EDITORIAL
Un
pasillo blanco. Un fondo gris. Niebla al final del camino. Quizás esa niebla es
humo. Humo que emana del fuego, mientras el frío invade el cuerpo. El cuerpo
tiembla, erguido, indiferente al paso de los minutos. La mente se dispara hacia
un arcón de recuerdos que perpetuarán momentos. Un llanto, una caricia, un
beso, un grito, algunas mentiras, cientos de verdades, varios te llamo, pocos
te quiero, simples cosas que uno no las dice, porque se piensan obvias, pero
olvidamos que son necesarias.
La
luz al final del pasillo empieza a brillar, los colores dorados envuelven el
aire, la grisácea tarde de las lluvias pasadas ya no está. El mundo gira en
constante movimiento. La ciudad sigue su habitual infierno diario. La prensa
persigue chivos expiatorios. Los gobernantes olvidan para quien gobiernan. Las
balas apuntan con más certeza que nunca. El aire se contamina a cada segundo.
El dolor se hace más eterno. El corazón bombea con menos fuerza. El cerebro
olvida amores y odios. Los músculos se contraen. Los huesos se paralizan. El
cielo desaparece. El día se hace noche. La vida juega a la ruleta rusa. La
muerte prepara su desayuno...
Será
el final de la obra. Llegarán los extras para adornar la sala. Los iluminadores
se encargarán de la última porción de luz. Los maquilladores intentarán dejar
una imagen hermosa y en paz. Los actores serán más de reparto que nunca. El
director esta vez no podrá hacerles frente a los productores. El guionista está
a punto de poner la firma. La película, esta vez, ha llegado a su fin.
Quedarán
escenas olvidadas, como cortadas por un montaje descorazonado. Los finales
abiertos de varias historias sin concluir. El beso que nunca llegó. El mail en
borrador con la disculpa que quedó en la casilla. El último adiós, que fue uno
más, sin saber que era el definitivo. El abrazo perdido.
Los
títulos pasarán eternamente. El tiempo intentará hacer olvidar esas cintas pero
ciertos momentos estarán para siempre. Será cuestión de volver en forma de
sueños, para decirle al olvido que no podrá llevarse todo. Será la despedida,
sin más preámbulos, como la muerte misma...
Marcelo
De Nicola.-
Canción
elegida para la editorial
IMPRESIONES SOBRE
SYNECDOCHE, NEW YORK
Alguien
pregunta desde la agonía de un sentimiento, desde el último egoísmo: ¿Dónde
está aquella canción que me hiciste cuando eras poeta? Otro responde con la voz
propia de la angustia, con las ganas fatigadas: terminaba tan triste que nunca
la pude empezar. Estamos todos juntos en este barrio, caminando nuestras
prisas, consumiendo nuestras horas, siguiendo el libreto con sus comas y sus
puntos. Estamos todos juntos, tan solos. Haciéndonos espacio a los codazos
desde la cruel indiferencia, retirando a empujones a otros desde la falta de
interés, la ausencia de análisis, pisoteando aquellos cadáveres por culpa de
estos ojos que ya no ven, que solo miran superficialmente y ya no distinguen
los matices, los deliciosos detalles que nos nombran. Estamos tan solos, todos
juntos. Y allí está la muerte, acechando todo el tiempo, alimentando aquel
sentimiento trágico que aparece luego de la risa, que nace después del beso o
cuando veo tu espalda mientras caminas lejos mío. Inventamos el amor para
engañar a la muerte. Elegimos a alguien con quien rodar sobre el empantanado
camino de la vida, y allí fingimos comunicarnos y hasta sonreímos de costado en
los bares tal vez con la certeza ególatra de haber gambeteado con alguna
astucia también a la soledad. Y un día, sin saber cómo ni por que, una ola
gigante destruye con furia aquellos cartones pintados en donde desarrollábamos
nuestro papel, en donde proyectábamos nuestras seguridades, en donde dormíamos
nuestro sueño, con esa paz fingida, con aquellos diálogos anestesiados,
simulando el dolor de vez en cuando como para que no vayan a creer que uno no
sufre.
