SINOPSIS
Una joven
estudiante amante de los libros descubre que todos los libros que ha elegido en
la biblioteca han sido previamente elegidos por una misma persona. Cuando
descubre quién es conoce a Seiji, un joven que está aprendiendo el arte de
fabricar violines. (FILMAFFINITY)
EDITORIAL
Crecer es perder la capacidad de hacer preguntas. Hablo de preguntas reales, esas con la potencia necesaria para modificarnos, para derribar los cimientos de aquello establecido y naturalizado. Preguntas capaces de cuestionar las dinámicas más básicas del funcionamiento del mundo. Las certezas son el oro de la etapa adulta. En aquel ámbito, la precocidad siempre es bien recibida, festejada y muchas veces hasta incitada. Ser joven para un adulto es una inversión para el futuro, un futuro donde habita en definitiva lo humano, que no es otra cosa que lo productivo. Está íntimamente relacionado con una etapa de búsqueda de la realización, de la formación y cultivación del conocimiento. Como si llegáramos a ella sin forma alguna, lánguidos e impalpables, sin ninguna luz propia (de hecho, unas de las etimologías de la palabra alumno deviene de la palabra compuesta a – lumen, carente de luz). Como si la niñez, o mismo la adolescencia, implicaran una falta inminente, una ausencia urgente, una gran X vacía sentenciada a ser resuelta. Es allí donde se ejerce, entonces, con una agresividad tácita el adultocentrismo, en aquel acto de violencia pasiva donde la razón, lo razonable, se deposita de un único lado avasallando al otro con sus diferencias, sus necesidades, modelando de manera indeleble su deseo. Es adulto un joven que por ejemplo sexualiza su cuerpo. Es adulto otro que demuestra un interés temprano en la acumulación de capital, en la acumulación de bienes u objetos, otro tal vez que demuestre un desarrollo del lenguaje precoz, prematuro y también aquellos otros que asocian la inteligencia a la respuesta rápida, la picardía, la astucia o mera ocurrencia. Lo cierto es que no hay ninguna urgencia para convertirse en un imbécil, tal como dice un amigo, como estúpido uno jamás decepciona. La educación, del modo que la conocemos y la ejercemos, no hace otra cosa sino profundizar aquel adultocentrismo del que hablábamos recién.
El modo de enseñanza está diseñado bajo este modelo
basado en la superioridad del adulto sobre la niñez carente e incompleta. Como
si todo no fuera transición, un devenir interminable, como si en algún momento
el deseo se detuviera y los lobos de la ausencia dejaran de cantar su canción.
Crecer duele porque exigimos definiciones y certezas en un mundo repleto de
incógnitas, en un mundo de hipocresías convenidas, de fingidas seguridades, en
un mundo que no es de otra manera sino siendo. Cuentan que los indios ranqueles
no eran ni idólatras ni panteístas sino uniteístas y antropomorfistas. Su dios
llamado Chachao (padre de todos) tenía forma humana, era
inmensamente bueno y había que quererle. Sin embargo, a quien había que temerle
era a Gualicho, el diablo. Éste
carecía de forma humana. Gualicho,
según su creencia, estaba en las lagunas cuyas aguas son mal sanas, en la fruta
y en la yerba venenosa, en la punta de lanza que mata, en el cañón de pistola
que intimida, en las tinieblas de la noche pavorosa y en el reloj que marca las
horas. Desde este espacio queremos declararnos con vehemencia y entusiasmo
profundamente ranquelinos, ya que coincidimos en esta concepción maldita del
tiempo. Creemos, al igual que nuestros hermanos Ranqueles, que la muerte suena
en el desesperante devenir del segundero de cada reloj, en el implacable avance
corrosivo que nos depara siempre la arena del tiempo. Decía nuestro amigo Federico que crecer emancipadamente es
recuperar la seriedad con la que jugábamos cuando éramos chicos. Allí opera el
tiempo, sobre esa emancipación encadenándonos,
sobre esa seriedad condenándonos miserablemente a la hipocresía. Allí está gualicho, operando sobre el reino sagrado de
los sueños, robándose para siempre nuestro estado de ánimo. Dejar de jugar es
siempre morir un poco, es la peor de todas nuestras
traiciones, es la mediocre resignación que algunos llaman madurez.
