viernes, 22 de diciembre de 2023

PASARON LAS GRULLAS - LETYAT ZHURAVLI DE MIKHAIL KALATOZOV

PROGRAMA 432 (01-12-2023)

 

SINOPSIS

 

Veronica y Boris son dos enamorados de Moscú que se ven obligados a separarse cuando estalla la Segunda Guerra Mundial y Boris es reclutado como soldado para ir al frente a luchar. (FILMAFFINITY)

 

EDITORIAL

 

Si prestamos atención al inicio de la Quinta Sinfonía en do menor de Ludwig Van Beethoven, nos encontraremos con una maravillosa curiosidad. Aquella sinfonía tan conocida para cualquiera de nosotros, con aquel motivo de cuatro notas, tres cortas y una larga, comienza inesperadamente, con un silencio. El maestro da inicio a sus músicos con una mano, pero con la otra sostiene el tiempo en un mutismo que se carga de pasión, de fuerza desmesurada, de violencia disruptiva, de espera emancipada. El propio Ludwig decía que jamás se debe romper un silencio si no es para mejorarlo, y vaya si lo hizo. Hay en aquel comienzo una suerte de esperanza. Hay en la tensión generada por las miradas entre el maestro y sus músicos, entre el público ambicioso y aquello que esta por suceder, aquello inevitable que está tomando forma en el escenario en un idioma desconocido, carente de todo, menos de tensión dramática. Hay allí, una posibilidad. Hay, en aquel lugar sacro, una idea proyectada donde lo único que hay en realidad es nada, silencio, ausencia pura de sonido. Luego, como en un orgasmo único, llegaran las notas con salvajismo, con precisión, con estremecedor virtuosismo. Pero allí, claro, todo habrá cambiado. Comenzará en ese mismo instante otro idioma, otro diálogo. Hablaran otras palabras, será una charla más justa, más clara, más corta quizás. Nos daremos cuenta allí, que la esperanza no es un pagaré. La esperanza que cada persona construye en aquel silencio, quizás nada tenga que ver con la propuesta de Beethoven. Pero allí estará su resolución, que rápidamente nos llevará a otros sitios, y como buen narrador que era, aceptaremos el pacto ficcional por él creado y viajaremos sin ningún problema a través de su curva dramática. 



La esperanza, entonces está situada en un futuro que nunca llegará. De llegar, de realizarse, no se llamaría esperanza, sino paciencia. En la esperanza está la proyección de una fantasía, jamás la espera fehaciente de una realización. Por otro lado, podemos pensar también en la otra cara de la esperanza, que no es otra que el aburrimiento. El aburrimiento se instala también en el futuro. Aburrirse no es otra cosa que perder toda perspectiva de que algo más allá de este presente vaya a cambiar. Estar atravesados por el tiempo bajo esas circunstancias, hace de la existencia un hecho insoportable, espantoso y doloroso. Arthur Schöpenahuer, escribió por ahí que El aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita. Esto prueba que nuestra existencia es tanto más feliz cuanto menos lo sentimos, de donde se deduce que mejor valdría verse libre de ella”. Una vida sin ninguna esperanza es una vida entregada al dolor del tiempo. Es una vida entregada al sufrimiento de la existencia entre dos nadas. La nada sugerida por aquel futuro que nunca vendrá, que jamás sucederá y esa otra nada que es el pasado, aquel relato colmado de fantasmas y sombras indescifrables. Nuestro presente, es el choque angustioso entre esas dos nadas, nuestro ser de aquí y ahora, se levanta ante esas dos ausencias. La esperanza siempre es un gran consuelo, un ensayo del futuro. Vivir sin esperanza es extirpar definitivamente de nuestras vidas a la sorpresa. Es aceptar la contingencia, la terrible idea de que las cosas no pueden ser de otra manera, es aceptar su naturalidad, el terrible absoluto contra el cual luchamos incansablemente para ser mejores. Sobre la esperanza es donde esos tipos tienen apuntadas sus armas. Sobre la esperanza es el recorte, es el ajuste, es el sinceramiento, es la modernización que ellos proponen. Atacar la esperanza es someter el estado de ánimo y ese es el último de los secuestros. Contra esos tipos es que luchamos.    

