SINOPSIS
Una joven
solitaria hace un trabajo mecánico y rutinario en una fábrica de cerillas.
Cuando llega a casa debe soportar a su perverso padrastro y la falta de cariño
de su madre. Por las noches sale a bailar intentando divertirse y encontrar
pareja, pero nunca tiene suerte. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Vivimos atravesados por la insuficiente y ficticia idea del tiempo. Todo se acaba, todo se consume y se corrompe, todo cede. Algo empieza para luego morir y de esa manera marcar para siempre su final. Aquel mono intrépido que fuimos, fue arrancado de la atura acechante de sus ramas y atrapado en un solo movimiento por el profesor del tiempo. Fue encerrado en esta jaula paranoica que hoy somos. En este cuerpo que se degrada constantemente, que nos traiciona con la precariedad de sus sentidos y que se tropieza constantemente con la misma piedra para repetir en cada una de sus muertes, aquella escena aprendida que domestica la única posibilidad de experimentar una vida diferente. La verdadera cárcel no es el reloj, aquella solo es su máscara más vulgar. La verdadera cárcel, reside en la frivolidad táctica del almanaque. En la soledad de sus rectángulos negros muere de inanición y aburrimiento la espontaneidad de cada uno de nuestros gestos. Cae en aquel inmundo suelo toda nuestra belleza animal, muere allí, al fin, el instinto. Aquellas aventuras que alguna vez nos prometimos entre lágrimas, hoy visten de traje y se alejan apuradas. Corren llegando tarde a todos lados, intentando maquillar con cierta decencia la vil necesidad de cobrar un salario, sin entender jamás que en aquella traición han vendido su inocencia a un precio absurdo e incomprendido. El humano encerrado en el almanaque, caminando en círculos entre aquellos oscuros pasillos de penal, se ha convertido ahora en aquel animal que trabaja.
Su vida viva, su vida viviendo, ya no le pertenece, es ahora posesión de la fábrica para la que produce, para la que vive, para la que existe. Es ella quien da sentido a su SER, quien lo categoriza en el inventario mismo de la existencia. Realizarse para un animal que piensa es acercarse a la consumación de su propio deseo. La bestia que piensa es siempre un sujeto deseante. Muerto el deseo, adoctrinada su fantasía, el sujeto ya no se piensa sino que ahora es pensado. Es allí entonces cuando nos damos cuenta que entender al humano, es entenderlo produciendo, es pensarlo organizando el trabajo con otro, desde desventajosas relaciones de poder cuyo miserable objetivo final no es otro sino la organización funcional del trabajo. Hablo de ese humano que camina desorientado por las calles de su existencia eligiendo entre las posibles libertades que el mismo sistema que lo contiene le presenta. Su libertad, en este sentido, queda extirpada de su condición humana para ocultarse inalcanzable en aquel puente con lo post humano, en aquella seriedad de niño que juega desde su salvajismo originario, desde la pura incorporación de la contingencia. Ya no somos ni origen ni final, sino, solo tránsito. El humano vive para producir y las horas se organizan en su sadismo para optimizarlo. En cada cilindro que se acciona, en cada ficha que se imprime, en cada sirena que lanza su mugriento aliento de frustraciones y control al cielo, se oye como un susurro el sucio recuerdo del plan.
La torre sin soldado, el ojo
que nos mira, la familia formada en su religión, el vecino que vigila, el ser
padres, el ser madres, la escuela, la pesada sombra de la moral como la
gramática natural del deseo, la geo-politización de los cuerpos, la policía con
sus largos bastones adoctrinadores, las leyes punitorias que defienden la
dinámica y el modo de explotación del hombre por el hombre. Todos los
engranajes trabajando en tiempo y forma, sin descanso alguno porque siempre hay
más, y claro que hay más. La vida alumbrada por la timidez de un sol que se
escabulle con sutiliza y discreción a través de una pequeña ventana. La
ensordecedora soledad de sabernos todos juntos. De reconocernos en todas
nuestras charlas sin verdaderos sueños que deseen al fin destruir para
construir, porque todavía muy dentro nuestro nos suena aquello de que construir
sin destruir no supera nunca la ilusión. La cobardía, la falta absoluta de
coraje, para pensar un destino que nos encuentre juntos. Dentro de aquel
engranaje sometimos para siempre a la sorpresa. Al contratiempo rejuvenecedor
de lo inesperado. Matamos al ocio y perdimos allí la poderosa herramienta para
lograr poner nuestra mente en blanco, el último bastión de verdadera independencia.
