá junto a Rybak caminando en busca de comida para llevar al grupo de rebeldes al que pertenecen. Caminarán sobre la nieve imposible, caminarán contra un clima devastador, sostenidos solo por la fe, las ilusiones y sus valores. Serán la militancia y la traición, el cristo elevado y el judas de los treinta denarios. Sotnikov irá comprendiendo a través de su recorrido el sentido de su muerte como el mayor acto de amor jamás realizado, mientras que su compañero hará en un contrapunto dramático excelentemente logrado, el recorrido inverso, aferrándose de manera egoísta a una vida ya sentenciada. Uno vivirá el ahora, buscándose a sí mismo, entregando en un acto militante lo único que tiene, su vida. El otro no dejará jamás de calcular, de especular respecto del futuro, será por eso que el relato utilizará solo con él la herramienta del flashfoward adelantando a modo de hipótesis su devenir. El relato, entonces, romperá su linealidad. La fotografía estará compuesta por una muy lograda escala de grises. Notaremos el uso de la herramienta de cámara en mano para ciertas secuencias, lo que ayudará sustancialmente a incrementar cierta sensación de encierro, de peligro inminente, de sofocación en medio de un agobiante ambiente de nieve imponente e impenetrable. Ayudará el uso de esta herramienta narrativa también a participar al espectador en las sensaciones que los personajes transitan. Generará una comunión en donde sentiremos sus mismos miedos, sentiremos el frio penetrante que los congelará durante toda la cinta, sentiremos el cansancio agobiante que les impedirá seguir adelante. El film continuara con los dos personajes intentando llegar a un lugar inexistente, a un lugar que ya no está. Excelente imagen retórica que nos graficará la naturaleza de toda ilusión, de toda esperanza.
Nuestros héroes serán capturados y allí se verá su
esencia. Uno dirá frente a su torturador nazi: ¿hay algo más importante que el propio pellejo?, y no necesitará
decir más nada. La cinta se llenará entonces de angustia, traición y muerte. La
triste verdad quedará expuesta a nuestra mirada en una sola línea, en un solo
plano: solo los traidores quedan vivos.
Hay un pasaje bíblico de Marcos, relacionado a la ascensión de Jesús, que dice:
Los que no crean se condenaran, y
allí estará nuevamente la ilusión en
juego. La fe como motivo de militancia, la fe ordenando una metafísica que por
definición es puro caos. El amor a una idea que nos incluya, aunque sepamos que
hay un poder mucho más grande y organizado que va a buscar dividirnos siempre.
El amor al otro, a la patria, porque después de todo qué es la patria sino el
lugar donde vamos a buscar el abrazo del otro, el resguardo del otro. Nunca el
odio resolvió nada. Nunca la exclusión fue la solución a ningún problema.
Cuidado, y lo repetimos nuevamente y lo seguiremos haciendo todas las veces que
haga falta: el fascismo nunca fue un juego.
Lucas Itze.-
Canción sobre
impresiones
UNIVERSO SHEPITKO
Larisa Shepitko nació en Artemovsk, Ucrania, URSS el 6 de enero de 1938. Fue criada por su madre, una maestra de escuela. Su padre, un oficial persa, se divorció de la madre de Shepitko y abandonó a la familia siendo Shepitko aún muy joven, cosa que nunca le llegó a perdonar. Recordaba: "Mi padre luchó durante toda la guerra. Para mí, la guerra fue una de las primeras impresiones más poderosas. Recuerdo la sensación de una vida trastornada, de una familia separada. Recuerdo el hambre y cómo nuestra madre y nosotros, los tres hermanos, éramos evacuados. La impresión de una calamidad global ciertamente dejó una marca en mi mente de niña." No es de extrañar, pues, que la obra de Shepitko a menudo trate acerca de la soledad y la sensación de aislamiento. En 1954, Sheptiko se graduó del instituto en Lviv. Se mudó a Moscú con 16 años, donde estudió en el Instituto Gerásimov de Cinematografía (VGIK). Allí fue alumna de Aleksandr Dovzhenko durante 18 meses, hasta la muerte de éste en 1956. Shepitko se refería a él como "mi mentor" y adoptó su lema: "Hay que abordar cada película como si fuera la última". Shepitko se graduó de la VGIK en 1963, con un diploma de honor por su primer largometraje de ficción Calor (Znoi o Heat), que realizó con tan