 

Lucas Itze.-


Canción elegida para la editorial

 


IMPRESIONES SOBRE PASARON LAS GRULLAS

 


Ellas están ahí. Aprovechan la inmensidad del mundo para extender sus alas y llegar a donde los humanos no llegamos por nuestros propios medios. De repente, sus vuelos agraciados y libres se poblaron por demás. Sus coreografías aéreas se deformaron al son de los balazos. Primero fueron los aviones los que contaminaron los paisajes. Y luego, llegaron las guerras por aire, mar y tierra para terminar de arruinar todo. Ellas sin embargo seguían allí. Volando. Pero cuando no lo hacían, significaba que algo estaba por pasar. En la tierra, mientras tanto, la angustia se volvía moneda corriente. Aquí no se podía volar y entonces había que correr de un lado a otro. Esconderse, como los delincuentes. La guerra destruye todo. Empieza por los que van al frente, siempre jóvenes soldados llenos de ilusión, pensando que todo es un juego. Allá se darán cuenta que no. Pero nunca se habla de la otra parte destruida… la que se queda. Padres, madres, abuelos, enamorados, amigos… todos velan cada día y noche por noticias que tardan en llegar, si es que algún día lo hacen. La angustia es el sentimiento que predomina. Los ojos no se cierran buscando no soñar una muerte temprana. La falta de información ayuda a que la tristeza sea inabarcable. La guerra y el cine se unieron desde el inicio de los tiempos. Para Julio Cabrera el cine funciona como campo experiencial, donde nosotros a través de las actuaciones y los problemas planteados por los directores y actores, podemos sentirnos identificados y vivir en carne propia los avatares y particularidades que transitan los personajes de cada película. Llevar la guerra, o las guerras, al cine, es un proceso harto complicado, porque solo los que estuvieron allí, podrán dictaminar sus sentimientos y, así y todo, traspasarlo a una pantalla no es lo mismo. 



Sin embargo, hay otros procesos durante las guerras que son de los que venimos hablando anteriormente. Mikhail Kalatozov toma esas palabras de Cabrera para invitarnos a ese infierno que está viviendo Verónica, la protagonista de Pasaron las grullas (también llamada Cuando vuelan las cigüeñas). La identificación y las vivencias casi en carne propia de ella y de todo su círculo son transmitidas con gran acierto. La película manejará la idea de circularidad todo el tiempo. Su comienzo y su final serán casi idénticos. Todo empieza y todo termina en el mismo lugar. Las aves volando son esas dos partes del todo. El film está basado en una obra de teatro de Viktor Rozov, guionista también del mismo. Este contará la historia de amor de los jóvenes Veronica y Boris, historia que se quedará en pausa por la llegada de Segunda Guerra Mundial y la idea de Boris de ir a pelear al frente de batalla. El director utilizará técnicas muy novedosas para la época, año 1957, y para muchos fue predecesora de la fantástica oleada de la Nouvelle Vague francesa. Beberá del expresionismo alemán por la angulación de sus planos torcidos, los espacios oscuros y sombríos, que formará una perfecta fotografía en blanco y negro, combinando muy bien con los rostros de los personajes más iluminados en unos primeros planos notables, remarcando las miradas de los protagonistas y la música in crescendo. Habrá asombrosos travellings y la cámara se meterá entre las multitudes. Será una más y seguirá incansablemente a Verónica, amará, padecerá, resistirá, será siempre parte de ella. Sufriremos entre ese mundo de gente cuando Boris y Verónica no se encuentren antes de su partida a la guerra y también con esa impaciencia en la estación cuando vuelven los soldados entre el júbilo externo. Habrá primeros planos donde no se necesitará más nada, ni siquiera palabras, para entender el desconsuelo de la protagonista, y también de los otros que se quedaron en Moscú o en Siberia, a donde fueron a ayudar a los enfermos. 