Perdimos para siempre el encontrarte en una esquina, por error. El Fallar en
nuestro intento de entendimiento. El derretir el cuerpo de pasión hasta que sea
otro y después otro y otro más para perdernos así en la misteriosa locura de ya
no ser nadie. Perdimos ese para siempre tan efímero. El odiarnos de verdad
hasta prendernos fuego de amor. El robar ese silencio. El resolver esa
tristeza. Ese olvidarte al doblar la esquina para luego mentirme un recuerdo
que duela menos. Ese permitirte ser vos para no perderme nunca la aventura del
yo. Ese sorprenderme por el agite salvaje de tu mirada. Perdimos la aventura sorprendente
de desnaturalizar la existencia.
Lucas
Itze.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE LA CHICA DE LA FÁBRICA
DE FÓSFOROS
El mundo es una maquinaria donde todos somos piezas desechables. Nosotros, vagas marionetas que nos creemos auto suficientes, deambulamos tratando de ser felices, consumiendo lo necesario para sobrevivir en el mundo capitalista. La rutina aparecerá como ese veneno que caerá con fuerza sobre nuestras ilusiones. El silencio, es nuestro amigo y enemigo en esos rituales, callados ante semejante impotencia. Las palabras se contraen al igual que nuestros músculos. Somos una pieza más de ese engranaje que nos quiere obligar a renunciar a nuestros sueños, a nuestros anhelos. En el fondo sabemos que las victorias son casi imposibles, pero la rendición no será nunca parte de nuestra estrategia. Pero el deseo siempre estará presente. Y el amor es el que intentará sacarnos de esa rutina inalterable. Erich Fromm en su libro El arte de amar escribía lo siguiente: “No es el acto de amar, sino algo o alguien que amar”. En este mundo de marionetas como recién decíamos, habría que buscar ese complemento para llenarnos con el otro ser amado. Complementarse pero también completarse. Y agregaba que “el amor no se reduce solo a esto, sino que se basa en otros elementos como la atención, el respeto, la responsabilidad y el conocimiento. El deseo de ver a la otra persona amada satisfecha en la realización de sí misma y de sus potencialidades se manifiesta en todas sus fuerzas”. Todos esos elementos, son los que están ausentes en la vida de Iris, la protagonista del film La chica de la fábrica de fósforos de Aki Kaurismäki. Asistimos entonces a mirar atónitos esos primeros veinte minutos donde casi no hay diálogos. Veremos el paso a paso de cómo se trabaja en una fábrica de fósforos, con escenas dignas de un documental. Luego de unos minutos siguiendo la cadena de montaje de esos troncos que se transformarán en cerillas, conoceremos a Iris, nuestra protagonista, encargada del etiquetado de las cajas, siendo la última pieza de ese engranaje.
La cámara la seguirá como si fuera un observador, un mero voyeur. Recorrerá una y otra vez esas veredas grises, asistirá a esos encuentros con una familia que sólo le presta atención a la televisión y sonreirá con ella en el autobús mientras lee una saga de novelas románticas. Será la tercera entrega del director sobre la llamada trilogía del proletariado. Estamos ante un guión donde las palabras estarán de más. Lo visual y lo sonoro se moverán como pez en el agua. En esos primeros minutos, solo conoceremos la voz de Iris para pedir una caña en un bar. Lo otro que escucharemos, será la voz de un cantante de esa especie de tango con rasgos finlandeses o las voces del televisor con las noticias que sacuden los años ´90. El fin del comunismo, las revoluciones, el creciente poder del capitalismo, son sólo algunas de las imágenes que se ven no sólo en la caja boba, sino lo que se huele en el metraje. Nuestra protagonista divagará entre la fábrica y la casa e irá a despejarse a un salón de baile, donde beberá de la soledad más angustiosa, cuando la imagen nos muestre las sombras de las parejas en la pista sobre la figura de una Iris solitaria. Luego de esos veinte minutos casi silentes, la segunda palabra que sonará en el film vendrá del padrastro, quien le gritará “puta” antes de pegarle una cachetada solo por comprarse un vestido rojo. Ahí entenderemos entonces un poco más esa mirada triste de Iris. Estamos ante una película de poco más de 60 minutos. Kaurismäki logra con las elipsis temporales no sumar minutos sin sentido a la historia. Trabajará una bella fotografía donde el rojo siempre aparece, quizás como sinónimo de deseo y de pasión, cosas que anhela y no tiene, aunque la paleta se conforme de colores fríos y otoñales. La música será otro componente importante, con tangos y boleros con unas letras acordes a lo vivido por el personaje en cuestión. Por tanto, la banda sonora, será de extrema calidad.
