EDITORIAL
Todavía
las olas golpean tímidamente aquellos zapatitos pequeños e inertes. El cuerpito
yace boca abajo, su cabeza aun apunta al mar que en su rítmico vaivén pareciera
querer acariciar la ternura que aún conserva aquel rostro hinchado y pálido. Su
remerita roja empapada intenta en vano acobijar del frio su pequeño cuerpo. Sus
pantaloncitos de jean azul cubren hasta las rodillas a aquellas piernitas
exhausta. Ya no hay gritos. Ya no hay miedo.
Tampoco esperanzas. El murmullo del mar guardará para siempre aquella
historia en mejores manos que las nuestras. Aquel vientre oscuro del
mediterráneo será tal vez mejor cuna para sus fantasías de juegos y pelotas, de
muñecos, libros y dibujos. El lugar es Turquía, aquel cuerpo de solo tres años
es el de Aylan Kurdi. Por allí, en
algún otro lado estarán también tendidos su hermano Galip de 5 años y su madre, perdidos entre una veintena más de
cuerpos kurdos ya sin vida, de familias
y sueños destrozados, ahogados en el pánico y la desesperación del naufragio de
todo anhelo. La fotografía es de
septiembre del 2015. La fotografía es la guerra y la guerra es la muerte por la
muerte misma. Lo que se firma en su declaración no es más que la
desvalorización absoluta e irrevocable de la vida. No es más que el
sometimiento a un desmesurado egoísmo, a una desventajosa ambición. Abril del 2018, desde las páginas de los
diarios, desde su traje gris, con su cuello enlazado sutilmente en una corbata
rojo sangre, ocultando sus miserias detrás de un manojo de certeros ademanes
cuidadosamente estudiados, se alza la figura amenazante de Mr. Trump.
Con un dedo en alto y la soberbia a punto, arroja sobre
la mesa en una mezcla de desprecio y secreto goce, una fulminante amenaza sobre
Siria pero también sobre Rusia: Prepárense, porque lo que vendrán serán misiles
bonitos, nuevos e inteligentes. Aquella también es la fotografía de la guerra,
aquella también es la fotografía de la muerte. En pocos renglones y con un
grupo de palabras que ya no tienen siquiera el reparo de ocultar nada, se anuncia
al mundo todo su desprecio. En nombre de alguna idea que a nadie le importa se
violará, se matará, se arrasará, se negociará, se hambreará, se someterá, se ultrajará. La guerra es sombra, es
profundo desprecio. Y todo aquello caerá sobre niños y ancianos, rojos, negros
o amarillos, caerá maldiciendo para siempre con aquella voracidad enferma que
nada distingue, sobre la propia tierra, aunque la flor aun siga naciendo.
Aunque el sol, como un dios que todo lo absuelve, se siga elevando bendiciendo
con su luz mansamente lo que antes fue oscuridad. ¿Por qué será que aun después
de haber vivido el peor de los infierno, olvidamos tan rápido aquel vaho
intenso de la muerte? Corro rápido a abrazar a mis hijos. Quiero darles el
calor que quizás un día no tengan. El alimento que tal vez un día les falte.
Todo el amor, que una desafortunada frase acaso pueda borrar.
Lucas
Itze.-
Canción
post editorial
Una
gran canción sobre hermanos
IMPRESIONES SOBRE LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS
El
horror de la guerra. Mil veces hemos escuchado esas cinco palabras. Tantas
veces nos imaginamos lo inimaginable. Pero asumo que no estamos ni cerca de lo
que será vivirlo en carne propia. La guerra destruye todo. La vida y la muerte
se entremezclan con abrumadora normalidad. La música se construye a base de
estruendos y gritos de terror. Los inocentes pagan por el acto más cruel del
ser humano. Hasta el último segundo. Hasta que esa puta última bala salga de la
recámara. Hasta aquel último suspiro agonizante. Y del último al primer día,
los pensamientos pasan y la tragedia queda. Entonces llega el final. Los
vencedores y los vencidos. Y nunca entendemos que en esa sucia batalla perdemos
todos. Perdemos hogares, amigos, familiares, y hasta la inocencia. Cuando la
inocencia se pierde ya no hay marcha atrás. Cuando los niños son víctimas de
una guerra es porque, definitivamente, no aprendimos nada. Y ya no sirve
barajar y dar de nuevo, porque lo que se perdió, no se recupera. Porque el
empezar de cero significa borrar el pasado y eso es algo que no debe olvidarse
nunca. Bien lo saben los japoneses que han hecho de ese pasado un recuerdo vivo
para entender el futuro.
Especialistas en renacer una y mil veces, como
aprendieron de los viejos samuráis. Alguna vez, un viejo conocido de esas
lides, llamado Ota Dokan evaporó
estas finales palabras antes de recibir la artera estocada de la muerte: Si no
hubiera sabido que ya estaba muerto, habría lamentado perder la vida. Quizás
eso fue lo que sintió Seita, el
protagonista del film La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata, antes de perder la suya. El director, co-fundador
del célebre Estudio Ghibli junto a Hayao Miyazaki, trae a los dibujos
animados (o al animé mismo) una dura película dramática. Piedra fundamental
para que los films japoneses de animación empiecen a ser tomados de otra
manera, Takahata adapta la novela autobiográfica de Akiyuki Nosaka en la que nos muestra la guerra desde la mirada de
los niños. El film arrancará el día que Japón se rinde durante la Segunda
Guerra Mundial. Aparecerá una voz en off relatando su propia muerte,
mientras vemos como en una estación de tren, unos guardias descubren a un
adolescente muerto, rodeado de otros que seguirán su mismo camino. La historia
estará contada desde el racconto, recordando la vida de Seita junto a Setsuko,
su hermana de cuatro años, y este oficia de narrador en off en ciertas partes
de la cinta.