Con la ayuda de la grúa, habrá planos picados, contrapicados y planos generales con profundidad de campo realmente poéticos y también algunas escenas que se transformaron en historia. Como ver a Verónica subiendo velozmente las escaleras de su edificio destruido por una bomba para tratar de encontrar a sus padres, en una secuencia maravillosamente rodada. O el montaje creado entre dos visiones de Boris luego de recibir un disparo, entre el cielo y los árboles, mezclado con ese sueño del casamiento con su amada. Será un gran trabajo no sólo de edición sino también a nivel escenografía y coreografía, con escenas donde la cámara pasa entre decenas de personas, como si nosotros estuviésemos ahí mismo. La iluminación y el sonido también estarán a la altura. La cara y los gestos de Verónica nos trasladarán a esa angustia que corroe el alma, diría nuestro amigo Fassbinder. Nos mostrará la otra parte de la guerra, los que sufren y también los que se aprovechan gracias a ella, utilizando sus más nauseabundas armas. Ella no perderá la esperanza y seguirá viviendo por ese amor perdido que se niega a ser olvidado. El círculo se cerrará y las aves entonces volverán a volar, para demostrar que aún en el dolor más grande e inimaginable, quedará un poco de esperanza de una forma más poética. Esa esperanza que tendrá que salvar a esa media Verónica que seguirá su lucha hasta el final de sus días.

 

Marcelo De Nicola.-

 

Canción post impresiones

 


UNIVERSO KALATOZOV

 


Nace el 28 de diciembre de 1903 en Tbilisi, Georgia. Nacido en una noble familia georgiana que se remontaba al siglo XIII, uno de sus tíos fue general del ejército ruso y otro uno de los fundadores de la Universidad de Tbilisi, y tras estudiar Económicas tuvo todo tipo de trabajos hasta que decidió dedicarse al cine, primero como actor y luego como director de fotografía. Tras estudiar en el Instituto Estatal Ruso de Arte Dramático se convirtió en jefe del Estudio Kartuli Pilmi, tras lo cual formó parte del Comité Estatal Soviético de Cinematografía, trasladándose a Leningrado para trabajar como director de cine en los Estudios Lenin. En 1923, Mijaíl Kalatózov comienza su carrera como montador y cámara. Intervino en varias películas rodadas en georgiano, en algunas como actor (como en Tariel Mklavadzis mkvlelobis saqme, dirigida por Ivan Perestiani en 1925), y en otras como guionista (entre ellas, Giuli, una versión adaptada del clásico de William Shakespeare Romeo y Julieta dirigida en 1927 por Nikoloz Shengeláya). Tras "Abrid los ojos" (1928), su primer largometraje, rueda "Sal para Svanetia" (1930), un documental sobre una atrasada región de Rusia, que marcará su primera mirada a los inicios del socialismo. Si bien la influencia de los grandes directores contemporáneos es evidente en su trabajo, ésta no oculta la originalidad de Kalatozov. En el tema de la grandeza y la servidumbre militar de "Un clavo en la bota" (1932), descubrimos su fértil imaginación y su gusto por el romanticismo. Durante varios años, Kalatozov es director de los estudios de Tbilisi, ciudad que en ese momento es uno de los centros de la revolución cultural, donde poetas, pintores y actores impregnados de la cultura occidental innovan apasionadamente. 



A continuación, se traslada a Leningrado para dirigir "Coraje" (1939), una historia que exalta las virtudes de los aviadores, y "Valéri Tchkalov" (1941), retrato del autor de un ataque aéreo intercontinental. En 1943 dirige junto a Guerasimov "Los invencibles", un homenaje a los defensores de Leningrado. En 1950, dirige "El complot de los condenados", un himno a la victoria de las fuerzas progresistas en las democracias populares. Con "Tres hombres sobre una balsa" (1954) cambia drásticamente de registro, abordando el género de la comedia ligera, sobre tres amigos que se encuentran varios años después. Volverá a tratar temas más serios en “El primer convoy" (1956), sobre el arrasamiento de las tierras vírgenes, y "Torbellinos hostiles" (1956), sobre Felix Dzejinski, figura de la Tcheka. En 1958, obtiene la Palma de Oro en Cannes con "Pasaron las grullas", recuperando el resplandeciente romanticismo de "Sal para Svanetia". Esa película es el mayor testimonio del renacer soviético y sitúa las peripecias de un amor desgraciado sobre el fondo de la guerra. El largometraje descubre asimismo a dos actores de primera fila, Tatiana Samoilova y Aleksei Balatov, así como a un brillante cámara, Sergei Urusevski, cuyo genio va a marcar con sus proezas formalistas las siguientes películas de Kalatozov: "La carta que no se envió" (1960) sobre la historia de un pequeño grupo de geólogos soviéticos que realizan una larga expedición en busca de diamantes en Siberia y "Soy Cuba" (1964 - Foto), un film que recorre cuatro años en la Isla hasta la revolución liderada por Fidel. La película fue "redescubierta" y dada a conocer al mundo por los maestros Martin Scorsese y Francis Ford Coppola en los años noventa. Posteriormente, Kalatozov recuperará un estilo mucho más académico en "La tienda roja" (1971), que narra la desafortunada expedición del general Nobile al Polo Norte en 1928, con estrellas de la talla de Peter Finch, Sean Connery y Claudia Cardinale. Muere en Moscú en 1973 tras una larga enfermedad a los 69 años.

