SINOPSIS
Veronica y Boris son dos enamorados de Moscú que se
ven obligados a separarse cuando estalla la Segunda Guerra Mundial y Boris es
reclutado como soldado para ir al frente a luchar. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Si prestamos atención al inicio de la Quinta Sinfonía en do menor de Ludwig Van Beethoven, nos encontraremos con una maravillosa curiosidad. Aquella sinfonía tan conocida para cualquiera de nosotros, con aquel motivo de cuatro notas, tres cortas y una larga, comienza inesperadamente, con un silencio. El maestro da inicio a sus músicos con una mano, pero con la otra sostiene el tiempo en un mutismo que se carga de pasión, de fuerza desmesurada, de violencia disruptiva, de espera emancipada. El propio Ludwig decía que jamás se debe romper un silencio si no es para mejorarlo, y vaya si lo hizo. Hay en aquel comienzo una suerte de esperanza. Hay en la tensión generada por las miradas entre el maestro y sus músicos, entre el público ambicioso y aquello que esta por suceder, aquello inevitable que está tomando forma en el escenario en un idioma desconocido, carente de todo, menos de tensión dramática. Hay allí, una posibilidad. Hay, en aquel lugar sacro, una idea proyectada donde lo único que hay en realidad es nada, silencio, ausencia pura de sonido. Luego, como en un orgasmo único, llegaran las notas con salvajismo, con precisión, con estremecedor virtuosismo. Pero allí, claro, todo habrá cambiado. Comenzará en ese mismo instante otro idioma, otro diálogo. Hablaran otras palabras, será una charla más justa, más clara, más corta quizás. Nos daremos cuenta allí, que la esperanza no es un pagaré. La esperanza que cada persona construye en aquel silencio, quizás nada tenga que ver con la propuesta de Beethoven. Pero allí estará su resolución, que rápidamente nos llevará a otros sitios, y como buen narrador que era, aceptaremos el pacto ficcional por él creado y viajaremos sin ningún problema a través de su curva dramática.
La esperanza, entonces está situada en
un futuro que nunca llegará. De llegar, de realizarse, no se llamaría
esperanza, sino paciencia. En la esperanza está la proyección de una fantasía, jamás
la espera fehaciente de una realización. Por otro lado, podemos pensar también en
la otra cara de la esperanza, que no es otra que el aburrimiento. El aburrimiento se instala también en el futuro. Aburrirse no es otra cosa
que perder toda perspectiva de que algo más allá de este presente vaya a
cambiar. Estar atravesados por el tiempo bajo esas circunstancias, hace de la
existencia un hecho insoportable, espantoso y doloroso. Arthur Schöpenahuer,
escribió por ahí que El
aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita. Esto
prueba que nuestra existencia es tanto más feliz cuanto menos lo sentimos, de
donde se deduce que mejor valdría verse libre de ella”. Una vida sin
ninguna esperanza es una vida entregada al dolor del tiempo. Es una vida
entregada al sufrimiento de la existencia entre dos nadas. La nada sugerida por
aquel futuro que nunca vendrá, que jamás sucederá y esa otra nada que es el
pasado, aquel relato colmado de fantasmas y sombras indescifrables. Nuestro
presente, es el choque angustioso entre esas dos nadas, nuestro ser de aquí y
ahora, se levanta ante esas dos ausencias. La esperanza siempre es un gran
consuelo, un ensayo del futuro. Vivir sin esperanza es extirpar definitivamente
de nuestras vidas a la sorpresa. Es aceptar la contingencia, la terrible idea
de que las cosas no pueden ser de otra manera, es aceptar su naturalidad, el
terrible absoluto contra el cual luchamos incansablemente para ser mejores.
Sobre la esperanza es donde esos tipos tienen apuntadas sus armas. Sobre la
esperanza es el recorte, es el ajuste, es el sinceramiento, es la modernización
que ellos proponen. Atacar la esperanza es someter el estado de ánimo y ese es
el último de los secuestros. Contra esos tipos es que luchamos.