solo 22 años. Esta película cuenta la historia de una nueva comunidad agrícola en Asia Central de mediados de los años 50. Fue rodada en Kirguizistan y era la adaptación de una famosa novela titulada Ojo de camello, de Chingiz Aitmatov. Calor ganó el Simposio Grand Prix ex aequo en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary en 1964, así como otro premio en el All-Union Film Festival en Leningrado. Durante la fase de edición de Calor, Shepitko trabajó con Elem Klímov, quien también era un estudiante del VGIK en ese momento. Klímov le propuso matrimonio a Shepitko, pero esta lo rechazó; Shepitko tan solo aceptó su propuesta cuando aquel le prometió que no trataría de influenciar su obra. Y así, en 1963, Klímov y Shepitko se casaron y en 1973 tuvieron un hijo, Anton. Klímov, Shepitko y Andrei Tarkovsky estuvieron al frente de la "nueva ola" rusa que floreció bajo el mandato de Nikita Khrushchev antes de la toma de decisiones drásticas en lo relativo a lo cultural en 1967-8. En 1966 Shepitko rodó su controvertido segundo largometraje Alas. Retrato de la famosa piloto de la aviación soviética en la Segunda Guerra Mundial, Nadezhda Petrovna. La obra se centra en su vida después de la guerra, y sus dificultades para hacer frente a la vida cotidiana como un personaje anónimo, incapaz de olvidar su pasado y de aceptar una vida tranquila lejos de sus tiempos de fama y acción. Una dirección de fotografía excepcional, una trama realista y una interpretación estelar por parte de la actriz protagonista Maya Bulgakova hacen de Alas una película extraordinaria, que constituyó la carta de presentación de Shepitko al mundo y que le supuso sus primeros problemas con las autoridades soviéticas. En 1967, Shepitko rodó la segunda de las tres historias que finalmente compusieron El comienzo de una era desconocida (Nachalo nevedomogo veka). Titulada Homeland Electricity (Rodina Elektrichevstva), trataba acerca de un joven ingeniero que trae la electricidad a un pueblo empobrecido. El relato estaba basado en la historia de Andrey Platonov, cuya narrativa describía la "causa común" de la construcción comunista de forma ambigua, lo que probablemente conllevó la toma de medidas al respecto por parte de las autoridades soviéticas. Este proyecto estaba destinado a la conmemoración del 50º aniversario de la Revolución de Octubre. Se concibió originalmente como un conjunto de cuatro episodios, pero tan solo llegaron a rodarse tres, dirigidos por Andrei Smirnov, Larisa Shepitko y Genrikh Gabay. No obstante, una vez terminados, fueron archivados por la censura alegando que la representación de los bolcheviques era negativa. No se hicieron públicos hasta 20 años después, durante la perestroika. Asimismo, no se conserva ningún negativo original y únicamente se conservan copias de dos de ellos, el de Smirnov y el de Shepitko. El episodio que rodó Gabay aún no se ha encontrado. En 1969, Shepitko rodó su primera película en color, un musical con toques de fantasía para la televisión titulado en inglés In the 13th hour of the night (V trinadtsatom chasu nochi). Se trataba de un revue de Año Nuevo, protagonizado por Vladimir Basov, Georgy Vitsin, Zinovy Gerdt, Spartak Mishulin y Anatoly Papanov. Tras un cortometraje que no llegó a ver la luz y un breve período de trabajo en la televisión, en 1971 Shepitko dirigió su único largometraje rodado en Technicolor Tú y yo, un relato existencial de desilusión con el comunismo y ambientada en la URSS contemporánea, que algunos consideran un trabajo menor y etiquetan como un "convencional melodrama", debido a los problemas que Alas le supuso y a la supuesta adopción de un tono menos crítico o subversivo para satisfacer a las autoridades soviéticas. Tú y yo tiene como a protagonistas a dos cirujanos con diferentes nociones del éxito y la realización. A través de una narrativa experimental no lineal, Shepitko cuenta una historia profundamente personal de la intelectualidad soviética de la época. Tú y yo tuvo una acogida favorable en el Festival de Venecia, pero no contó con mucho público en la URSS. La película esta referenciada como una "obra maestra" en el primer capítulo de la serie Women Make Film señalando que apenas se ha visto.