Lucas Itze.-
Canción elegida para
la editorial
IMPRESIONES SOBRE SUSURROS DEL CORAZÓN
Atención a todos los pasajeros de este vuelo al que llamamos vida, se recomienda por su seguridad y para evitar malos momentos, atornillarse al asiento, para no seguir creciendo, muchas gracias. Si, como dijimos más de una vez, no crezcan, es una mentira. El paso de la niñez a la adolescencia y de ahí a la adultez perderá esa magia, esa inocencia capital para la sonrisa sincera y emotiva. Miles de veces hemos viajado al pasado para abrir el baúl de los recuerdos y quedarnos con momentos que atesoraremos hasta el fin de nuestros días. Un juguete, un viaje, una foto, un primer amor. Parte de esa cadena irrompible que nos acompaña a cada paso. Y en la adolescencia, es cuando la famosa pregunta ¿Qué queres ser cuando seas grande? Empieza a tomar otro sentido. Y jugársela entre perseguir tus sueños o el de los demás. Simple pero a la vez compleja determinación. ¿Puedes recordar quién eras antes de que el mundo te dijera quien debes ser? Nos pregunta Bukowski desde su más profunda sinceridad. Alguien que sabe un poco de eso, años intentando convertirse en lo que fue, aunque quizás sin quererlo. Parte de esa pregunta y también parte de la propia historia del escritor, vienen a la mente luego del visionado del film Susurros del corazón de Yoshifumi Kondô.
El Estudio Ghibli lo ha hecho de nuevo. Un suceso de imágenes repletas de fantasía y realidad, con personajes inolvidables. Y con la firma en el guión del gran maestro: Hayao Miyazaki. Ya el comienzo nos muestra algo diferente a la mayoría de los films del Estudio. La voz de Olivia Newton-John nos va enamorando mientras aparecen imágenes de una ciudad de Tokio que pareciera que nunca duerme. Luego veremos a la joven Shizuko y así conoceremos su barrio, su hogar y su familia. Pilas de libros, diarios y objetos en un clásico (y pequeño) departamento nipón. La joven, fanática de la lectura, descubre que en todas las fichas de la biblioteca donde va a buscar los libros, hay un nombre que se repite: Seiji Amasawa. Conocer a ese misterioso hombre será su primer objetivo. La película contará con un guión lineal y el momento donde ella ingresa a una tienda de antigüedades es donde se dará el giro de la película. Persiguiendo a un gato, cual Alicia al conejo en el cuento de Lewis Carroll, encontrará un mundo que parece mágico, aunque todo es una maravillosa realidad.
El film se compondrá de imágenes de una belleza sublime y de referencias que hacen que sus personajes sean más reales que los de carne y hueso. La facilidad de la dupla Miyazaki/Kondo está en pequeñas muestras con las que nos sentiremos identificados. Un tropiezo, levantarse para poder apagar la luz, tenerse el fleje de la pollera para que el viento no la levante, son pequeños detalles que la mente de Miyazaki elige mostrar para mirarnos en el espejo. Siempre en su mente, podemos ser uno de sus personajes. Y como en muchas de las obras del estudio, será una mujer la que esté decidida a ir por todo. Cada fotograma será cuidado al más mínimo detalle, con un poderío visual asombroso. Nos sentiremos dentro de la ciudad a medida que pasa el tiempo. Subiremos y bajaremos esas escaleras, cruzaremos esas avenidas y miraremos la ciudad desde la colina. Y la música nos terminará de sumergir ya que será parte central de la trama, cuando escuchemos cantar a Shizuko la versión japonesa del tema Country Road que sonaba en el comienzo. En esa tienda mágica conocerá a un anciano que será el abuelo de ese joven al que tanto buscaba. Él tiene decidido su futuro, ir a Italia para perseguir su sueño de ser luthier. Ella encontrará un nuevo objetivo: ser escritora, aunque sus exámenes estén cada vez más cerca.