 

FICHA TÉCNICA

 

Título original: Letyat zhuravli (The Cranes are Flying)

Año: 1957

Duración: 94 min.

País: Unión Soviética (URSS)

Dirección: Mikhail Kalatozov

Guion: Viktor Rozov. Obra: Viktor Rozov

Música: Moisey Vaynberg

Fotografía: Sergei Urusevsky

Reparto: Tatyana Samojlova, Aleksey Bakalov, Vasily Merkurev, Konstantin Nikitin, Svetlana Kharitonova.

 

PELÍCULA COMPLETA

miércoles, 6 de diciembre de 2023

ASCENSIÓN - VOSKHOZHDENIYE DE LARISA SHEPITKO

PROGRAMA 431 (17-11-2023)

 

SINOPSIS

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, dos partisanos soviéticos se apartan del grupo, que está hambriento, para ir a una pequeña granja a coger provisiones. Pero como los alemanes han llegado primero, tendrán que seguir recorriendo territorio ocupado para encontrar otro sitio donde abastecerse. (FILMAFFINITY)

 

EDITORIAL

 

El último sorbo de agua casi caliente le bajó por esa garganta seca y desesperada. Sus memorias se deformaban. No sabía si por el paso del tiempo o por el dolor reinante. Unas paredes descascaradas eran testigos del infierno. Blancas, como sábanas. El techo celeste como simulando un cielo hacía más maquiavélico todo. Un escritorio viejo, lleno de papeles y expedientes desordenados, conformaban el cuadro grotesco. Sobre él, descansaban algunas lapiceras, una vieja máquina de escribir y un teléfono que sonaba de tanto en tanto. Ah, un detalle que olvidaba… el cenicero. De bronce, pesado, de los de antes, donde se apoyaba un habano que pedía la muerte a cada instante. Había también un pequeño velador con una luz que titilaba intermitentemente. Como no queriendo ser parte de la secuencia. El olor a humedad quedaba impregnado en la ropa. Había solo tres sillas. Una en cada frente del escritorio (que tenía dos cajones con llaves) y otra que descansaba de forma perpendicular a ellas. Era sorprendente de hecho que las paredes y el techo estén pintados, cuando el piso era solo cemento. 



Como si no había tiempo para más. El silencio envolvía todo. Frente a él, en una de las sillas, estaba su verdugo. Bigotes, aliento a ese habano moribundo y con su traje de etiqueta. Bien de civil para que no queden dudas. Carraspeó, dijo algunas palabras que quedarían grabadas en su mente, y apoyó un revólver sobre esos papeles desparramados. En el medio, insultó a alguien que osó pasarle un llamado y volvió a lo importante. La mudez lo exasperaba, hasta creo que lo excitaba. Ni hablar las lágrimas o las gotas de sudor que recorrían la cara de su víctima. Se paró, se acercó lentamente y le puso el revólver en la sien. Empezó a gatillar jugando a la ruleta rusa mientras se reía diabólicamente. Fueron 2 minutos que parecían horas. Volvió a su escritorio, tomó el teléfono y sólo dijo, efusivamente dos palabras: “Ya cantó”. Uno había cumplido con su tarea. El otro llevaría tatuada la palabra traidor hasta el fin de sus días. El escarnio público lo condenaría. La muerte, siempre al acecho, se disfrazaría de compañera para quitarle los fantasmas que convivieron con él hasta el final de sus días.