Lucas Itze.-
Canción elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE PASARON
LAS GRULLAS
Ellas están ahí. Aprovechan la inmensidad del mundo para extender sus alas y llegar a donde los humanos no llegamos por nuestros propios medios. De repente, sus vuelos agraciados y libres se poblaron por demás. Sus coreografías aéreas se deformaron al son de los balazos. Primero fueron los aviones los que contaminaron los paisajes. Y luego, llegaron las guerras por aire, mar y tierra para terminar de arruinar todo. Ellas sin embargo seguían allí. Volando. Pero cuando no lo hacían, significaba que algo estaba por pasar. En la tierra, mientras tanto, la angustia se volvía moneda corriente. Aquí no se podía volar y entonces había que correr de un lado a otro. Esconderse, como los delincuentes. La guerra destruye todo. Empieza por los que van al frente, siempre jóvenes soldados llenos de ilusión, pensando que todo es un juego. Allá se darán cuenta que no. Pero nunca se habla de la otra parte destruida… la que se queda. Padres, madres, abuelos, enamorados, amigos… todos velan cada día y noche por noticias que tardan en llegar, si es que algún día lo hacen. La angustia es el sentimiento que predomina. Los ojos no se cierran buscando no soñar una muerte temprana. La falta de información ayuda a que la tristeza sea inabarcable. La guerra y el cine se unieron desde el inicio de los tiempos. Para Julio Cabrera el cine funciona como campo experiencial, donde nosotros a través de las actuaciones y los problemas planteados por los directores y actores, podemos sentirnos identificados y vivir en carne propia los avatares y particularidades que transitan los personajes de cada película. Llevar la guerra, o las guerras, al cine, es un proceso harto complicado, porque solo los que estuvieron allí, podrán dictaminar sus sentimientos y, así y todo, traspasarlo a una pantalla no es lo mismo.
Sin embargo, hay otros procesos durante las guerras que son de los que venimos hablando anteriormente. Mikhail Kalatozov toma esas palabras de Cabrera para invitarnos a ese infierno que está viviendo Verónica, la protagonista de Pasaron las grullas (también llamada Cuando vuelan las cigüeñas). La identificación y las vivencias casi en carne propia de ella y de todo su círculo son transmitidas con gran acierto. La película manejará la idea de circularidad todo el tiempo. Su comienzo y su final serán casi idénticos. Todo empieza y todo termina en el mismo lugar. Las aves volando son esas dos partes del todo. El film está basado en una obra de teatro de Viktor Rozov, guionista también del mismo. Este contará la historia de amor de los jóvenes Veronica y Boris, historia que se quedará en pausa por la llegada de Segunda Guerra Mundial y la idea de Boris de ir a pelear al frente de batalla. El director utilizará técnicas muy novedosas para la época, año 1957, y para muchos fue predecesora de la fantástica oleada de la Nouvelle Vague francesa. Beberá del expresionismo alemán por la angulación de sus planos torcidos, los espacios oscuros y sombríos, que formará una perfecta fotografía en blanco y negro, combinando muy bien con los rostros de los personajes más iluminados en unos primeros planos notables, remarcando las miradas de los protagonistas y la música in crescendo. Habrá asombrosos travellings y la cámara se meterá entre las multitudes. Será una más y seguirá incansablemente a Verónica, amará, padecerá, resistirá, será siempre parte de ella. Sufriremos entre ese mundo de gente cuando Boris y Verónica no se encuentren antes de su partida a la guerra y también con esa impaciencia en la estación cuando vuelven los soldados entre el júbilo externo. Habrá primeros planos donde no se necesitará más nada, ni siquiera palabras, para entender el desconsuelo de la protagonista, y también de los otros que se quedaron en Moscú o en Siberia, a donde fueron a ayudar a los enfermos.
Con la ayuda de la grúa, habrá planos picados, contrapicados y planos
generales con profundidad de campo realmente poéticos y también algunas escenas
que se transformaron en historia. Como ver a Verónica subiendo velozmente las
escaleras de su edificio destruido por una bomba para tratar de encontrar a sus
padres, en una secuencia maravillosamente rodada. O el montaje creado entre dos
visiones de Boris luego de recibir un disparo, entre el cielo y los árboles,
mezclado con ese sueño del casamiento con su amada. Será un gran trabajo no
sólo de edición sino también a nivel escenografía y coreografía, con escenas
donde la cámara pasa entre decenas de personas, como si nosotros estuviésemos
ahí mismo. La iluminación y el sonido también estarán a la altura. La cara y
los gestos de Verónica nos trasladarán a esa angustia que corroe el alma, diría
nuestro amigo Fassbinder. Nos mostrará la otra parte de la guerra, los que
sufren y también los que se aprovechan gracias a ella, utilizando sus más
nauseabundas armas. Ella no perderá la esperanza y seguirá viviendo por ese
amor perdido que se niega a ser olvidado. El círculo se cerrará y las aves
entonces volverán a volar, para demostrar que aún en el dolor más grande e inimaginable,
quedará un poco de esperanza de una forma más poética. Esa esperanza que tendrá que
salvar a esa media Verónica que seguirá su lucha hasta el final de sus días.