Los ruidos de la fábrica nos
transportan ahí dentro de esa cadena de montaje. Las actuaciones serán cien por
ciento verosímiles, donde no hay una mueca de más, sobre todo en Kati Outinen, la excelente
protagonista. Por último, los planos… Utilizará muy bien los planos detalles,
sobre todo en el visionado de la fábrica. Habrá una puesta en escena fría y
seca, marca registrada del director finlandés. Se armará de unos encuadres muy
bien creados, donde cada plano general demostrará que se quiere mostrar y que
no. Ese es el otro juego que plantea el director en cuanto al lenguaje
audiovisual, no sólo de silencios que incomodan sino de imágenes ausentes que
desgarran. En un mundo alienado, donde todos se mueven por inercia, sólo el
deseo y la muerte pueden lograr intentar cambiar el destino. Y será ese
conjunto lo que unirá en el final a casi todos los protagonistas. Ahí
aparecerán ciertos conceptos como el valor, la dignidad o la libertad. En ese
frío lugar donde habitan, nuestra heroína solo llorará frente a una pantalla de
cine, aunque su tristeza la invada por completo. Serán autómatas sin
expectativas. Será una caricatura de esa sociedad occidental que ya vislumbraba
un futuro oscuro. Una muestra de la deshumanización en un mundo industrializado
donde somos sólo una pieza más. Una sociedad que creó su propio veneno y nos
lo dio de beber en un enorme frasco que contenía todos sus males.
Marcelo
De Nicola.-
Canción
post impresiones
UNIVERSO KAURISMÄKI
Nació en Orimattila, Finlandia, el 4 de abril de 1957. Reconocido como un cineasta profundamente incómodo con el tiempo en el que necesariamente se inscribe. En 1983 asume su primera experiencia como productor independiente y filma Crimen y Castigo, adaptación de la novela de Dostoyevsky cuyo argumento tiene como escenario a Helsinki moderno, y que después encontraremos en una buena parte de su obra, como es el caso de los filmes “Calamari Union” (1985), la trilogía “Sombras en el paraíso” (1986), “Ariel” (1988) y “La chica de la fábrica de cerillas” (1990). Las últimas tres forman parte de la trilogía del proletariado. La filmografía de Kaurismäki cuenta con tres películas que a pesar de la distinta temática mantienen entre ellas cierta relación, las tres han sido rodadas fuera de Finlandia, respetando el idioma original de cada lugar. Como ocurre en Contraté un asesino a sueldo, calificada como una magistral comedia negra, que fue rodada en Londres y en inglés, al igual que en La vida de bohemia ambientada en París y cuyos protagonistas hablan en francés.
Es un paréntesis en el que Kaurismäki experimenta y trabaja aspectos de la vida distintos a los ya tratados, use conforma así un espacio precedido por la trilogía del proletariado y la trilogía de lo cotidiano. Las películas que conforman el espacio entre ambas trilogías son Leningrad Cowboys Go America de 1989, y las mencionadas Contraté un asesino a sueldo de 1990 y La vida de bohemia de 1992. Luego Aki se embarcó en un nuevo proyecto al que titularía Toma tu pañuelo, Tatiana de 1994. Esta es una de las películas que mejor definen el cine de Kaurismäki, puesta en escena minimalista, participación de un número limitado de personajes, falta casi absoluta de diálogos, exprimiendo al máximo la capacidad de los personajes de concentrar todo un diálogo en una sola pero intensa mirada. La historia se centra en dos amigos que inician un viaje en coche, en una de las paradas conocen a dos chicas con las que entablarán una amistad, ambas hablan un idioma distinto al de los dos amigos con lo que entenderse resulta complicado. Luego llega la trilogía de lo cotidiano, también conocida como la trilogía de los perdedores, se inicia con una de las películas más aclamadas del director, Nubes pasajeras de 1996.
En ésta Kaurismäki
recurre a los personajes sencillos, a aquellos a los que la suerte no les
sonríe, una pareja que debe enfrentarse al desempleo, jóvenes sin oportunidades
que sufren las penurias de la falta de un puesto de trabajo. Tras este filme da
paso a Un hombre sin pasado del
2002, su protagonista es un hombre que ha perdido la memoria, que padece una de
las mayores tragedias del ser humano que es la soledad, debido a su falta de
recuerdos es marginado y debe reiniciar su vida en un entorno desconocido para
él. La trilogía se cierra con la película Luces
al atardecer del 2006, en la que ahonda en el sentimiento de soledad del
ser humano. En el medio filmó la película muda Juha, un clásico de la literatura finlandesa. Sus últimos films
hablan del drama de la inmigración. Son El
puerto del 2011 y El otro lado de la
esperanza en 2017. Este año llegó su último film, con el que logró el
Premio Internacional del Jurado en Cannes, hablamos de Fallen Leaves, la historia de una mujer soltera que conoce a un trabajador
alcohólico al que intentar sacarlo de su drama personal.
FICHA TÉCNICA
Título original: Tulitikkutehtaan tyttö (The
Match Factory Girl)
Año: 1990
Duración: 69 min.
País: Finlandia
Dirección: Aki
Kaurismäki
Guion: Aki
Kaurismäki
Reparto: Kati
Outinen, Elisa Salo , Esko Nikkari,
Vesa Vierikko.
Música: Reijo
Taipale
Fotografía: Timo
Salminen