 

Marcelo De Nicola.-

 

Canción elegida para la editorial

 


IMPRESIONES SOBRE LA ASCENSIÓN

 


Buscar que una ilusión se cumpla, es confundir una ilusión con un pagaré. Las ilusiones están para garantizar la existencia plena del deseo, para mantener aquella pulsión de vida intacta, aquellas ganas de seguir viviendo, nunca para ser logradas o satisfechas. Solo podemos creer, entonces, en aquello que no podemos alcanzar. En aquello que siempre esté instalado en el futuro, en aquello que jamás se haga presente. Después de todo en la incompletitud habita el deseo. ¿Qué haríamos si estuviéramos realizados? ¿Si después de toda una vida de lucha lográramos aquello por lo que batallamos con tanta dedicación, con tanta responsabilidad y con tanto afecto? ¿Qué pasaría con nosotros ante semejante descalabro cósmico? ¿Qué pasaría con nuestro deseo al encontrarse de un momento a otro satisfecho, completo, culminado, resuelto? La respuesta es de tan clara abrumadora, seguiríamos encontrando la falta. Seguiríamos hallando la ausencia, lo incompleto de aquello que creemos el todo. El resultado siempre es el dolor, claro. El dolor, que por otro lado, también debe ser satisfecho. Entendemos que si hay una pulsión de vida a la que alimentar, aquella que nos lleva a conservarnos, a mantenernos vivos, a seguir deseando, también hay una pulsión de muerte que se nutre, principalmente, de nuestro dolor, que goza en nuestra angustia y desea apasionadamente nuestras desesperanzas. El dolor, entonces, es siempre parte de aquello que somos. Por ausencia, por falta, por satisfacer la angustia, el dolor siempre está allí, construyéndonos, delimitando aquello que también somos, aquello que no podemos dejar de ser. Llegará aquel día en que aceptemos nuestras penas como propias, todos nuestros dolores más profundos, y les abramos finalmente la puerta para dejarlas jugar con libertad en el oscuro jardín de nuestra existencia. 



Después de todo, el dolor es el registro que tiene nuestra psiquis de que estamos luchando. Es el esfuerzo que hace nuestra mente para ponerse de pie y seguir adelante. Darle amor a aquella parte oscura de nuestro ser, de alguna manera también nos mantiene vivos. Lo que sucede por amor acontece más allá del bien y del mal. Continuar en las condiciones que sea, aquella lucha sin descanso por una patria justa, libre y soberana, aun entendiendo la utopía, la ausencia, la falta eterna, no es otra cosa que amor por aquellos desposeídos, por aquellos que de verdad no pueden. Es entender que el sistema es injusto desde sus bases más primarias, es encontrarnos dando la pelea contra aquel poder establecido, con los dueños de todo esto, con aquellos miserables e invisibles que viven eternamente en la norma. Allí, en la batalla perdida, en el conflicto eterno, no encuentro más que amor. Después de todo, bien sabemos que la paz no es otra cosa que la aceptación del rebaño. Todos los seres humanos llevamos en nuestros hombros la historia de la humanidad, todos llevamos encima el olor de nuestros muertos. Esa es nuestra única esencia, aquello nos construye, nos coloca inevitablemente en una vereda y no en otra, aunque caminemos la vida creyéndonos otra cosa, viviendo otro relato. La sangre, queridos amigos, es para siempre. El film la Ascensión de la directora Larisa Shepitko nos regalará una historia con un puñado de personajes que vivirán el deseo, los ideales, el dolor mismo, de la manera recién expuesta. La película ya desde su título hará una clara referencia al relato cristiano según el cual el Cristo hombre logra ascender de manera espiritual para conectar plenamente con dios padre, es el momento donde su humanidad es tomada por los cielos. 