Marcelo
De Nicola.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO KALATOZOV
Nace el 28 de diciembre de 1903 en Tbilisi, Georgia. Nacido en una noble familia georgiana que se remontaba al siglo XIII, uno de sus tíos fue general del ejército ruso y otro uno de los fundadores de la Universidad de Tbilisi, y tras estudiar Económicas tuvo todo tipo de trabajos hasta que decidió dedicarse al cine, primero como actor y luego como director de fotografía. Tras estudiar en el Instituto Estatal Ruso de Arte Dramático se convirtió en jefe del Estudio Kartuli Pilmi, tras lo cual formó parte del Comité Estatal Soviético de Cinematografía, trasladándose a Leningrado para trabajar como director de cine en los Estudios Lenin. En 1923, Mijaíl Kalatózov comienza su carrera como montador y cámara. Intervino en varias películas rodadas en georgiano, en algunas como actor (como en Tariel Mklavadzis mkvlelobis saqme, dirigida por Ivan Perestiani en 1925), y en otras como guionista (entre ellas, Giuli, una versión adaptada del clásico de William Shakespeare Romeo y Julieta dirigida en 1927 por Nikoloz Shengeláya). Tras "Abrid los ojos" (1928), su primer largometraje, rueda "Sal para Svanetia" (1930), un documental sobre una atrasada región de Rusia, que marcará su primera mirada a los inicios del socialismo. Si bien la influencia de los grandes directores contemporáneos es evidente en su trabajo, ésta no oculta la originalidad de Kalatozov. En el tema de la grandeza y la servidumbre militar de "Un clavo en la bota" (1932), descubrimos su fértil imaginación y su gusto por el romanticismo. Durante varios años, Kalatozov es director de los estudios de Tbilisi, ciudad que en ese momento es uno de los centros de la revolución cultural, donde poetas, pintores y actores impregnados de la cultura occidental innovan apasionadamente.
A continuación, se traslada a Leningrado para dirigir "Coraje" (1939), una historia
que exalta las virtudes de los aviadores, y "Valéri Tchkalov" (1941), retrato del autor de un ataque
aéreo intercontinental. En 1943 dirige junto a Guerasimov "Los invencibles", un homenaje a los defensores de
Leningrado. En 1950, dirige "El
complot de los condenados", un himno a la victoria de las fuerzas
progresistas en las democracias populares. Con "Tres hombres sobre una balsa" (1954) cambia
drásticamente de registro, abordando el género de la comedia ligera, sobre tres
amigos que se encuentran varios años después. Volverá a tratar temas más serios
en “El primer convoy" (1956),
sobre el arrasamiento de las tierras vírgenes, y "Torbellinos hostiles" (1956), sobre Felix Dzejinski,
figura de la Tcheka. En 1958, obtiene la Palma de Oro en Cannes con "Pasaron las grullas",
recuperando el resplandeciente romanticismo de "Sal para Svanetia".
Esa película es el mayor testimonio del renacer soviético y sitúa las
peripecias de un amor desgraciado sobre el fondo de la guerra. El largometraje
descubre asimismo a dos actores de primera fila, Tatiana Samoilova y Aleksei
Balatov, así como a un brillante cámara, Sergei Urusevski, cuyo genio va a
marcar con sus proezas formalistas las siguientes películas de Kalatozov: "La carta que no se envió"
(1960) sobre la historia de un pequeño grupo de geólogos soviéticos que
realizan una larga expedición en busca de diamantes en Siberia y "Soy Cuba" (1964 - Foto), un film
que recorre cuatro años en la Isla hasta la revolución liderada por Fidel. La
película fue "redescubierta" y dada a conocer al mundo por los
maestros Martin Scorsese y Francis Ford Coppola en los años noventa.
Posteriormente, Kalatozov recuperará un estilo mucho más académico en "La tienda roja" (1971), que
narra la desafortunada expedición del general Nobile al Polo Norte en 1928, con
estrellas de la talla de Peter Finch, Sean Connery y Claudia Cardinale. Muere
en Moscú en 1973 tras una larga enfermedad a los 69 años.
FICHA TÉCNICA
Título original: Letyat
zhuravli (The Cranes are Flying)
Año: 1957
Duración: 94 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Mikhail Kalatozov
Guion: Viktor Rozov. Obra: Viktor Rozov
Música: Moisey Vaynberg
Fotografía: Sergei Urusevsky
Reparto: Tatyana Samojlova, Aleksey Bakalov, Vasily Merkurev, Konstantin
Nikitin, Svetlana Kharitonova.