Su vida en Kobe, el bombardeo sobre la ciudad, la pérdida de su
madre, un padre combatiendo en la guerra y la mala relación con su tía que
queda de encargada, hacen que el destino de ambos sea un refugio a orilla de un
lago. El film tendrá una diversidad pictórica encantadora, separada por los
momentos de los personajes. Los recuerdos aparecerán con mayoría de rojo y
negro, las situaciones angustiantes mientras todo es horror se llenarán de
marrones y ocres que imponen su presencia, todo esto confrontando con la
belleza de los colores alegres durante esa libertad que era su vida allí
afuera, rodeados del verde de la naturaleza y el celeste del cielo. Lo mismo
ocurre con lo que oímos: una banda sonora tremenda, con los eternos y
angustiantes minutos donde se escuchan los bombardeos y hasta el ruido del agua
llegando a la orilla o el fuego quemando todo por un lado, y por otro una excelente
banda musical compuesta por Yoshio
Mamiya diferenciando claramente las escenas de guerra con las del mundo
donde Seita y Setsuko son felices, donde se logra una armonía perfecta entre
imagen y sonido, con la escena de las luciérnagas en el refugio como el momento
cumbre.
Escena en el que se ve ese espíritu nacionalista del protagonista
imaginándose en combate, cayendo luego en la cuenta que la protección que
importa es la de su hermana, y no la de su país, aunque ambos no quieran
contención alguna. Takahaka nos pondrá el dedo en la llaga y llevará la
historia de los hermanos hasta que se nos revuelva el estómago y los ojos sean
todo lágrimas. Seita hará todo lo posible para que ella sea feliz, el film no
nos hablará de la guerra, sino de la supervivencia y de la hermandad. Todos
sabíamos el final, pero no hacíamos otra cosa que negar la realidad, tanto como
el protagonista. Llegó la muerte, tan siniestra como siempre, para acabar con
tanta tristeza. Será el fuego el que consuma todo, en una alegoría de lo que
fue el final del país en la guerra, luego de las bombas atómicas que lo dejaron
en llamas. El director se despedirá con un mensaje de esperanza, en ese renacer
cíclico propio del sol naciente donde vemos a los fantasmas de los hermanos
observando a esa ciudad ya renacida de sus cenizas. Mientras seguiremos
buscando las luces de las luciérnagas y escuchando los gritos de esas voces que
nunca, pero nunca, nos dejarán de llamar.
Marcelo
De Nicola.-
Canción
elegida para las impresiones
La
poesía de Luis Alberto…
UNIVERSO TAKAHATA
Nacido
en Japón en 1935, Isao Takahata
asistió a la Universidad de Tokio,
donde se gradúo en literatura francesa. Fue la película Le Roi et l'Oiseau del animador francés Paul Grimault lo que le llamó la atención por sus posibilidades y
decidió dedicarse al mundo de la animación. Takahata inició su carrera en los
estudios de Toei Animation como
ayudante de dirección, donde dirigió su primera película, Las aventuras de Hols: Príncipe del sol en 1968, en la que también
participó Miyazaki. Entre 1974 y
1978, también con la intervención de Miyazaki, trabajó en Nippon Animation para World
Masterpiece Theater, series de animación para la televisión basadas en
clásicos de la literatura infantil y juvenil. La primera obra fue Heidi, la niña de los Alpes (1974).
Revolucionaria por su concepción reposada y costumbrista, lejos de las series
de animación de la época con tramas de acción y fantasía, la obra fue un
sorprendente éxito mundial.
Después Takahata dirigió otras dos series de pareja
calidad e importancia: Marco (De los
Apeninos a los Andes) y Ana de las
Tejas Verdes. Dirige los films La
Aventura de Panda y sus Amigos en 1972 y diez años después Goshu, el violoncelista. En 1985 funda
junto a Hayao Miyazaki los Estudios
Ghibli, dirigiendo cinco películas. La primera fue La tumba de las luciérnagas, luego siguió en 1991 con Recuerdos del ayer, la historia de un
joven que vuelve a su antiguo pueblo, y en el trayecto irá recordando cosas de
ese pasado. En 1994 llega Pompoko, sobre unos mapaches que
quieren evitar que su bosque sea urbanizado.
Cinco años después se estrena Mis vecinos los Yamada, basado en un
famoso manga japonés sobre una tradicional familia del país. Su último film fue
El cuento de la princesa Kaguya rodado
en 2013, basado en un popular cuento chino del siglo IX llamado el Cortador de Bambú, sobre una niña que
aparece en una planta de bambú y es adoptada por una pareja de ancianos. Con el
tiempo se transforma en una bella mujer que será pretendida por un gran número
de poderosos hombres. Isao falleció el jueves 12 de abril de 2018 a los 82
años, luego de sufrir de cáncer de pulmón.
FICHA TÉCNICA
Título
original: Hotaru no Hakaaka
Año:
1988
Duración:
93 min.
País:
Japón
Dirección:
Isao Takahata
Guion:
Isao Takahata (Novela: Akiyuki Nosaka)
Música:
Yoshio Mamiya
Fotografía:
Nobuo Koyama
SINOPSIS
Segunda
Guerra Mundial (1939-1945). Seita y Setsuko son hijos de un oficial de la
marina japonesa que viven en Kobe. Un día, durante un bombardeo, no consiguen
llegar a tiempo al búnker donde su madre los espera. Cuando después buscan a su
madre, la encuentran malherida en la escuela, que ha sido convertida en un
hospital de urgencia.
PELÍCULA COMPLETA
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