La comunión máxima entre espíritu y cuerpo. Este será el recorrido que también hará Sotnikov, protagonista del relato. Herido por las balas nazis, y con la salud absolutamente deteriorada, Sotnikov seguirá junto a Rybak caminando en busca de comida para llevar al grupo de rebeldes al que pertenecen. Caminarán sobre la nieve imposible, caminarán contra un clima devastador, sostenidos solo por la fe, las ilusiones y sus valores. Serán la militancia y la traición, el cristo elevado y el judas de los treinta denarios. Sotnikov irá comprendiendo a través de su recorrido el sentido de su muerte como el mayor acto de amor jamás realizado, mientras que su compañero hará en un contrapunto dramático excelentemente logrado, el recorrido inverso, aferrándose de manera egoísta a una vida ya sentenciada. Uno vivirá el ahora, buscándose a sí mismo, entregando en  un acto militante lo único que tiene, su vida. El otro no dejará jamás de calcular, de especular respecto del futuro, será por eso que el relato utilizará solo con él la herramienta del flashfoward adelantando a modo de hipótesis su devenir. El relato, entonces, romperá su linealidad. La fotografía estará compuesta por una muy lograda escala de grises. Notaremos el uso de la herramienta de cámara en mano para ciertas secuencias, lo que ayudará sustancialmente a incrementar cierta sensación de encierro, de peligro inminente, de sofocación en medio de un agobiante ambiente de nieve imponente e impenetrable. Ayudará el uso de esta herramienta narrativa también a participar al espectador en las sensaciones que los personajes transitan. Generará una comunión en donde sentiremos sus mismos miedos, sentiremos el frio penetrante que los congelará durante toda la cinta, sentiremos el cansancio agobiante que les impedirá seguir adelante. El film continuara con los dos personajes intentando llegar a un lugar inexistente, a un lugar que ya no está. Excelente imagen retórica que nos graficará la naturaleza de toda ilusión, de toda esperanza. 



Nuestros héroes serán capturados y allí se verá su esencia. Uno dirá frente a su torturador nazi: ¿hay algo más importante que el propio pellejo?, y no necesitará decir más nada. La cinta se llenará entonces de angustia, traición y muerte. La triste verdad quedará expuesta a nuestra mirada en una sola línea, en un solo plano: solo los traidores quedan vivos. Hay un pasaje bíblico de Marcos, relacionado a la ascensión de Jesús, que dice: Los que no crean se condenaran, y allí estará nuevamente la ilusión en juego. La fe como motivo de militancia, la fe ordenando una metafísica que por definición es puro caos. El amor a una idea que nos incluya, aunque sepamos que hay un poder mucho más grande y organizado que va a buscar dividirnos siempre. El amor al otro, a la patria, porque después de todo qué es la patria sino el lugar donde vamos a buscar el abrazo del otro, el resguardo del otro. Nunca el odio resolvió nada. Nunca la exclusión fue la solución a ningún problema. Cuidado, y lo repetimos nuevamente y lo seguiremos haciendo todas las veces que haga falta: el fascismo nunca fue un juego.     

 

Lucas Itze.-

 

Canción sobre impresiones

 


UNIVERSO SHEPITKO

 