Pese a la
dicotomía, la obra nos regala que se pueden hacer ambas cosas. En una sociedad
organizada como la japonesa, el guionista se adelanta a su tiempo y a pesar de
tener una familia clásica estructurada, Shizuko logra terminar su objetivo que
es su división entre los dos mundos: el real y el mágico. No habrá fantasía al
estilo Chihiro o Totoro, sino que esa magia provendrá
del arte, del mundo de la música y de las letras. Será ahí el tiempo de las
primeras decisiones. Aparecerá el primer amor y la división de esos mundos.
Será el tiempo de prueba y error. Y de decidir que camino hay que tomar. Al fin
y al cabo, lo importante es que siempre logremos ser uno mismo.
Marcelo De
Nicola.-
Canción post
impresiones
UNIVERSO KONDO
Yoshifumi Kondō nació en Gosen el 31 de marzo de
1950. Antes de que el Studio Ghibli viera la luz a mediados de los años 80,
Miyazaki, Takahata y otros animadores que más tarde se unirían a su proyecto
formaban parte de Toei Animation, uno de los estudios de animación más
importantes de Japón y creadores de series como 'Dragon Ball' y 'Sailor Moon'.
Los dos amigos y fundadores del estudio de 'El viaje de Chihiro' se conocieron
allí, y nació la semilla de lo que se convertiría en Ghibli, pero no fue hasta
que se movieron hasta A-Pro en 1971 cuando sus caminos se cruzarían con el de
Yoshifumi Kondô, animador esencial en algunas de sus mejores producciones de la
época como la película 'Lupin III'
o, ya contratados en Nippon Animation
(por aquel entonces, Zuiyo Eizo), en las series 'Ana de las Tejas Verdes', 'Go! Panda! Go!' o 'Conan, el niño del
futuro'. Los años 70 fueron el campo de cultivo para la creación de un
equipo que cambiaría la historia del cine animado nipón. Lo cierto es que
cuesta encontrar el nombre de Yoshifumi entre todas estas producciones, ya que
el protagonismo de Miyazaki y Takahata, pero su trabajo fue esencial y la
relevancia que tomaría en el futuro Studio Ghibli lo demostraría. La empresa se
formó en 1985, el mismo año en el que el joven animador dejaría definitivamente
Nippon Animation y se uniría a las filas de sus mentores, trabajando
directamente como director de animación y diseñador de personajes en 'La tumba de las luciérnagas', que se
estrenaría en 1988 junto a 'Mi vecino Totoro'. El comienzo de la revolución de
Ghibli. A partir de ahí, y recién cumplidos los cuarenta, el animador trabajó
en todos los éxitos del estudio: como supervisor en 'Nicky, la aprendiz de bruja', como director de animación en 'Recuerdos del ayer' y animador en 'Porco Rosso' y 'Pompoko'. No tardaría en convertirse en el primer gran director
del Studio Ghibli aparte de sus fundadores, sin contar a Tomomi Mochizuki por
'Ocean Waves', el único telefilme que el estudio hizo en su historia y que no se
estrenó en salas. La ópera prima de Yoshifumi Kondô es una de las películas más
infravaloradas de la marca y una de sus joyas más imperecederas: 'Susurros del corazón'. En definitiva,
una obra maestra con mucha personalidad, que se distanciaba lo suficiente del
estilo de los fundadores (incluso en la banda sonora, para la que contó con
Yuji Nomi en lugar del habitual Joe Hisaishi) y que significaba que había un
tercer autor importante en las filas del Studio Ghibli. De hecho, Miyazaki le
consideraba su mano derecha. Más aún: su sucesor. El fundador de Pixar y gran conocedor de Ghibli, John Lasseter, aseguraba en un programa
dedicado al cineasta que "Miyazaki escribió esta película porque se iba a
retirar" y "quería que su protegido siguiese su legado". Con
esta historia y la próxima 'La princesa Mononoke', al parecer, el mítico
director quería retirarse antes de ganar su Oscar o firmar otras de las cintas
más aclamadas del estudio. Pero, como sabemos, la historia fue muy diferente.