Es allí donde la soledad se cobra nuestra astucia. Es allí donde el
dolor duele sin bálsamos que nos curen, porque lo que nos lastima, por primera
vez es real. Y de aquellas sombras salen a descuartizar nuestro cuerpo las
bestias que alimentaron nuestros miedos. Nos paralizará la visión oscura y cruda
de la realidad. Donde creíamos que podríamos, tendremos la certeza de que no
podemos. Donde pensábamos que algo valía, ya no valdrá ni el recuerdo.
Estaremos inmensamente solos, como lo estábamos antes, pero ahora seremos
fatalmente conscientes de ello. De aquí partirá Charlie Kaufman para narrar su historia, ese será el punto de
ataque de aquel relato intenso y oscuro que llevará el curioso nombre de Sinécdoque, Nueva York. La sinécdoque
es una figura retórica que consiste en nombrar algo utilizando el nombre de
otra cosa siempre y cuando se mantenga entre ambas una relación de inclusión,
generando así un sentido figurado. De aquí surge entonces la posibilidad de
nombrar la parte por el todo o el todo por la parte. Esta figura ha sido
utilizada en el cine desde sus comienzos por la economía resultante de su
evocación. En su film, Kauffman la utiliza de varias maneras. Tomará una parte
de Manhattan buscando representar toda Nueva York. Puntualizará en el relato
cinematográfico en una parte de la vida del protagonista, la destrucción de su
matrimonio, para hablar sobre toda su vida en general, será la fatalidad de la
parte recayendo pesadamente sobre el todo. El film estará narrado desde el
padecimiento de Caden, interpretado magistralmente por Phillip Seymour Hoffman. Comenzará siendo lineal hasta el punto de
giro ubicado en la separación del protagonista. Allí, tiempo y espacio,
realidad y fantasía, se confundirán caóticamente graficando con certeza el
conflicto de Caden.
La fotografía ira virando acertadamente a las tonalidades
frías con el devenir del relato, comenzando en los verdes y marrones para
llegar a los blancos y los grises. No habrá sorpresas desde la puesta de
cámara, la cual se limitará en general a mostrar, pero tampoco las
necesitaremos. Estaremos ante un relato tan potente, genuino y valiente que no
hará falta más que estar allí y ver lo que sucede. Las actuaciones y el
extraordinario manejo narrativo de Kaufman, harán todo el resto. El film
puntualizará en el derrumbe del mundo de Caden y se entrometerá en el dolor
como tal vez ningún film lo haya narrado hasta el momento. Sentiremos su
decadencia física, cada una de sus ausencias y perderemos con él la noción del
tiempo confundiendo días con años, personas con personajes, escenas con
realidad. Caden montará su vida en una obra con la única necesidad de volver a
sentir aquella triste ilusión de control, demostrándonos con crudeza, la
evidente existencia del plan, las mortecinas cenizas del guion cayendo a través
de las feroces manos del tiempo. Ese será su acto final. Tal vez los
muchachones que ocupamos esta mesa estemos al tanto de todo esto. Tal vez
veamos los cartones que nos rodean, con sus colores ya gastados y lloremos en
silencio la llegada de la ola. Algún día llegara, lo sabemos y arrasará con
nuestras pequeñas ilusiones, y se llevará los recuerdos, los perfumes y no
dejara ni rastros de nuestros nombres. Allí estaremos entonces, sin nada, como
cuando empezó todo esto, caminando por las calles de la vida, esperándonos con
seguridad, en cualquier esquina.-
Lucas
Itze.-
Canción
post impresiones
También escuchamos
Y una canción muy especial
FICHA TÉCNICA
Título
original: Synecdoche, New York
Año:
2008
Duración:
124 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Charlie Kaufman
Guión:
Charlie Kaufman
Música:
Jon Brion
Fotografía: Frederick Elmes
Reparto: Philip Seymour
Hoffman, Catherine Keener, Michelle Williams, Dianne Wiest, Emily Watson,
Samantha Morton, Hope Davis, Jennifer Jason Leigh, Rebecca Merle, Barbara Haas,
Tim Guinee
SINOPSIS
Caden
Cotard (Philip Seymour Hoffman) es un director teatral que proyecta representar
una obra utilizando una réplica de Nueva York, de tamaño natural, dentro de un
almacén.
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