Larisa Shepitko nació en Artemovsk, Ucrania, URSS el 6 de enero de 1938. Fue criada por su madre, una maestra de escuela. Su padre, un oficial persa, se divorció de la madre de Shepitko y abandonó a la familia siendo Shepitko aún muy joven, cosa que nunca le llegó a perdonar. Recordaba: "Mi padre luchó durante toda la guerra. Para mí, la guerra fue una de las primeras impresiones más poderosas. Recuerdo la sensación de una vida trastornada, de una familia separada. Recuerdo el hambre y cómo nuestra madre y nosotros, los tres hermanos, éramos evacuados. La impresión de una calamidad global ciertamente dejó una marca en mi mente de niña." No es de extrañar, pues, que la obra de Shepitko a menudo trate acerca de la soledad y la sensación de aislamiento. En 1954, Sheptiko se graduó del instituto en Lviv. Se mudó a Moscú con 16 años, donde estudió en el Instituto Gerásimov de Cinematografía (VGIK). Allí fue alumna de Aleksandr Dovzhenko durante 18 meses, hasta la muerte de éste en 1956. Shepitko se refería a él como "mi mentor" y adoptó su lema: "Hay que abordar cada película como si fuera la última". Shepitko se graduó de la VGIK en 1963, con un diploma de honor por su primer largometraje de ficción Calor (Znoi o Heat), que realizó con tan solo 22 años. Esta película cuenta la historia de una nueva comunidad agrícola en Asia Central de mediados de los años 50. Fue rodada en Kirguizistan y era la adaptación de una famosa novela titulada Ojo de camello, de Chingiz Aitmatov. Calor ganó el Simposio Grand Prix ex aequo en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary en 1964, así como otro premio en el All-Union Film Festival en Leningrado. Durante la fase de edición de Calor, Shepitko trabajó con Elem Klímov, quien también era un estudiante del VGIK en ese momento. Klímov le propuso matrimonio a Shepitko, pero esta lo rechazó; Shepitko tan solo aceptó su propuesta cuando aquel le prometió que no trataría de influenciar su obra.Y así, en 1963, Klímov y Shepitko se casaron y en 1973 tuvieron un hijo, Anton. Klímov, Shepitko y Andrei Tarkovsky estuvieron al frente de la "nueva ola" rusa que floreció bajo el mandato de Nikita Khrushchev antes de la toma de decisiones drásticas en lo relativo a lo cultural en 1967-8.En 1966 Shepitko rodó su controvertido segundo largometraje Alas. Retrato de la famosa piloto de la aviación soviética en la Segunda Guerra Mundial, Nadezhda Petrovna. La obra se centra en su vida después de la guerra, y sus dificultades para hacer frente a la vida cotidiana como un personaje anónimo, incapaz de olvidar su pasado y de aceptar una vida tranquila lejos de sus tiempos de fama y acción. Una dirección de fotografía excepcional, una trama realista y una interpretación estelar por parte de la actriz protagonista Maya Bulgakova hacen de Alas una película extraordinaria, que constituyó la carta de presentación de Shepitko al mundo y que le supuso sus primeros problemas con las autoridades soviéticas. En 1967, Shepitko rodó la segunda de las tres historias que finalmente compusieron El comienzo de una era desconocida (Nachalo nevedomogo veka). Titulada Homeland Electricity (Rodina Elektrichevstva), trataba acerca de un joven ingeniero que trae la electricidad a un pueblo empobrecido. El relato estaba basado en la historia de Andrey Platonov, cuya narrativa describía la "causa común" de la construcción comunista de forma ambigua, lo que probablemente conllevó la toma de medidas al respecto por parte de las autoridades soviéticas. Este proyecto estaba destinado a la conmemoración del 50º aniversario de la Revolución de Octubre. Se concibió originalmente como un conjunto de cuatro episodios, pero tan solo llegaron a rodarse tres, dirigidos por Andrei Smirnov, Larisa Shepitko y Genrikh Gabay. No obstante, una vez terminados, fueron archivados por la censura alegando que la representación de los bolcheviques era negativa. No se hicieron públicos hasta 20 años después, durante la perestroika. Asimismo, no se conserva ningún negativo original y únicamente se conservan copias de dos de ellos, el de Smirnov y el de Shepitko. El episodio que rodó Gabay aún no se ha encontrado. En 1969, Shepitko rodó su primera película en color, un musical con toques de fantasía para la televisión titulado en inglés In the 13th hour of the night (V trinadtsatom chasu nochi). Se trataba de un revue de Año Nuevo, protagonizado por Vladimir Basov, Georgy Vitsin, Zinovy Gerdt, Spartak Mishulin y Anatoly Papanov. Tras un cortometraje que no llegó a ver la luz y un breve período de trabajo en la televisión, en 1971 Shepitko dirigió su único largometraje rodado en Technicolor Tú y yo, un relato existencial de desilusión con el comunismo y ambientada en la URSS contemporánea, que algunos consideran un trabajo menor y etiquetan como un "convencional melodrama", debido a los problemas que Alas le supuso y a la supuesta adopción de un tono menos crítico o subversivo para satisfacer a las autoridades soviéticas. Tú y yo tiene como a protagonistas a dos cirujanos con diferentes nociones del éxito y la realización. A través de una narrativa experimental no lineal, Shepitko cuenta una historia profundamente personal de la intelectualidad soviética de la época. Tú y yo tuvo una acogida favorable en el Festival de Venecia, pero no contó con mucho público en la URSS. La película esta referenciada como una "obra maestra" en el primer capítulo de la serie Women Make Film señalando que apenas se ha visto