Después de que 'Susurros del corazón' se
convirtiese en la película más taquillera de 1995 en Japón, Yoshifumi no tuvo
ni un minuto de descanso. La carga de trabajo que llevó su primera película
como director se unió a uno de los proyectos más importantes y ambicioso del
estudio hasta la fecha, 'La princesa
Mononoke', en la que trabajó como supervisor de la animación. La presión
era insoportable. Miyazaki estaba obsesionado con la película, que quizás
consideraba su último trabajo como director. "¡Acabaré esta película
aunque lleve al estudio a la ruina!", reza una de sus frases más
famosas, que se escucha en el documental sobre el rodaje del filme. El éxito
internacional que cosechó en su estreno en el verano de 1997 hizo que todo el
trabajo valiese la pena, pero al joven sucesor del imperio le pasó factura. Yoshifumi
Kondô murió de un aneurisma el 21 de enero de 1998. Tenía tan solo 47 años. El
exceso de trabajo y dolencias anteriores que decidió ignorar en favor de seguir
trabajando acabaron con su vida. Al menos, así lo recuerda Miyazaki en el
sentido discurso que le dedicó en su funeral:
"Cuando
dirigió "Susurros del corazón" sentí que finalmente cumplió la
promesa que hicimos hace mucho tiempo. Hizo un gran trabajo y cumplió con las
expectativas. Debió ser muy duro para su mente y su cuerpo, pero él nunca se
quejó ni una sola vez y realizó la obra con paciencia. A pesar de que ha
cambiado en su forma con el paso del tiempo, 'Susurros del corazón' fue
definitivamente el trabajo que, cuando teníamos 20 y 30 años, habríamos querido
hacer algún día. No puedo olvidar una escena que Kon-chan hizo cuando era
joven. Era una escena en 'Conan, el niño del futuro', donde el héroe se reía
para animar a la heroína. Estaba muy cansado de las largas horas de trabajo, la
sacó medio inconsciente inclinado sobre su escritorio con sus largas piernas
dobladas. Sin embargo, la expresión del muchacho era muy alegre, llena de
dulzura y consideración. Fue realmente una gran imagen. Así que, incluso cuando
vi a Kon-chan entubado en
Es curioso cómo 'Susurros del corazón',
precisamente, era una advertencia contra esta cultura del sobreesfuerzo. La
obsesión de Yoshifumi con el trabajo se refleja en la joven protagonista, que
descuida todos los aspectos de su vida para acabar su ansiada primera novela.
Hay un equilibrio entre la belleza de crear arte y el peso de empujarte hasta
el límite para conseguirlo, y que sea perfecto. Al final, su novela no es
perfecta, pero le ha servido para demostrarse a sí misma que es capaz y que
debería bajar el ritmo, caminar sin pausa pero sin prisa. El cineasta no
aminoró el paso y Ghibli perdió a su sucesor, quizás marcando ya su fecha de
caducidad. Y es que parece que Miyazaki y Takahata nunca volvieron a confiar en
nadie más para continuar con su legado.
FICHA TÉCNICA
Título original: Mimi wo sumaseba
Año: 1995
Duración: 111 min.
País: Japón
Dirección: Yoshifumi Kondô
Guion: Hayao Miyazaki. Manga: Aoi Hîragi
Música: Yuji Nomi
Fotografía: Animación, Atsushi Okui
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