La
censura soviética fue muy estricta con los anteriores trabajos de la cineasta
rusa, lo que la obligó a reflexionar sobre su siguiente proyecto. Pese a las
adversidades, su irreverente sentido artístico la llevó a producir su magnum
opus: La ascensión (1977), el último
filme que Shepitko terminó en vida. Esta película le mereció un gran
reconocimiento tanto a nivel nacional - temáticamente estaba muy en línea con
el característico orgullo nacionalista ruso - como a nivel internacional,
reconocimiento que se materializó en la recepción del Oso de Oro en la 27ª
edición del Festival Internacional de Cine de Berlín en 1977, el segundo que se
otorgaba a una mujer; la primera en recibir este honor fue la húngara Márta Mészáros en 1975. De
hecho, en la URSS se trató La ascensión como una obra maestra y, como ocurrió
con Andrei Rublev de Andrei Tarkovsky,
las autoridades soviéticas prohibieron su exportación. A Shepitko le preocupaba
profundamente la muerte. Era muy supersticiosa y quiso que le echaran las
cartas en Bulgaria en 1978. Inmediatamente después llevó a una de sus amigas a
una iglesia cercana y le hizo jurar que, si algo le ocurriera a ella o a Elem,
su marido, ella cuidaría de su hijo, Anton. A los pocos meses, el 2 de julio de
1979, la carrera de Shepitko quedó truncada al morir en un accidente de coche
en una autopista cercana a la ciudad de Tver junto a cinco miembros del equipo
técnico mientras buscaban localizaciones para Adiós a Matiora. Tenía 41 años. La comunidad del cine soviético
quedó desconcertada. Andrei Tarkovsky escribió en su diario: "Larisa
Shepitko ha sido enterrada, así como cinco integrantes de su equipo. Un
accidente de coche. Todos murieron al instante. Fue tan repentino que no se
encontró adrenalina en la sangre de ninguno". Adiós a Matiora,
película basada en la novela homónima de Valentín Rasputin, iba a convertirse
en el quinto largometraje de la directora. Su esposo, el cineasta Elem Klímov, tomó las riendas del
proyecto tras la muerte de Shepitko y lo planteó como un homenaje a la obra de
su esposa. Adiós a Matiora (1983) se
convirtió en una de las obras clave del cine soviético de la perestroika impulsada
por Mijaíl Gorbachov. No obstante,
la crítica afirmó que "el producto final carecía de la visión
única y personal de Shepitko, que se trataba, obviamente, de un punto de vista
que no podía replicarse". Además, Klímov dirigió un emotivo
documental de 25 minutos en memoria de Shepitko, que tituló sencillamente Larisa (1980). Larisa Shepitko fue
rápidamente borrada de la memoria colectiva. Sus películas, hasta hace poco,
eran desconocidas incluso para el cinéfilo más experto y no habían sido
restauradas ni homenajeadas. Klímov, de hecho, murió en 2003 sin haber
conseguido que fuese reconocida por la Rusia de Putin como el talento artístico
y cinematográfico que fue. En 2004, el Festival Internacional de Cine de Leeds,
en colaboración con la Soviet Export Film, organizó una retrospectiva de toda
su filmografía, incluyendo Adiós a Matiora. Asimismo, en 2015, el Instituto
Lumière de Lyon le dedicó una retrospectiva completa en su sección dedicada a
Mujeres Cineastas.
FICHA TÉCNICA
Título original: Voskhozhdeniye
(The Ascent)
Año: 1977
Duración: 111 min.
País: Unión
Soviética (URSS)
Dirección: Larisa
Shepitko
Guion: Yuri
Klepikov, Larisa Shepitko. Novela: Vasili Bykov
Música: Alfred
Shnitke
Fotografía:
Vladimir Chukhnov, Pavel Lebeshev
Reparto: Boris
Plotnikov, Vladimir Gostyukhin, Sergei Yakovlev, Viktoriya Goldentul, Lyudmila
Polyakova, Mariya Vinogradova, Mikhail Selyutin, Leonid Yukhin, Vasili Kravtsov
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