La censura soviética fue muy estricta con los anteriores trabajos de la cineasta rusa, lo que la obligó a reflexionar sobre su siguiente proyecto. Pese a las adversidades, su irreverente sentido artístico la llevó a producir su magnum opus: La ascensión (1977), el último filme que Shepitko terminó en vida. Esta película le mereció un gran reconocimiento tanto a nivel nacional - temáticamente estaba muy en línea con el característico orgullo nacionalista ruso - como a nivel internacional, reconocimiento que se materializó en la recepción del Oso de Oro en la 27ª edición del Festival Internacional de Cine de Berlín en 1977, el segundo que se otorgaba a una mujer; la primera en recibir este honor fue la húngara Márta Mészáros en 1975. De hecho, en la URSS se trató La ascensión como una obra maestra y, como ocurrió con Andrei Rublev de Andrei Tarkovsky, las autoridades soviéticas prohibieron su exportación. A Shepitko le preocupaba profundamente la muerte. Era muy supersticiosa y quiso que le echaran las cartas en Bulgaria en 1978. Inmediatamente después llevó a una de sus amigas a una iglesia cercana y le hizo jurar que, si algo le ocurriera a ella o a Elem, su marido, ella cuidaría de su hijo, Anton. A los pocos meses, el 2 de julio de 1979, la carrera de Shepitko quedó truncada al morir en un accidente de coche en una autopista cercana a la ciudad de Tver junto a cinco miembros del equipo técnico mientras buscaban localizaciones para Adiós a Matiora. Tenía 41 años. La comunidad del cine soviético quedó desconcertada. Andrei Tarkovsky escribió en su diario: "Larisa Shepitko ha sido enterrada, así como cinco integrantes de su equipo. Un accidente de coche. Todos murieron al instante. Fue tan repentino que no se encontró adrenalina en la sangre de ninguno". Adiós a Matiora, película basada en la novela homónima de Valentín Rasputin, iba a convertirse en el quinto largometraje de la directora. Su esposo, el cineasta Elem Klímov, tomó las riendas del proyecto tras la muerte de Shepitko y lo planteó como un homenaje a la obra de su esposa. Adiós a Matiora (1983) se convirtió en una de las obras clave del cine soviético de la perestroika impulsada por Mijaíl Gorbachov. No obstante, la crítica afirmó que "el producto final carecía de la visión única y personal de Shepitko, que se trataba, obviamente, de un punto de vista que no podía replicarse". Además, Klímov dirigió un emotivo documental de 25 minutos en memoria de Shepitko, que tituló sencillamente Larisa (1980). Larisa Shepitko fue rápidamente borrada de la memoria colectiva. Sus películas, hasta hace poco, eran desconocidas incluso para el cinéfilo más experto y no habían sido restauradas ni homenajeadas. Klímov, de hecho, murió en 2003 sin haber conseguido que fuese reconocida por la Rusia de Putin como el talento artístico y cinematográfico que fue. En 2004, el Festival Internacional de Cine de Leeds, en colaboración con la Soviet Export Film, organizó una retrospectiva de toda su filmografía, incluyendo Adiós a Matiora. Asimismo, en 2015, el Instituto Lumière de Lyon le dedicó una retrospectiva completa en su sección dedicada a Mujeres Cineastas.

 

FICHA TÉCNICA

 

Título original: Voskhozhdeniye (The Ascent)

Año: 1977

Duración: 111 min.

País: Unión Soviética (URSS)

Dirección: Larisa Shepitko

Guion: Yuri Klepikov, Larisa Shepitko. Novela: Vasili Bykov

Música: Alfred Shnitke

Fotografía: Vladimir Chukhnov, Pavel Lebeshev

Reparto: Boris Plotnikov, Vladimir Gostyukhin, Sergei Yakovlev, Viktoriya Goldentul, Lyudmila Polyakova, Mariya Vinogradova, Mikhail Selyutin, Leonid Yukhin, Vasili Kravtsov

 

PELÍCULA COMPLETA